Rica sospechaba que no lo suficiente.
Los malditos pasillos seguían interminablemente y nunca parecían llevar a ningún sitio que no fueran más pasillos. Sus indicadores mostraban que ya estaba usando el aire del tercer tanque. Kaj Nevis sabía que era imprescindible encontrar rápidamente a los demás y quitarles de en medio para poder dedicarse luego a resolver el problema de cómo demonios funcionaba aquella condenada nave.
Estaba recorriendo un pasillo especialmente largo y amplio cuando, de repente, una especie de cinta plástica incrustada en el suelo empezó a relucir bajo sus pies.
Nevis se detuvo y frunció el ceño. La cinta relucía casi como si intentara indicarle algo. Iba en línea recta hacia adelante y luego torcía por la siguiente intersección de pasillos penetrando en el de la derecha.
Nevis dio un paso hacia adelante y la parte de cinta que tenía a la espalda se apagó.
Le estaban indicando que fuera hacia algún sitio. Anittas había dicho algo respecto a que estaba conduciendo a varias personas dentro de la nave justo antes de recibir su pequeño corte de pelo. ¿Así que lo hacía de ese modo? ¿Sería quizá posible que el cibertec gozara todavía de algún tipo de vida dentro del ordenador del Arca? Nevis lo dudaba. Anittas le había dado la impresión de estar muerto y bien muerto y Kaj tenía mucha experiencia en cuanto a cómo hacer que alguien se muriera. Entonces, ¿de quién se trataba ahora? Rica Danwstar, por supuesto. Tenía que ser ella. El cibertec dijo que la había conducido hasta la sala de control.
Entonces, ¿a dónde estaba intentando llevarle? Kaj Nevis lo estuvo meditando durante unos instantes. Dentro de su traje de combate tenía la sensación de que era invulnerable a casi todo pero, ¿por qué correr riesgos? Además, Danwstar era una perra traicionera y entraba perfectamente dentro de lo posible que estuviera pensando en hacerle dar vueltas y vueltas sin rumbo hasta que se le terminara el aire.
Se dio la vuelta con ademán decidido y partió en dirección opuesta a la indicada por la seductora cinta plateada.
Al llegar a la siguiente encrucijada una cinta verde se encendió de repente, señalando hacia su izquierda.
Kaj Nevis giró hacia la derecha. El pasillo terminaba abruptamente ante dos ascensores en forma de espiral. Cuando Nevis se detuvo, uno de los ascensores empezó a subir, moviéndose como un sacacorchos. Nevis torció el gesto y se dirigió hacia el que no se había movido.
Bajó tres niveles y, al llegar al fondo, se encontró en un pasillo angosto y oscuro. Antes de que Nevis pudiera decidirse por una de las dos direcciones posibles oyó un chirrido metálico y de la pared emergió un panel que cerró la entrada por la derecha.
Así que la perra seguía intentándolo, pensó con furia, y se volvió hacia la izquierda. El corredor parecía irse ensanchando pero se volvía todavía más oscuro. De vez en cuando se distinguían confusamente enormes masas de viejas máquinas. A Nevis no le gustó nada su aspecto.
Si Danwstar pensaba que iba a poderle conducir como una oveja a su trampa, sólo con cerrar unas cuantas puertas, pronto se daría cuenta de cuán equivocada estaba. Nevis se volvió hacia la parte del pasillo que había quedado cerrada por el panel, levantó el pie y le dio una buena patada. El ruido fue ensordecedor. Siguió dándole patadas y luego empezó a usar también los puños, empleando toda la fuerza aumentada que le daba el exoesqueleto del traje.
Luego, sonriendo, pasó sobre los restos del panel destrozado y entró en el oscuro pasillo que Danwstar había intentado dejar fuera de su alcance. El suelo era de metal y las paredes casi le rozaban los hombros. Nevis pensó que debía tratarse de algún tipo de acceso para reparaciones, pero quizás acabara llevándole hasta un lugar importante. ¡Demonios!, tenía que conducir a un lugar importante. De lo contrario, ¿por qué había querido impedirle la entrada en él?
Siguió andando, haciendo resonar sus pies sobre las placas metálicas del suelo. El pasillo se hacía cada vez más oscuro, pero Kaj Nevis estaba decidido a llegar hasta el final. En un punto del trayecto el pasillo giraba hacia la derecha y se estrechaba hasta tal punto que tuvo que retraer los brazos dentro del traje y esforzarse mucho para poder pasar.
Una vez lo hubo conseguido vio delante suyo un pequeño cuadrado luminoso. Nevis se dirigió hacia él pero se detuvo en seco un instante después. ¿Qué era aquello?
Ante él, flotando en el aire, había lo que parecía una especie de mancha negra.
