—¡Ten cuidado con esa travesura!
—Excúsame, Zocco —dijo Madouc con voz contrita—. Creo que moví la barbilla con demasiado ímpetu.
—Eso pensé —dijo Twisk—. Inténtalo de nuevo, con menos fuerza.
En esta ocasión Zocco saltó a medio metro, y sus gritos fueron menos agudos.
—¡Bien hecho! —dijo Twisk—. Tienes un talento natural para esto.
—Me entero demasiado tarde —se lamentó Madouc—. El pobre Pymfyd yace muerto en la zanja, y todo por mi insistencia en ir a la feria de Flauhamet.
Twisk hizo un gesto airoso.
—¿Tú mataste a Pymfyd?
—No, madre.
—Entonces no debes sentir remordimiento.
La angustia de Madouc no se alivió del todo.
—Muy bien, pero Ossip y Sammikin, que asestaron los golpes, tampoco sienten remordimiento. Aporrearon a Pymfyd hasta desangrarlo. Luego me persiguieron y me robaron a Tyfer. Te he conocido y eso me alegra, pero al mismo tiempo siento pena por Pymfyd y Tyfer.
Zocco rió entre dientes.
—¡Típico de una mujer! ¡Cantando con voz de bajo y de falsete al mismo tiempo!
Twisk se volvió hacia Zocco con aire inquisitivo.
—¿Has dicho algo, Zocco?
Zocco se relamió los labios.
—Era sólo un pensamiento ocioso.
—Ya que estás desocupado, quizá puedas castigar los vejámenes que Madouc acaba de describir.
—No veo la razón para complacerte a ti ni a esa mocosa insoportable —dijo Zocco con irritación.
—La opción es tuya —dijo Twisk grácilmente. Se volvió hacia Madouc—. Los wefkins no tienen imaginación. Zocco, por ejemplo, espera un futuro de jubilosa comodidad, sin contratiempos. ¿Verdadero o falso?
—Muy falso.
Zocco se incorporó de un brinco.
—Creo que tengo un momento libre. No estará de más echar un vistazo por la comarca, y tal vez hacer un par de ajustes.
Twisk asintió.
—Por favor, comunica tus hallazgos de inmediato.
Zocco se marchó. Twisk examinó a Madouc de pies a cabeza.
—Ésta es una ocasión interesante. Como te dije, casi había olvidado tu existencia.
—No fue muy simpático de tu parte entregar a tu pequeña y querida hija a cambio de otro niño —dijo envaradamente Madouc.
—Sí y no —dijo Twisk—. No eras tan querida como crees. En realidad eras un fastidio. Dhrun tenía el cabello rubio y un carácter dulce; gorjeaba y reía, mientras tú chillabas y pateabas. Fue un alivio liberarse de ti.
Madouc contuvo la lengua; era evidente que los reproches no servirían de nada.
—Espero haberte dado razones para mudar de opinión —dijo altivamente.
—Pudiste haber salido peor. Al parecer, te he dotado con una rara inteligencia, y tal vez un atisbo de mi extravagante belleza, aunque tu pelo es un asco.
—Eso es porque he estado corriendo aterrada por los bosques y me oculté bajo un tronco podrido. Si lo deseas, puedes darme un peine mágico para que me ordene el cabello con un toque.
—Buena idea —dijo Twisk—. Lo encontrarás bajo la almohada cuando regreses a Sarris.
—¿Debo regresar a Sarris? —preguntó la azorada Madouc.
—¿Adónde si no? —replicó Twisk con impaciencia.
—Podríamos vivir juntas en un bonito castillo de nuestra propiedad, tal vez junto al mar.
—Eso no sería práctico. Estás cómodamente instalada en Sarris. Pero recuérdalo: nadie debe saber de nuestro encuentro… y mucho menos el rey Casmir.
—¿Por qué? Aunque no tenía intenciones de contárselo.
—Es una historia complicada. Él sabe que no eres su nieta, pero, a pesar de sus intentos, jamás logró identificar al verdadero hijo de Suldrun. Si lo supiera (y sería capaz de arrancarte la verdad por la fuerza), enviaría asesinos en su búsqueda, y Dhrun moriría pronto.
