Lugares donde se calma el dolor (68 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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Le pido al conductor que me lleve a un templo hinduista. Él me pregunta a qué me dedico y entonces decide conducirme al templo de Ganesha. Me deja en una calle principal y tengo que atravesar andando otras estrechas callejuelas para llegar hasta la entrada. A ambos lados hay multitud de tiendecitas al aire libre que venden dulces y flores para las ofrendas. La lluvia continúa su labor imparable y mis zapatos se inundan. La comida, casi siempre en forma de bolas, es un atributo de Ganesha. El dios la sujeta con la trompa o bien se le deja en un cuenco para que el dios de cabeza de elefante meta su trompa. La denominación
laddu
designa una pasta o una comida dulce y sólida hecha de harina de cereales que, muy endulzada y enriquecida con especias, será cocida en mantequilla derretida. Por
modaka
se entiende, en primer lugar, una tarta de arroz, pero en el sentido iconográfico se entiende también cualquier forma de comida como atributo de Ganesha. Las flores son multicolores aunque abundan las amarillas. Compro un dulce y lo protejo para que no se moje. La entrada del templo está a cierta altura sobre el nivel de la última callejuela. Primero hay que ascender por unas estrechas escaleras de madera. A su mitad me encuentro con un arco de seguridad. Los guardas me indican que debo dejar los zapatos y calcetines, y continuar la ascensión descalzo, como es costumbre. Miro hacia donde están colocados los cientos de zapatos de los visitantes y los veo dispuestos, en varios escalones, a la intemperie. Allí, inevitablemente, abandono los míos. El arco es absolutamente inútil pues no funciona. Al fin penetro en el templo donde habita la más popular de todas las deidades indias. Ganesha es igualmente venerada por los hinduistas, budistas y jainistas. Ganesha, el dios de la sabiduría está casado con el éxito (Siddhi) y con el conocimiento (Buddhi). Pero además se recurre a él para tener un buen viaje, levantar una casa, salir bien de los exámenes y tantas otras cosas de la vida cotidiana. Pero una de las principales funciones que lleva a cabo este dios, y por lo que me trajo el taxista, es que es el protector de las ciencias, la escritura y la escuela. Ganesha nació de Shiva y Parvati, cuando los dioses y los sabios se quejaron a Shiva de que no había ningún obstáculo frente al mal. Shiva creó a un joven fuerte y maravilloso que despertó la envidia de su esposa Parvati, que lo maldijo y lo transformó en esa cabeza de elefante y cuerpo gordo y rojo. Por su sagacidad e inteligencia, este dios rechoncho de cortas piernas, gorda barriga y cabeza de elefante será visto como alegre y afectuoso. Adora comer, sobre todo frutas y dulces, y detesta cualquier tipo de ascetismo corporal A este dios se le conoce por otros sobrenombres como «el de la cabeza de elefante», «el de la gorda panza» y «el de un colmillo». Las grandes orejas le sirven para separar los vicios de los valores verdaderos. Su trompa descansa casi siempre en la parte izquierda y coge lo que hay en un cuenco con golosinas que el dios sujeta con una de sus manos. Su gorda barriga señala la prosperidad general y la riqueza. Uno de sus colmillos está roto por la disputa que entabló con otro dios, Parasu-Rama. Éste le lanzó un hacha y él la paró con esa extremidad. Cuando Ganesha toma en una de sus manos el colmillo, se transforma en dios de la fertilidad. En la iconografía el dios es de baja estatura, cabeza de elefante gigantesca y está de pie, sentado o bailando. El pedestal de Ganesha es un loto y su montura un ratón o una rata. Otras muy raras veces aparece de pie sobre un montón de cráneos, lo que significa una actitud más violenta. De su cuerpo salen cuatro o seis brazos. Como atributos tiene un cuenco con golosinas, frutas, un rosario, un lazo con el que ata cualquier tipo de engaño y, con ello, aparta los obstáculos que hay en el camino del perfeccionamiento espiritual y un bastón rematado en punta como insignia del señor del mundo para hacer suyas la victoria y el éxito. El cinturón sacrificial de Ganesha, hecho a partir de una cobra, recuerda los rasgos comunes con su padre Shiva. Dejo mi ofrenda sobre un pequeño altar y veo que un sacerdote las va retirando todas y llevándoselas. Miro al elefante y le pido que me ayude a superar todos los obstáculos en el camino hacia la perfección espiritual. No habría mayor éxito para mí que éste, pues la literatura no debe tener un valor mundano sino de conocimiento, ésa es una de las grandes equivocaciones y fracasos. El elefante (Gaja) era el animal de los reyes. Simbolizaba el poder y la fuerza, el equilibrio, la calma y la riqueza. En la antigüedad, sólo a los reyes se les permitía tener elefantes. El hinduismo cree en la transmigración de las almas en un lapso de tiempo entre la muerte y la reencarnación, y en la existencia de un juez de los muertos (Yama), que determina la forma en la que la vida deberá seguir tras la muerte. Mientras que los budistas niegan la existencia del alma y ven como causa de la reencarnación los últimos pensamientos en el momento de la muerte, el alma es para el hinduista un almacén para todos los acontecimientos pasados. Ésta abandona el cuerpo tras la muerte y se busca la forma exterior de un nuevo ser. Así, la
