Lugares donde se calma el dolor (63 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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  1. Longfusi es el templo de la prosperidad y la felicidad
    , allí había un mercado de perros, me dice mi acompañante, señalándome un lugar por donde sólo pasan coches en varias direcciones. Entonces recuerdo que, en mi niñez, tuve un perro pequinés. Inesperadamente, al poco tiempo de estar en casa, se murió, causándome un gran dolor. Un médico amigo de mi padre lo había comprado en Madrid, en la Pajarería Inglesa, en la calle de Alcalá. Por delante de este establecimiento, abierto desde el año 1930, paso muchas veces camino de mi casa. Desde la dinastía Tang, en el siglo VIII, los pequineses eran los animales de compañía de los emperadores. En la Ciudad Prohibida había un lugar para ellos y de su cuidado estaban encargados los eunucos. Velaban por su pedigrí y cuidaban de su aseo: el pelaje amarillo debía estar siempre limpio y reluciente, la cola finamente enroscada hacia arriba, y la melena peinada semejante a la de los leones.

    Como tantos y tantos otros templos, Longfusi ha desaparecido. No era el único santuario donde se rezaba por la salud de las mascotas. Hubo otros muchos, pero éste era el más conocido. No he visto tiendas de animales en mis paseos por Pekín, pero me informan de que ha vuelto la cría de los perros y de las razas autóctonas chinas. En los pueblos de los alrededores de la capital hay magníficas granjas especializadas. Perros, leones, dragones, ovejas, decoran simbólicamente lugares sagrados y profanos de la geografía arquitectónica china. Los leones, en algunos lugares, representaban al mismo Buda solar y se erigían simbolizando a los defensores de la fe. Incluso en la zoología fantástica china hay hasta un curioso unicornio medio terrestre y medio marino llamado
    qilin
    , animal de buen augurio asociado al deseo de concebir descendencia. En el año 481 antes de Cristo, en una cacería, alguien mató una bestia extraña. Este suceso se consideró de mal augurio. Confucio dijo que era un unicornio y supo que se acercaba su fin. A un discípulo le comentó: «El monte Tai se hunde, la viga maestra cede, el sabio se marchita». El unicornio aparecía para anunciar la llegada de un maestro. La madre de Confucio lo vio antes de dar a luz. Por tanto, su regreso venía a anunciar la muerte del sabio. Al unicornio también se le denominó Xiezhi, era el símbolo de la justicia y se le atribuye un sexto sentido para discernir lo cierto de lo erróneo. Se le supone capaz de mantener lejos los espíritus demoníacos. El
    qilin
    es uno de los cuatro animales divinos, junto con el dragón, el fénix y la tortuga, y se considera un animal auspicioso, asociado a los hombres sabios. Ambos aparecen identificados separadamente en las «vías sagradas» por las que se accedía a las tumbas de alto rango. Son una mezcla de leones y dragones. Delante de la Puerta Tianyi hay una gran escultura de cobre dorado. La cabeza es de dragón y está recubierta de púas. De la boca salen dos afilados colmillos. Las garras de las patas también proceden de este animal. La cola es de león, acabando en un aspecto igualmente flamígero que simboliza la justicia y la clarividencia del emperador. Hay otro tipo de leones, fieros pero distintos a los anteriores, como los que están en la Puerta del Salón del Cultivo del Corazón. Lucen adornados como si fueran guerreros dispuestos para la lucha. La habitación central de este salón tiene un rótulo con una inscripción que dice: «imparcialidad, justicia, benevolencia y armonía». Estas palabras fueron escritas por el emperador Yongzheng. Aquí se atendían asuntos rutinarios de la administración. Junto al Templo de Confucio está el Colegio Imperial. Se fundó en época Yuan (1306) como escuela privada. En la época Ming cobró mayor importancia como colegio para la formación de jóvenes procedentes de familias acomodadas que venían a estudiar a los clásicos, indispensables para afrontar los exámenes imperiales. Ahora se utiliza como una gran biblioteca.

