Read Los santos inocentes Online
Authors: Miguel Delibes
no me digas que has perdido a tu mujer, Pedro, está bueno eso, ¿no habréis regañado como de costumbre y andará en casa de su madre esperando tu santo advenimiento?,
y don Pedro movía arriba y abajo sus hombros huesudos, que en una semana se había dado este hombre lo que otros en veinte años, virgen, que tenía las mejillas estiradas y azules de puro pálidas y hacia constantes aspavientos con la boca y, finalmente, reconoció,
regañar, sí regañamos, Iván, las cosas como son, como tantas noches, pero dime, ¿por dónde ha salido del cortijo esta mujer, si la Régula jura y perjura que no retiró la tranca más que para ti, eh?, hazte cuenta que de haber escapado a campo través, por los encinares, los mastines la hubieran destrozado, tú sabes cómo las gastan esos perros, Iván, que son peores que las fieras,
y el señorito Iván se ensortijaba un mechón de pelo en su índice derecho y parecía reflexionar y, al cabo de un rato, dijo,
si habiais regañado, ella pudo meterse en la maleta de mi coche, Pedro, o en el hueco del asiento trasero, el Mercedes es muy capaz, ¿comprendes?, meterse en cualquier sitio, digo, Pedro, sin que yo me enterase y luego apearse en Cordovilla, o en Fresno, que tomé gasolina, o, si me apuras, en el mismo Madrid, ¿no?, yo soy distraído, ni me hubiera dado cuenta...
y los ojos de don Pedro, el Périto, se iban llenando de luz y de lágrimas,
claro, Iván, naturalmente que pudo ser así,
dijo,
y el señorito Iván se ajustó la visera, abrió de nuevo su generosa sonrisa y le propinó un amistoso golpe en el hombro a don Pedro, el Périto, a través de la ventanilla,
otra cosa no te pienses, Pedro, que eres muy aficionado al melodrama, la Purita te quiere, tú lo sabes, y además,
rió,
tu frente está lisa como la palma de la mano, puedes dormir tranquilo,
y tornó a reír, inclinado sobre el parabrisas, puso el coche en marcha y se dirigió a la Casa Grande, pero, antes de la hora de la cena, estaba de nuevo en casa de Paco, el Bajo,
¿cómo va esa pierna, Paco? que antes con el dichoso sofoco de don Pedro, ni siquiera te pregunté,
y Paco, el Bajo,
ya ve, señorito Iván, poquito a poco,
y el señorito Iván se agachó, le miró fijamente a los ojos y le dijo en tono de reto,
a que no tienes huevos, Paco, para salir mañana con el palomo,
y Paco, el Bajo, escrutó la cara del señorito Iván con estupor, tratando de adivinar si hablaba en serio o bromeaba, pero ante la imposibilidad de resolverlo, preguntó,
¿lo dice en serio o en broma, señorito Iván?
y el señorito Iván cruzó el dedo pulgar sobre el índice, lo besó, y puso cara de circunstancias,
hablo en serio, Paco, te lo juro, tú me conoces y sabes que con estas cosas de la caza yo no bromeo y con tu chico el Quirce, no me gusta, vaya, te voy a ser franco, Paco, que parece como si le hiciese a uno un favor, ¿comprendes? y no es eso, Paco, tú me conoces, que de no estar a gusto en el campo prefiero quedarme en casa,
mas Paco, el Bajo, señaló con un dedo la pierna escayolada,
pero, señorito Iván, ¿dónde quiere que vaya con este engorro?
y el señorito Iván bajó la cabeza,
verdaderamente,
admitió,
pero, tras unos segundos de vacilación, levanté los ojos de golpe,
¿y qué me dices de tu cuñado, Paco, ese retrasado, el de la graja? tú me dijiste una vez que con el palomo podía dar juego,
y Paco, el Bajo, ladeó la cabeza,
el Azarías es inocente, pero pruebe, mire, por probar nada se pierde,
volvió los ojos hacia la fila de casitas molineras, todas gemelas, con el emparrado sobre cada una de las puertas, y voceó,
¡Azarías!
y, al cabo de un rato, se personó el Azarías, el pantalón por las corvas, la sonrisa babeante, masticando la nada,
Azarías,
dijo Paco, el Bajo,
el señorito Iván te quiere llevar mañana al campo con el reclamo...
