Read Marea oscura I: Ofensiva Online
Authors: Michael A. Stackpole
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
—Ah, coronel Darklighter, gracias por venir. Ya conoce al capitán Xhaxin.
—Sí —Gavin fue hacia donde estaba sentado el hombre y le tendió la mano—. Gracias por finalizar tan rápido el combate.
El pirata alzó la mirada. Tenía los ojos oscuros y llenos de cansancio y algo más. Estaba ojeroso, y su larga cabellera y su cuidada barba eran blancas. Eso y su pálida tez contrastaban enormemente con su uniforme negro, y, de no ser por los ojos inyectados en sangre, se le hubiera podido confundir con un holograma en blanco y negro.
—Debería agradecerle que me permitiera salvar la vida de mi gente. Traest Kre'fey señaló a Gavin una silla.
—Quizá no lo sepas, pero Urias Xhaxin lleva mucho tiempo con el
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.
Vivió del pirateo de las naves imperiales y continuó asaltándolas durante la guerra. Lleva aquí, en el Borde Exterior, desde que se firmó la paz, interceptando los transportes imperiales ocasionales que se dirigen al Remanente Imperial. Las capturas son escasas y los objetivos que ha elegido le han convertido en un problema de importancia menor para la Nueva República.
Gavin asintió lentamente.
—Recuerdo haber visto alguna vez un holodocumental sobre él. Xhaxin rió con sorna.
—Pura ficción. Una holoperiodista vino para informar sobre mis actividades.
Tenía una idea demasiado romántica de lo que hacemos. Se llevó una decepción, así que creó una fantasía y alguien la publicó en formato de holograma.
Traest alzó la cabeza.
—Pero creo que lo que le pasó en el Borde Exterior hace poco no fue una fantasía.
—Mía no, desde luego —el hombre cruzó los brazos—. Yo establezco operaciones para atraer gente que quiera viajar en una caravana hacia el Remanente. Las naves se reúnen en Garqi y parten, según mis previsiones, hacia un punto de mi elección. Yo quería capturarlos a todos. Llegamos justo antes de que entrara la última nave, según nuestros cálculos, y vimos las cosas ésas atacando las naves. Creo que eran cazas..., pero nunca los había visto antes.
Había anomalías gravitatorias por todas partes y disparaban plasma que penetraba en las naves. Fueron a por nosotros de repente.
La mirada del hombre se perdió en el infinito y su voz se quebró.
—Hice lo que pude, pero eran demasiados. Dimos un salto a ciegas al hiperespacio, y luego otro, y llegamos aquí. Mis reguladores de hipervelocidad explotaron y los daños estructurales. . bueno, no se si el
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, podrá volver a alcanzar la velocidad luz. Sé que no tengo los recursos necesarios para salvarlo.
Xhaxin miró a Traest.
—Por tanto, almirante, me ha atrapado. Creo que la recompensa que ofrece el Imperio por mi captura ya no es lo que era, pero seguro que alguien pagará por mi cabeza. Aparte de eso, no sirvo para nada. Si sirviera no habría perdido mi autoridad.
—No, capitán Xhaxin, eso no es así —Traest miró a Gavin—. Coronel, acompañe por favor al capitán Xhaxin al ala de invitados.
Xhaxin levantó una ceja.
—No comprendo.
—Usted se encontró y peleó con un enemigo que veremos a menudo a partir de ahora... más de lo que deseamos. Su conocimiento de sus tácticas y su comportamiento vale mucho más que cualquier recompensa —el bothan sonrió—. Necesito saber lo que usted sabe. Si no averiguamos como acabar con esta amenaza, verá cómo, en menos de lo que piensa, el
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acabará siendo la nave más poderosa de la Nueva República.
Leia Organa Solo sonrió tímidamente a Danni Quee y a Jaina. Las dos habían llegado al despacho que el Consejo agamariano había asignado a Leia de forma temporal justo a tiempo de que ésta inspeccionara sus vestimentas. Leia les indicó con el dedo que se giraran, y Jaina soltó un suspiro. Ambas dieron una vuelta para mostrar su atuendo al completo.
Jaina se había puesto un traje de piloto marrón oscuro con una túnica Jedi más clara por encima. No portaba armas ni cinturones, pero el sable láser pendía en su costado. Llevaba el pelo castaño recogido en una trenza con una cinta plateada.
