Los ojos del alma (14 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Relato

BOOK: Los ojos del alma
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No sé ni cómo explicártelo.

—Creo que lo entiendo.

—No, papá. No es eso. Estoy feliz, claro. He venido para eso. Pero lo importante es que siento que ya no necesito ganar o tener una medalla, ¡aunque lo quiera, que conste! Tú tenías razón en algo: que he de empezar a estar en paz conmigo misma. No he de demostrarme nada. Y en la final, gane o pierda, llegue la primera, la segunda, la tercera o la última, voy a darlo todo porque para eso he venido, pero nada más, sin agobios. Voy a correr libre, papá.

Sabe que su padre tiene algo más que un nudo en la garganta.

—Me alegro por ti, cariño —le oye musitar sin apenas voz.

—Esto es lo más grande que me ha sucedido en la vida —confiesa—. Lo que estoy viendo aquí supera lo imaginable. Todas estas personas, con sus limitaciones a cuestas y la forma en que las superan y viven su vida con plenitud...

—Disfrútalo.

—Lo hago, de verdad.

—Escucha, he de decirte algo.

—¿Qué es?

—Antonio ha llamado aquí.

—Hazme un favor, ¿quieres? Telefonéale y dale la noticia.

—¿Por qué no lo haces tú?

—Porque preferiría desconectar estos días y acabar de saber qué es lo que quiero en la vida, papá.

—Entiendo.

—Pero dale un mensaje de mi parte. Dile que le quiero y que le llamaré... no sé, en cuanto pueda.

—Tranquila. Lo llamo ahora mismo. Entenderá que quieras aislarte de todo para estar concentrada para la final. Y también llamaré a Naroa.

—Grabadme el resumen de la tele de esta noche.

—Descuida. Espera, te paso a mamá.

Se resigna a seguir hablando. Es su gran día. El de todos.

—Hija, felicidades —escucha su emocionada voz.

Y se dispone a contar por tercera vez como ha sido la carrera más importante de su vida hasta ese momento.

9

No sabe nada de Marcos, y no ha querido ir hasta donde se encuentran los nadadores del equipo español, para ahorrase burlas y chanzas a costa de su interés. Sabe que él la buscará, y prefiere esperarle en el mismo lugar de la noche anterior, junto a las vallas enrejadas al otro lado de las cuales patrullan los guardias de seguridad con sus perros. La natación es el deporte que más medallas aporta a España en los Paralímpicos. Más de la mitad en la última convocatoria.

¿Qué se debe de sentir al ganar una medalla de oro y escuchar el himno desde el podio?

¿Y dos, o tres... o siete, como pretende su excéntrico compañero?

Su cabeza no da para tanto.

Mientras transcurren los minutos de la espera entra en su habitual torbellino de sensaciones. La carrera de la tarde. Su error en la salida. Su explosión en los metros finales. El éxito alcanzado a sus dieciocho años. Porque ahora se da cuenta de eso, de que tiene sólo dieciocho años, y de que las demás son mujeres hechas, con años de experiencia, más entrenamientos, más solidez competitiva. Mujeres que ya han asumido hace mucho su problema visual.

No es la única sensación.

¿Qué estás haciendo aquí?, piensa.

¿Esperar a Marcos para saber si lo ha conseguido? ¿Sólo eso?

¿O una aventura romántica en una noche mágica de los Paralímpicos?

No digas estupideces, suspira.

Camina un rato, a lo largo de la valla. De vez en cuando dirige sus ojos casi ciegos hacia la Villa Olímpica, por si ve alguna sombra reconocible avanzando hacia ella.

Nada.

De repente se siente furiosa consigo misma y reemprende el camino hasta su pabellón.

Además de la nutrición, saber respirar, y sonreír, necesita dormir porque ha sido un día muy duro, con dos carreras decisivas. Y más lo será el siguiente, en la gran final.

Ha llegado.

Se dispone a subir a su habitación cuando una voz la detiene.

—¡Edurne!

No es Marcos, pero sí uno de sus amigos. Se lo presentó en el viaje. Se trata de Nacho, un nadador de 1500. Se dirige a ella en su silla de ruedas, porque carece de las dos extremidades inferiores. Frena a menos de un metro con una maniobra excéntrica que demuestra su dominio del aparato. Edurne espera algo que ya imagina.

—Marcos ha terminado tarde, y está con las entrevistas y todo eso. Pero me ha llamado para decirme que ya viene de camino.

—¿Y por qué me lo dices a mí?

El joven se encoge de hombros y pliega los labios horizontalmente al tiempo que alza las cejas en señal de inocencia.

—¿Cómo ha quedado? —pregunta ella.

—Segundo.

Lo que ya imagina se hace realidad, pero no por ello lo lamenta menos. Para una persona normal habría sido un éxito, un oro y una plata en dos pruebas. Para el ego de Marcos puede ser un hachazo difícil de digerir.

—Lo siento —es lo único que se atreve a decir.

—Enhorabuena por tu final de mañana —se despide Nacho.

