Los señores de la instrumentalidad (2 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
6.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

Durante la década de los treinta, el doctor Linebarger empezó a escribir un cuaderno secreto, en parte diario personal y en parte notas para relatos. En 1937 empezó a escribir cuentos serios, la mayoría ambientados en la antigua o la moderna China, o en otros ámbitos contemporáneos. No se publicó ninguno, pero su variedad es notable, y algunos se sirven de las técnicas narrativas chinas que luego surgen en trabajos de ciencia ficción como
La dama muerta de Clown Town.

Al regresar a China adoptó el nombre Félix C. Forrest —un anagrama de su nombre chino— para dos novelas psicológicas que envió a Estados Unidos en entregas y que se publicaron después de la guerra.
Ria y Carola
eran novelas notables por su punto de vista femenino y por la sutil interacción de influencias culturales que subyacía tras la interacción de los personajes. Bajo el nombre Carmichael Smith, el doctor Linebarger escribió
Atomsk,
una novela de espionaje ambientada en la Unión Soviética.

Pero su carrera en ciencia ficción se inició casi por accidente. Tal vez enviara algunos relatos a
Amazing
mientras estaba en China durante la guerra, pero en tal caso la revista no los publicó. Fue precisamente durante sus horas de ocio en el Pentágono, después de su regreso, cuando transformó una idea que lo obsesionaba en
Los observadores viven en vano.
Y casi lo escribió en vano, pues el cuento fue rechazado por todas las publicaciones importantes del género.
Fantasy Book,
a la cual lo envió cinco años después como último recurso, ni siquiera le pagó por él. Aunque había escrito otro cuento como Cordwainer Smith, Solo en
Anacrón
(recientemente adaptado por su viuda para el tercer volumen de las
Visiones peligrosas
de Harlan Ellison,
Last Dangerous Visions)
en 1946, quizás hubiese desesperado de obtener reconocimiento en el género.

Pero algunos lectores prestaron atención. No importó que
Fantasy Book
jamás hubiera publicado un cuento de categoría. No importó que el autor fuera un completo desconocido.
Los observadores viven en vano
llegó a los lectores.

«Martel estaba furioso. Ni siquiera se ajustó la sangre contra la furia.»

No sólo les atrajo la extraña situación, sino el modo de abordarla. Desde las primeras líneas, los lectores formaban parte del universo de Martel, un universo tan real como el nuestro, a pesar de su rareza. Los lectores estaban intrigados y, sin duda, desconcertados.

¿Qué era esa Instrumentalidad de lo Humano que incluso los observadores reverenciaban? ¿Qué eran las Bestias, los manshonyaggers y los No Perdonados? El lector intuía lo importantes que eran para el héroe, pero nada más.

Era obvio que Smith sabía acerca de ese universo más de lo que revelaba; en realidad, más de lo que nunca reveló. Pero ese universo se había configurado en su mente por lo menos desde que escribió su primer cuento publicado en 1928, y fue cobrando forma en sus apuntes secretos durante los años 30 y 40.

Ya en
La guerra número 81-Q,
recuerda su viuda, se alude a la Instrumentalidad, esa poderosa jerarquía que sería central en los cuentos de Cordwainer Smith más de veinte años después. Quizás el término tenga más connotaciones de las que aparenta.

Linebarger procedía de una familia perteneciente a la Alta Iglesia Episcopal —su abuelo era pastor— y era devotamente religioso. La palabra «instrumentalidad» tiene una clara connotación religiosa, pues en la teología católica y en la episcopal, el sacerdote que administra los sacramentos es la «instrumentalidad» de Dios, su agente o causa instrumental.

Cuando escribió
La guerra número 81-Q,
el joven Linebarger mantenía un idilio con el comunismo, una tendencia que su padre remedió enviándolo a recorrer la Unión Soviética cuando cumplió dieciocho años. Pero Linebarger conservó el sentido de vocación y convicción sobre el destino histórico al cual apelaba el comunismo.

En la historia futura de Cordwainer Smith, la Instrumentalidad de lo Humano tiene las características de una élite política y de una casta sacerdotal. Su hegemonía no es la propia del imperio galáctico tan típico de la ciencia ficción menos imaginativa, sino de algo más sutil y omnipresente, tanto político como espiritual. Sus Señores no se consideran meros gobernantes, burócratas o políticos, sino instrumentos del destino humano.

La religiosidad de Linebarger influyó en su obra de otras maneras, y no sólo en las referencias a la Vieja Religión Fuerte y la Santa Insurrección de
Norstrilia
y otros escritos tardíos.

Está, por ejemplo, el énfasis en el ritual cuasirreligioso. Comparemos, por ejemplo, el Código de los observadores con el Recitado de la Ley en
La isla del doctor Marean
de H. G. Wells. Más aún, está la fuerte vocación manifestada por los observadores, navegantes, luminictores, capitanes de viaje y los Señores mismos, algo muy espiritual, aunque no expresado en términos religiosos.