Bhagavadgita
enseña que: «Lo mismo que un ser humano se quita las ropas usadas y se pone otras nuevas, así se quita el alma los cuerpos usados y entra en otros nuevos». Del templo dedicado a Ganesha mi transportista me lleva a otro dedicado a Mahalaksmi, la santa madre, la más alta diosa en el culto sakta (una de las seis sectas fundamentales del hinduismo: vishnuismo, shivaismo, sakta, ganapatya, saurapatya y smartha). Como comenta Schleberger, pese al gran número de dioses hinduistas, esta religión no es politeísta, «en el fondo, todos los hinduistas reconocen sólo una deidad como deidad principal, pero ninguno de los dioses reclama para sí el rango de deidad más elevada». Los vishnuistas adoran como dios supremo a Vishnu y alrededor de él hay otros como, por ejemplo, Nahum, el dios mono. Los hinduistas que adoran a la diosa (Devi) como principio divino supremo, se confiesan de la secta de los saktas en relación con Shiva y por eso esta secta está muy en relación con el shivaísmo. «Desde la perspectiva de los saktas, Shiva está subordinada a la diosa. Su adoración tiene diversos aspectos: por un lado, ella es la dadora de vida, la madre bondadosa; por otro, la deidad sedienta de sangre, que lleva a la tumba de nuevo a todo lo que ella ha dejado que nazca. Según el aspecto que encarna, llevará nombres como Durga, Kali o Bhavani. Algunos creyentes que, perteneciendo al círculo de dioses sivaítas, adoran como divinidad suprema al Ganesha de cabeza de elefante, se han escindido de los sivaítas y se hacen llamar ganapatyas. De todos modos, tampoco han podido nunca alcanzar un gran número de seguidores, pues Ganesha es la deidad más popular de la India y será adorado por todas las sectas, hasta por seguidores de otras comunidades religiosas», concluye Eckard Schleberger. La religión hindú es un complejo laberinto de dioses, familiares y representaciones por el que los occidentales debemos movernos con cuidado. Yo me quedo con Ganesha, el de cabeza de elefante, a quien le hice algunas peticiones relacionadas con mi oficio. Veremos si la distancia no se las hace olvidar.

Ya comenté que en Bombay había gentes de muchas procedencias, lenguas y también religiones ajenas al hinduismo y al islamismo. Entre otras: cristianos, budistas, judíos y zoroastristas. La mayor parte de estos últimos descienden de los persas que emigraron a la India en el siglo VIII para escapar de la persecución religiosa islamista. En la India se calcula que hay unos setenta mil, en Pakistán cinco mil, y en total en todo el mundo no superan los cien mil. Para Eliade, la figura de Zaratustra tenía un componente histórico, «reformador de la religión étnica tradicional, es decir, la que compartían los indoiranios del segundo milenio antes de Cristo»; mientras el otro componente se refiere a que este personaje representa únicamente un aspecto de la religión irania, es decir, el mazdeísmo, en cuyo centro se sitúa la adoración de Ahura Mazda. A semejanza de los
Vedas
, las
Upanishads
o los
Brahmanes
, el Avesta recoge los principios religiosos. Pero la mayor parte de su contenido se perdió. Sólo se conservan los
Gathas
, supuestamente escritos por Zaratustra seiscientos o mil años antes de Cristo. Son textos enigmáticos de muy difícil comprensión, donde se pueden encontrar algunos datos biográficos suyos. Parece ser que era pobre, estaba casado y tenía dos hijos. Fue asesinado a los setenta y siete años por el tirano Bratvarxsh en un templo del fuego. En estos escritos, Zoroastro afirma que las personas son libres y responsables. La predestinación es rechazada. Hay que luchar por el bien y además, hacerlo. Ahura Mazda es el comienzo y el fin, el creador de todo, no puede ser visto, es eterno y puro. La Daena es la Ley Eterna revelada a la humanidad. Creen en la venida futura de un mesías, Peshotan. Y entre sus preceptos están: la igualdad de todos los hombres, el respeto a la naturaleza y a los animales, así como la caridad. El fuego es la representación de Dios, por eso en sus templos se reza frente a una forma de fuego o de luz. No se adora al fuego, sino que éste es un símbolo de la divinidad. Nietzsche decía que los zoroastristas tenían un «inexplicable temor ante la luz y el fuego, son los únicos orientales que no fuman, evitando apagar la luz soplando. La religión de Zoroastro hubiese dominado Grecia si Darío no hubiese sido vencido». Los parsis practicantes de esta religión son un grupo social muy cerrado. No se admite el proselitismo ni se permite la conversión.

