Read Los refugios de piedra Online
Authors: Jean M. Auel
La Zelandoni preguntó a Jondalar si se alegraba de que hubieran encontrado al espíritu de su hermano y hubieran ayudado a su elán a encontrar el camino. Él le contestó que parecía que Thonolan estaba satisfecho y, por tanto, también él lo estaba; pero Ayla opinaba que eso tenía más que ver con el hecho de haberse quitado un peso de encima. Jondalar había hecho lo que había podido, y aunque no le había sido fácil, finalmente se había librado de una angustia. Cuando Ayla, Jondalar, la Zelandoni y Jonokol llegaron a la Novena Caverna, sólo iluminaban su camino las solitarias luces del cielo nocturno, las llamitas de los candiles de piedra y las antorchas.
Ayla y Jondalar estaban cansados cuando entraron a la morada de Marthona. Lobo se alegró mucho de verla. Después de hacer alharacas al animal y saludar a todo el mundo, tomaron un bocado y se acostaron enseguida. Habían pasado unos días muy difíciles.
–¿Quieres que esta mañana te ayude a cocinar, Marthona? –preguntó Ayla. Habían sido las primeras en levantarse, y estaban tomándose una infusión tranquilamente mientras los demás aún dormían–. Me gustaría aprender cómo cocinas y dónde guardas las cosas.
–Me encantaría que me ayudaras, pero esta mañana nos han invitado a compartir la comida de la mañana Joharran y Proleva. La Zelandoni también está invitada. Proleva cocina a menudo para ella, y creo que Joharran considera que aún no ha tenido tiempo suficiente para hablar con su hermano desde su regreso. Tiene especial interés en conocer con más detalle esa nueva arma para arrojar lanzas.
Jondalar despertó recordando la conversación sobre los abelanes y lo importante que era para Ayla saber que pertenecía a un pueblo. Era comprensible, considerando que no recordaba a su propia gente y no tenía ya relación con quienes la habían criado. Incluso había abandonado a los mamutoi, que la habían aceptado como a una más, para regresar a casa con él. La idea no lo dejó descansar durante toda la comida con la familia de Joharran. Todos los presentes pertenecían a los zelandonii, eran su familia, su caverna, su gente. Era Ayla la única que no lo era. Es verdad que pronto se emparejarían, pero ella seguiría siendo «Ayla de los mamutoi, compañera de Jondalar de los zelandonii».
Después de hablar con Joharran sobre el lanzavenablos, intercambiar anécdotas con Willamar sobre viajes y charlar sobre la Reunión de Verano, la conversación se desvió hacia la unión de Jondalar y Ayla, la primera ceremonia matrimonial. Marthona explicó a Ayla que cada verano se celebraban dos ceremonias de emparejamiento. La primera, y normalmente la más importante, tenía lugar lo antes posible. Las parejas que se unían realizaban los preparativos ya desde hacía tiempo. La segunda se celebraba poco antes de partir, y normalmente se unían quienes habían decidido atar el nudo durante ese verano. También había dos ceremonias de feminidad, una poco después de la llegada y la segunda antes de acabarse la Reunión de Verano.
Jondalar interrumpió repentinamente sus explicaciones.
–Quiero que Ayla se convierta en una de nosotros, que pertenezca a nuestro pueblo. Después de la unión quiero que sea «Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii» y no «Ayla de los mamutoi». Ya sé que es una decisión que toma la madre de la persona implicada o el hombre de su hogar, juntamente con los jefes y los zelandonia, cuando la persona quiere cambiar de afiliación, pero Mamut ya previó esta posibilidad cuando Ayla se marchó. Si ella quiere, ¿puedo contar con tu apoyo, madre?
Marthona no esperaba aquella petición, y la cogió desprevenida.
