Lugares donde se calma el dolor (32 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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Chyornaya Rechka (San Petersburgo)

Cualquier lugar de Rusia, por muy remoto que se encuentre, está presidido por una estatua de Alexander Pushkin. De pie, sentado, joven o mayor, el monumento señala la gloria del más grande escritor ruso de todos los tiempos. Para los rusos Pushkin es el poeta nacional por excelencia y así, siempre, ha sido reconocido por las generaciones sucesivas. Fue quien le dio a su lengua una vertiente literaria basada en los elementos míticos, legendarios y simbólicos locales. Enseñó a sus conciudadanos a saber de dónde venían, quiénes eran, y que en un idioma tan rico y dúctil podía escribirse sobre emociones y deseos, y también reflexionar sobre la existencia real y espiritual. Pushkin imaginó utópicamente el pasado y fue iconoclasta con su presente. A lo largo de su corta vida no sólo fue el creador de la lengua culta, inventor de infinitas historias imaginadas o basadas en la realidad, cultivador de todos los géneros literarios, sino también una permanente conciencia crítica contra el poder. Contra un poder absolutista basado en la fuerza y la violencia, así como en la carencia más absoluta de libertad. Pushkin fue víctima de su tiempo y también, por qué no decirlo, víctima de su propio carácter y apasionamiento, a veces irracional o romántico. A pesar de tal cúmulo de iconografía, Marina Tsvietáieva dudaba de que sus contemporáneos hubieran leído al autor de
Eugenio Oneguin
(obra que, por otra parte, a ella no le gustaba: «Pero, las antologías, las malas notas en la escuela, los exámenes, los bustos, las máscaras mortuorias, el “Duelo de Pushkin” en las vitrinas, y la “Muerte de Pushkin” en los carteles, el ciprés de Pushkin en Gurzuf y el «Mijaílovskoye» de Pushkin (pero… ¿ dónde estará?), el aria de Herman y la de Lenski (el profano verdaderamente conoce a Pushkin, ¡de oídas!), el Pushkin de Sytin en un volumen, con el retrato de Pushkin niño —el pómulo apoyado en una mano— y quinientas viñetas en el texto (el método práctico de la enseñanza de la poesía. Los versos -
ilustrados
. El profano verdaderamente conoce a Pushkin —¡de vista!) y no olvidemos, en la sala de estar (¡a veces incluso en el comedor!) el cuadro de Repin: ¡el abrigo que se arrastra por entre la nieve!— toda esta respetable antigualla, colmada de celebraciones; finalmente el bulevar Tverskoi con el falso dístico pushkiniano: «Y por mucho tiempo me amará mi pueblo, / Porque con mi lira he despertado buenos sentimientos, / Y útil ha sido el vivo encanto de mis versos…». Infamia que no ha podido ser borrada, ni podrá ser borrada jamás. ¡Por ahí debían haber comenzado los bolcheviques! ¡A eso debían haber puesto fin! Pero los falsos versos hacen gala de belleza. La mentira del zar hoy se ha convertido en la mentira del pueblo». La referencia a Repin está equivocada, pues confunde a este pintor con Naúmov, autor del cuadro al que ella se refiere. Y añade Marina: «En general, para esta especie de lector Pushkin es algo como el eterno festejado, que lo que ha hecho es morir (el duelo, la muerte, las últimas palabras al zar, el adiós a la esposa, etc). Ese lector tiene un nombre-plebe. Él era aquel de quien hablaba y a quien odiaba Pushkin cuando escribió
El poeta y la plebe
. La plebe, las tinieblas, las fuerzas oscuras, roedores de tronos incomparablemente más valiosos que el trono del zar. Ese lector es un enemigo, y su pecado es injuria contra el Espíritu Santo».