Madouc hizo un mueca.
—¿Por qué cometería un acto tan terrible?
—A causa de una predicción relacionada con el primogénito de Suldrun, que le causa pavor. Sólo el sacerdote Umphred sabe el secreto, y lo guarda muy bien, al menos por el momento. Bien, Madouc, aunque ha sido una ocasión interesante…
—¡Aún no! ¡Hay mucho de qué hablar! ¿Nos encontraremos pronto de nuevo?
Twisk se encogió de hombros con indiferencia.
—Yo vivo en un flujo constante; no puedo hacer planes fijos.
—Yo no sé si vivo en un flujo o no —dijo Madouc—. Sólo sé que Devonet y Chlodys me llaman «bastarda» e insisten en que carezco de linaje.
—En cierto sentido dicen la verdad, aunque con cierta grosería.
—Eso sospechaba —dijo reflexivamente Madouc—. Aun así, me gustaría saber el nombre de mi padre y todos los detalles de su personalidad y condición.
Twisk rió.
—Planteas una adivinanza que soy incapaz de resolver.
—¿No recuerdas su nombre? —dijo Madouc, pasmada.
—No.
—¿Ni su rango? ¿Ni su raza? ¿Ni su aspecto?
—El episodio ocurrió hace mucho tiempo. No puedo recordar cada pequeño detalle de mi vida.
—Aun así, ya que era mi padre, debía de ser un caballero de rango, con un largo y fino linaje.
—No recuerdo a semejante individuo.
—Parece, pues, que ni siquiera puedo afirmar que soy una bastarda de alta cuna.
Twisk estaba harta del tema.
—Afirma lo que gustes. Nadie puede desmentirte, ni siquiera yo. En todo caso, bastarda o no, aún se te considera la princesa Madouc de Lyonesse. ¡Una condición envidiable!
Madouc vio un destello verde y azul por el rabillo del ojo.
—Zocco ha regresado.
Zocco comunicó sus hallazgos.
—Ningún cadáver apareció, y consideré que el asunto estaba poco claro. Marchando al este por la Calle Vieja, descubrí a dos pillos a caballo. El gordo Sammikin montaba un bayo alto como la joroba de un camello. Ossip Piernas Largas cabalgaba en un pony manchado, arrastrando los pies por el suelo.
—¡Ay, pobre Tyfer! —exclamó Madouc.
—¿Y cómo resolviste el caso? —preguntó Twisk.
—Los caballos están atados en la dehesa. Los pillos corren por el monte Lanklyn perseguidos por osos.
—Tal vez deberías haber convertido a Sammikin en sapo y a Ossip en salamandra —dijo Twisk—. Por mi parte, ya habría verificado con mayor cuidado la muerte de Pymfyd, aunque sólo fuera para poder presenciar el prodigio de un cadáver ambulante.
—Tal vez no haya muerto —sugirió Madouc.
—Es posible, desde luego —dijo Twisk.
—Si él quería que lo consideraran muerto, debió quedarse donde estaba —gruñó Zocco.
—En efecto —dijo Twisk—. Ahora puedes irte. En el futuro, no intentes más trucos arteros con mi joven e inocente hija.
—Es joven, pero dudo que sea tan inocente —gruñó Zocco—. De cualquier modo, me despido —Zocco pareció caer de la piedra y desapareció.
—Zocco no es tan malo, para ser un wefkin —dijo Twisk—. Pues bien, el tiempo apremia. Ha sido un placer verte después de tantos años, pero…
—¡Espera! —exclamó Madouc—. ¡Aún no sé nada de mi padre ni de mi linaje!
—Reflexionaré sobre el asunto. Mientras tanto…
—¡Aún no, querida madre! ¡Necesito tu ayuda en otros pequeños asuntos!
—Bien, bien —dijo Twisk—. ¿Cuáles son tus necesidades?
—Quizá Pymfyd esté herido y enfermo. Dame algo para curarlo.
