Los misterios de Udolfo (33 page)

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Authors: Ann Radcliffe

BOOK: Los misterios de Udolfo
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Era casi medianoche cuando se dirigieron a la ópera, donde Emily no se sintió tan encantada sino que, al recordar la escena que acababan de dejar, sintió que todo el esplendor del arte era infinitamente inferior a la sublimidad de la naturaleza. Su corazón no se vio afectado, las lágrimas de admiración no brotaron de sus ojos, como cuando veía la amplia expansión del Océano, la grandeza de los cielos y escuchaba el correr de las aguas y que una débil música, a intervalos, se mezclaba con sus rugidos. Al recordar todo esto, la escena que tenía delante resultaba insignificante.

Todo transcurrió sin ningún incidente en particular y Emily deseaba que concluyera, que pudiera escapar de las atenciones del conde, y del mismo modo que cosas opuestas se ven atraídas con frecuencia en nuestros pensamientos, así Emily, cuando miraba al conde Morano, recordaba a Valancourt y en ocasiones se le escapaba un suspiro.

Pasaron varias semanas con las visitas de costumbre, durante las cuales no ocurrió nada notable. Emily estaba entretenida con las costumbres y escenas que la rodeaban, tan diferentes de las de Francia, a excepción de lo que se refería al conde Morano que, con demasiada frecuencia para su comodidad, insistía en presentarse. Su actitud, aspecto y méritos, que eran generalmente admirados, podrían haber sido quizá apreciados por Emily, si su corazón no hubiera estado unido a Valancourt, y si el conde no la hubiera perseguido con sus oficiosas atenciones, en las que ella advirtió algunas huellas de su carácter que la predispusieron en contra al margen de las bondades que pudiera encontrar en él.

Poco después de su llegada a Venecia, Montoni recibió unas cartas de monsieur Quesnel, en las que éste mencionaba la muerte del tío de su esposa en su villa en el Brenta; y que, como consecuencia de este acontecimiento, debía apresurarse a tomar posesión de sus propiedades y de otros efectos que le habían sido legados. Este tío era el hermano de la difunta madre de madame Quesnel; Montoni estaba emparentado con ella por el lado paterno, y aunque no hubiera tenido reclamación que hacer o esperanzas en relación con aquellas posesiones, casi no pudo ocultar la envidia que despertó en él la carta de monsieur Quesnel.

Emily había observado con preocupación que, desde que dejaron Francia, Montoni no había mostrado afecto alguno hacia su tía, y que, después de tratarla al principio con negligencia, lo hacía ahora con permanente malhumor y reserva. Nunca había supuesto que las flaquezas de su tía hubieran podido escapar a la percepción de Montoni, o que su talento o su figura merecieran su atención. Su sorpresa, por tanto, ante la situación fue extrema; pero puesto que él fue el que tomó la decisión, no sospechaba que mostraría tan abiertamente su descontento por ello. Pero Montoni, que se había inclinado por lo que le parecieron las riquezas de madame Cheron estaba ahora profundamente contrariado por su comparativa pobreza y altamente exasperado por el engaño que ella había empleado para ocultarla, hasta que esa ocultación ya no fue necesaria. Había sido engañado en un asunto en el que había tenido la intención de ser el engañador; se había visto vencido por la mayor astucia de una mujer, cuya inteligencia desdeñaba y a la que había sacrificado su orgullo y su libertad, sin salvarse de la ruina que pendía sobre su cabeza. Madame Montoni había contribuido con todo lo que realmente poseía y lo que quedaba, aunque era totalmente inadecuado tanto para las esperanzas de su marido como para sus necesidades, lo había convertido en dinero, trayéndoselo con él a Venecia, para poder seguir con aquella sociedad y hacer un último esfuerzo para recuperar la fortuna que había perdido.

Estas sospechas que había llegado a los oídos de Valancourt, en relación al carácter y a la situación de Montoni, eran totalmente ciertas; pero era ahora el tiempo y la ocasión para descubrir las circunstancias de lo que se había dicho y de lo que no se había sospechado, y el tiempo y la ocasión para que lleguemos a ello.

Madame Montoni no tenía un carácter de los que aceptan las ofensas con humildad o de los que reaccionan con dignidad; su orgullo exasperado se mostraba en toda la violencia y acritud de una mente mal regulada. No habría reconocido, ni siquiera a sí misma, que había sido la responsable por su doblez, sino que insistía en creer que era la única que merecía compasión, y Montoni que debía ser condenado; porque como su mente tenía por naturaleza poca conciencia de las obligaciones, rara vez comprendía su fuerza, salvo cuando eran violadas contra ella; su vanidad ya se había visto profundamente sorprendida al descubrir el descontento de Montoni y se vería más conmovida al enterarse de sus circunstancias. Su casa de Venecia, aunque el mobiliario descubría una parte de la verdad de una persona sin prejuicios, no decía nada a aquellos que han decidido permanecer ciegos y creer lo que desean. Madame Montoni seguía creyéndose poco menos que una princesa, poseedora de un palacio en Venecia y de un castillo en los Apeninos. Montoni había hablado alguna vez de ir unas pocas semanas a ver en qué condiciones se encontraba el castillo de Udolfo y recibir algunas rentas, ya que parecía que hacía más de dos años que no había estado allí y que, durante ese tiempo, había estado habitado únicamente por un viejo criado, al que llamaba su mayordomo.