Pero Linebarger no era un mero apologista cristiano que se valió de la ciencia ficción como vehículo para transmitir mensajes religiosos ortodoxos como, por ejemplo, C. S. Lewis. También era un pensador social y psicológico, cuya experiencia con diversas culturas le inspiraba ideas singulares y aparentemente contradictorias acerca de la naturaleza humana y la moralidad.

Por ejemplo, admiraba los valores samurai de la fantasía, la valentía y el honor, y manifestaba su apreciación del arte y la literatura oriental al decorar su hogar y adornar sus escritos. Pero se horrorizaba ante el tradicional fatalismo e indiferencia ante la vida humana que encontraba en Oriente, y llegó a obsesionarse con la santidad de la vida en todo sentido, como algo demasiado precioso para sacrificarlo a cualquier concepto del honor o la moralidad, fuera oriental u occidental.

Mientras estaba en Corea, Linebarger logró que se rindieran miles de soldados chinos que consideraban vergonzoso entregar las armas. Redactó panfletos explicando que los soldados podían rendirse gritando las palabras chinas que significaban «amor», «deber», «humanidad» y «virtud», palabras que pronunciadas en ese orden sonaban como
surrender
(«Me rindo») en inglés. Consideró este acto como el más importante de su vida.

La actitud de Linebarger se refleja en el modo al parecer displicente con que trata en sus relatos cuestiones como el lavado de cerebro. Para los personajes el Cazador y Elena, al final de
La dama muerta de Clown Town,
hay un destino más humanitario, aunque menos «honorable», que la muerte. En todos los relatos de Smith la vida se valora más que el honor, por mucho que los códigos orientales de la honra y la consideración social impregnen esa híbrida cultura del futuro.

Pero Linebarger entendía que la vida tenía un sentido más allá de la mera existencia. «El Dios en quien tenía fe se relacionaba con el alma del hombre y con el desarrollo de la historia y el destino de todas las criaturas vivas», comentó una vez su amigo australiano Arthur Burns; esta exploración del destino humano —y más que humano— proporciona unidad a la obra de Smith.

Detrás de las culturas inventadas, detrás de los laberintos del argumento y la alegría o el sufrimiento de los personajes, subyace Smith el filósofo, que se esfuerza como Teilhard de Chardin (aunque no hay indicios de una influencia directa) por conciliar la ciencia con la religión, por crear una síntesis de cristianismo y evolución que arroje luz sobre la naturaleza del hombre y el sentido de la historia.

Los cuentos de este volumen, reunidos por primera vez en orden cronológico (en cuanto a historia futura se refiere), forman parte de un vasto ciclo histórico que abarca unos quince mil años. Están basados en material del primer cuaderno y en un segundo cuaderno (lamentablemente perdido) que Linebarger empezó a escribir en los años 50, cuando empezó a interesarse en nuevos problemas.

La sombra de las Guerras Antiguas y la subsiguiente Edad Oscura aún pesa sobre la humanidad cuando se inicia
Los observadores viven en vano.
Otros cuentos, varios de ellos inéditos, insinúan milenios de tranquilidad histórica, durante la cual los hombres verdaderos buscaron una perfección inhumana detrás de las empalizadas electrónicas de sus ciudades, dejando el Yermo a los sobrevivientes del Mundo Antiguo: las Bestias, los manshoyaggers y los No Perdonados.

A este futuro llegan las hermanas Vom Acht, hijas de un científico alemán que las colocó en satélites en animación suspendida al final de la Segunda Guerra Mundial. Regresando a la Tierra en los últimos días de la Edad Oscura, devuelven a la humanidad el «don de la vitalidad» (un concepto que parece cumplir en Smith la misma misión que el
élan vital
o «fuerza vital» en Bergson y Shaw). Fundadoras de la familia Vomact, representan una fuerza de la naturaleza humana que puede ser buena o mala, pero que en última instancia quizá trascienda estas valoraciones, y constituye un medio necesario para la consecución del destino humano mediante la evolución.

La naturaleza dual de los Vomact y la fuerza que representan queda simbolizada en la etimología de su nombre:
Acht
es una palabra alemana con doble significado: «proscrito» o «prohibido», y «cuidado» o «atención». Y los Vomact se alternan como renegados y benefactores en la gesta de Smith.

Pero el «don de la vitalidad» pone en marcha un nuevo ciclo histórico: la edad heroica de los observadores, los luminictores y los capitanes de viaje. Lo que destaca en estos cuentos es la crudeza del impacto emocional, el impacto de extrañas y nuevas experiencias y relaciones, trátese de la simbiosis telepática entre hombres y compañeros en
El juego de la rata y el dragón
o de la mujer convertida en parte funcional de su nave espacial en
La dama que llevó
«El Alma».

