Authors: Kim Stanley Robinson
La piel de todo el cuerpo le empezó a hormiguear con el mismo dolor.
¿Qué lo causaba? ¿El retorno de la sangre a los capilares? ¿El retorno de la sensibilidad a los nervios helados? Fuese lo que fuese, era casi insoportable.
Se encontraba de un humor excelente. No era sólo por haber escapado a la muerte, lo cual era bueno, sino también porque Hiroko estaba viva. ¡Hiroko viva! Era una noticia maravillosa. Muchos de sus amigos estaban convencidos de que ella y su grupo habían escapado del asalto de Sabishii a través del laberinto de la ciudad y habían recuperado sus refugios ocultos; pero Sax nunca había estado seguro. No había nada que apoyara esa convicción. Y había elementos en las fuerzas de seguridad perfectamente capaces de matar a un grupo de disidentes y hacer desaparecer los cadáveres. Esto probablemente era lo que había sucedido, pensaba Sax. Pero se había reservado su opinión. No podía saberlo a ciencia cierta.
Pero ahora lo sabía. La había encontrado y ella lo había salvado de la muerte por congelación, o por asfixia, que hubiera llegado antes. Ver su rostro alegre y en cierto modo impersonal, sus ojos castaños, sentir el cuerpo de ella sosteniéndolo, su mano apresándole la muñeca... le saldría un moretón. Quizá hasta tuviese un esguince. Flexionó la mano y el dolor de la muñeca le hizo saltar las lágrimas. Se rió. ¡Hiroko!
Después de un rato el tormento del retorno de la sensibilidad a su piel se aplacó. Aunque aún sentía las manos hinchadas y como en carne viva y no tenía el control total de los músculos, ni de los pensamientos, estaba volviendo a la normalidad. O a algo parecido.
—¡Sax! ¡Sax! ¿Dónde estás? ¡Contesta, Sax!
—Ah, hola. Estoy en el coche.
—¿Lo encontraste? ¿Saliste de la cueva en la nieve?
—Sí. Yo... pude ver el coche en un momento en que la nevada amainó.
La noticia los alegró.
Se quedó allí sentado, casi sin prestar atención a su chachara, preguntándose por qué había mentido con tanta espontaneidad. No se hubiera sentido cómodo explicándoles lo de Hiroko. Supuso que ella quería permanecer oculta... La estaba encubriendo.
Aseguró a sus colaboradores que estaba bien y cortó la comunicación. Arrastró una silla hasta la cocina y se sentó. Calentó sopa y la bebió a sorbos ruidosos, escaldándose la lengua. Congelado, escaldado, tembloroso, con náuseas... a pesar de todo eso, se sentía muy feliz. Pensativo después de haberse librado por los pelos de la muerte, y avergonzado por su ineptitud, por quedarse fuera, perderse y todo lo demás... el suceso daba mucho que pensar. Y sin embargo se sentía feliz. Había sobrevivido, y todavía mejor, también Hiroko. Lo que significaba que todo su grupo había sobrevivido con ella, incluyendo la media docena de los Primeros Cien que la habían acompañado desde el principio: Iwao, Gene, Rya, Raúl, Ellen, Evgenia... Sax preparó un baño y se sentó en el agua templada, y fue añadiendo agua caliente a medida que el interior de su cuerpo recobraba el calor; y volvió una y otra vez a aquel maravilloso descubrimiento. Un milagro... bueno, no un milagro, naturalmente, pero tenía esa cualidad, una alegría inesperada e inmerecida.
Cuando notó que se estaba quedando dormido en la bañera, salió y se secó, y avanzó cojeando sobre los pies sensibles hasta el lecho, se arrastró bajo la colcha y se tendió pensando en Hiroko. Recordando cuando hacía el amor con ella en los baños de Zigoto, en la cálida y relajada lubricidad de sus citas en la sauna, avanzada la noche, cuando todo el mundo dormía. En su mano aferrándole la muñeca, levantándolo. Tenía la muñeca izquierda muy dolorida. Y eso lo hizo sentirse feliz.