Kaj Nevis avanzó hacia ella cautelosamente. La mancha negra no era muy grande y tenía forma redondeada, bastante parecida al puño de un hombre. Nevis se mantuvo a un metro de distancia y la estudió. Parecía otra criatura tan condenadamente fea como la que se había tomado a Jefri Lion de cena, pero aún más extraña. Vista de cerca tenía un color marrón oscuro y su piel parecía estar echa de rocas. De hecho, casi parecía ser una roca. La única razón para que Nevis la creyera dotada de vida era su boca, un húmedo agujero negro que se abría en la piel rocosa de la criatura. El interior de la boca era de un color verdoso y no paraba de palpitar. Nevis distinguió unos dientes o algo que se les parecía mucho, pero que estaban hechos de metal. Le pareció ver que había tres hileras de ellos, medio escondidos por una carne verde de aspecto gomoso que latía lenta y rítmicamente.
Lo más extraño e increíble de la criatura era su movilidad. Al principio Nevis pensó que flotaba en el aire pero, al acercarse un poco más, vio que se había equivocado. Estaba suspendida en el centro de una telaraña increíblemente fina cuyas hebras eran tan delgadas que resultaban prácticamente invisibles. De hecho, las terminaciones de las hebras eran invisibles. Nevis logró ver las partes más gruesas y cercanas a la criatura, pero la telaraña parecía hacerse más y más fina a medida que se iba extendiendo y, al final, resultaba imposible ver los puntos en que se pegaba a las paredes, el suelo o el techo, por mucho que intentara encontrarlos.
Entonces, era una araña. Y muy rara. Su aspecto rocoso le hizo pensar que debía tratarse de una forma de vida basada en el silicio. Había oído hablar de cosas parecidas en sus viajes, pero resultaban condenadamente raras. Así que estaba ante una especie de araña de silicio. Estupendo.
Kaj Nevis se acercó un poco más. Maldición, pensó. La telaraña o lo que había creído que era la telaraña, no era tal. ¡Maldita sea!, esa condenada cosa no estaba sentada en el centro de la telaraña. Era parte de ella. Se dio cuenta de que las delgadas hebras brillantes crecían de su cuerpo, aunque apenas si pudo distinguir las uniones con éste. Y había más de las que había creído en un principio... Había centenares, quizá millares incluso, la mayor parte demasiado delgadas para que se las pudiera distinguir desde lejos, pero si se las miraba desde el ángulo adecuado se podía percibir el reflejo plateado de la luz de ellas.
Nevis retrocedió un paso, algo intranquilo pese a la seguridad que le daba su traje acorazado y sin tener realmente una buena razón para ello. Detrás de la araña de silicio se veía brillar la luz al final del pasillo. Ahí debía encontrarse algo importante y por eso había intentado con tal empeño Rica Danwstar mantenerle alejado.
Eso es, pensó con satisfacción. Probablemente ahí debía estar la maldita sala de control y en su interior debía estar Rica agazapada, y esa estúpida araña era su última línea defensiva. Sólo de verla le entraban escalofríos pero, ¿qué demonios podía hacerle?
Kaj Nevis alzó su pinza derecha disponiéndose a partir la telaraña.
Las pinzas metálicas, manchadas aún de sangre, se cerraron sin ningún problema sobre la hebra más cercana. Y un instante después fragmentos de metal Unqui manchados de sangre se estrellaron sobre las placas del suelo.
La telaraña empezó a vibrar. Kaj Nevis contemplo atónito su brazo inferior derecho. Le faltaba la mitad de la pinza, limpiamente cortada. Sintió en su garganta el sabor amargo de la bilis y retrocedió primero un paso, luego otro y otro más, poniendo más distancia entre él y la cosa del pasillo.
Mil hebras delgadísimas se convirtieron en un millar de patas. Al moverse dejaron mil agujeros en el metal de las paredes y bastó con que tocaran el suelo para que lo perforasen.
Nevis echó a correr. Logró mantenerse por delante de la criatura hasta llegar al estrechamiento del pasillo que había cruzado antes.
Aún estaba retrayendo los enormes brazos del traje y debatiéndose con furor cuando la telaraña ambulante le atrapó. Nevis la vio avanzar hacia él oscilando sobre una multitud de patas invisibles, con su boca palpitante. Nevis gritó aterrado, y mil brazos de silicona mononuclear le envolvieron.
Nevis alzó uno de los enormes brazos del traje para aferrar la cabeza de la criatura y reducirla a pulpa, pero las patas estaban por todas partes a la vez, ondulando lánguidamente a su alrededor hasta encerrarle. Se lanzó contra ellas y las patas atravesaron fácilmente el metal, la carne y el hueso. Un chorro de sangre brotó de su brazo amputado y Nevis apenas si tuvo tiempo para gritar.
Un segundo después, la telaraña ambulante se cerró sobre él.
Una grieta fina como un cabello apareció en el plástico de la cuba vacía y el gatito la golpeó con una pata. La grieta se hizo un poco más grande. Haviland Tuf se inclinó sobre él y cogió al gatito con una mano, acercándolo luego a su rostro. No era muy grande y parecía algo débil. Quizás había empezado demasiado pronto el proceso de nacimiento. Tendría más cuidado en su próximo intento, pero por esta vez la inseguridad de su posición y el tener que vigilar constantemente para que un tiranosaurio inquieto no interrumpiera su trabajo, habían dado como resultado, al parecer, una prisa excesiva.