–No te diré que no, Jondalar –contestó, pensando que su hijo la había puesto en una situación muy difícil pidiéndole una cosa así en público sin avisarla–. Pero no depende sólo de mí, yo estaría encantada de aceptar a Ayla como miembro de la Novena Caverna de los zelandonii, pero es tu hermana y la Zelandoni, además de otros, incluida la propia Ayla, quienes tienen la última palabra.
Folara sonrió consciente de que a su madre no le gustaba que la cogieran por sorpresa. Le complació la actitud de Jondalar, pero tenía que reconocer que su madre había salido bastante airosa.
–Bueno, por lo que a mí respecta la aceptaría sin ninguna duda –declaró Willamar–. Incluso la adoptaría, pero como estoy emparejado con tu madre, Jondalar, eso la convertiría en tu hermana, como Folara y no podrías unirte a ella. No creo que eso te gustara demasiado.
–No, pero te lo agradezco –dijo Jondalar.
–¿Por qué sales ahora con eso? –preguntó Marthona, aún un poco disgustada.
–Me ha parecido un buen momento –respondió él–. Pronto iremos a la Reunión de Verano y me gustaría dejar el asunto resuelto antes de marcharnos. Sé que no hace mucho que hemos vuelto, pero ya todos habéis tenido ocasión de conocer a Ayla. Creo que sería una valiosa aportación a la Novena Caverna.
Ayla también estaba muy sorprendida, pero guardó silencio. «¿Quiero que me adopten los zelandonii? ¿Tiene eso alguna importancia? Si Jondalar y yo nos unimos, seré un miembro más de la Novena Caverna, tanto si tengo el nombre como si no. Él parece quererlo. No sé por qué, pero quizá tenga una buena razón. Conoce a su gente mejor que yo.»
–Tal vez debería decirte una cosa, Jondalar –dijo Joharran–. Creo que todos los que la conocemos pensamos que Ayla sería una aportación más que valiosa para nuestra caverna, pero no todo el mundo opina lo mismo. Ayer, cuando bajaba de Río Abajo, decidí invitar a Laramar y a algunos otros al banquete preparado con la carne de bisonte, y cuando me acercaba a ellos, oí su conversación. Lamento tener que decirlo, pero hacían comentarios despectivos, sobre todo respecto a sus habilidades como curandera y a la manera en que había atendido a Shevoran. Opinan que cualquiera que haya aprendido a curar con… el clan, no puede saber gran cosa. Son prejuicios, me temo. Les aseguré que nadie, ni siquiera la Zelandoni, podría haber hecho nada más por Shevoran, y he de reconocer que los comentarios de esas personas me indignaron.
«Así que por eso estaba tan enfadado», pensó Ayla. Oír aquello le produjo sentimientos encontrados. Le molestó lo que aquellos hombres pudieran haber dicho acerca de su capacidad para curar, aprendida de Iza, pero le complacía que Joharran la hubiese defendido.
–Más motivos aún para convertirla en una de los nuestros –insistió Jondalar–. Ya conoces a esos hombres. Se pasan el tiempo jugando y bebiendo la barma de Laramar. No se han tomado la molestia de aprender un oficio, a menos que jugar se considere un arte. Ni siquiera son buenos cazadores. Son unos holgazanes y unos inútiles que no contribuyen a nada si no se los avergüenza en público, lo que es difícil porque tienen muy poca vergüenza. Harían lo que fuese para ahorrarse un esfuerzo por la caverna, y todo el mundo lo sabe. Nadie hará caso de lo que digan si las personas respetables están dispuestas a aceptar a Ayla y convertirla en zelandonii. –Estaba molesto. Quería que aceptasen a Ayla por sí misma, y eso daba un cariz distinto a la situación.
–Por lo que se refiere a Laramar, eso no es del todo verdad –intervino Proleva–. Puede que sí sea un holgazán para muchas cosas, y no creo que le guste mucho cazar, pero sí tiene un oficio. Sabe elaborar una bebida casi con cualquier cosa que fermente. Le he visto utilizar grano, fruta, miel, savia de abedul, incluso raíces, y preparar esa bebida que gusta a casi todo el mundo y que hace siempre que nos reunimos. Es cierto que hay personas que beben demasiado, pero él sólo es el proveedor.