Al día siguiente subió de nuevo por la gran pendiente meridional de Arsia, ahora cubierta de nieve limpia y blanca hasta una altura extraordinariamente elevada, 10,4 kilómetros sobre la línea de referencia, para ser exactos. Sintió una extraña mezcla de emociones, sin precedentes en intensidad y afluencia, aunque de algún modo se parecían a las poderosas emociones que había experimentado durante el tratamiento de estimulación sináptica que había recibido tras la embolia, como si algunas secciones del cerebro estuvieran creciendo activamente; tal vez el sistema límbico, el asiento de las emociones, conectaba con el córtex cerebral. Estaba vivo, Hiroko estaba viva, Marte estaba vivo; frente a aquellas fuentes de gozo la posibilidad de una era glacial no era nada, una fluctuación momentánea dentro del patrón general de calentamiento, algo semejante a la casi olvidada Gran Tormenta. Aunque él deseaba hacer cuanto pudiera para mitigarla.
Mientras, en el mundo humano estallaban feroces conflictos, en ambos mundos. Pero Sax intuía que la crisis había dejado atrás el peligro de guerra. Inundación, era glacial, explosión demográfica, caos social, revolución; quizá las cosas habían empeorado tanto que la humanidad se había entregado a una suerte de operación de rescate de la catástrofe universal o, en otras palabras, había entrado en la primera fase de la era postcapitalista.
O acaso sólo era que él se estaba volviendo excesivamente confiado, alentado por lo sucedido en Daedalia Planitia. Sus colaboradores en Da Vinci ciertamente estaban muy preocupados. Pasaban horas ante la pantalla contándole los detalles de las discusiones que se desarrollaban en Pavonis Este. Pero él no tenía paciencia para aquello. Pavonis iba a convertirse en una onda estacionaria de discusiones, era obvio. Y el grupo de Da Vinci lo temía... así eran ellos. En Da Vinci, si alguien levantaba la voz dos decibelios, se creía que las cosas empezaban a desmandarse. No. Después de su experiencia en Daedalia, nada de eso le interesaba lo suficiente para involucrarse. A pesar del encuentro con la tormenta, o tal vez a causa de ello, sólo deseaba regresar al campo. Quería ver cuanto pudiera, observar los cambios provocados por la retirada de los espejos, cambiar impresiones con los diferentes equipos de terraformación sobre la manera de compensarla. Llamó a Nanao en Sabishii y le preguntó si podía ir a visitarlos y discutir el tema con la gente de la universidad. Nanao estuvo conforme.
—¿Pueden acompañarme algunos de mis asociados? —le preguntó Sax.
Nanao estuvo conforme.
Y de pronto Sax descubrió que tenía planes, pequeñas Ateneas que brotaban de su cabeza. ¿Qué haría Hiroko a propósito de aquella posible era glacial? No podía imaginarlo. Pero un gran número de sus colegas en los laboratorios de Da Vinci habían pasado las últimas décadas trabajando en el problema de la independencia, construyendo armas, transportes, refugios y cosas por el estilo. Ahora aquél era un problema resuelto, y allí estaban ellos, y se avecinaba una era glacial. Antes de Da Vinci muchos de ellos habían trabajado con él en los primeros esfuerzos de terraformación y podía convencerlos para que los retomaran. Pero ¿que hacer? Bien, Sabishii estaba cuatro mil metros por encima de la línea de referencia, y el macizo de Tyrrhena alcanzaba los cinco mil. Los científicos de allí eran los mejores del mundo en ecología de grandes altitudes. Lo más indicado era un congreso. Otra pequeña utopía que cobraba vida.