¿con la milana?,
atajó Azarías, transfigurado,
y Paco, el Bajo,
aguarda, Azarías, no se trata de la milana ahora, sino del cimbel, de los palomos ciegos, ¿entiendes?, hay que amarrarlos a la copa de una encina, moverles con un cordel y aguardar...
el Azarías asentía,
¿como en la Jara, con el señorito?
inquirió,
talmente como en la Jara, Azarías,
respondió Paco, el Bajo, y, al día siguiente, a las siete de la mañana, ya estaba el señorito Iván a la puerta con el Land Rover marrón,
¡Azarias!,
¡Señorito!
se movían silenciosamente en la penumbra, como sombras, que sólo se oía el húmedo entrechocar de las encías del Azarías, mientras en la línea más profunda de la Sierra apuntaba ya la aurora,
pon ahí detrás los trebejos y la jaula con los palomos,¿llevas la soga para trepar?, ¿vas a subir descalzo a los árboles? ¿no te lastimarás los pies?
pero el Azarias atendía los preparativos sin escucharle y, antes de arrancar, sin pedir permiso al señorito Iván, se llegó al cobertizo, cogió el bote de pienso compuesto, salió a la corralada, levantó la cabeza, entreabrió los labios y
¡quiá!
reclamó con la voz afelpada, acusadamente nasal, y, desde la punta de la veleta, la grajilla respondió a su llamada,
¡quiá!
y el pájaro miró hacia abajo, hacia las sombras que se movían en torno al coche, y aunque la corralada estaba aún entre dos luces, se inclinó hacia adelante y se lanzó al vacío, describiendo círculos alrededor del grupo y, finalmente, se abatió sobre el hombro derecho del Azarías, entreabriendo las alas para equilibrarse y, luego, saltó al antebrazo y abrió el pico, y el Azarías, con la mano izquierda, iba embutiendo en él pellas de pienso humedecido, mientras babeaba y musitaba con ternura,
milana bonita, milana bonita,
y el señorito Iván,
es cojonudo, come más que vale el pájaro ese, ¿es que todavía no sabe comer solo?
y el Azarías sonreía maliciosamente con las encías,
¿qué hacer si no saber?
y una vez que se sació, como el señorito Iván se aproximara, la grajeta se arrancó a volar y, al topar con la portada de la Capilla, se repinó airosamente, la sobrevoló y se posó en el alero, mirando hacia abajo, y, entonces, el Azarías la sonrió e hizo un ademán de despedida con la mano y, ya dentro del coche, repitió el ademán por el cristal trasero, mientras el señorito Iván enfilaba el carril de la Sierra y trepaba hacia el encinar del Moro y, una vez allí, se apearon, el Azarías se orinó las manos al amparo de un carrasco y, al concluir, se encaramó a pulso a la encina más corpulenta, engarfiando las manos en el camal y pasando las piernas flexionadas por el hueco entre los brazos, como los monos, y el señorito Iván,
¿para qué te quieres la soga, Azarías?
y el Azarías,
¿qué falta hace, señorito? me alarga el chisme ese,
y el señorito Iván levantó el balancín con el palomo ciego amarrado y le preguntó,
¿qué años te tienes tú, Azarías?
y el Azarías, en lo alto, con el balancín en la mano izquierda, papaba el viento,
un año más que el señorito,
respondió,
y el señorito Iván, perplejo,
¿de qué señorito me estás hablando, Azarías?