Algunas experiencias de Linebarger se incluyeron en la obra de Smith. Capitán Wow era el nombre de uno de los gatos que tenía en Washington cuando escribió
El juego de la rata y el dragón,
en una sola sesión, un día de 1954. La gata Melanie inspiraría luego el personaje G´mell, heroína del subpueblo, que comprende varias especies creadas por los hombres a partir de los animales. Las frecuentes hospitalizaciones de Linebarger, su dependencia respecto de la tecnología médica, le proporcionaron también cierta comprensión del vínculo entre el hombre y la máquina.

Pero en
El abrasamiento del cerebro
ya empezamos a detectar indicios de la Revolución del Placer, una tendencia que Linebarger detestaba en sus propios tiempos y que consideraba como el final de la edad heroica de su futuro imaginario. La cuasi inmortalidad —gracias a la droga santaclara, o
stroon,
preparada en Norstrilia— vuelve la vida menos angustiosa, pero también menos relevante.

La experiencia real sucumbe ante la experiencia sintética; en
Dorada era la nave... ¡oh! ¡oh! ¡oh!
(como en
La dama que llevó
«El Alma», que también fue escrito en colaboración con Genevieve Linebarger), el héroe busca placer en la corriente eléctrica, y sólo una crisis histórica le brinda la oportunidad de descubrir que hay un camino mejor.

Bajo la benevolencia implacable de los Señores de la Instrumentalidad, una imprecisa utopía cobra forma. Los hombres al fin se liberan del miedo a la muerte, del peso del trabajo, de los riesgos de lo desconocido, pero al mismo tiempo se ven privados de esperanza y libertad. Las subpersonas, creadas para trabajar para el género humano, son más humanas que sus propios creadores. Al parecer se ha perdido el «don de la vitalidad», y la historia debe detenerse.

En estos relatos, son las subpersonas —y los lúcidos Señores de la Instrumentalidad que las escuchan— quienes tienen en sus manos la salvación de la humanidad. En
La dama muerta de Clown Town
los despreciados obreros descendientes de animales y los robots deben enseñar a los humanos el significado de la humanidad para despertar al género humano de su aparente sopor.

El señor Jestocost es inspirado por el martirio de P'Juana, la niña-perro; y las experiencias de
Bajo la Vieja Tierra
transforman a Santuna en la dama Alice More. Juntas se convierten en artífices del Redescubrimiento del Hombre y le devuelven la libertad, el riesgo, la incertidumbre e incluso el mal.

Paralelamente, hay atisbos de otras partes del universo de la Instrumentalidad. En
Los mininos de Mamá Hitton
aprendemos por qué Vieja Australia del Norte es el planeta más defendido de la galaxia, aunque Viola Sidérea resulta igualmente extraño. ¿Y en qué otro relato de ciencia ficción se presenta un mundo como el de
Un planeta llamado Shayol,
donde una audaz concepción de ingeniería genética se mezcla con la clásica visión del Infierno?

Las técnicas narrativas orientales dominan en los cuentos tardíos, especialmente en
La dama muerta de Clown Town
y
La balada de G´Mell.
También el sentido del mito, pues estos cuentos son presuntas explicaciones de leyendas populares. Pero ¿cuántos de los sucesos narrados en
Bajo la Vieja Tierra
ocurrieron en realidad?

Smith crea la sensación de que ha transcurrido muchísimo tiempo. Para Pablo y Virginia, recién liberados por el Redescubrimiento del Hombre en
Alpha Ralpha Bonlevard,
nuestra época se pierde en el brumoso pasado y sólo pueden entreverla a través de sucesivas capas de historia casi olvidada. Este efecto que logra Smith rara vez se ha podido repetir. Quizá la primera parte de
Alas nocturnas
de Robert Silverberg sea la aproximación más lograda.

El universo de Smith sigue siendo infinitamente más vasto que lo que sabemos sobre él: nunca averiguaremos qué imperio conquistó una vez la Tierra y transportó tributos por ese fabuloso bulevar; ni la identidad del Robot, la Rata y el Copto, cuyas visiones se mencionan en
Norstrilia
y en otras narraciones, ni lo que ocurre, en definitiva, con la raza gatuna creada en
El crimen y la gloria del comandante Suzdal.

Luego queda esa expectativa insatisfecha: ¿adonde nos llevaba Smith? ¿Qué ocurre después del Redescubrimiento del Hombre y de la liberación del subpueblo gracias a G´Mell? Linebarger sugiere un destino común para el hombre y el subpueblo, tal vez un final religioso de la historia. Pero son meras sugerencias.

Other books

The Case of the Lazy Lover by Erle Stanley Gardner
Spoken For by Briar, Emma
Double Shot by Blackburn, Cindy
I Love the 80s by Crane, Megan
Straight Life by Art Pepper; Laurie Pepper
Salvation by Jambrea Jo Jones