Los ingenieros de Mundo Anillo (7 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
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—Nuestro punto de observación no es favorable —explicó el Inferior—. Desde aquí vemos la fácula perpendicularmente.

Chmeee dijo:

—A lo mejor se ha desestabilizado hace poco, lo cual explicaría por qué aparece descentrado el Mundo Anillo.

—Es posible. Los documentos del «Embustero» reflejan que hubo una deflagración mientras se aproximaban, pero durante el resto del año aquel sol no volvió a mostrar ninguna actividad.

Las cabezas del Inferior se afanaban sobre el panel de instrumentos.

—¡Qué raro! Las líneas magnéticas…

El disco oscuro quedó eclipsado detrás del muro inacabable.

—El campo magnético de esta estrella es muy anormal —continuó el Inferior.

—Echemos otra ojeada.

—Nuestra misión no consiente la recogida de datos al azar.

—¿No hay lugar para la curiosidad?

—No.

A menos de veinte mil kilómetros, la pared oscura parecía trazada con un tiralíneas. La negrura y la velocidad ocultaban todos los detalles. El Inferior ajustó la pantalla del telescopio para luz infrarroja, pero apenas sirvió de nada… ¿O tal vez sí? En la base del muro aparecían sombras, triángulos más fríos, de cincuenta a setenta kilómetros de longitud, como si en la pared interior hubiese algo que reflejase la luz del sol. Y luego apareció una franja oscura más fría a lo largo del fondo, desplazándose de izquierda a derecha.

Chmeee preguntó muy finamente:

—¿Nos acercamos o estamos al pairo?

—Hasta que tengamos una idea de la situación, al pairo.

—El tesoro es todo tuyo. Si lo prefieres, puedes irte sin llevártelo.

El Inferior estaba agitado, sus piernas aferraban con fuerza el banco de pilotaje y tenía la espalda recorrida de calambres. Chmeee se sentía a sus anchas, parecía muy satisfecho de sí mismo, y dijo:

—Nessus se sirvió de un kzin como piloto. A veces se permitía ceder del todo al miedo. En cambio tú no. ¿No podrías dejar que la «Aguja» aterrizase con el piloto automático y esconderte en estasis mientras tanto?

—¿Y si se presentase una emergencia? No. Yo no había previsto esto.

—Si has de aterrizar personalmente, hazlo, Inferior.

La «Aguja» bajó el morro y aceleró.

Le costó casi dos horas acelerar hasta la velocidad periférica de mil doscientos kilómetros por segundo del Mundo Anillo. Para entonces habían desfilado ante sus ojos cientos de miles de kilómetros de aquella franja oscura. El Inferior empezó a reducir distancias… Despacio, tan despacio que Luis llegó a preguntarse si acabarían por pasar de largo. Siguió mirando sin impacientarse. Por propia voluntad no estaba conectado al cable. Frente a este hecho, lo demás carecía de importancia.

Pero, ¿de dónde le venía la paciencia a Chmeee? ¿Estaría sintiendo la segunda juventud? Un humano, al cumplir el primer siglo se sentía sobrado de tiempo para todo. ¿Reaccionaría también así un kzin? Pero Chmeee era un diplomático avezado y, por lo tanto, acostumbrado a disimular sus sentimientos.

La «Aguja» flotaba bajo la acción de sus propulsores; con 0,992 gravedades de empuje, la espiral de su trayectoria iba entrando en la curva del Mundo Anillo. Abandonada a sí misma, la nave habría salido proyectada otra vez hacia el espacio interestelar. Luis contempló cómo las cabezas del titerote oscilaban de un instrumento a otro, de una pantalla a otra de las que le rodeaban, y cuyas indicaciones no podía ver desde donde él estaba.

La línea oscura se convirtió en una hilera de anillos alejados entre sí, con un diámetro de un centenar y medio de kilómetros cada uno. Como demostraba una vieja grabación, durante la primera expedición se había visto cómo las naves se situaban a unos ochenta kilómetros del muro exterior para dejar que los anillos las arrastrasen, pasando de la condición de caída libre a la velocidad angular del Mundo Anillo y yendo luego a posarse al otro extremo, en la zona del espaciopuerto.

A derecha e izquierda los bordes de la negra pared se prolongaban hacia el infinito. Ya estaban cerca, a unos pocos miles de kilómetros. El Inferior orientó la «Aguja» en el sentido del acelerador lineal. Cientos de miles de kilómetros de bobinas… pero los habitantes del Mundo Anillo carecían de generadores gravitatorios. Sus naves y sus tripulaciones no hubieran soportado las aceleraciones elevadas.

—Los anillos no funcionan. Ni siquiera localizo los detectores de llegada —dijo una de las cabezas del titerote vuelta hacia ellos, para luego regresar a su trabajo.

Llegaban a la zona del espaciopuerto.

Tendría unos cien kilómetros de anchura. Había grandes grúas de espléndidas curvas, edificios circulares y enormes plataformas de carga. También se veían varias naves: cuatro cilindros de morro chato, tres de ellos estropeados, con el casco roto.