Las estatuas de Pushkin no sólo señalan su gloria póstuma —pues apenas llegó a percibirla en vida, siempre ocupado en su propia creación y demasiado distraído por las mezquindades de lo cotidiano— sino que también recuerdan el trágico destino que padeció. Cada estatua de Pushkin es un homenaje al poeta y una acusación a sus asesinos u homicidas. El poder zarista y la sociedad petersburguesa lo condujo al duelo. Luego, la mala suerte y el disparo de Georges D'Anthes hicieron el resto. Desde entonces el francés no paró de ser maldecido y calificado con los más terribles adjetivos, entre otros, el de «deicida». Durante la Unión Soviética, Pushkin fue de los pocos escritores aceptados y ensalzados por la revolución. Su muerte representaba la subversión contra el Estado zarista ya que el propio zar, directa o indirectamente, había sido cómplice del «fusilamiento».

¿Quién fue aquel que dejó a Rusia sin su mayor poeta? ¿Quién fue aquel que impidió que Pushkin siguiera desarrollando —en plena veta creadora— más obras maestras para un mayor engrandecimiento de la lengua y la cultura rusa y, por lo tanto, también del mundo entero?

Georges D'Anthes, el barón D'Anthes, era un joven alegre, guapo, divertido, despreocupado, afectuoso, triunfador e irresponsable. Físicamente era alto, rubio, de ojos azules y llevaba bigote. Tenía fama de conquistador y de caerle bien a todo el mundo. Ingenioso, dicharachero, frívolo y divertido se hizo imprescindible en las fiestas reales y aristocráticas. Era un individuo, en todo, absolutamente opuesto a Pushkin, con quien mantenía un grado lejano de parentesco por vía materna. El poeta era poco agraciado físicamente, arisco de trato y le horrorizaban las fiestas. Nada más conocerse se produjo entre ambos un rechazo natural, pues cada uno de ellos, para el otro, representaba lo peor.

D'Anthes se encontraba exiliado en Rusia. Era el tercer hijo y primer varón de Joseph Conrad D'Anthes. Había estudiado en París e ingresado en la academia militar de Saint-Cyr. Sublevado a favor de Carlos X contra Luis Felipe, había tenido que huir de Francia tras el fracaso. Primero se refugió en Prusia y finalmente en Rusia. Nacido en el año 1812 en Colmar, tenía trece años menos que Pushkin. Su tatarabuelo se había desplazado a la Alta Alsacia para ocuparse de los bienes heredados del padre: altos hornos, minas de plata, fundiciones y manufacturas de armas blancas. Jean Henri D'Anthes llegó a ser barón. Sus descendientes apuntalaron e incrementaron este patrimonio. La revolución francesa les confiscó los bienes y fueron perseguidos por prepararle la huida a Luis XVI. La restauración les devolvió sus riquezas.

Georges llegó a Rusia en malas condiciones económicas y físicas. Se contaba que, gravemente enfermo, lo había encontrado el barón Heeckeren en una posada del camino a San Petersburgo. El barón era por aquel entonces el embajador de Holanda ante el zar. Esperó a que se curase y, a partir de ese momento, se hizo cargo de él. Estando aún el padre natural de D'Anthes vivo, el barón Heeckeren lo adoptó legalmente como hijo. El embajador estaba soltero y jamás se le conoció mujer, por lo que aquella relación paterno-filial levantó no pocos comentarios. Heeckeren, a pesar de su oficio y riquezas, no tenía muy buen cartel en la corte zarista. Se le consideraba un hombre egoísta, intrigante, vil, depravado (pues estaba siempre rodeado de jóvenes) y de una extraordinaria lengua viperina. Bibliófilo y gran coleccionista de obras de arte, enviaba unos informes a su ministerio, largos y prolijos, repletos de datos sobre la vida social de la corte rusa. En el año 1833 tenía cuarenta años, aunque parecía mucho más viejo. Casi doblaba en edad a su protegido y también aventajaba en otros seis años a Pushkin. El embajador fue la celestina de D'Anthes en todos los amoríos y también en la relación con Natalia, la esposa del poeta.