y el Azarías, mientras amarraba el balancín,
del señorito,
y el señorito Iván,
¿el de la Jara?,
y el Azarías, asentado en el camal, recostado en el tronco, sonreía bobamente al azul sin responder, en tanto el señorito Iván pinaba unas ramas secas para perfilar el tollo, bajo la encina, y, una vez rematado, atisbó el cielo hacia el sur un cielo azul tenue, levemente empañado por la calima, y frunció el ceño,
no se ve rastro de vida, ¿no andaremos pasados de fecha?
pero el Azarías andaba enredando con el balancín, un-dos, un-dos, un-dos, tal que si fuera un juguete, y el palomo ciego, amarrado al eje, aleteaba frenéticamente para no caerse, y el Azarías sonreía con las encías rosadas y el señorito Iván,
para quieto, Azarías, no me lo malees, mientras no haya pájaros arriba es bobería amagar,
mas el Azarías continuaba tironeando, un-dos, un-dos, un-dos, a ver, por niñez, por enredar, y el señorito Iván, entre que no se veía un palomo en el cielo y barruntaba una mañana aciaga, se le iba agriando el carácter,
¡quieto he dicho, Azarías, coño! ¿es que no me oyes?
y, ante su arrebato, el Azarías se acobardó y quedó inmóvil, aculado en el camal, sonriendo a los ángeles, con su sonrisa desdentada, como un niño de pecho, hasta que, transcurridos unos minutos, surgieron cinco zuritas, como cinco puntos negros sobre el azul pálido del firmamento y el señorito Iván, dentro del escondedero, aprestó la escopeta y musitó con media boca,
ahí vienen, templa ahora, Azarías,
y el Azarías agarró el extremo del cordel y templó,
así, dale, dale,
pero las zuritas ignoraron el reclamo, giraron a la derecha y se perdieron en el horizonte lo mismo que habían venido, mas, un cuarto de hora después, apareció al suroeste un bando más denso y la escena se repitió, las palomas desdeñaron el cimbel y doblaron hacia los encinares del Alcorque, con la consiguiente desesperación del señorito Iván,
no lo quieren, ¡las hijas de la gran puta!, tira para abajo, Azarías, vámonos al Alisón, las pocas que hay parece que se echan hoy a esa querencia,
y el Azarías descendió con el balancín a cuestas, tomaron el Land Rover, y, sorteando canchales, se dirigieron al Alisón, y una vez en el mogote, el Azarías se orinó las manos, trepó raudo a un alcornoque gigante, amarró el cimbel y a aguardar, pero tampoco parecía que allí hubiera movimiento, aunque era pronto para deternimarlo, pero el señorito Iván en seguida perdía la paciencia,
abajo, Azarías, esto parece un cementerio, no me gusta, ¿sabes?, la cosa se está poniendo fea,
y nuevamente cambiaron de puesto, pero las palomas, muy escasas y desperdigadas, se mostraban difidentes, no doblaban al engaño y ya, a media mañana, el señorito Iván, aburrido de tanto aguardo inútil, empezó a disparar a diestro y siniestro, a los estorninos, y a los zorzales, y a los rabilargos, y a las urracas, que más parecía loco, y entre tiro y tiro, voceaba como un enajenado,
¡si las zorras estas dicen que no, es que no!
y cuando se cansó de hacer barrabasadas y de decir incoherencias, regresó junto al árbol y le dijo al Azarías,
desarma el balancín y baja, Azarías, esta mañana no hay nada que hacer, veremos si a la tarde cambia la suerte,
y el Azarías recogió los bártulos y bajó y, conforme franqueaban la ladera soleada, camino del Land Rover, apareció muy alto, por encima de sus cabezas, un nutrido bando de grajetas y el Azarías levantó los ojos, hizo visera con la mano, sonrió, masculló unas palabras ininteligibles, y, finalmente, dio un golpecito en el antebrazo al señorito Iván,
atienda,
dijo,
y el señorito Iván, malhumorado
¿qué es lo que quieres que atienda, zascandil?