Emily esperaba con interés la posibilidad de este viaje, ya que no sólo confiaba en recibir nuevas impresiones, sino en liberarse de la perseverante asiduidad del conde Morano. Además, en el campo pensaría en Valancourt y cedería a la melancolía que su imagen y al recuerdo que despertaban. las escenas de La Vallée, siempre bendecidas con la memoria de sus padres. Aquellas' escenas ideales le eran muy queridas y más entrañables para su corazón que todo el esplendor de la alegre compañía. Eran una especie de talismán para expulsar el veneno de los demonios temporales y para apoyar sus esperanzas en días felices. Se le aparecían como hermosos paisajes, iluminados por los rayos de un sol brillante a través de una perspectiva de rocas oscuras y rugosas.

Pero el conde Morano no siguió limitándose a su asiduidad silenciosa; declaró su pasión e hizo una propuesta a Montoni, que le animó, pese al rechazo de Emily. Con la complicidad de Montoni y su profunda vanidad para convencerle, creía estar seguro de su éxito. Emily estaba sorprendida y altamente disgustada por su perseverancia, después de haberle explicado sus sentimientos con tal franqueza que no le habían permitido confundirle.

Pasaban gran parte del tiempo en el palacio de Montoni, cenando allí casi diariamente y acompañando a madame y a Emily a todas partes. Todo ello pese a la reserva mantenida por Emily, porque su tía parecía tan interesada como Montoni en apoyar aquel matrimonio y nunca la excusaba de acompañarla a cualquier reunión a la que fuera a asistir el conde.

Montoni no decía nada de su planeado viaje, que Emily esperaba con impaciencia; y rara vez estaba en casa salvo cuando el conde o el signor Orsino estaban allí, ya que entre él y Cavigni subsistía la frialdad, aunque este último permaneciera en su casa. Montoni se reunía a solas con frecuencia con Orsino, durante horas y, cualquiera que fuera la razón de su interés sobre lo que conferenciaban, parecía de gran importancia puesto que sacrificaba con frecuencia su pasión favorita por el juego y se quedaba en casa toda la noche. Se trataba también de algo muy privado, por las circunstancias de las visitas de Orsino, que antes no se producían y que despertaron no sólo sorpresa sino cierta alarma en Emily, que no quería saber más de su comportamiento, y él se esforzaba en ocultarlo. Después de aquellas visitas, Montoni se quedaba más pensativo que de costumbre, al extremo de que en ocasiones la incesante actividad de su mente le abstraía por completo de todo lo que le rodeaba y su rostro se cubría con un velo que le daba una aire terrible. En otras oportunidades, sus ojos parecían despedir fuego y todas sus energías se veían conmovidas por una gran empresa. Emily observaba estas manifestaciones de sus pensamientos con profundo interés y no sin cierto grado de preocupación cuando consideraba que estaba enteramente en sus manos; pero evitó incluso la mínima alusión de sus temores o de sus observaciones al hablar con madame Montoni, que no supo discernir nada especial en su marido más allá de su habitual gravedad.

Una segunda carta de monsieur Quesnel anunció su llegada, acompañado por su esposa, a la villa Miarenti; detallando varias circunstancias de su buena fortuna, en relación con el asunto que le llevaba a Italia y concluyendo con su deseo de ver a Montoni, a su esposa y a su sobrina en sus nuevas propiedades.

Emily recibió, aproximadamente al mismo tiempo, una carta mucho más interesante, que tranquilizó de momento la ansiedad de su corazón. Valancourt, confiando en que siguiera en Venecia, había enviado una carta por el correo ordinario, en la que le informaba de su salud y de su afecto constante e inquieto. Había estado en Toulouse algún tiempo después de su marcha, que había pasado dejándose llevar por el placer melancólico de recorrer los escenarios en los que se había acostumbrado a verla, marchando después ..al castillo de su hermano, próximo a La Vallée. Tras mencionar esto, añadía, «si los deberes de mi regimiento no requieren mi marcha, no sé cuándo tendré la suficiente decisión para abandonar la vecindad de una zona que está llena de tu recuerdo. La proximidad a La Vallée me detuvo largo tiempo en Estuviere: con frecuencia cabalgo hasta allí por la mañana y recorro todo aquello durante el día, los lugares que fueron los de tu casa, en donde me acostumbré a verte y a oírte. He renovado mis contactos con la buena y vieja Theresa, que se alegra de verme porque puede hablar de ti. No necesito decirte lo que esta circunstancia me acerca a ella o con qué satisfacción la escucho en su tema favorito. Supondrás los motivos que me indujeron al principio a darme a conocer a Theresa. No fueron otros que el conseguir que me admitiera en el castillo y en los jardines, que fueron el hogar de mi Emily. Aquí paseo y me encuentro con tu imagen bajo cada sombra, pero especialmente me gusta sentarme bajo las ramas de tu árbol favorito, donde una vez, Emily, estuvimos sentados juntos; donde por primera vez me atreví a decirte que te quería. ¡Oh Emily! El recuerdo de aquellos momentos me conmueve, me siento perdido en mi sueño, supongo que te veo a través de mis lágrimas en toda la paz e inocencia del cielo; como te apareciste entonces ante mí, oigo de nuevo el tono de tu voz que hace latir mi corazón con ternura y esperanza. Me apoyo en el muro de la terraza, donde juntos contemplamos la rápida corriente del Garona, mientras yo te describía el espectáculo de sus fuentes, y pienso sólo en ti. ¡Oh Emily! ¿Han pasado aquellos momentos para siempre? ¿Volverán alguna vez?»