Las noticias vuelan.

Es hora de subir o retroceder. No tiene sueño. Necesita descansar pero no tiene sueño. Algo la atrae de nuevo hacia la zona de la verja. Tiene una duda en su corazón, instalada en mitad de su alma, y necesita despejarla. La respuesta está en Marcos.

No juegues con fuego, se dice.

Cierra los ojos y la negrura es total. Muchas veces lo hace para darse cuenta de lo que, tal vez, la espere el día de mañana, en un futuro quizás lejano quizás cercano. Sus noches en casa tienen un olor, un sabor. Allí, en cambio, las noches son diferentes. Pese a la negrura que la invade sabe que tienen color.

Si pudiera llevarse un poco de todo eso a casa.

El espíritu de los Juegos.

Su espíritu.

No sabe el tiempo que transcurre envuelta en sí misma, dejándose llevar. La carrera, las sensaciones, el misterio, sus sonrisas y sus respiraciones terapéuticas...

—Buenas noches.

Abre los ojos y al final del túnel está él.

Marcos.

—Enhorabuena por tu final de mañana —asiente.

—¿Y a ti por tu segundo puesto? —vacila Edurne.

—¿Ya lo sabes?

—Sí, me lo ha dicho Nacho.

—El que me ha ganado tenía ventaja. Todo esto de ventaja

—se lleva su mano derecha artificial a la altura de la mitad de su otro brazo—. Me ha ganado por una maldita centésima porque tenía diez centímetros más de brazo que yo, ¿puedes creerlo?

Está hablando en serio. Ya no bromea.

—No sé qué decirte —confiesa ella.

—Quería hacer historia —se encoge de hombros.

—Seis oros y una plata la hacen igual.

—¿Empiezas a creer en mí?

—Siempre he creído en ti, lo que pasa es que los demás también creen en sí mismos.

—Pues yo sí creo absolutamente en ti, Edurne Román. Y sé que mañana será tu gran día.

—Calla, va.

—Sé que te has clasificado por los pelos, que has tenido una salida nula y luego eso te ha coartado en la segunda. Pero a pesar de todo te has metido en la final, y mañana será diferente.

Cuando uno está en una final todo es diferente.

—¿Y si llego la última?

—Sabes que no será así.

—No, no lo sé, Marcos —se pone seria y echa a andar siguiendo el camino paralelo a la valla de metal.

—¡Eh, eh! —se coloca él a su lado—. Se supone que el que necesita consuelo soy yo. ¡He perdido el oro!

—¡Has ganado la plata! —grita Edurne.

—¿Y si lo he hecho aposta, para que veas mi lado humano?

—le susurra al oído con voz quebradiza.

—Entonces es que eres tonto.

—Es el amor.

—¡Cállate, pesado! ¡Pareces un adolescente!

—Dicen que se tiene la edad de la persona a la que se ama, así que yo tengo dieciocho. Si tú estuvieras enamorada de un señor de sesenta, tendrías sesenta.

Edurne levanta las manos al cielo.

—¿No puedes callarte un rato y escuchar el silencio? —protesta.

Marcos se calla. Caminan una docena de pasos sin hablar. Sin respirar. Y de pronto, al unísono, estallan en una sonora carcajada, expulsando todos los demonios de sus cuerpos, incapaces de resistir más.

10

En los últimos diez minutos, ha estado tentada de preguntarle un par de veces que hará cuando regrese a España, es decir, cómo es su vida lejos del brillo paralímpico. No lo ha hecho, y comprende que es mejor así. Descubrir que sólo allí son príncipes y princesas puede ser demasiado fuerte. Marcos tampoco lo hace, aunque ella ya le ha hablado de sus estudios. Los dos se ciñen al momento, se aferran a lo que tienen sabiendo que no es demasiado, pero que a lo largo de sus vidas jamás lo olvidarán.

Varias veces Edurne ha sentido los ojos de su compañero sobre su piel, su rostro, sus labios, su cuerpo, sus manos. Varias veces ha notado el fuego que aletea en ellos. El cosquilleo de su propio cuerpo la hace estremecer y vacilar. Pero no puede dejar la mente en blanco.

¿Qué es mejor: tener ojos para ver, sin manos para acariciar, o quedarse ciega, pero con manos para hacerlo?

La excitación es mayor de lo que había imaginado.

No tiene la respuesta que busca pero el miedo es demasiado obvio.

Crece.

—Se hace tarde, deberíamos regresar.

Bajo la noche, con el reloj parado, los dos son una sombra fugaz que se mueve sin rumbo, al otro lado de la vida que palpita en la Villa Olímpica.

Marcos se detiene y se coloca delante de ella.

Edurne sabe que es el momento que ha estado esperando y temiendo.

—¿Qué harás mañana?

—¿A qué te refieres?

—Yo tengo competición todos los días, hasta el último, con las pruebas de relevos por equipos. Pero tú... Mañana es tu final.

Ganes o pierdas... ¿te quedarás?