—Eso es sencillo —Twisk cogió una hoja de laurel y escupió delicadamente en el centro. Plegó la hoja, se la llevó a la frente, la nariz y la barbilla y se la dio a Madouc—. Frota con esto las heridas de Pymfyd, y obtendrás su pronta recuperación. ¿Algo más? En caso contrario…
—¡Hay algo más! ¿Puedo usar el truco del cosquilleo con la dama Desdea? ¡Podría saltar a tal altura como para causar una situación embarazosa, e incluso lastimarse!
—Tienes un corazón tierno —dijo Twisk—. En cuanto al cosquilleo, debes aprender a mesurar la delicadeza del gesto y el impulso de la barbilla. Con la práctica, controlarás la fuerza del salto hasta alcanzar la altura deseada. ¿Qué más?
Madouc caviló.
—Quisiera una vara para hacer transformaciones, un gorro de la invisibilidad, pantuflas ligeras para caminar por el aire, una bolsa de la abundancia, un talismán para lograr el amor de todos, un espejo…
—¡Basta! —exclamó Twisk—. ¡Tus necesidades son excesivas!
—Nada cuesta preguntar —dijo Madouc—. ¿Cuándo te veré de nuevo?
—Si es necesario, ven a Thnpsey Shee.
—¿Cómo hallaré ese lugar?
—Ve por la Calle Vieja hasta Pequeña Saffield. Vira al norte por el camino de Timble, atraviesa primero Tawn Timble y luego Glymwode, que está al lado del bosque. Enfila hacia el camino del Bamboleo, que conduce al prado de Thnpsey. Llega al mediodía, pero nunca de noche, por diversas razones. Detente en la linde del prado y repite suavemente mi nombre, tres veces, y yo iré. Si intentan molestarte, grita: «¡No me molestéis, por la ley de las hadas!»
—Sería más cómodo si te llamara con la flauta de hierba —sugirió esperanzadamente Madouc.
—Más cómodo para ti, no necesariamente para mí —Twisk se acercó para besar la frente de Madouc. Retrocedió sonriendo—. Me he portado mal, pero así es mi naturaleza, y no debes esperar nada mejor de mí.
Twisk se fue. Madouc, con un cosquilleo en la cabeza, se quedó sola en el claro. Miró el lugar donde antes estaba Twisk, dio media vuelta y se marchó también.
Madouc desanduvo el camino y en el corral encontró a Tyfer y el bayo de Pymfyd atados al poste. Montó en Tyfer y cabalgó hacia la Calle Vieja llevando el bayo de la rienda.
Miró atentamente a ambos lados del camino, pero Pymfyd no aparecía por ninguna parte, ni vivo ni muerto. Madouc estaba angustiada y desconcertada. Si Pymfyd estaba vivo, ¿por qué lo había visto tan flojo y tieso en la zanja? Si estaba muerto, ¿por qué se había ido?
Echando cautas miradas a derecha e izquierda, Madouc cruzó la Calle Vieja y se internó en el camino de Fanship. Continuó hacia el sur, y pronto llegó a Sarns. Abatida, llevó los caballos a los establos, donde se aclaró el misterio de la desaparición de Pymfyd. El muchacho estaba sentado, desconsolado, junto a la pila de estiércol.
Al ver a Madouc, Pymfyd se levantó de un salto.
—¡Al fin te dignas aparecer! —exclamó—. ¿Qué te demoró tanto tiempo?
—Me retuvieron hechos que no pude controlar —respondió Madouc con altivez.
—¡Magnífico! —gruñó Pymfyd—. Entretanto yo esperando aquí, muerto de miedo. Si el rey Casmir hubiera regresado antes de tu retorno, yo estaría en la profundidad de una mazmorra.
—Pareces más preocupado por ti que por mí —se lamentó Madouc.
—¡En absoluto! Reflexioné acerca de tu probable destino, y no me alegró. ¿Qué te ocurrió exactamente?
Madouc no vio necesidad de describir detalladamente sus aventuras.