—Espero que hayas traído luces —dijo Chmeee.

—Todavía no quiero descubrir nuestra presencia.

—¿Crees que hemos sido vistos por alguien, o es que piensas aterrizar sin luces?

—No y no —replicó el Inferior.

Un proyector de tremenda potencia se encendió en la ojiva de la «Aguja». No cabía duda de que era un arma auxiliar.

Las naves eran espaciosas. Una escotilla abierta era una simple manchita oscura. Miles de ventanillas brillaban en los cilindros como cristales de azúcar sobre un pastel. Una de las naves parecía intacta. Las otras tres habían sido abiertas y parcialmente desmontadas para aprovechar las piezas, quedando la maquinaria expuesta al vacío y a las miradas de intrusos y curiosos.

—Nadie nos ataca ni nadie parece advertir nuestra presencia —comentó el titerote—. La temperatura de los edificios y la de las máquinas es la misma que la del suelo y la de las naves, ciento setenta y cuatro grados absolutos. Este lugar está abandonado desde hace tiempo.

Un par de voluminosas bobinas tóricas color de cobre rodeaban el casco de la nave intacta; su masa representaba un tercio o más de la de toda la nave. Luis apuntó hacia ellas.

—Generadores de captación, quizá. Hace años estudié la historia de la exploración del espacio. El propulsor Bussard genera un campo electromagnético para aspirar el hidrógeno interestelar y concentrarlo en una zona de contención, llevándolo a fusión atómica. Una fuente ilimitada de energía. Pero es preciso tener a bordo un depósito de combustible y un motor de cohete para cuando se navega a velocidad inferior a la que necesita el propulsor de fusión. Como allí.

Dos de las naves parcialmente desmontadas dejaban ver los depósitos.

Y las bobinas de las tres naves cadaverizadas faltaban, lo cual extrañó a Luis, aunque los propulsores Bussard solían emplear monopolos magnéticos y éstos podían aprovecharse para otros usos.

Al Inferior le preocupaba otra cosa.

—¿Depósitos para transportar el plomo? ¿No hubiera sido suficiente llevarlo en planchas alrededor de la nave para que sirviera de blindaje antes de ser transmutado en combustible?

Luis guardó silencio. No se había visto nunca el plomo.

—Por disponibilidad —dijo Chmeee—. Si tuvieron que combatir, les habrían fundido el plomo de la envoltura y la nave se habría quedado sin combustible. Aterriza, Inferior, y buscaremos la solución en la nave que ha quedado completa.

La «Aguja» redujo altura.

—La salida será fácil —insinuó Chmeee—. Nos acercamos al borde y apagamos motores, con lo que salimos expulsados hacia el espacio libre. Entonces ponemos en marcha la hiperpropulsión y quedamos a salvo.

La «Aguja» se posó en el espaciopuerto. El Inferior les dijo:

—Colocaos en las teleportadoras.

Chmeee obedeció. En el instante de desaparecer reía…, o mejor dicho, ronroneaba de satisfacción. Luis le siguió y enseguida se sintió transportado a otro lugar.

6. «Y ahora, éste es mi plan…»

El recinto le pareció conocido. Nunca había estado en uno exactamente igual, pero se asemejaba al puente de mando de cualquier otra nave interplanetaria pequeña. Siempre se necesita una cabina de gravedad, un ordenador de a bordo, mandos de propulsión, corrección de rumbo y un detector de masas. Los tres asientos de pilotaje eran reclinables, equipados con redes paracaídas, mandos en los brazos, tubos urinarios y bocas de erogación de comida y bebida. La única diferencia consistía en que una de las poltronas era mucho más grande que las demás. A Luis le pareció que sería capaz de pilotar aquella navecilla con los ojos vendados.

Sobre un semicírculo de pantallas e indicadores se abría una ventanilla panorámica. A través de ella, Luis pudo ver una parte del casco de la «Aguja» proyectándose hacia delante y hacia arriba. El módulo separable estaba colgado en el espacio.

Chmeee pasó revista a los botones e interruptores, de tamaño más grande, situados delante de su puesto.

—Tenemos armamento —anunció con suavidad.

Una de las pantallas se iluminó mostrando en escorzo una cabeza de titerote, que habló:

—Bajad por la escalerilla y recoged vuestro equipo de vacío.

La escalerilla del módulo era ancha y poco empinada, muy en consonancia con el pie de un kzin. Abajo se abría un espacio mucho más amplio, con cama de agua, placas sómnicas y cocina automática, todo ello idéntico a lo que había en la celda que acababan de dejar. El quirófano automático era lo bastante grande como para atender a un kzin y disponía de una complicada consola de mandos. En otro tiempo, Luis había sido cirujano operador; tal vez el Inferior lo supiera.

Chmeee halló los equipos de vacío en una hilera de taquillas y se embutió dentro de lo que parecía un racimo de globos transparentes. Estaba impaciente.

