«Ya que de Dios en conversar te empeñas,
ya que desprecia tu cerebro helado
el amor que te di por el que sueñas,
háblame de ese Dios, mi bien amado!»
Y el teólogo de faz de crucifijo,
de gran melena y de mirar profundo,
feliz de doctrinar, «¡Oh! Blanca, dijo,
Dios es el alma inmaterial del mundo».
«Existe dondequiera en vario modo:
per se, por su virtud y su presencia;
per se, ya que lo invade y llena todo,
penetrándolo todo de su esencia»;
«por su virtud también, que sometidos
a Dios están y su mandato arguyen,
Favonio blando si columpia nidos
o Boreas y Aquilón si los destruyen»;
«y en presencia, porque es omnividente:
su pupila equilátera fulgura
en el disco del sol indeficiente,
en Arturo, en Capella, en Cinosura».
«¿Qué, no adivinas con instinto infuso
de su eterna mirada el embeleso
alumbrando tu espíritu confuso?»
Y respondió: -«Tu Dios es muy abstruso,
yo prefiero tus labios… ¡Dame un beso!»
¡Oh! ¡los rizos negros y los ojos nubios!
¡Oh, los ojos claros y los rizos rubios!
Los enormes besos en que amor es ducho…
¡Besarse sin treguas y quererse mucho!
Ser grande, muy grande, ser bueno, muy bueno;
pero entre tus brazos y sobre tu seno;
Besarte la nuca, besarte los ojos
y los hombros blancos y los labios rojos…
¡Oh! ¡mis dieciocho años! ¡Oh, mi novia ida!
Mi amor a la vida, mi amor a la vida…
La vida era dulce y el mundo era bueno;
¡pero entre tus brazos y sobre tu seno!
Las lunas de mayo si se los preguntas,
te dirán que vieron nuestras sombras juntas;
el estero de aguas cuchicheadoras
lamió nuestra barca con lenguas sonoras,
lamió nuestras barcas con lenguas sonoras,
en aquellas horas, en aquellas horas…
¿Dónde está la barca? ¿dónde está el estero?
¿dónde están las lunas?… ¡Tú mueres, yo muero!
¡Oh! mis dieciocho años, ¡Oh! ¡mi novia ida!
mi amor a la vida… mi amor a la vida…
Mis pesares son alegres y mi dicha llanto vierte;
son mis duelos danzarines y mis júbilos son frailes;
yo he sentido en los saraos la amargura de la muerte,
y he sentido ante la muerte la alegría de los bailes.
¡Cómo gimen las venturas en mi lívida cabeza!
¡Cómo canta en el cordaje de mis nervios la agonía!
Soy cigarra que se nutre con aljófar de tristeza
y que luego enhebra dianas al fulgor del mediodía.
Soy Heráclito y Demócrito á la vez, sol y nublado;
sorbo ajenjos en las risas y en el llanto sorbo mieles,
y es el sueño de mis noches un amor crucificado
que repica sollozando muchos, muchos cascabeles! . . .
¡Cómo surgen mis memorias ante el triar alborotado!
El mar es mi padre augusto… Deja, deja que recuerde:
en los viejos episodios fui tritón, enamorado
de una joven oceánida oji-verde.
Sus cabellos impregnaban de su olor mi cuerpo todo,
cuando trémulos mis brazos musculosos la ceñían;
sus cabellos algas eran, verdinegras, que de iodo
y de ozono, los perfumes embriagantes despedían.
¡Qué dichoso si los besos de sus labios escarlata
se posaban en mis labios, descendían por mi tronco
y erizando de deleite mis escamas de oro y plata,
inspiraban a mi oblicuo caracol su canto ronco!
Cuántas veces en la noche, de la luna a los reflejos,
en la roca hospitalaria más distante y más esquiva
constelada de rojizos carapachos de cangrejos,
entregábase a mis ansias, melancólica o lasciva…
¡Cómo hendíamos las olas irritadas o serenas,
con su mano entre mi mano y en la suya mi pupila
y qué dulces serenatas nos brindaban las sirenas
en los hoscos arrecifes de Caribdis y de Scila!
* * *
¿Quién dio muerte a mis venturas? Un delfín gallardo y bruno.
—¿Te burlaron? —Me burlaron. —¿Te vengaste? —¡Sabiamente!