D'Anthes servía en el regimiento de Caballeros de la Guardia de su Majestad la Emperatriz de todas las Rusias. Era indisciplinado, camorrista y, según el propio Pushkin, un experto en groserías cuarteleras. Para el militar, la mujer no era un ser humano, sino una plaza fuerte que debía ser tomada y conquistada al asalto. Natalia se le resistió, no por el amor que le profesaba al marido, sino porque era madre de cuatro hijos a quienes no quería hacer daño ni abandonar. La relación con su esposo fue siempre compleja. Ella no era una persona lo suficientemente instruida y leída, por lo que la admiración hacia la obra de su cónyuge era escasa. Le gustaban las fiestas, la buena vida y presumir de su belleza. Ser la mujer de un gran escritor no daba ningún prestigio social en un ambiente donde se despreciaba a los artistas y a los intelectuales. Sólo se valoraban los títulos nobiliarios —de los cuales carecían ambos— y el dinero. La situación económica de Pushkin era ruinosa y su manera de ser e ideas políticas no contribuían a mejorarla. Parece que, esta vez, D'Anthes se había enamorado de verdad. O quizá su presa era tan complicada de capturar que eso lo enervaba más. En las cartas consultadas por Serena Vitale, el francés le escribe a Heeckeren confesándole esta pasión que «le era correspondida». El padre adoptivo y embajador, en vez de frenarla la alentó irresponsablemente. D'Anthes se paseaba como un pavo real por los salones. Pushkin lo desafió una primera vez y para evitar males mayores, el embajador logró que el Romeo se casara con una de las hermanas de Natalia. Iván, el cuñado pequeño de Pushkin, teniente del regimiento de húsares de la Guardia de Cámara en Tsárskoye Seló (residencia veraniega de los zares y donde estudió el poeta), fue quien llevó la carta de desafío a la embajada de Holanda. Natalia debió confesarle esos escarceos que eran
voxpopuli
y, quizá, llegó incluso a enseñarle algunas cartas del enamorado. En el juicio que se le inició a D'Anthes tras la muerte de Pushkin, éste confesó que sólo le mandaba breves notas acompañando el envío de libros o entradas para el teatro. ¿Libros? Natalia no era una gran lectora y, por otra parte, en su casa disponía de una de las mejores bibliotecas de Rusia. ¿Entradas para el teatro? Una mujer casada y madre de familia ¿podía aceptar la compañía de un joven soltero con fama de Don Juan?

D'Anthes se casó con Catherina, una muchacha fea e insulsa, pensando en que así le sería más fácil estar junto a Natalia. Pushkin retiró el desafío debido a esta causa y a la reprimenda recibida de uno de sus más fieles y mejores amigos, el poeta Zhukovski. Éste le recordó sus infidelidades, la relación con su cuñada Aleksandrina y su carácter poco social y violento. Zhukovski y el embajador fueron los artífices de esta primera tregua, pues en los encuentros llevados a cabo entre Pushkin y el padre adoptivo e hijo llegaron incluso a las manos. Pushkin sabía que el barón había llegado a tener todo listo para que los amantes huyeran al extranjero. La boda entre D'Anthes y Catherina se llevó a cabo en presencia de Natalia y en ausencia de Pushkin. La expectación fue grande. Natalia estuvo todo el rato nerviosísima y no participó en la fiesta. Después de la boda, D'Anthes insistió varias veces en acompañar a su esposa a casa de la hermana. Tras varios encuentros a espaldas del poeta, un día Pushkin se encontró en su hogar con la cuñada, el padre y el hijo adoptivo. Con gran violencia los arrojó fuera y les prohibió volver. A partir de ese momento, cada vez que se veían se arrojaban insultos y amenazas. El odio era mutuo e irreconciliable. La boda «reparadora» no impidió el segundo desafío y posterior duelo. Pushkin le mandó de nuevo al barón Heeckeren una carta desafiante y D'Anthes la contestó retándolo a duelo. Pushkin, aunque había sido soldado, hacía tiempo que estaba alejado de la vida militar. El contrincante era un profesional. El poeta ni siquiera tenía armas propias y tuvo que empeñar la vajilla de plata de su cuñada Aleksandrina para comprarlas. Pushkin fue al duelo alocadamente. Sólo lo acompañó su condiscípulo del Liceo de Tsárskoye Seló y amigo íntimo, Danzas. Por muchos años se rumoreó que el homicida (el duelo se consideraba un asesinato al estar legalmente prohibido) llevaba escondida una coraza reglamentaria y que sus pistolas eran de calibres distintos. D'Anthes también cayó al suelo. Pushkin creyó haberlo herido mortalmente. Tuvo un instante de arrepentimiento pero inmediatamente comentó que si ambos salían ilesos de este enfrentamiento (él ya estaba sentenciado), tendría que volver a repetirse, pues sus diferencias únicamente se resolverían con la desaparición de la escena de uno de ellos. ¿Estaba la Fortuna de espaldas al autor de obras magistrales como
La dama de pique o La hija del capitán?
Lo cierto es que la suerte favoreció a su oponente.