—No.

—¿No? —la sorpresa lo descompone—. ¿Por qué?

—He de volver a casa.

—Eso no es cierto —la desmiente categóricamente—. Puedes quedarte hasta el final y tomar parte en la ceremonia de clausura.

—¿Y qué hago aquí todos estos días?

—Ser mi musa.

—No seas tonto. Puedes encontrar musas mucho mejores que yo. Incluso tener un club de fans.

—¡Te necesito a ti!

—Tú te necesitas sólo a ti mismo.

—¿Cómo podría convencerte?

—No puedes. Lo tenía previsto así.

—Entonces... —su expresión falsamente dramática se acentúa—, ésta es mi última noche.

—No —le corrige ella—. Es la mía.

—Me refiero a que es mi última oportunidad.

Edurne finge una inocencia que no siente.

—¿De qué?

Marcos ya no espera más. Da el paso, la rodea con sus dos brazos artificiales y la atrae hacia sí. No encuentra ninguna resistencia. La mano derecha ciñe la cintura, la izquierda llega hasta la nuca. Edurne cierra los ojos y entreabre los labios. Las manos son falsas pero ellos no. Es más que un beso y quiere sentirlo. Lo ha buscado. Lo necesitaba. Es su test más personal. La boca de Marcos se cierra sobre la suya y los dos respiran primero con la tensión de la emoción que, poco a poco, da paso al relajamiento de la entrega. Cuando el beso es compartido desaparece lo demás.

Le gusta.

Flota en esa nada mágica que sumerge a los humanos al capturar la felicidad, aunque sólo sea por espacio de un segundo.

Se deja llevar un largo momento, aunque no demasiado prolongado como para hacerlo eterno.

Hasta que le empuja, con suavidad, para apartarle, y abre los ojos al tiempo que suspira.

No necesita de más para saber la verdad.

Marcos intenta abrazarla por segunda vez y se encuentra con su dulce rechazo.

—No, por favor.

—¿Por qué?

—Tengo a alguien esperándome allí, ¿recuerdas?

—Sí, un novio «normal» —lo expresa en tono cáustico—.

Me lo dijiste.

—Ahora sé que le quiero.

—¿Ahora? ¿Cómo que ahora?

—Después de este beso.

—No me digas —pone cara de no creérselo.

—Eres genial, ¿sabes?

—La historia de mi vida. Yo soy genial, pero a la chica se la lleva otro.

—No seas tonto. Eres de lo mejor que he conocido. Un fuera de serie. A ti nada ni nadie se te va a resistir.

—Tú te resistes.

—Yo soy tu sueño paralímpico, y tú el mío. Nada más.

—Exacto, somos un sueño mutuo, compartido. Tu como se llame no está aquí. Nosotros, sí.

—No digas eso.

—Sin tu energía perderé las otras cinco medallas, y será culpa tuya.

—Eres un chantajista.

—No lo sabes tú bien. Por favor, Edurne...

—No —da un paso hacia atrás para impedir que le coja otra vez—. Y perdona.

—Si te digo que me van a crecer las manos otra vez, ¿te quedarías conmigo?

—Sabes que no se trata de tus manos.

Es la hora de la verdad y el resto es muy rápido. La mirada final duele. Edurne le sujeta las dos manos metálicas recubiertas de goma, se coloca frente a él y le besa en la mejilla.

—Gracias —susurra con emoción.

—¿Por qué?

—Por ayudarme a abrir los ojos más allá de lo que mi enfermedad me impide.

Inicia el camino de regreso a la Villa Olímpica con el corazón henchido, por encima del desconcierto de su compañero, incapaz ya de reaccionar.

Marcos no la sigue. No hace falta.

—¡A por ellos, tigre! —le grita unos metros más allá, sin dejar de andar ni volver la cabeza.

—¡Si no ganas mañana iré a por ti! —se despide él—. ¡Ése será tu castigo!

Edurne suelta una carcajada.

Está llorando.

Pero es de alegría.

11

El cambio horario no la impide llamar.

Necesita hablar con él esta noche.

Para evitar que se duerma y tenga pesadillas, o que a ella le sea imposible hacerlo al día siguiente, justo cuando lo que más va a necesitar es la tranquilidad que da tener los deberes hechos.

—Vamos, ten el móvil encendido, por favor...

La señal estalla al otro lado, posiblemente en la habitación, probablemente junto a la cama, seguramente en el silencio, y mientras cierra los ojos exhala un imaginario rezo rendido y emocionado.

—¿Edurne?

—Hola, Antonio —suspira agotada.

—¿Sucede algo?

—No —lo tranquiliza—. Quería hablar contigo antes de acostarme, nada más.

—Te he estado llamando.

—Lo sé.

—¿Por qué...?

—Necesitaba estar aislada, lejos de todo.

—Es lo que imaginaba.

—Pero también tenía miedo.

—¿De qué?

—De todo. De mí, de lo que pudiera pasarme aquí, en los Juegos, de ti...

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