—¡Vamos, Luis! ¡Ponte el equipo!

Luis sacó un traje flexible de una sola pieza, ceñido como una segunda piel, el correspondiente casco transparente en forma de pecera y la mochila. Era un equipo normal, transpirable, para que el organismo regulase su propia temperatura. Luis se revistió con una segunda funda metalizada, ya que allí fuera podía hacer bastante frío.

La esclusa tenía cabida para tres, lo que Luis agradeció, pues a veces resultaba desagradable esperar solo en el vacío mientras el compartimento estanco realizaba su ciclo para dar salida a otro. Aunque el Inferior no creía que se encontraran ante emergencias, se había preparado muy bien. Mientras era expulsado el aire, Luis sintió que se le hinchaba el pecho, por lo que se ciñó la «faja», el ancho cinto elástico que le rodeaba el tórax para ayudarle a respirar.

Chmeee se bajó del módulo y, dando grandes zancadas, empezó a alejarse de la «Aguja» hacia la oscuridad. Luis cogió una caja de herramientas y le siguió a paso gimnástico.

La sensación de libertad era intoxicante, peligrosa. Luis se recordó a sí mismo que el sistema de comunicaciones de su traje se hallaba dentro del alcance del Inferior. Era preciso hablar, y pronto, pero donde el titerote no pudiera oírle.

Allí todas las proporciones estaban falseadas. Las naves medio desguazadas eran excesivamente grandes, y el horizonte demasiado cercano y demasiado nítido. Una pared negra e infinita cortaba por la mitad el paisaje estelar, más o menos familiar. Vistos a través del vacío, los objetos distantes aparecían con la misma claridad que los próximos, aunque se hallasen a cientos de miles de kilómetros.

La nave más cercana del Mundo Anillo, la que estaba intacta, parecía hallarse a menos de un kilómetro; en realidad estaba a más de kilómetro y medio. Durante su último viaje se había equivocado continuamente en las escalas, y veintitrés años de ausencia no contribuían a curarle.

Llegó sin aliento junto al costado de la enorme nave y vio que una de las patas de aterrizaje tenía un ascensor incorporado. Naturalmente, la vetusta maquinaria no funcionaba, así que se enfiló por la escalerilla.

Chmeee se afanaba con los mandos de una gran esclusa, y sacó una llave de la caja que traía Luis.

—Es mejor que por ahora no forcemos las puertas —dijo—. Hay corriente.

Consiguió destapar un cuadro de mandos y manipuló en su interior.

La compuerta exterior se cerró, y la interior se abrió sobre el vacío y la oscuridad. Chmeee conectó su linterna láser.

Luis estaba algo impresionado. En aquella nave cabía la suficiente tripulación como para poblar una ciudad pequeña. Resultaría fácil perderse allí.

—Vamos a inspeccionar los registros —dijo—. Me gustaría presurizar el interior. Con este casco tan grande no pasarías por un registro construido para humanos.

Entraron en un corredor que se curvaba siguiendo la ojiva del fuselaje. Algunas escotillas eran apenas más altas que la estatura del propio Luis. Al abrirlas se podían ver pequeños camarotes con literas y asientos empotrados, hechos a la medida de humanoides de su misma talla o más pequeños.

—Se diría que fue la raza de Halrloprillalar la que construyó estas naves.

Chmeee replicó:

—Eso ya lo sabíamos. Su raza construyó el Mundo Anillo.

—Eso no lo creo —dijo Luis—. Me pregunto si ellos construyeron las naves, o las heredaron de otros.

En sus cascos resonó la voz del Inferior.

—¿Luis? Halrloprillalar te contó que su pueblo había construido el Mundo Anillo. ¿Crees que te mintió?

—Sí.

—¿Por qué?

Había mentido en otras muchas cosas, pero Luis no lo dijo así, sino que repuso:

—Por el estilo. Sabemos que construyeron las ciudades. Los edificios flotantes son de esas obras que uno erige para demostrar su riqueza y su poder. ¿Recuerdas el castillo en el cielo, el edificio flotante con la sala de los mapas? Nessus hizo grabaciones.

—Las he estudiado —contestó el titerote.

—Y había un trono con dosel y una escultura de alambre tan grande como una casa y que representaba la cabeza de alguien. El que fuese capaz de construir un Mundo Anillo, ¿para qué habría de molestarse en levantar un castillo flotante? No me lo creo. Nunca lo he creído.

—¿Chmeee?

El kzin contestó:

—Tratándose de asuntos humanos, creo que hemos de aceptar la opinión de Luis.

Entraron en un corredor radial. Allí había más camarotes. Luis inspeccionó con atención uno de ellos. El traje presurizable era interesante: estaba colgado de la pared como el trofeo de un cazador; era de una sola pieza, con numerosas cremalleras, todas abiertas. Accesible inmediatamente en caso de despresurización súbita.

El kzin esperó con impaciencia mientras Luis cerraba todas las cremalleras y retrocedía unos pasos para apreciar mejor el efecto.

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