En
Religio Medici
, Thomas Browne ya se refería a Zoroastro. En
Moby Dick
, Melville hace este comentario misterioso por boca de Ahab durante una tormenta: «¡Oh, tú, claro espíritu del claro fuego, a quien adorara un tiempo en estos mares, siendo yo un parsi, hasta que en la ceremonia ritual me quemaste de tal modo que la cicatriz ha permanecido…». A China llegó esta religión en el siglo X a través de la Ruta de la Seda. En las ruinas de Kaifeng y Zhenjiang quedaron vestigios de esta presencia. La religión irania influyó decisivamente en otras. El simbolismo de la luz está muy presente en el cristianismo y el budismo. El judaísmo tampoco quedó ajeno. Los ángeles y arcángeles, la serpiente simbolizando el mal, que es la oscuridad, provienen de aquí. Lo mismo que la idea del cielo y el infierno. Para todos, la identificación de Dios siempre se hace con la luz. En el juicio final no se condena a nadie para toda la eternidad, se le ofrece la posibilidad de cumplir su pena y, una vez que el mal es eliminado, se le da paso al cielo. Caso de que no se renunciase a él, permanecerían para siempre como huéspedes en la Casa del Mal. Los justos son admitidos en el paraíso, en la Casa del Canto. El camino hacia el más allá pasa por el Puente Chinvat, donde se separan los buenos de los malos. Zaratustra anuncia que él mismo conducirá en el trance fatídico a los adoradores de Ahura Mazda: «Junto con todos ellos, yo atravesaré el Puente del Discriminador». Se dice que los Reyes Magos pertenecían a esta religión y, más contemporáneamente, parsis han sido y son Freddie Mercury y Zubin Mehta. Es una religión optimista, en la que triunfa el Bien sobre el Mal, donde la salvación es universal y los cuerpos resucitarán. El nacimiento de Zoroastro es descrito de manera muy semejante al de Jesucristo: «Un niño resplandeciente de luz». El dios supremo, Ahura Mazda, es reconocido por Zoroastro en los
Gathas
. Creó el mundo mediante el pensamiento
(creatio ex nihilo)
y está escoltado por otros seres divinos como Asha, que representa a la justicia; Vohu Manah, el buen pensamiento; Armaiti, la devoción; Xshathra, la potencia; Haurvatat, la salud; y Ameretat, la inmortalidad. El mal es un elemento fundamental para la entronización del bien. Uno y otro proceden de Mazda, aunque el mal eligió el camino equivocado. A Zaratustra se le conoce como el salvador (Saosyant). El castigo se llevaba a cabo a través del fuego, que no sólo era un castigo, sino la regeneración de la existencia. El altar del fuego se convertirá en centro religioso del mazdeísmo. Fuego escatológico que purifica y espiritualiza el mundo. Proporciona la iluminación. El sacerdote sufre una separación entre el cuerpo y el espíritu. Ingería un licor para producirse el éxtasis. El fuego le proporciona la sabiduría. De ahí la idea de mago que trascendió en el mundo helenístico y renacentista, llegando hasta el
Fausto
de Goethe. El sol era la forma visible del Señor, «el más excelso de lo excelso». Asha, la verdad, aparece igualmente asociada a la luz. El acto religioso por excelencia consistía en fundar un fuego, es decir, en erigir un templo, dotarlo de rentas y asignarle sacerdotes. Eliade comenta que el oficiante adquiere por medio del rito (Yasna) la condición de mago, es decir, que vive una experiencia extática que le proporciona la iluminación (Chisti). «Durante esta iluminación, el sacerdote sacrificador vive una separación de su esencia espiritual y de su naturaleza corpórea (Getik); dicho de otro modo: recupera la condición de pureza y de inocencia que precedió a la mezcla de las dos esencias. Ahora bien, esta mezcla, se produjo como consecuencia del ataque de Ahriman. En consecuencia, el sacrificador contribuye a restaurar la situación primordial, a transfigurar el mundo. Tal es la obra redentora iniciada por el sacerdote ejemplar, Zaratustra», comenta Eliade. Los parsis actuales continúan adorando al fuego, pero no es el fuego la suprema deidad. A los parsis no les gusta que a la religión de Zaratustra se la conozca como la religión del fuego, o la religión del sol pues esto es reducirla a un puro elemento simbólico. En los
Gathas
, el mismo Zaratustra habla del fuego como de una brillante y poderosa creación de Ahura Mazda. Ésta es una religión monoteísta y, por consiguiente, no hay ningún otro dios fuera de Él: « ¡Oh Ahura Mazda! ¿Qué otro dios, a no ser tú, ha creado las aguas, los árboles y todos los elementos?».