Esa tarde Sax detuvo el vehículo en el desfiladero entre Pavonis y Arsia, en el punto llamado Mirador de las Cuatro Montañas, un lugar sublime desde donde se veían dos de los continentes-volcán llenando el horizonte al norte y al sur, y la mole distante del Monte Olimpo al noroeste, y en días claros (aquél era demasiado neblinoso) se vislumbraba Ascraeus en la distancia, justo a la derecha de Pavonis. En aquella tierra elevada, espaciosa y marchita, almorzó; luego se volvió al este y bajó hacia Nicosia para tomar un vuelo a Da Vinci y de allí a Sabishii.
Tuvo que pasar muchas horas delante de la pantalla con el equipo de Da Vinci y con otros muchos de Pavonis para explicar ese movimiento, para reconciliarlos con su abandono de las conversaciones del complejo de almacenes.
—Estoy en el almacén en todos los sentidos importantes —dijo él, pero ellos no querían aceptarlo. Sus cerebelos lo querían allí en carne y hueso, una idea en cierto modo conmovedora. «Conmovedora», una afirmación simbólica que en realidad era bastante literal. Se echó a reír, pero apareció Nadia y dijo con irritación—: Vamos, Sax, no puedes abandonar sólo porque las cosas se están poniendo peliagudas; de hecho es precisamente ahí donde se te necesita, eres el general Sax, el gran científico, y tienes que seguir en la partida.
Pero Hiroko demostraba cuan presente podía estar una persona ausente. Y él quería ir a Sabishii.
—Pero ¿qué vamos a hacer? —preguntó Nirgal, y también otros, de forma menos directa.
La cuestión del cable estaba en punto muerto; en la Tierra reinaba el caos; en Marte existían todavía algunos núcleos de resistencia metanacional, y otras áreas bajo control rojo en las que se destruían sistemáticamente todos los proyectos de terraformación además de buena parte de la infraestructura. Existían además varios pequeños movimientos revolucionarios disidentes que estaban aprovechando la ocasión para reivindicar su independencia, algunas veces en detrimento de áreas tan reducidas como una tienda o una estación meteorológica.
—Bien —dijo Sax pensando en todo eso tanto como pudo resistir—, quien controle los sistemas de soporte vital tiene la sartén por el mango.
La estructura social como sistema de soporte vital: infraestructura, modos de producción, mantenimiento... en verdad tendría que hablar con los muchachos de Séparation de l'Atmosphére y con los fabricantes de tiendas, muchos de los cuales mantenían un estrecho contacto con Da Vinci. Lo que significaba que, en ciertos aspectos, era él quien estaba al mando. Un pensamiento poco grato.
—Pero ¿qué sugieres que hagamos nosotros? —preguntó Maya; algo en el tono de su voz puso en evidencia que estaba repitiendo la pregunta. En esos momentos Sax se aproximaba a Nicosia y contestó con impaciencia:
—¿Enviar una delegación a la Tierra? ¿O convocar un congreso constitucional y formular una primera aproximación a la constitución, un borrador de trabajo?
Maya meneó la cabeza.
—Eso no va a ser fácil, con esta gente.
—Tomen la constitución de veinte o treinta de los países terranos más prósperos —sugirió Sax, pensando en voz alta— y estudien cómo funcionan. Y que una IA compile un documento compuesto, por ejemplo, a ver qué dice.
—¿Cómo defines «más prósperos»? —preguntó Art.
—Yo incluyo índice de Futuros del país, Estimación de valores reales, Comparaciones de Costa Rica... incluso el Producto Interior Bruto, por qué no. —La economía era como la psicología, una pseudociencia que trataba de ocultar ese hecho tras una intensa hiperelaboración. Y el producto interior bruto era uno de esos desafortunados conceptos de medición, como las pulgadas o las unidades térmicas británicas, que deberían haber sido retirados de circulación hacía mucho tiempo. Pero qué demonios...— Empleen diferentes criterios, bienestar humano, prosperidad ecológica, lo que tengan.
—Pero Sax —se quejó Coyote—, el concepto mismo de nación-estado es erróneo. Una idea que envenenaría todas esas viejas constituciones.
—Podría ser —dijo Sax—. Pero es un punto de partida.