En otra parte de su carta escribía así. «Verás que mi carta está fechada en días diferentes, y si vuelves la vista a la primera te darás cuenta de que la comencé poco después de tu salida de Francia. Escribir ha sido, verdaderamente, lo único que me ha apartado de la melancolía y ha hecho tu ausencia soportable; porque cuando converso contigo en el papel y te digo todos los sentimientos de afecto de mi corazón, casi parece que estás presente. Esta tarea ha sido de cuando en cuando mi mejor consuelo y he diferido el enviar la carta sólo por la satisfacción de prolongarla, aunque fuera cierto que la escribía sin otro propósito que no fuera el que la recibieras. Cada vez que mi mente se ha sentido más deprimida que de costumbre, he acudido a contarte mis desgracias y siempre he encontrado consuelo. Cuando cualquier acontecimiento ha interesado mi corazón y ha dado un rayo de alegría a mi espíritu, he corrido a comunicártelo y he recibido una satisfacción refleja. Así, mi carta es una especie de retrato de mi vida y de mis pensamientos durante el último mes y por ello tengo la esperanza de que por la misma razón no te sea indiferente, aunque a otros lectores les pudiera parecer únicamente una serie de frivolidades. Sucede siempre, cuando intentamos describir los más íntimos movimientos del corazón, porque son demasiado íntimos para ser explicados, sólo se pueden experimentar, y así, cuando se presentan ante un observador diferente, cuando lo interesante son los sentimientos, todas las descripciones son imperfectas e innecesarias, excepto que pueden probar la sinceridad del que lo escribe y mostrar sus propios sufrimientos. Me perdonarás todo este egoísmo, porque soy un enamorado.

»Acabo de enterarme de una circunstancia que destruye todo mi paraíso de fantasía de satisfacción ideal y que me reconcilia con la necesidad de volver a mi regimiento, ya que no podré seguir vagando por estas queridas sombras, donde me he acostumbrado a encontrarte en mis pensamientos. ¡La Vallée ha sido alquilada! Tengo razones para creer que se ha hecho sin tu conocimiento por lo que Theresa me ha dicho esta mañana, y, en consecuencia, te informo de esta circunstancia. Se deshizo en lágrimas mientras me lo contaba por tener que dejar el servicio de su querida señorita y el castillo en el que ha vivido durante tantos años felices; y todo esto, ha añadido, sin ni siquiera una carta de mademoiselle informándola; todo esto son actuaciones de monsieur Quesnel y me atrevería a decir que desconoce lo que va a ocurrir.

»Theresa me indicó que había recibido una carta de él, informándola que el castillo había sido alquilado y que, como el servicio ya no era necesario, debía abandonar el lugar en el plazo de una semana cuando llegara el nuevo ocupante.

»Theresa se quedó sorprendida ante una visita de monsieur Quesnel, poco antes de la llegada de esta carta, que iba acompañado por un desconocido que revisó todo con gran curiosidad.»

Hacia el final de la carta, que estaba fechada una semana después de la última frase, Valancourt añadía: «he recibido un requerimiento de mi regimiento y me incorporaré sin lamentarlo, puesto que he sido alejado de los lugares que son tan queridos por mi corazón. Cabalgué a La Vallée esta mañana y tuve noticias de que había llegado el nuevo inquilino y de que Theresa se había marchado. No me referiría al tema con tanto detalle si no creyera que no has sido informada de que han dispuesto de tu casa. Para tu satisfacción he tratado de averiguar algo sobre la personalidad y la fortuna de tu inquilino, pero sin éxito. Es un caballero, eso dicen, y eso es todo lo que he podido saber. El lugar, según he recorrido los alrededores, me ha parecido más melancólico que nunca. Me habría gustado haber sido admitido y haber podido echar otra mirada a tu árbol favorito y pensar en ti una vez más bajo su sombra; pero no he querido despertar la curiosidad de desconocidos. Sin embargo, el pabellón de pesca en el bosque seguía abierto para mí y allí he ido y he pasado una hora, después no he podido ni siquiera echar la mirada atrás sin emoción. ¡Oh Emily! ¡Es seguro que no estaremos siempre separados, seguro que viviremos uno para el otro!»

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