Demandando su tridente formidable al dios Neptuno,
los clavé sobre mi lecho de coral con el tridente!
* * *
¡Cómo surgen mis memorias ante el mar alborotado!
El mar es mi padre augusto… Deja, deja que recuerde:
en los viejos episodios fui tritón, enamorado
de una joven oceánida oji-verde…
¿Qué dragones, qué tarascas en alcázares dorados
te custodian, ¡oh! princesa de mis sueños incesantes,
entre cofres herrumbrosos por los genios fabricados
y repletos de zafiros, de rubíes purpurados,
de amatistas nunca vistas y diamantes titilantes?
¿Qué Merlín de seculares barbas cándidas disfruta
de tus núbiles frescuras y tus gracias infinitas
en lo espeso de una selva y al amparo de una gruta
do se cuajan los albores de cien mil estalactitas?
¿Qué delfín de aletas de oro, por las aguas ambarinas
te condujo, nauta monstruo, penetrando los cristales,
a los limbos penumbrosos de cavernas submarinas,
entre perlas margaritas y obeliscos de corales?
¿O qué silfo, audaz tenorio con belleza y con fortuna,
te llevó sobre las alas de un hipogrifo nocturno
o en las hebras cabalgando de algún haz de blanca luna
a su alcázar verde y oro del anillo de Saturno?
Dime, dime dónde moras: iré a ti con loco empeño,
quebrantando los hechizos, los conjuros y los lazos;
¡si eres sombra seré sombra, si eres sueño seré sueño,
si eres nube seré nube, si eres luz, seré risueño
rayo de alba o de Poniente por llegar hasta tus brazos!
Que a aquél que recorriendo su ruta de asperezas
haya abrevado su alma en mayores tristezas
que mis tristezas, alce la voz y me reproche…
Job, Jeremías, Cristo, Daniel, en vuestra noche
toda llena de angustias de redención, había
un astro, el astro de una ideal teoría:
Dios vino hasta vosotros, Dios besó vuestra frente;
Dios abrió en vuestro cielo la brecha reluciente
de una ilusión…
En mi alma todo es sombra y en ella
jamás ¡jamás! titilan los oros de una estrella;
mi alma es como la higuera por el Señor maldita,
que no presta ni fruto ni sombra, que no agita
sus abanicos de hojas; sus ramas, ¡ay! desnudas,
servirán a la desesperación de algún Judas,
¡de algún ideal tránsfuga que me besó con dolo
y que por fin se ahorca desamparado y solo!
Que aquel que recorriendo su ruta de asperezas
haya abrevado su alma en mayores tristezas
que las mías, levante su voz de trueno. ¿En dónde
están los grandes tristes? ¡Ninguno me responde!
La eternidad es muda y el enigma cobarde…
Hermana, tengo frío, el frío de la tarde.
Flor de Mayo, como un rayo
de la tarde, se moría…
Yo te quise Flor de Mayo,
tú lo sabes; ¡pero Dios no lo quería!
Las olas vienen, las olas van,
cantando vienen, cantando irán.
Flor de Mayo ni se viste
ni se alhaja ni atavía,
¡Flor de Mayo está muy triste!
¡Pobrecita, pobrecita vida mía!
Cada estrella que palpita,
desde el cielo le habla así:
«Ven conmigo, Florecita,
brillarás en la extensión igual a mí».
Flor de Mayo, con desmayo,
le responde: «¡Pronto iré!»
se nos muere Flor de Mayo,
Flor de Mayo, la Elegida, ¡se nos fue!
Las olas vienen, las olas van,
cantando vienen, llorando irán…
«¡No me dejes!» yo le grito,
«No te vayas, dueño mío,
el espacio es infinito
y es muy negro y hace frío, mucho frío!»
Sin curarse de mi empeño,
Flor de Mayo se alejó
y en la noche, como un sueño,
misteriosamente triste se perdió.
Las olas vienen, las olas van,
cantando vienen, ¡ay! ¡cómo irán!
Al amparo de mi huerto
una sola flor crecía:
Flor de Mayo, y se me ha muerto…
¡Yo la quise, pero Dios no lo quería!
Envío
La canción que me pediste,
la compuse y aquí está:
cántala bajito y triste;
«Ella» duerme, (para siempre) ¡la canción la arrullará!
cántala bajito y triste,
cántala…