Dax iba y venía por encima de sus hombros, ronroneando.
Tolly Mune se detuvo unos instantes para contemplarle fijamente y lanzó una maldición.
—¡Váyase al infierno! —le dijo a Tuf y luego giró en redondo ¡Blackjack! —chilló con toda la potencia de que eran capaces sus pulmones. Los ecos parecían extrañamente ahogados, como si la atmósfera del lugar fuera más espesa de lo norma ¡Jack! —no obtuvo respuesta alguna.
—Espero que no hayamos recorrido toda esta distancia sólo para contemplar cómo la Primera Consejera de S'uthlam practica llamando a su animal —dijo el enviado de Skrymir.
—No, ciertamente —dijo Tuf—. Primera Consejera Mune, si tiene la amabilidad de ocupar su asiento, empezaremos de inmediato.
Ella frunció el ceño y se dejó caer en el único asiento que aún estaba sin ocupar.
—¿Dónde diablos está Blackjack?
—No me arriesgaría a emitir ninguna teoría al respecto —dijo Tuf con voz átona. Después de todo, es su gato.
—Salió corriendo, detrás de uno de los suyos —le replicó secamente Tolly Mune.
—Ya veo —dijo Tuf—. Muy interesante. Lo cierto es que, en estos momentos, una de mis hembras acaba de entrar en celo y puede que ello explique sus acciones. No tengo la menor duda de que se encuentra perfectamente a salvo, Primera Consejera.
—¡Quiero tenerle aquí, durante esta maldita conferencia! —gritó ella.
—¡Ay! —dijo Tuf—, el Arca es una nave muy grande y es posible que se encuentren divirtiéndose en mil lugares distintos y, en cualquier caso, interferir en sus relaciones sexuales sería incuestionablemente un acto contrario a la vida, según lai costumbres de S'uthlam. Me costaría mucho decidirme a cometer tal violencia en contra de sus hábitos culturales, más aún cuando me ha recalcado usted misma, con insistencia, que el tiempo es vital, dado que se hallan en juego muchas vidas humanas. Por lo tanto, creo que lo mejor será empezar.
Tuf movió la mano a un lado, para tocar un control, y una parte de la gran mesa empezó a hundirse hasta desaparecer. Un instante después de su interior surgió una planta, casi ante las narices de Tolly Mune.
—Contemplen el maná —dijo Tuf.
En la base de la planta había una especie de amasijo de fibras verdosas que tendrían casi un metro de alto y que parecían un nudo gordiano súbitamente dotado de vida. Los zarcillos no dejaban de moverse, a un lado y a otro, como si intentaran salir del recipiente que los contenía. A lo largo de las fibras había pequeños grupos de hojas tan pequeñas como uñas humanas y en cuya pálida superficie verdosa se distinguía una delicada red de venas negras. Tolly Mune extendió la mano y tocó cautelosamente la hoja más cercana, descubriendo que en su parte inferior había una fina capa de polvo, que se desprendió ante el roce, cubriéndole las puntas de los dedos. Entre los grupos de hojas había una especie de gruesas vainas blancas, que iban haciéndose más grandes y cobraban un aspecto semejante al de heridas infectadas a medida que ascendían por el tallo central. Tolly Mune vio una, medio escondida por un dosel de hojas, que era tan grande como la mano de un hombre.
—Una planta más bien repugnante —declaró Ratch Norren.
—No logro entender la necesidad de que haya sido preciso el armisticio y un viaje tan prolongado sólo para contemplar una especie de monstruo de invernadero a medio pudrir —dijo el hombre de Skrymir.
—El Triuno Azur se está impacientando —murmuró su enviado.
—Debe existir algún maldito motivo en toda esta locura —le dijo Tolly Mune a Tuf—, así que, adelante. Maná, según nos ha dicho. ¿De qué se trata?
—Dará de comer a los s'uthlameses —dijo Tuf Dax ronroneaba.
—¿Durante cuántos días? —preguntó la mujer del Mundo de Henry, con una voz muy suave y empapada de sarcasmo.
—Primera Consejera, si tiene la bondad de arrancar una de esas vainas descubrirá que su sabor es tan suculento como nutritiva es la sustancia —dijo Tuf.
Tolly Mune miró a su alrededor con el ceño fruncido. Luego rodeó con los dedos la vaina de mayor tamaño que pudo encontrar. Su tacto era suave y pulposo. Dio un tirón y arrancó fácilmente la vaina de un tallo. La abrió con cierta cautela y descubrió que tenía la consistencia interior del pan recién hecho. En el centro de la vaina había una especie de saco que contenía un líquido oscuro y viscoso que fluía con una seductora lentitud. Sintió de pronto un maravilloso aroma y la boca se le hizo agua. Vaciló durante unos segundos, pero el olor era demasiado bueno. Le dio un mordisco, masticó y tragó, dando luego otro mordisco y luego otro más. Cuatro bocados bastaron para acabar con la vaina y Tolly Mune se encontró lamiéndose los dedos.
—Pan de leche y miel —dijo ella. Algo espeso, pero muy bueno.