De todos modos, le pareció que había tenido bastante éxito. El gatito maulló y Haviland Tuf pensó que sería necesario alimentarle con un biberón de leche, tarea que le pareció fácilmente realizable. El gatito apenas si podía abrir los ojos y su largo pelaje gris estaba todavía mojado a causa de los fluidos en los que había estado sumergido hasta hacia muy poco. ¿Habría sido alguna vez Champiñón realmente tan pequeño?
—No puedo llamarte Champiñón —le dijo solemnemente a su nuevo compañero—. Es cierto que genéticamente tú y él sois iguales, pero Champiñón era Champiñón, en tanto que tú eres tú y no me gustaría empezar a crearte confusiones. Te llamaré Caos, con lo que resultarás un compañero muy adecuado para Desorden. —El gatito se agitó en la palma de su mano y le guiñó un ojo como si le hubiera entendido. Claro que, como bien sabía Tuf, todos los felinos poseen ciertas cualidades extrasensoriales.
Ya no le quedaba nada por hacer allí. Quizás había llegado el momento de buscar a sus anteriores y poco fiables compañeros para intentar alcanzar con ellos cierto arreglo que resultara mutuamente beneficioso. Sosteniendo a Caos junto a su cuerpo, Haviland Tuf se puso en marcha dispuesto a encontrarlos.
Cuando la luz roja que representaba a Nevis desapareció de la pantalla, Rica Danwstar pensó que casi todo estaba listo. Ya sólo quedaban ella y Tuf, lo cual, a efectos prácticos, significaba que era dueña y señora del Arca.
¿Qué diablos iba a hacer con ella? Resultaba difícil responder a esa pregunta. ¿Venderla a un consorcio de armamentos o al mundo que ofreciera el precio más alto? Dudoso. No confiaba en nadie que poseyera tanto poder. Después de todo, el poder corrompe. Quizá debiera conservarla en sus manos, pero vivir dentro de ese cementerio iba a resultar espantosamente solitario por mucho que su propia corrupción la hiciera inmune a las tentaciones del poder. Siempre podía buscar una tripulación, claro. Llenar la nave de amigos, amantes y subordinados. Sólo que, ¿cómo confiar en ellos? Rica frunció el ceño. Bueno, el problema era bastante espinoso, pero tenía mucho tiempo para resolverlo. Ya pensaría en ello después.
En esos instantes tenía un problema más urgente a considerar. Tuf había salido ahora mismo de la cámara central de clonación y se había metido en los pasillos. ¿Qué hacer con él?
Rica estudió la pantalla. La telaraña seguía en su cubil, caliente y cómodo, probablemente alimentándose todavía con Nevis. Las cuatro toneladas del ariete rodante se encontraban en el corredor principal de la cubierta seis, moviéndose de un lado a otro como una gigantesca bola de cañón viviente y no muy lista, rebotando en las paredes y buscando vanamente algo orgánico sobre lo que rodar, aplastándolo, para luego digerirlo.
El tiranosaurio se encontraba en el nivel adecuado. ¿Qué estaría haciendo? Rica tecleó los controles pidiendo información más detallada y sonrió. Si podía fiarse de los informes estaba comiendo. ¿Comiendo qué? Por unos momentos no supo qué pensar y de pronto lo comprendió. Debía de estar engullendo los restos de Jefri Lion y el drácula encapuchado, ya que el lugar donde se encontraba parecía el mismo donde habían muerto.
Pensándolo bien, estaba bastante cerca de Tuf. Por desgracia, cuando se puso otra vez en marcha lo hizo en la dirección errónea. Quizá pudiera prepararle una cita.
Claro que no debía subestimar a Tuf. Ya había logrado escapar por una vez al reptil y quizá pudiera escapar de nuevo. Incluso si le atraía al nivel en que se encontraba el ariete tendría el mismo tipo de problema. Tuf poseía cierta astucia animal e innata. Jamás lograría engañarle de un modo tan tosco como al viejo Nevis, ya que era demasiado sutil. Recordó las partidas que habían disputado a bordo de la Cornucopia y la forma en que Tuf las había ganado todas.
¿Soltar quizá unas cuantas bioarmas más? Sería fácil hacerlo.
Rica Danwstar vaciló unos instantes. Ah, qué diablos, pensó, hay un modo más sencillo de hacerlo. Ya iba siendo hora de ponerse manos a la obra personalmente.
En uno de los brazos del trono del capitán había una delgada diadema de metal iridiscente que Rica había sacado antes de un compartimiento. La cogió y la hizo pasar brevemente por un lector para comprobar los circuitos, poniéndosela luego en la cabeza con una inclinación algo osada. Después se puso el casco, selló su traje y tomó su arma. Una vez más en la brecha...
Recorriendo los pasillos del Arca, Haviland Tuf encontró una especie de vehículo consistente en una pequeña plataforma descubierta provista de tres ruedas. Llevaba cierto tiempo de pie y antes de ello había estado escondiéndose bajo una mesa por lo cual agradeció sumamente la ocasión de sentarse. Puso en marcha el vehículo, ajustando la velocidad para que no fuera demasiado aprisa, se reclinó en el asiento y miró hacia adelante. Caos iba cómodamente instalado en su regazo.