  2. La historia de Pekín
    fue picada día a día en tablillas, columnas, esculturas, monumentos. La piedra, junto con la madera, fueron los elementos básicos de la construcción de su identidad. Poemas, leyes, cantos religiosos, tumbas, infinidad de obras públicas fueron hechas con mármol, granito, pizarra. Y esta materia era utilizada no sólo por su abundancia, fuerza y consistencia; sino también porque de la misma emanaba una energía vital que se quería compartir. Jing Wan, un devoto monje budista, en el siglo VII, huyendo de las persecuciones religiosas de los emperadores taoístas, se fue a las montañas y fundó Yunjusi, el Templo de la Morada en las Nubes. Vivió recluido durante años en una cueva denominada Leiyindong, la Cueva de los Truenos Rugientes. Se rodeó de estatuas de pequeños budas y comenzó a inscribir con su caligrafía sutras sobre las paredes. Aún se conservan. El emperador había mandado destruir las escrituras sagradas y Wan se empeñó con éxito en preservarlas. Un grupo de monjes contemporáneos suyos y otros de generaciones posteriores, se encargaron de esculpir sobre la piedra todo el conocimiento místico del budismo. Durante siglos, en nueve cuevas diferentes, cientos de monjes dedicaron su vida a enriquecer esta biblioteca pétrea. Se calcula que llegó a haber unas catorce mil tablillas, la mayor parte de las cuales sobrevivieron a los avatares de la historia. Quizá la etapa peor y más peligrosa fue durante la segunda guerra mundial, cuando, en este lugar, se produjo una gran batalla entre tropas japonesas y chinas. Los japoneses, que destruyeron otros muchos monumentos de China, fueron conscientes de la herencia de Wan y, durante el año 1935, uno de los años de la ocupación, hicieron estudios sobre las mismas. Durante muchas décadas Yunjusi quedó abandonado. Reconstruido, dispone de un museo subterráneo donde se pueden contemplar muchas de estas hojas pétreas con los sutras inscritos pacientemente.

    En Pekín hay un museo dedicado al tallado de piedra, donde se conservan innumerables vestigios de este extraordinario arte de la cantería. El museo está alojado en el Wutasi, el Templo de las Cinco Pagodas, detrás del zoo de Pekín. Entre tantas y tantas piedras santas con signos y representaciones incomprensibles para mí, hay algunas otras con caracteres latinos y símbolos cristianos que autentifican el paso del cristianismo por estas tierras. Del primero del cual se tiene noticia fue el franciscano Giovanni da Pian del Carpine (1246). Luego llegó el dominico André de Longjumeau y luego los otros dos franciscanos Wilhelm de Rubuck y Giovanni da Montecorvino, a finales del siglo XIII. En el siglo XVII los jesuitas que llegaron a Pekín tenían conocimientos astronómicos, matemáticos y físicos, y ayudaron a renovar y actualizar el antiguo observatorio de Jianguomen Dajie. La tumba de Mateo Ricci, el jesuita que inició las misiones de esta congregación en China en el año 1582 y murió en Pekín en 1610, se encuentra en el antiguo cementerio de Chala. El camposanto fue destrozado durante el levantamiento bóxer. A pesar de todo aún se conservan varias estelas funerarias. La entrada al recinto ocupado por oficinas estatales, se puede llevar a cabo por Chegongzhuan Dajie, donde se alza un bellísimo palacio soviético levantado a mediados de la pasada centuria. En el interior hay un amplio patio con cientos de árboles y un recinto donde se conserva lo que aún queda del antiguo cementerio. La tumba de Ricci está entre la de Von Bell y Verbiest, directores ambos del Observatorio Astronómico de Pekín, protagonistas del encuentro entre la ciencia china y la europea en el siglo XVII. Merece la pena recordar también a Diego de Pantoja, jesuita español nacido en Valdemoro en 1571, personaje mencionado rara vez. Sin embargo, fue directo colaborador de Ricci en Pekín y murió en Macao, en 1618, después de haber pasado veintiún años en este país y, de ellos, diecisiete en Pekín. Auténtico pionero de nuestra sinología, conocía perfectamente el chino y publicó en esta lengua diversos trabajos. Muchas otras tumbas yacen abiertas y vacías, confirmando aquellos versos que el poeta Zhang Zai escribió, en el siglo III, referidos a las tumbas profanadas de los Han: «… Sobre las tumbas pasará la reja del arado / y los campesinos cultivarán ahí su campo y sus huertos. / Los que en su día fueron señores de mil huestes / se han convertido ahora en el polvo de las colinas y las sierras». Conocedor de que el tiempo no perdona a nadie, el poeta filósofo Zhuangzi le comentó lo siguiente a sus discípulos cuando le preguntaron cómo quería ser enterrado: «El cielo y la tierra por féretro y tumba; el sol, la luna y las estrellas por ofrendas funerarias, y la creación entera acompañándome al sepulcro. No necesito más». La materia prima para llevar a cabo estas bellas y extraordinarias obras artísticas y de ingeniería se deben a la existencia de canteras como las de Shangshifucun, el Pueblo de la Mansión de la Piedra de Arriba. De aquí salieron los materiales para edificar el impresionante Puente de Marco Polo. Los canteros de este lugar pulieron las escaleras y muros del Templo del Cielo de Pekín. Escalera, puentes, puertas, brocales salieron de las manos firmes de muchas generaciones. Me comentan que allí se sigue trabajando la piedra con el mismo respeto y ritual que en el pasado. Es decir, no se utiliza la dinamita para rajar los bloques.