y el Azarías, babeaba y señalaba a lo alto, hacia los graznidos, dulcificados por la distancia, de los pájaros,
muchas milanas, ¿no las ve?
y, sin aguardar respuesta, etevó al cielo su rostro transfigurado y gritó haciendo bocina con las manos,
¡quiá!
y, repentinamente, ante el asombro del señorito Iván, una grajeta se desgajó del enorme bando y picó en vertical, sobre ellos, en vuelo tan vertiginoso y tentador, que el señorito Iván, se armó, aculató la escopeta y la tomó los puntos, de arriba abajo como era lo procedente, y el Azarías al verlo, se le deformó la sonrisa, se le crispó el rostro, el pánico asomó a sus ojos y voceó fuera de sí,
¡no tire, señorito, es la milana!
pero el señorito Iván notaba en la mejilla derecha la dura caricia de la culata, y notaba, aguijoneándole, la represión de la mañana y notaba, asimismo estimulándole, la dificultad del tiro de arriba abajo, en vertical y, aunque oyó claramente la voz implorante del Azarías,
¡señorito, por sus muertos, no tire!
no pudo reportarse, cubrió al pájaro con el punto de mira, lo adelantó y oprimió el gatillo y simultáneamente a la detonación, la grajilla dejó en el aire una estela de plumas negras y azules, encogió las patas sobre si misma, dobló la cabeza, se hizo un gurruño, y se desplomó, dando volteretas, y, antes de llegar al suelo, ya corría el Azarías ladera abajo, los ojos desorbitados, regateando entre las jaras y la montera, la jaula de los palomos ciegos bamboleándose ruidosamente en su costado, chillando,
¡es la milana, me ha matado a la milana!
y el señorito Iván tras él, a largas zancadas, la escopeta abierta, humeante, reía,
será imbécil, el pobre,
como para sí y, luego elevando el tono de voz,
¡no te preocupes, Azarías, yo te regalaré otra!
pero el Azarias, sentado orilla una jara, en el rodapié, sostenía el pájaro agonizante entre sus chatas manos, la sangre caliente y espesa escurriéndole entre los dedos, sintiendo, al fondo de aquel cuerpecillo roto, los postreros, espaciados, latidos de su corazón, e, inclinado sobre él, sollozaba mansamente,
milana bonita, milana bonita,
y, el señorito Iván, a su lado,
debes disculparme, Azarías, no acerté a reportarme ¡te lo juro!, estaba quemado con la abstinencia de esta mañana, compréndelo,
mas el Azarías no le escuchaba, estrechó aún más el cuenco de sus manos sobre la grajera agonizante, como si intentara retener su calor, y alzó hacia el señorito Iván una mirada vacía
¡se ha muerto! ¡la milana se ha muerto, señorito!
dijo,
y de esta guisa, con la grajilla entre las manos se apeó minutos después en la corralada y salió Paco, el Bajo, apoyado en sus bastones, y el señorito Iván,
a ver si aciertas a consolar a tu cuñado, Paco, le he matado el pájaro y está hecho un lloraduelos,
reía, y a renglón seguido, trataba de justificarse.
tú, Paco, que me conoces, sabes lo que es una mañana de aguardo sin ver pájaro, ¿no? bueno, pues eso, cinco horas de plantón, y, en éstas, esa jodida graja pica de arriba abajo, ¿te das cuenta?, ¿quién es el guapo que sujeta el dedo en estas circunstancias, Paco? explícaselo a tu cuñado y que no se disguste, coño, que no sea maricón, que yo le regalaré otra grajilla, carroña de ésa es lo que sobra en el cortijo,
y Paco, el Bajo, miraba, alternativamente, al señorito Iván y al Azarias, aquél con los pulgares en las axilas del chaleco-canana, sonriendo con su sonrisa luminosa, éste, engurruñado, encogido sobre sí mismo, abrigando al pájaro muerto con sus manos achatadas, hasta que el señorito Iván subió de nuevo al Land Rover, lo puso en marcha y dijo desde la ventanilla,