—El sabor no puede llegar a cansar nunca —anunció Tuf—. Las secreciones generadas dentro de cada vaina son levemente narcóticas. Cada espécimen de la planta maná produce su propia clase, y sus sabores, tan variados como sutiles, son un factor fruto de la composición química del suelo, en el cual ha enraizado la planta y de su propia herencia genética. La gama de sabores es muy amplia y puede hacerse aún más amplia cruzando las plantas entre sí.
—Espere un momento —dijo Ratch Norren. Se pellizcó la mejilla y frunció el ceño. Así que esta maldita fruta de pan y miel sabe muy bien ya, claro, claro. ¿Y qué? Entonces los sutis tendrán algo sabroso con que abrir el apetito, después de haber fabricado unos cuantos pequeños sutis más. Será estupendo para hacerles olvidar el aburrimiento de conquistar Vandeen y llenarlo con su gente. Lo siento, amigos, pero Ratch no tiene por el momento demasiadas ganas de aplaudir.
Tolly Mune torció el gesto.
—No es muy educado —dijo—, pero tiene razón. Ya nos ha dado antes plantas milagrosas, Tuf ¿Se acuerda del omnigrano? El chal de Neptuno, las vainas jersi. ¿Qué diferencia va a suponer el maná?
—Supondrá una gran diferencia en varios aspectos —dijo Tuf—. Para empezar, mis esfuerzos anteriores iban dirigidos a incrementar la eficiencia de su ecología, aumentando la producción calórica de las limitadas áreas de S'uthlam, dedicadas a la agricultura. Es decir, a obtener más de menos. Por desgracia, no había tomado en consideración la innata perversidad de la especie humana y tal como usted misma me ha dicho, la cadena alimenticia en S'uthlam se encuentra muy lejos de haber alcanzado una eficiencia máxima. Aunque poseen las bestias de carne para obtener proteínas, insisten en mantener y alimentar rebaños de animales que son un desperdicio, sencillamente porque algunos de sus carnívoros más acomodados prefieren el sabor de tal carne al de una tajada de las bestias. De modo similar, continúan cultivando el omnigrano y el nanotrigo, obedeciendo a razones de sabor y variedad culinaria, en tanto que las vainas jersi les darían más calorías por metro cuadrado. Para expresarlo de forma breve y sucinta, los s'uthlameses siguen insistiendo en preferir el hedonismo a la racionalidad. Que así sea. Las propiedades adictivas y el sabor del maná son únicos. Una vez que los s'uthlameses lo hayan probado, no encontrarán la menor resistencia por razones de paladar.
—Quizá —dijo Tolly Mune no muy convencida—, pero aún así.
—En segundo lugar —prosiguió Tuf—, el maná crece muy aprisa. Las dificultades extremas piden soluciones extremas y el maná representa tal solución. Se trata de un híbrido artificial, una especie de complicado encaje, tejido con hebras del DNA, obtenidas en una docena de mundos y entre sus antepasados naturales se incluyen el arbusto de pan de Hafeer, la hierba nocturna de Nostos, los sacos de azúcar de Gulliver y una variedad, muy especialmente manipulada, del kudzu procedente de la mismísima Vieja Tierra. Descubrirán que es resistente y que se extiende con suma rapidez, que le hace falta muy poco cuidado y que es capaz de transformar un ecosistema con sorprendente rapidez.
—¿Muy sorprendente? —le preguntó con sequedad Tolly Mune.
Tuf movió levemente el dedo oprimiendo una tecla que brillaba en el brazo de su asiento. Dax ronroneó.
Las luces se encendieron de repente.
Tolly Mune pestañeó deslumbrada por la súbita claridad. Estaban sentados en el centro de una inmensa sala circular que tendría como medio kilómetro de un extremo a otro. Su techo, en forma de cúpula, se curvaba por encima de sus cabezas a unos cien metros de distancia. De la pared que había a espaldas de Tuf, emergieron una docena de grandes ecosferas hechas de plastiacero, cada una de las cuales estaba abierta por la parte superior y llena de tierra. Contenían doce tipos distintos de suelo, cada uno de los cuales representaba un hábitat distinto: arena blanca que parecía polvo, espesa arcilla roja, gravilla de un azul cristalino, fango verde grisáceo de un pantano, suelo de tundra prácticamente helado, tierra fértil cubierta de mantillo negro, de cada ecosfera brotaba una planta de maná.
Y ésta crecía.
Y crecía.
Y crecía.
Las plantas del centro tendrían unos cinco metros de alto y sus zarcillos exploratorios habían rebasado ya hacía tiempo el borde de sus hábitats. Las fibras vegetales se alargaban hacia el suelo y estaban a medio metro de Tuf, entrelazándose y creciendo constantemente. Tres cuartas partes de los muros se habían cubierto con zarcillos de maná y éstos se aferraban precariamente al pulido techo de plastiacero, medio escondiendo los paneles luminosos de tal modo que la luz que llegaba al suelo parecía filtrarse por entre una intrincada madeja de sombras selváticas. Hasta la luz parecía haberse vuelto algo verdosa. Los frutos del maná crecían por todas partes. De los zarcillos del techo colgaban vainas blancas tan grandes como cabezas humanas, abriéndose paso a través de las fibras en continuo progreso. Mientras las contemplaban, una de las vainas cayó al suelo con un sonido suave y viscoso. Ahora comprendía la razón de que en la estancia, el eco sonara tan curiosamente ahogado.