–Ojalá fuese sólo el proveedor –comentó Marthona con cierta ironía–. En ese caso los niños de su hogar no tendrían que andar mendigando lo que necesitan. O si no, Joharran, dime cuántas veces lo has visto demasiado «enfermo» por las mañanas para unirse a una partida de caza.
–Pensaba que la comida era para todos según sus necesidades –dijo Ayla.
–La comida sí. De hambre no se morirán, pero en cuanto a lo demás dependen de la buena voluntad y la generosidad de los otros –aclaró la Primera.
–Pero si como dice Proleva tiene la habilidad de elaborar una buena bebida que gusta a todo el mundo, ¿no la puede cambiar por lo que necesita su familia? –preguntó Ayla.
–Podría, pero no lo hace –contestó Proleva.
–¿Y su compañera? ¿No puede convencerlo para que contribuya a las necesidades del hogar? –insistió Ayla.
–¿Tremeda? Ella es aún peor que Laramar. Lo único que hace es beber barma, y tener hijos de los que nadie se ocupa –dijo Marthona.
–¿Qué hace Laramar con toda la bebida que prepara si no la cambia por cosas para su familia? –quiso saber Ayla.
–No lo sé exactamente –dijo Willamar–, pero una parte debe de cambiarla por ingredientes para preparar más barma.
–¡Es verdad! Cambiar para lo que le interesa sí sabe, pero nunca tiene suficiente para su compañera y sus hijos –afirmó Proleva–. Menos mal que a Tremeda no le da vergüenza andar pidiendo cosas a la gente para sus «pobres niños».
–Y él mismo bebe mucho –declaró Joharran–, y Tremeda también. Además, regala mucha barma. Siempre hay un montón de gente rondándolo en espera de que le caiga un trago. Me parece que a Laramar eso le gusta. Debe pensar que son amigos suyos, pero no creo que se le acercasen si dejara de invitarlos a barma.
–No los vería nunca más, me parece –aseguró Willamar–. Pero no creo que Laramar y sus amigos sean quienes han de decidir si Ayla se convierte o no en zelandonii.
–Tienes razón, maestro de comercio. Me parece evidente que no tendríamos el menor problema en aceptar a Ayla, pero quizá deberíamos dejar que eso lo decidiera ella –propuso la Zelandoni–. Nadie le ha preguntado aún si quiere ser una zelandonii.
Todos se volvieron para mirarla. De pronto era ella quien se sentía incómoda. Tardó un rato en contestar, y eso puso nervioso a Jondalar. Quizá se había equivocado, quizá Ayla no quería ser zelandonii. Quizá debería habérselo preguntado antes de plantear la cuestión, pero en medio de tanta charla sobre las ceremonias matrimoniales le había parecido un buen momento. Finalmente, ella se decidió a hablar.
–Cuando opté por abandonar a los mamutoi y acompañar a Jondalar de regreso a casa, sabía lo que pensaban los zelandonii sobre el clan, la gente que me crio, y sabía que quizá no me aceptaríais. Admito que me daba miedo conocer a la familia y a la gente de Jondalar. –Guardó silencio por un momento tratando de poner en orden sus pensamientos y de encontrar las palabras correctas para expresar cómo se sentía–. Para vosotros soy una desconocida, una forastera con ideas y costumbres extrañas. He traído animales que viven conmigo y os he pedido que los aceptéis. Los caballos son animales que normalmente se cazan, y yo he querido que les hagáis sitio entre vosotros. Hoy mismo pensaba que me gustaría construirles un recinto cubierto en el extremo sur de la Novena Caverna, no muy lejos de Río Abajo. En invierno, los caballos están acostumbrados a tener un refugio donde protegerse del mal tiempo. También he traído un lobo, un carnívoro. Algunos animales de su especie han atacado a personas, y yo os he pedido que dejéis que viva entre nosotros, que duerma en la misma morada que yo –sonrió a la madre de Jondalar–. Tú ni lo dudaste, Marthona. Nos invitaste a mí y a Lobo a vivir en tu casa. Y tú, Joharran, me permitiste tener los caballos cerca, incluso delante de vuestras viviendas. Brun, el jefe de mi clan, no me habría dejado. Todos me habéis escuchado cuando he hablado del clan y no me habéis vuelto la espalda. Os habéis mostrado dispuestos a considerar la posibilidad de que aquellos a los que llamáis cabezas chatas puedan ser personas, quizá de una clase diferente, pero no animales. No esperaba que fueseis tan reflexivos, os estoy agradecida.