Le pido a mi guía que me conduzca a uno de esos templos y él me responde que es imposible visitarlos; pero me habla de la Colina Malabar, donde hay templos y están las Torres del Silencio. La Colina es un amplísimo bosque, una parte público y otra en manos de los parsis. Nos desviamos de la carretera y el coche atraviesa una puerta en donde hay una gran placa que nos avisa del lugar en el que vamos a penetrar. Inscrita en ella misma están estos versos escritos en inglés: «No están muertos, nuestros seres queridos que nos dejaron. / Y que por unos instantes no pueden ver nuestros ojos. / Ellos alcanzaron la luz, / Mientras nosotros todavía andamos a tientas en la oscuridad, / Donde no podemos verlos sonreír. // Pero sonríen, nos aman y no nos olvidan ni se alejan. / No están muertos, sino que de ellos es la vida plena. / Suya es la victoria y el gozo, mientras que nosotros / Debemos esperar y luchar, / En la soledad y el dolor. // Dejad que nos guíen con esperanza, y devolvedles sonrisa / Por sonrisa mientras esperamos. // Iremos a encontrar a nuestros amados esperándolos en la puerta». Desde dentro del coche, con la ventanilla bajada para evitar el vaho que se pega al cristal, copio las palabras con dificultad pues la lluvia penetra dentro. El coche detenido y la ventanilla bajada llaman también la atención de jóvenes mujeres con niños en brazos y otros mayores que se echan sobre nosotros pidiéndonos monedas. Me demoro tomando las notas y el conductor me advierte de la necesidad de partir de inmediato. Yo le pido que continuemos nuestro camino hacia las Torres del Silencio. Atravesamos la puerta de entrada y ascendemos por una empinada cuesta. Al final de la misma hay dos caminos. El de la derecha conduce a un parque público, mientras que el de la izquierda nos lleva a las torres. Seguimos cuesta arriba y los carteles nos previenen de las reiteradas prohibiciones a seguir avanzando. Finalmente llegamos a una pequeña plaza circular presidida por un gran león alado de piedra. El taxista se acerca a un edificio y para junto a sus escaleras. Abro la puerta y, al posar mis pies sobre las mismas, resbalo. Mis manos paran un gran golpe, aunque no pueden evitar que un río de agua se deslice por mi cuerpo y me empape. En mi auxilio bajan un grupo de hombres, la mayor parte de ellos jóvenes, todos vestidos iguales. Pantalón y camisa marrón claro. Son los enterradores —aunque su oficio aquí no es precisamente el de enterrar—, y el inmueble forma parte del tanatorio de los parsis. No entienden muy bien el inglés, pero conociendo mis intenciones me hacen ostentosas señales negativas. La estancia está llena de asientos de madera donde esperan los familiares y amigos del fallecido. Las paredes son de azulejos blancos y de ellas cuelgan cuadros con textos sagrados y nombres de familias donantes. Ante mi insistencia me conducen a un pequeño cuarto donde está una maqueta de las torres. Cada torre es circular y tiene varios escalones. Después de una serie de actos rituales, los cuerpos son desnudados y colocados sobre estas piedras para que sean devorados por los cuervos. Los ancianos yacen juntos, así como las mujeres, los hombres y los niños. Cuando sólo quedan sus huesos, dejan que los calcine el sol y los van arrojando sobre un foso donde se les convierte en polvo y son enterrados. «Un buitre sobrevuela la pira funeraria de mi padre. / No te lleves sus huesos, / que son míos. // Toma buitre, quédate / con sus pendientes de oro. // No te lleves sus huesos, / que son míos», dice un canto de la tribu santal, traducido por Jesús Aguado. Y en el Jnaneshvara (XIII) se dice lo siguiente: «Un cuervo se ha puesto a graznar en un extremo de la casa, lo que, según la tradición, indica que pronto va a llegar un invitado. // ¡Oh cuervo! Tú que anuncias un augurio, vuela lejos. Por favor, vete lejos. Si lo haces, adornaré tus patas con oro. Y a partir de ahora, grazna sólo cuando sea el señor de Pandhari el que se dirija a mi hogar para ser invitado // ¡Oh cuervo! Llenaré tu pico de cuajada y arroz, pero avísame pronto de que mi amado Pandharinatha se encamina hacia aquí, // Te daré una jarra rebosante de leche si me aseguras que Vitthal está cerca. // ¡Oh cuervo! Incluso te dejaré que picotees los dulces mangos que penden del árbol plantado a la puerta de mi casa, pero déjame escuchar tus buenos presagios. Jnaneshvara te pide, oh cuervo, que le muestres los signos que adelantan la pronta llegada del señor Pandharinatha».

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