—Estos especímenes en particular —anunció Haviland Tuf con voz impasible—, nacieron hace unos catorce días, de las esporas que usé un poco antes de mi primer encuentro con la estimada Primera Consejera. Sólo hizo falta una espora por hábitat y durante todo ese tiempo no he tenido necesidad de regar, ni de abonar las plantas. De haberlo hecho, no serían tan pequeñas y débiles, como estos pobres ejemplos que ahora tienen delante.
Tolly Mune se puso en pie. Había vivido durante muchos años en gravedad cero, por lo que incorporarse en un ambiente de gravedad normal le suponía un cierto esfuerzo, pero ahora sentía una opresión en el pecho y un extraño mal sabor de boca, que le indicaban muy claramente la necesidad de aprovechar cualquier ventaja psicológica, incluso una tan minúscula y obvia como la de estar en pie mientras que los demás se encontraban sentados. Tuf la había dejado sin aliento con su maná sacado de la manga, la superaban en número y Blackjack se encontraba en algún lugar lejano, en tanto que Dax estaba sentado junto a la oreja de Tuf, ronroneando complacido y contemplándola con sus enormes ojos dorados que eran capaces de poner al descubierto cualquiera de sus malditos trucos.
—Muy impresionante —dijo.
—Me alegra que se lo haya parecido —dijo Tuf acariciando a Dax.
—¿Qué está proponiendo exactamente?
—Ésta es mi proposición: empezaremos inmediatamente la siembra de S'uthlam con maná. La entrega puede realizarse usando las lanzaderas del Arca. Me he tomado la libertad de llenar sus bodegas de carga con cápsulas de aire comprimido, cada una de las cuales contiene esporas de maná. Si se las libera en la atmósfera, siguiendo una pauta predeterminada que ya he calculado, las esporas serán trasladadas por el viento y se distribuirán por todo S'uthlam. El crecimiento empezará de inmediato y los s'uthlameses no deberán realizar ningún esfuerzo subsiguiente, como no sea el de recoger las vainas y comérselas —su rostro impasible se apartó de Tolly Mune para volverse hacia los enviados de los demás planetas. Caballeros —dijo—, sospecho que en el momento actual se están preguntando cuál es la parte que les corresponde jugar en todo esto.
Ratch Norren se pellizcó la mejilla y habló en nombre de todos.
—Correcto —dijo con voz algo inquieta—, y con eso volvemos a lo que he dicho antes. Esta planta dará de comer a todos los sutis, pero eso a nosotros no nos importa en lo más mínimo.
—Habría creído que las consecuencias serían obvias para todos ustedes —dijo Tuf. S'uthlam representa una amenaza a sus planetas, solamente porque su población se encuentra perpetuamente a un paso de acabar con el suministro alimenticio de S'uthlam. Ello convierte su planeta, que por lo demás es pacífico y civilizado, en una sociedad inestable por naturaleza. En tanto que los tecnócratas se han mantenido en el poder y han logrado conservar la ecuación en un equilibrio más o menos aproximado, S'uthlam ha sido un vecino útil y dispuesto a cooperar. Pero ese equilibrio, por mucho virtuosismo que se le aplique, acabará haciéndose pedazos y, con ese fracaso, es inevitable que los expansionistas tomen el poder y los s'uthlameses se conviertan en peligrosos agresores.
—¡Yo no soy una maldita expansionista! —dijo Tolly Mune con voz irritada.
—No pretendía afirmar tal cosa —dijo Tuf—, y pese a sus obvias calificaciones para ello, la actual Primera Consejera tampoco mantiene una actitud totalmente próvida. La guerra está ya muy cerca, por mucho que vaya a ser una guerra defensiva. Cuando pierda el poder y sea reemplazada por un expansionista, el conflicto se convertirá en una guerra de agresión. Con las circunstancias que los s'uthlameses han conseguido crear en su planeta, la guerra es algo tan seguro e ineludible como el hambre. Y no hay ningún líder, por competente y bien intencionado que sea, capaz de evitarla mediante su esfuerzo individual.
—Exactamente —dijo la joven procedente del Mundo de Henry, articulando cuidadosamente la palabra. En sus ojos ardía un brillo de astucia que no encajaba demasiado bien con su cuerpo de adolescente. Y si la guerra es inevitable, entonces bien podemos librarla ahora, resolviendo el problema de una vez y para siempre.
—El Triuno Azur debe mostrar su acuerdo en ello —dijo en un susurro su enviado.
—Cierto —dijo Tuf—, siempre que demos por sentada su premisa inicial de que la guerra es inevitable.
—Acaba de afirmar usted mismo que los expansionistas empezarían la guerra con toda seguridad, Tuf —se quejó Ratch Norren.
Tuf acarició a su enorme gato negro con una pálida manaza.