    En el distrito de Fangshan, en el pueblo conocido como Mobeicun, De los Grabadores de Piedra, había un templo dedicado a los canteros. Se le conocía como el Santuario en Homenaje a los Grabadores de Piedras. De este lugar salieron las piedras sobre las cuales se tallaron los sutras de Yunjusi. Lu Pan es el dios de los albañiles. En Galicia, en algunos lugares, se celebra a santa Lucía como patrona de los canteros y gentes que trabajan la piedra. La santa lo era por ser los ojos quienes más sufrían con las chispas producidas por los cinceles. En Roma hay una iglesia denominada de los Cuatro Santos Coronados, cerca del Coliseo y de San Juan de Letrán. Simproniano, Claudio, Nicóstrato, Cástor y Simplicio fueron los mártires canteros de Panonia. En Roma también está lo que queda de san Francisco Javier. Como escribe el filósofo alemán Peter Sloterdijk en el libro
    El mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización
    : «Javier abrió a la iglesia romana la India y Japón. Encontró en Goa su último lugar de reposo. El brazo derecho del santo, cansado de bautizar a decenas de miles de personas, fue traído de regreso a Europa; todavía hoy se conserva en la iglesia madre de la Orden, Il Gesu de Roma, como la reliquia más preciada de la globalización». En la orilla este del canal que lleva al Palacio de Verano, frente a la alta pagoda de Balizhuang, está Mohe'an, el Templo de la Reina Maya, la madre de Buda. Levantado a mediados del siglo XVI, estuvo destinado a los eunucos de palacio. Tiene la forma de una tortuga. Empotradas en las paredes hay losas con los Sutras del Diamante, tallados en más de tres decenas de estilos caligráficos diferentes, algunos de ellos muy raros. Sobrevivieron durante la Revolución cultural gracias a que muchas de estas piedras escritas fueron ocultadas. No fue posible hacer lo mismo con los textos escritos en rollos, quemados públicamente.

    Al regresar a Madrid le pregunto a un amigo geólogo algo tan simple y tan estúpido como esto: ¿las montañas crecen o se pueden reponer como las plantas o los árboles? En vez de reírse de mí, me contesta muy serio:

    «Únicamente los grandes movimientos de tierra, como los terremotos, pueden modificar la corteza terrestre». Miles y miles de canteras, en todo el mundo, han hecho desaparecer montañas enteras y con ello han modificado el paisaje de la creación. ¿Cuántos montes se necesitaron para construir el viejo Pekín? ¿Cuántos miles o millones de árboles centenarios se sacrificaron? Pero no hablamos del pasado sino del presente y no sólo del de Pekín, sino también del de cualquier otra ciudad del mundo. ¿No habría que tener un templo dedicado a estos gigantes mitológicos desaparecidos? Estos lugares vacíos son como nuestros propios familiares ausentes. Conforman esa herida abierta que es «mi» vida o la vida misma. Las rocas o las piedras sugieren la eternidad, la grandeza, la majestad, el silencio. En la Ciudad Prohibida hay una gran piedra tallada con nubes y dragones. Está situada detrás del Salón de la Preservación de la Armonía. Contiene nueve dragones tallados moviéndose entre las nubes, bellamente esculpidas. También en el Palacio de Verano, junto al Puente de Piedra de Diecisiete Arcos, está anclado un barco de mármol. Simon Leys contó que un funcionario chino del siglo XI, Mi Fu, antes de visitar al emperador, rendía homenaje a una roca célebre por sus fantásticas formas. Desde su temporalidad, veneraba lo imperecedero. La fuerza de las rocas, la fuerza de los lugares. El filósofo francés Finkielkraut hace este comentario sagaz: «Los pintores creen recibir las confidencias del mundo —palimpsesto infinito— el que recibe las sucesivas y contradictorias confidencias de las generaciones. Sólo hay propiamente hablando lugares: en última instancia procede del tiempo humano y de sus códigos».