—Todo eso es esquivar el problema del cable —dijo Jackie.
Era extraño que algunos verdes estuvieran tan obsesionados por la independencia total como los radicales rojos. Sax contestó:
—En física suelo encerrar entre paréntesis los problemas que no puedo resolver, y trato de trabajar alrededor de ellos y ver si se resuelven retroactivamente, por así decir. Para mí, el cable es como uno de esos problemas. Piensen en él como un recordatorio de que la Tierra no va a desaparecer.
Pero ellos siguieron discutiendo sobre qué hacer con el cable, qué hacer con referencia a un nuevo gobierno, qué hacer con los rojos, que al parecer habían abandonado las discusiones, y así sucesivamente, haciendo caso omiso de todas sus sugerencias y retomando las disputas en curso. Demasiado para el general Sax en el mundo posrevolucionario.
El aeropuerto de Nicosia estaba a punto de cerrar, pero Sax se resistía a entrar en la ciudad; acabó volando a Da Vinci con unos amigos de Spencer de la Bahía Bifurcada de Dawes, en un nuevo ultraligero que habían construido justo antes de la revuelta, anticipándose a las necesidades que surgirían cuando ya no fuera necesario ocultarse. Mientras el piloto de la IA guiaba la gran aeronave de alas plateadas sobre el inmenso laberinto de Noctis Labyrinthus, los cinco pasajeros viajaban sentados en una cámara situada en la parte baja del fuselaje con suelo transparente que les permitía mirar el paisaje que tenían debajo por encima del brazo de sus sillones; en ese momento se trataba de la inmensa red de artesas interconectadas que era el Candelabro. Sax contempló las mesetas regulares que se alzaban entre los cañones, a menudo aisladas; parecían lugares hermosos donde vivir, algo parecido a Cairo, allí, en el borde norte, como una ciudad en miniatura dentro de una botella de cristal.
Se empezó a hablar de Séparation de l'Atmosphére y Sax escuchó atentamente. Aunque los amigos de Spencer se habían ocupado del armamento de la revolución y la investigación de materiales básicos, mientras que «Sep», como ellos la llamaban, había trabajado en la disciplina más mundana de la gestión del mesocosmos, sentían un saludable respeto por ella. Diseñar tiendas fuertes y mantenerlas en funcionamiento eran tareas en las cuales los fallos acarreaban severas consecuencias, como uno de ellos dijo. Cuestiones críticas por todas partes, y cada día una aventura en potencia.
Por lo visto, Sep se había asociado con Praxis, y cada tienda o cañón cubierto era gestionado por una organización independiente. Ponían en un fondo común la información y compartían consultores y equipos de construcción ambulantes. Puesto que ellos mismos se consideraban servicios necesarios, funcionaban en régimen de cooperativa —según el modelo Mondragón, dijo uno, en versión no lucrativa—, aunque proporcionaban a sus miembros condiciones de vida acomodadas y mucho tiempo libre. «Piensan que se lo merecen, además. Porque si algo sale mal, tienen que actuar deprisa o perecer.» Muchos de los cañones cubiertos habían estado a punto de desaparecer, a veces a causa de la caída de un meteorito u otros dramas, otras por fallos mecánicos, más corrientes. En el formato usual de cañón cubierto, la planta física estaba situada en el extremo superior del cañón, y extraía las cantidades apropiadas de nitrógeno, oxígeno y otros gases menos importantes de los vientos de superficie. La proporción de gases y la presión a la que se mantenían variaba según el mesocosmos, pero la media rondaba los 500 milibares, lo cual daba un cierto sostén a las tiendas y se ceñía a la norma de los espacios interiores en Marte, en una suerte de invocación de la meta perseguida para la superficie en la línea de referencia. En días soleados, sin embargo, la expansión del aire del interior de las tiendas era significativa, y los procedimientos corrientes para mitigarla incluían simplemente liberar aire a la atmósfera o almacenarlo comprimiéndolo en grandes cámaras excavadas en los acantilados del cañón.