Pushkin, tras dos días de terrible agonía, falleció en el piso a orillas del Moika. D'Anthes fue curado de la leve herida y mandado detener. Una muchedumbre apedreó las ventanas de la casa del asesino francés y lo mismo hicieron con el inmueble de la legación holandesa. Además, los médicos que atendieron al finado eran de origen polaco, alemán y judío, lo que provocó una gran fobia hacia los extranjeros. Pushkin hablaba tanto y tan bien el ruso como el francés. Amaba ese país: su cultura, sus ideas políticas heredadas de la Revolución francesa. Francia era su utopía y, sin embargo, la muerte le vino de allí.

D'Anthes tuvo de su parte al ejército, la aristocracia y a la clase política. Pushkin fue defendido por esa pequeña clase media culta burguesa, y no obtuvo gran ayuda entre sus compañeros literatos. Turguéniev fue una de las excepciones, lo mismo que Lérmontov. Levantado el arresto domiciliario debido a las heridas sufridas, D'Anthes, Danzas y Pushkin (ya muerto y enterrado) fueron juzgados por un tribunal militar. D'Anthes compareció ante el jurado, totalmente propicio a su causa como lo estaba el mismo zar, negando la relación amorosa y el acoso físico y epistolar. Condenado a muerte, la magnanimidad del zar se la conmutó. Degradado a la condición de soldado raso, se le destinó a la más lejana frontera. Antes de cumplir el castigo, se le expulsó del país, retirándole toda la documentación. Los policías lo dejaron en la frontera de Prusia.

D'Anthes se fue a reunir con su esposa embarazada y su padre adoptivo. El embajador había pedido a su gobierno un nuevo destino fuera de Rusia, pero recibió un largo silencio administrativo. Subastó sus pertenencias y comunicó al cuerpo diplomático que se jubilaba. Una carta de Pushkin en la que le acusaba de ser el instigador de aquellos amores y el redactor de las misivas provocadoras corría, en copia manuscrita, de mano en mano. El zar se negó a despedirse de él, como era habitual con todos los diplomáticos salientes. Sin embargo, le regaló, como de costumbre, una carísima tabaquera, obsequio estipulado para los embajadores cesantes. El barón Heeckeren, Catherine a punto de dar a luz y D'Anthes se encontraron en Konigsberg. Ella siempre estuvo de parte del marido, a quien le escribía desde el extranjero cartas inflamadas de amor. Antes de partir de San Petersburgo, se despidió de su hermana Natalia, diciéndole que ya había perdonado a Pushkin de todos sus males. Catherine le dio al asesino de su cuñado cuatro hijos de los que Pushkin hubiera sido su tío. Fue una dedicada esposa que murió muy joven y muy pronto, en el año 1843.

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