  3. Una campana suena
    , mientras me pierdo en estas meditaciones. Una campana que quizá suena mientras atravieso el
    hutong
    , el callejón del Tigre Negro, al oeste de la Torre de la Campana, en el centro de Pekín, donde se encuentran los vestigios del Templo de la Mártir de la Campana. Yongle (1403-1424) —el nombre significa «eterna alegría»— emperador de la dinastía Ming, mandó construir una campana. El artesano equivocó las medidas de bronce durante la fundición y el metal no sonaba como debía. El error se repitió varias veces. Estos fallos, en el siglo XV, no sólo se pagaban con el descrédito sino también con la vida. La hija del maestro, para salvar a su padre, se arrojó secretamente dentro de la caldera donde hervía el líquido mineral. La campana sonó como nunca lo había hecho otra alguna. La alegría del artesano se convirtió en dolor de padre cuando descubrió el motivo. Me cuentan que en Fenzhongsi, el Templo de la Campana Discerniente, hoy desaparecido, había una campana cuyo tañido decía una cosa diferente a cada persona que se le acercaba a preguntarle una cuestión. La gente no escuchaba sonidos, sino palabras oraculares a sus requerimientos inquietantes. La Torre de la Campana (Zhonglou) en el Templo de las Diez Mil Tranquilidades (Wangningsi) de la época Yuan, tenía una campana gigantesca de bronce que se oía a veinte kilómetros. En el Templo Dazhong (de la Campana Reina), el sonido se oía a cuarenta kilómetros de distancia: es la famosa campana que ordenó forjar el emperador Yong Le hace unos seiscientos años. También había y hay tambores. La Torre del Tambor (Gulou) fue construida en el año 1420. Medía casi cincuenta metros de altura y tenía cuatro clepsidras y veinticuatro grandes tambores con los que se anunciaban las horas. Los destruyeron las fuerzas extranjeras en los combates contra los bóxers, en el año 190o. Recientemente se comenzaron las obras de su restauración. Durante uno de esos trabajos, en el año 1985, encontraron un antiguo tambor que puede contemplarse tal cual fue descubierto.

    Las campanas que contemplé en Pekín poco tienen que ver con las nuestras. A muchas las tañían con maderas. Me gustaría leer más sobre campanas, ahora que las han acallado de nuestra vida cotidiana. ¿Cuando algún día vuelvan otra vez a sonar estarán afónicas? ¡Cuántas tonalidades majestuosas del pasado nos han robado! ¡Cuántos ruidos nuevos infernales ha inventado el hombre!

    Al girar por una de las estrechas callejuelas del viejo Pekín, repletas de tiendas y gentes moviéndose de un lugar a otro, a las puertas de uno de esos infinitos comercios en donde hay cualquier cosa, veo a un hombre ya mayor que vende grillos. Lo sé por el sonido monótono y reiterativo que hacen. Los tiene metidos en unas jaulas individuales de barro. Cada una está pintada de diferentes colores. La gente se para y pregunta. No sé si con la intención de comprárselos o por el simple hecho de no desanimarle en tan difícil tarea comercial. A mi compañía le comenta el precio. Va en función de las características barítonas de cada ejemplar. Nos muestra algunos por separado y explica los diferentes matices que los conforman. Esta vieja afición, tras la jubilación, la ha convertido en una ayuda económica. Es también una manera útil de entretenerse. ¿Útil? Quizá tanto o más que, por ejemplo, escribir poesía, me dice mi acompañante sonriendo. Escribir poesía, criar grillos, vender ambos productos improductivos, ¡qué gran oficio inútil! «Sólo los que conocen el valor de lo inútil pueden hablar de lo que es útil», escribió Zhuangzi. Thoreau, el más chino de todos los autores norteamericanos, decía que los grillos eran serenamente sabios, «su canto tenía la seguridad de la prosa. No han bebido más vino que el rocío. No es un pasajero tono de amor acallado cuando pasa la estación de incubar, sino que es glorificar a dios y gozarle para siempre. Los grillos se mantienen ajenos a la revolución de las estaciones. Sus acordes son invariables como la verdad. Sólo en sus momentos más cuerdos oyen los hombres a los grillos». Thoreau prefería el croar de las ranas, el canto de los grillos al rozar el macho los élitros, y el chirrido de las cigarras al ladrido o maullido de perros y gatos.

    Finalmente no compro ninguna caja de grillos, pero elijo unos cuantos carteles de la época del maoísmo que otro hombre tiene tirados, en medio de la calle, en otro puesto improvisado. En uno se ve a Mao, muy joven, volando entre nubes; en otro al mismo dirigente, mucho mayor, conduciendo a jóvenes que llevan puestos diferentes trajes regionales y representan distintas razas nacionales. El primero de ambos carteles es conocido como «Mao Zedong se dirige a Anyuan», es una representación muy vista de Mao, para exaltar su personalidad. En realidad él nunca llegó a ir a Anyuan para verse con los mineros sublevados, sino que fue Liu Shaogi, quien había caído en desgracia.

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