»Es cierto que no todos han sido igual de amables, pero muchos me habéis defendido cuando prácticamente no me conocíais, pues hace muy poco tiempo que estoy aquí. Quizá lo habéis hecho por Jondalar. Porque confiáis en que él no traería a una persona capaz de perjudicar a vuestra gente o que fuese inaceptable. –Calló un momento, cerro los ojos y prosiguió–. Pese a los muchos temores que tenía cuando emprendí el viaje, sabía que ya no había vuelta atrás posible. Jondalar no sabía qué pensaríais de mí, pero le daba igual. Yo le quiero. Deseo pasar toda mi vida con él. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario, soportar cualquier cosa, por estar con él. Vosotros me habéis recibido con los brazos abiertos, y ahora me preguntáis si quiero ser una zelandonii. –Cerró los ojos para no perder el control, tratando de disolver el nudo que tenía en la garganta–. Lo he querido desde que vi a Jondalar, y por entonces ni siquiera sabía si él sobreviviría. Lloré por su hermano, no porque lo conociera, sino porque lo reconocía como un igual. Sufrí por no haber tenido ocasión de conocer a una de las primeras personas de mi raza que recuerdo haber visto. No sé qué lengua hablaba antes de que el clan me encontrase y me acogiese. Aprendí a comunicarme como se hace en el clan, pero la primera lengua que recuerdo haber hablado es el zelandonii. Aunque no la hable perfectamente, ya la considero mi lengua. Pero incluso antes de hablarla deseaba pertenecer al pueblo de Jondalar, para que él pudiese aceptarme y para que algún día me tuviese en cuenta como posible compañera; aunque hubiese sido su segunda o tercera mujer, me habría bastado. ¿Me preguntáis si quiero ser zelandonii? Sí, claro que quiero ser zelandonii, lo deseo de todo corazón. Lo deseo como no he deseado ninguna otra cosa en mi vida –afirmó Ayla con los ojos anegados en lágrimas.
Se produjo un silencio respetuoso. Sin saber bien qué hacía, Jondalar se acercó a ella y la abrazó. Sus sentimientos hacia ella eran tan intensos que no tenía palabras para expresarlos. Lo asombraba que Ayla fuese tan fuerte y a la vez tan vulnerable. Todos los allí presentes estaban conmovidos, incluso Jaradal había entendido un poco lo que pasaba. Folara tenía las mejillas húmedas debido a las lágrimas, y también los demás estaban a punto de llorar. Marthona fue la primera en recobrar la serenidad.
–Personalmente estaría encantada de aceptarte en la Novena Caverna de los zelandonii –declaró abrazándola de manera espontánea–. Y me alegraré mucho cuando Jondalar cree un hogar contigo por más que otras mujeres piensen lo contrario. Mi hijo siempre ha tenido mucho éxito con las mujeres, pero yo me preguntaba a menudo si llegaría a encontrar a una a quien querer. Ya imaginaba que posiblemente no elegiría a una mujer de nuestro pueblo, pero no creía que tuviese que llegar tan lejos para encontrarla. Ahora entiendo que debía haber una razón para que así fuese, y comprendo por qué te quiere. Eres una mujer única, Ayla.