Los ingenieros de Mundo Anillo (4 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
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—Como tú quieras —dijo Luis, al tiempo que se dejaba caer de espaldas.

De todos modos, llevaba demasiado sueño atrasado…

—¿Cómo te convertiste en un cableta? ¿Cómo ha sido posible?

—Yo… ¡Cómo vas a entenderlo!… —empezó a decir Luis—. ¿Recuerdas la última vez que nos vimos?

—Sí. Muy pocos humanos han sido invitados en la misma Kzin. Entonces eras merecedor de ese honor.

—Quizá. Es posible. ¿Recuerdas que me mostraste la Casa del Pasado del Patriarca?

—Desde luego. Intentaste explicarme cómo podíamos mejorar las relaciones interespecíficas. Bastaba con permitir que un grupo de periodistas humanos se paseara por el museo con sus cámaras holográficas.

Luis sonrió al recordarlo.

—Eso dije.

—Yo tenía mis dudas.

La Casa del Pasado del Patriarca se evidenció tan majestuosa como grandiosa: un edificio inmenso, interminable, hecho de gruesos sillares de roca volcánica soldados por los cantos. Era todo ángulos, y lo flanqueaban cuatro grandes torres armadas con cañones láser. La sucesión de salas, una tras otra, era inacabable; Chmeee y Luis tardaron dos días en recorrerlas.

El pasado oficial del Patriarca se remontaba a una gran antigüedad. Luis vio viejos fémures de sthondat con mangos labrados que habían sido las porras de los kzinti primitivos. Vio armas que podían considerarse como cañones de mano, y que pocos humanos hubieran sido capaces de alzar. Contempló armaduras revestidas de plata y tan gruesas como la puerta de una caja fuerte, y un mandoble con el que se hubiera podido derribar una secoya bien crecida. Mientras hablaban de la posibilidad de permitir que el lugar fuese visitado por un periodista humano, apareció ante sus ojos Harvey Mossbauer.

La familia de Harvey Mossbauer fue matada y devorada durante la Cuarta Guerra Kzin-Humanidad. Muchos años después de la tregua, y tras larga preparación digna de un monomaníaco, Mossbauer desembarcó solo y armado en Kzin. Logró matar a cuatro machos kzinti y hacer detonar una bomba en el harén del Patriarca antes de que los guardias acabaran con él. Según explicó Chmeee, lo que dificultó la operación fue el deseo de recuperar intactos los despojos del intruso.

—¿A eso llamáis intactos?

—Hubo lucha. ¡Vaya si luchó! Tenemos las cintas. Sabemos cómo hay que honrar a un enemigo valiente y poderoso, Luis.

La piel disecada estaba tan llena de heridas que para adivinar a qué especie pertenecía era preciso fijarse mucho, pero estaba sobre una peana muy alta, situada en lugar destacado y con una placa de duraluminio. Un periodista humano corriente no hubiera sabido entenderlo, pero Luis sí.

—Me pregunto si conseguiré hacerte comprender —dijo el que veinte años más tarde no era más que un cableta secuestrado y privado de su contactor— lo orgulloso que me sentí entonces de que Harvey Mossbauer fuese un humano.

—Es bueno recordar, pero estábamos hablando de la adicción a la electricidad —le advirtió Chmeee.

—Los que son felices no se hacen adictos a la electricidad. Hay que ir y que le implanten a uno el enchufe. Ese día me sentí bien. Me sentí como un héroe. ¿Y sabes dónde estaba Halrloprillalar en aquellos momentos?

—¿Dónde?

—En poder del gobierno. De la BRAZO. Tenían muchas preguntas que hacerle, y yo, ¡nej! no pude evitarlo, y eso que estaba bajo mi protección, ya que regresaba a la Tierra conmigo…

—Te tenía agarrado por el sexo, Luis. Es bueno que las hembras kzinti no sean racionales. Habrías hecho cualquier cosa que ella te hubiera pedido. Fue ella quien quiso ver el espacio humano.

—¡Claro! Siempre que yo fuese su guía nativo. Pero no pudo ser. Mira, Chmeee, nosotros hicimos entrega de la «Tiro Largo» y de Halrloprillalar a una coalición Kzin-Tierra, y no sólo no hemos vuelto a verlos jamás, sino que ni siquiera nos estaba permitido mencionarlos.

—El hiperreactor de quantum once fue declarado secreto por el Patriarca.

—Y también es máximo secreto según las Naciones Unidas. No creo que hayan tenido acceso a él ni tan siquiera los demás gobiernos del espacio humano y, por supuesto, se aseguraron de que yo no dijera nada. Naturalmente, el Mundo Anillo también era parte del secreto, porque, ¿cómo habríamos llegado hasta allí sin la «Tiro Largo»? Lo que, por cierto —continuó Luis—, nos conduce a la pregunta de cómo piensa alcanzar el Mundo Anillo nuestro Inferior. Son doscientos años luz desde la Tierra, y más desde Canyon, a tres días por año luz si vamos en esta nave. ¿Crees que tendrá otra «Tiro Largo» oculta en alguna parte?

—No cambies de conversación. ¿Por qué hiciste que te implantaran el cable? —preguntó Chmeee agazapándose con las garras extendidas.

Reflejo tal vez, reacción inconsciente… tal vez.

—Cuando regresé de Kzin, la BRAZO no me permitió ver a Prill —prosiguió Luis—. Si hubiera logrado formar una expedición al Mundo Anillo la habría reclamado como guía nativa, pero ¡nej! ¡Si ni siquiera se podía hablar de ello, excepto con el gobierno… y contigo! Pero a ti no te interesó.

