Amado Nervo era un escritor fino y elegante, con ese aspecto de hombre reservado y soñador que por mucho tiempo identificó a los poetas. Aunque se le conoce sobre todo por su poesía, Nervo escribió, también, muchos cuentos, donde hablaba limpiamente y con sencillez.
Un periódico lo envió a la Exposición de París de 1900, para que desde allí enviara noticias y entonces conoció a un bella muchacha, Ana Cecilia, quien probablemente fue su mas grande influencia. Se amaron diez años, hasta que ella murió prematuramente y él le dedicó su más famoso libro:
La amada inmóvil
.
Los jardines interiores
, fue publicado en 1905. Los poemas que componen este volumen fueron compuestos por su autor durante ese viaje por Europa a principios del siglo XX.
Amado Nervo
Los jardines interiores
ePUB v1.0
gosubUSK21.09.12
Los jardines interiores
Amado Nervo, 1905.
Ilustraciones: Ruelas y Montenegro.
Editor original: gousbUSK (v1.0)
ePub base v2.0
A don Enrique C. Creel.
Mi amable mecenas, mi distinguido amigo,
dedico este libro.
Amado Nervo
Hay savia joven, la de potentes glóbulos rica,
que las arterias del tronco núbil invade y llena
y en policromo florón de pétalos se magnifica;
tórrida savia, jugo del Cáncer, que en la serena
noche de luna crepita y cruje de fuerza plena,
en el misterio donde la flauta de Pan resuena…
Hay savia enferma,
sangre doliente,
savia tardía,
que cuando brota, las ramazones del árbol cubre
con hojas mate, con hojas tenues… tal es la mía,
Tal es la mía, savia del yermo, que solo encubre
gérmenes locos de la futura yema insalubre
y tiene pompa, mas es la pompa solemne y triste del viejo octubre…
Querría que mi verso, de guijarro,
en gema se trocase y en joyero;
que fuera entre mis manos como el barro
en la mano genial del alfarero.
que lo mismo que el barro, que a los fines
del artífice pliega sus arcillas,
fuese cáliz de amor en los festines
y lámpara de aceite en las capillas;
que, dócil a mi afán, tomase todas
las formas que mi numen ha soñado,
siendo alianza en el rito de las bodas,
pastoral en el índex del prelado;
lima noble que un grillo desmorona
o eslabón que remata una cadena,
crucifijo papal que nos perdona
o gran timbre de rey que nos condena;
que fingiese a mi antojo, con sus claras
facetas en que tiemblan los destellos,
florones para todas las tiaras
y broches para todos los cabellos;
emblemas para todos los amores,
espejos para todos los encantos
y coronas de astrales resplandores
para todos los genios y los santos.
Yo trabajo, mi fe no se mitiga,
y, troquelando estrofas con mi sello,
un verso acuñaré del que se diga:
Tu verso es como el oro sin la liga:
radiante, dúctil, poliforme y bello.
Y vi tus ojos, flor de beleño,
raros abismos de luz y sueño;
ojos que dejan al alma inerme,
ojos que dicen: duerme… duerme…
Pupilas hondas y taciturnas,
pupilas vagas y misteriosas,
pupilas negras, cual mariposas
nocturnas.
Bajo las bandas de tus cabellos
tus ojos dicen arcanas rimas
y tus lucientes cejas sobre ellos,
fingen dos alas sobre dos simas…
¡Oh! plegue al cielo que cuando grita
la pena en mi alma dolida e inerme,
tus grandes ojos de zulamita
murmuren: «duerme»…
Mano experta en las caricias,
labios, urna de delicias,
blancos senos, cabezal
para todos los soñares,
ojos glaucos, verdes mares,
verdes mares de cristal…
Ya sois idas, ya estáis yertas,
manos pálidas y expertas,
largas manos de marfil;
Ya estáis yertos, ya sois idos,
ojos glaucos y dormidos,
de narcótico sutil.
Cabecita auri-rizada,
hay un hueco en la almohada
de mi tálamo de amor;
cabecita de oro intenso,
¡qué vacío tan inmenso,
tan inmenso! en derredor…
¡Oh! Divina, son tus formas de una ingénita realeza;
de tus golas a la Médicis se desprende tu cabeza
como aurífero pistilo de una exótica corola.
¡Oh! Deidad, tus ojos tienen lejanías de horizontes
y tu lánguida hermosura, cual la nieve de los montes,
brilla sola, intacta y pura,
brilla pura, intacta y sola.
Ante ti puesto de hinojos, yo te juro Reina y Dama
y te rindo el vasallaje que tu orgullo me reclama…
Oh magnífica señora,
para ti el rondel hidalgo que a los próceres recrea,
los herretes de diamantes con su luz titiladora,
los sedeños escarpines y la grácil hacanea.