—Los salteadores me persiguieron hasta las profundidades del bosque. Los eludí, regresé a la Calle Vieja y volví aquí. En general, eso es lo que sucedió —se apeó y examinó a Pymfyd de pies a cabeza—. Pareces gozar de buena salud. Temí que hubieras muerto por el efecto de tantos crueles golpes.
—¡Ja! —dijo Pymfyd desdeñosamente—. ¡No soy tan fácil de abatir! Mi cabeza es dura.
—Considerando la situación, tu conducta no merece reproches. Peleaste bien.
—¡Es verdad! Pero no soy tonto. Cuando vi el cariz que cobraban las cosas, fingí la muerte.
—¿Tienes magulladuras? ¿Sientes dolor?
—No puedo negar algunas heridas y otros tantos dolores. ¡La cabeza me palpita como una gran campana!
—Acércate, Pymfyd. Trataré de aliviar tu sufrimiento.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Pymfyd con recelo.
—No es preciso hacer preguntas.
—Suelo ser cauto en materia de curaciones. No quiero purgantes ni enemas.
Madouc no le prestó atención.
—Ven aquí y muéstrame dónde te duele.
Pymfyd se acercó y mostró sus magulladuras de mala gana. Madouc aplicó la cataplasma que le había dado Twisk, y el dolor de Pymfyd desapareció al instante.
—Bien hecho —dijo Pymfyd a regañadientes—. ¿Dónde aprendiste ese truco?
—Es un arte natural —dijo Madouc—. También deseo elogiar tu valentía. Luchaste con empeño, y mereces un reconocimiento —buscó aquí y allá, pero no halló ningún utensilio adecuado salvo el rastrillo para estiércol—. Pymfyd, arrodíllate.
Una vez más Pymfyd la miró con perplejidad.
—¿Y ahora qué?
—¡Haz lo que digo! ¡Es mi real orden!
Pymfyd se encogió de hombros con fatalismo.
—Supongo que debo complacerte, aunque no veo las razones para tal humillación.
—¡Y deja de rezongar!
—¡Entonces apresúrate a terminar tu juego! Ya me siento ridículo.
Madouc cogió el rastrillo y lo alzó. Pymfyd lo esquivó y alzó el brazo por encima de la cabeza.
—¿Qué te propones?
—¡Paciencia, Pymfyd! ¡Esta herramienta simboliza una espada de buen acero! —Madouc apoyó el rastrillo en la cabeza de Pymfyd—. Por tu notable valor en el campo de batalla, te designo caballero Pom-Pom, y por ese título serás conocido de aquí en adelante. Levántate, caballero. ¡Ante mí, al menos, has demostrado tu temple!
Pymfyd se levantó, sonriendo con amargura.
—A los palafreneros les importará un rábano.
—¡No importa! Para mí eres ahora el caballero Pom-Pom.
El recién armado caballero se encogió de hombros.
—Al menos es un comienzo.
Cuando Desdea supo que Madouc había regresado al establo de Sarris, se apostó en el vestíbulo con el propósito de interceptar a la díscola princesa.
Transcurrieron cinco minutos. Desdea esperaba con los ojos llameantes y los brazos cruzados, los dedos tamborileando contra los codos. Madouc, aturdida y fatigada, abrió la puerta y entró en el vestíbulo.
Se dirigió hacia el pasaje lateral sin mirar a su alrededor, sumida en sus pensamientos, ignorando a Desdea como si ésta no existiera.
Sonriendo con hosquedad, Desdea la llamó:
—¡Princesa Madouc! ¡Por favor, deseo hablar contigo!
Madouc se detuvo, encogiéndose de hombros. Se volvió de mala gana.
—Sí, Desdea. ¿Qué deseas?
Desdea habló con voz contenida.
—Primero, deseo hacer un comentario sobre tu conducta, la cual nos ha consternado a todos. Además, deseo informarte acerca de ciertos planes que se han trazado.
—Si estás cansada —dijo Madouc con voz casi suplicante—, no necesitas molestarte con el comentario. En cuanto a los planes, podemos conversar en otra ocasión.