Por otra parte, Danni se había puesto un vestido sencillo, funcional y de colores poco llamativos. El verde oscuro del chaleco hacía juego con sus ojos, mientras que el marrón oscuro del vestido contrastaba con la tez pálida y el pelo rubio, que llevaba suelto. No portaba armas y, aunque tampoco parecía indefensa, era evidente que no había nacido guerrera ni se había educado como tal.
Leia miró a Elegos.
—Creo que así estará bien.
El caamasiano contempló a las dos chicas.
—Bastante presentables, sí señor.
Elegos se encogió de hombros y se llevó las manos a la espalda. Miró por la terraza hacia el océano de Calna Muun, la capital agamariana.
—Creo que tu interpretación de este pueblo y de su respeto por la tradición y la familia es acertada —dijo—. Sabemos que contribuyeron en gran medida a la lucha contra el Imperio, y que sufrieron por ello. Keyan Farlander tan solo fue uno de los que acudieron a luchar contra el Imperio.
— ¿Tan solo?
Elegos se apartó de la terraza.
—Algunos son capaces de aguantar una carga durante años luz, y otros no pueden con ella ni unos kilómetros.
Un agamariano apareció en la puerta del despacho.
—Si están preparadas, el Consejo les recibirá ahora.
— ¿Danni?
La joven reflexionó un momento y miró a Leia.
—Sí, supongo que estoy preparada.
Elegos se acercó a ella y posó las manos en sus hombros.
—Recuerda, Danni, que la Sociedad ExGal cumplió su cometido. Tú eres testigo de ese hecho. Sólo vas a informarles de lo que sabes, y eso puedes hacerlo sin problemas.
—Gracias. Lo sé.
Leia dejó que Elegos fuera en primer lugar, y Danni detrás. Ella caminó junto a su hija, la miró y le preguntó en voz baja:
—¿Te pasa algo?
Jaina levantó un poco la cabeza.
—Creía que me controlaba mejor.
—Quizá controles la Fuerza, pero tu cara expresa otra cosa.
Leia adoptó una expresión de serena confianza y saludó con la cabeza a varios agamarianos alineados en el pasillo del Centro del Consejo. La arquitectura abierta y aireada que empleaban los agamarianos era muy apropiada para el clima cálido y seco del planeta, ya que mantenía un frescor inusitado en un día tan soleado. Las columnas y los arcos dividían el corredor en segmentos, y cada uno representaba una imagen holográfica de la historia y la cultura agamariana.
Jaina resopló con irritación.
—No soy diplomática. Soy piloto y Caballero Jedi. No me importa enseñar a Danni cosas mientras volamos, pero mi talento está desperdiciado aquí.
—Vale —Leia sonrió a su hija y después endureció el gesto—. Jaina, cuéntame de verdad qué te pasa.
La voz de Jaina se convirtió en un susurro.
—Madre, eres buena con estas cosas, pero si hubieras terminado tu entrenamiento Jedi serías más efectiva.
—Me esforcé a fondo por desarrollar mis habilidades.
—Madre... —Jaina guardó silencio un momento—. Ni siquiera llevas el sable láser.
La decepción del tono de Jaina se clavó en Leia. Siempre había querido esforzarse más para llegar a ser una Jedi. Lo veía bueno para conocer mejor a su hermano, Luke, y para ayudarle con su sueño de invertir el mal que su padre había causado al destruir la Orden. Había practicado todo lo que había podido, pero tenía otras obligaciones. Obligaciones surgidas de su formación como política y diplomática.
Me convencí de que estaba haciendo lo mejor al ayudar a crear el Gobierno y después colaborando con él. Dejé que Luke entrenara a mis hijos para que pudieran desarrollar todo su potencial, o eso creía. Pero ¿sirvió también para que me hicieran sentir más culpable por no haber potenciado mis capacidades en la Fuerza?
Jaina agarró suavemente a su madre por el hombro.
—No quería decir eso. Sé... sé que hay decisiones que no pudiste tomar...
—Las decisiones que tomé, Jaina, siempre fueron para ayudar a los demás.
Ellos eran mi prioridad. Tu padre, tú, tus hermanos, la Nueva República. .
—Lo sé, mamá, y estoy orgullosa de ti por ser quien eres —Jaina se encogió de hombros—. Es sólo que no eres una auténtica Jedi, y, bueno, pues eso, me resulta un poco raro cuando te pones a jugar con la Fuerza.
—Entiendo —Leia vio un atisbo de expresión horrorizada en el rostro de Jaina y se alegró.
Es mejor que sepa que hay fronteras que todavía no puede traspasar
.
Luego suspiró y acarició la mano de su hija, que seguía apoyada en su hombro.
—Puede que tengas razón, Jaina, nunca acabé mi entrenamiento Jedi, pero nunca juego con la Fuerza. La utilizo. Quizá no tan bien o tan plenamente como tú, pero me sirve para las cosas que quiero hacer.
—Lo sé. Perdóname.
—Hablaremos más tarde de esto, Jaina. Ahora te necesito aquí conmigo; fuerte, silenciosa y proyectando fuerza benigna.
—Siendo todo lo que Kyp y los demás no son.
—Algo así —guiñó un ojo a su hija y entró en la cámara del Consejo agamariano.
Aunque Leia había visto holografías de la cámara, se dio cuenta de que no le habían transmitido su asombrosa majestuosidad. El acabado en madera del suelo, de los paneles de las paredes y de los muebles denotaba un diseño artesanal. Los motivos oceánicos estaban presentes por todas partes: las gradas donde se sentaban los delegados del Consejo eran como olas, y sus mesas se elevaban del suelo como un oleaje encrespado. En varios puntos, corrientes de agua esculpidas en madera unían peces voladores con el suelo, y los pájaros estaban unidos al techo y a las paredes por las alas.
En el estrado, que asemejaba una roca azotada en la base por olas rompientes, se encontraba una mujer alta y esbelta que se volvió hacia Leia y su comité y le indicó que se acercara.
—He informado al Consejo sobre lo que hemos hablado estos dos días, y están preparados para su exposición.
—Gracias, portavoz.
Leia, ataviada con una túnica ancha de tonos oscuros cuyo único adorno era un dibujo de olas en el dobladillo, el cuello y las mangas, se acercó al estrado.
Luego saludó solemnemente con una inclinación de cabeza a los hombres y mujeres sentados frente a ella.
—Gracias a todos por permitirme hablar. Antes de comenzar, quiero presentar a mis acompañantes. Elegos A'Kla, senador de la Nueva República, que lleva a cabo una investigación aquí, en el Borde Exterior. A su lado se encuentra mi hija, Jaina, que conoce de primera mano el problema al que nos enfrentamos. Y, por último, Danni Quee, que era miembro del personal de la estación ExGal-4, con base en Belkadan, cuando los yuuzhan vong la invadieron. Fue capturada.
Leia apoyó las manos en el atril.
—Los servicios prestados en el pasado por los agamarianos a la Nueva República son por todos conocidos. Sé muy bien que, de no mediar el valor de Keyan Farlander, yo no estaría hoy aquí ante ustedes. Soy consciente de que lo que voy a contarles hoy, lo que han descargado todos en sus datapads, es bastante sorprendente y, aun así, dado que ha sido reducido a análisis y datos objetivos, podría ser fácil de ignorar. Hacer eso sería un error y perjudicaría a Agarrar y a la Nueva República. Por favor, escuchen lo que Danni tiene que contarles, lean la información y escuchen lo que a mí me gustaría que hicieran.
Odio tener que decir esto, pero, una vez más, la Nueva República confía en ustedes.
Leia indicó a Danni que tomara la palabra. La científica se aclaró la garganta antes de comenzar.
—Discúlpenme, por favor, no estoy acostumbrada a dirigirme a gente importante. Creo que si me gustaran este tipo de cosas no habría optado por la ciencia. Mi trabajo en ExGal consistía en vigilar la galaxia, donde se suponía que no había nada. Quizá miraba hacia afuera porque mirar hacia aquí hubiera significado enfrentarme a multitudes, y eso me asusta un poco.
Entre la audiencia se oyó un murmullo de risas, aprobando la introducción de Danni, lo que le hizo sentir más cómoda.
—Lo que más me asusta ahora es la combinación de dos factores. Uno es el hecho de que exista algo más allá de la galaxia. Conozco las historias que les han contado y las teorías acerca de una perturbación del hiperespacio que imposibilita el viaje intergaláctico. Es una teoría maravillosa, pero quienes la desarrollaron no fueron muy científicos. Una tormenta que para nosotros dura una hora puede durar toda una vida para un insecto. Que esa perturbación exista desde que comenzamos a medirla no significa que no existiera antes o que vaya a existir siempre.