—¿Cómo iba a viajar? Tenía mis propiedades, y mi apellido, e hijos en camino. Las hembras kzinti son muy pasivas; necesitan de alguien que cuide de ellas.

—Pues, ¿qué será de ellas ahora?

—Mi primogénito administrará mis posesiones. Si pasa demasiado tiempo, luchará contra mí para quedárselo todo. Si… ¡Pero Luis! ¿Cómo te convertiste en cableta?

—¡Algún idiota me sacudió con un tasp!

—¿Errrr?

—Andaba yo por un museo de Río cuando alguien me dio el día, escondido detrás de una columna.

—Pero si Nessus también llevó un tasp al Mundo Anillo para controlar a su tripulación. Lo empleó con nosotros dos.

—Cierto. ¡Qué típico de un titerote de Pierson eso de damos gusto para controlarnos! Ahora el Inferior emplea esa misma táctica. Fíjate en que tiene mi contactor bajo mando a distancia, y a ti te ha dado la eterna juventud, ¿y todo eso para qué? Para que hagamos todo lo que él nos diga, eso es.

—Nessus utilizó el tasp conmigo, pero yo no me he vuelto adicto.

—Ni yo tampoco, entonces. Pero estaban los recuerdos. Me sentía como una sabandija por lo de Prill… y pensé tomarme un año de vacaciones. Eso lo había hecho otras veces, y consistía en despegar solo y perderme en algún lugar al margen del espacio conocido, hasta que me sentía en condiciones de soportar otra vez a la gente. Hasta que me sentía capaz de soportarme a mí mismo. Pero hubiera sido como huir de lo de Prill. Hasta que algún guasón me dio el día. No me pegó muy fuerte, pero me recordó lo de aquel tasp que llevaba Nessus, y que era como diez veces más fuerte. Yo…, resistí casi un año más, y luego fui e hice que me instalaran el enchufe en la cabeza.

—Debería arrancártelo del cerebro.

—Resulta que eso está contraindicado.

—¿Cómo fuiste a parar al barranco de Vanguardia?

—¡Ah, eso…! Puede que fuese una paranoia mía, pero mira: Halrloprillalar desapareció sin dejar rastro en el edificio de la BRAZO y no volvió a salir. Por la calle, Luis Wu andaba suelto y hecho un cableta, y quién sabe lo que sería capaz de contar por ahí. Pensé que sería bueno poner tierra de por medio. En Canyon una nave puede aterrizar fácilmente sin que lo noten.

—Supongo que el Inferior lo averiguaría también.

—Dame el contactor, Chmeee, o déjame dormir, o mátame. No encuentro en mí motivos para decidir.

—Pues entonces, duerme.

3. Un fantasma entre la tripulación

Qué bueno era despertar flotando entre placas sómnicas… Hasta que Luis empezó a recordar.

Chmeee estaba dedicado a destrozar una porción de carne cruda. A menudo, aquellos recicladores fabricados en Wunderland servían para más de una especie. El kzin interrumpió su banquete durante un momento, lo justo para decir:

—Todos los equipos de a bordo son de construcción humana, o podrían serlo. Incluso el casco pudo ser comprado en cualquier planeta humano.

Luis flotaba en caída libre como un feto en el seno materno, con los ojos cerrados y las rodillas encogidas. Pero no había manera de olvidar dónde se hallaba, y dijo:

—Me ha parecido que el módulo de excursión tenía un aire jinxiano. Fabricado de encargo, pero en Jinx. ¿Qué me dices de tu cama? ¿Es kzinti?

—Fibra artificial. Hecha a imitación de una piel de kzin, y vendida de tapadillo, estoy seguro, a unos humanos de humor excéntrico. Si encontrase al fabricante me gustaría despedazarlo.

Luis alargó la mano y accionó el interruptor de campo. El campo sómnico se extinguió depositándole con suavidad en el suelo.

Fuera era de noche: estrellas como cabezas de alfiler arriba, y un paisaje de terciopelo negro sin forma. Aunque lograsen hacerse con trajes presurizados, el cañón podía encontrarse en el otro hemisferio del planeta, o tal vez al otro lado de aquel farallón negro que se proyectaba hacia el horizonte cósmico, pero, ¿cómo averiguarlo?

La cocina recicladora tenía dos botoneras, la una con rótulos en Intermundial y la otra en la Lengua del Héroe. Y dos lavabos en extremos opuestos. Luis hubiera preferido una disposición menos explícita. Seleccionó un desayuno que pondría a prueba el repertorio del aparato.

El kzin gruñó:

—¿Es que no te preocupa la situación, Luis?

—Mira a tus pies.

El kzin se arrodilló.

—Errrr… sí. Fueron titerotes los constructores de este hiperreactor. Ésta es la nave que utilizó el Inferior para desertar de la Flota de los Mundos.

—Olvidas los discos pedestres. Los titerotes jamás los usaron fuera de su propio mundo. Y hete aquí que el Inferior, por medio de discos teleportadores, me envía unos agentes humanos para que me capturen.

—Debió de robarlos junto con la nave y poca cosa más. Es posible que estuvieran embargados por la General de Productos y no se hubiesen adjudicado. No creo que el Inferior cuente con la colaboración de sus congéneres. Deberíamos tratar de alcanzar la flota titerote.

—Cuidado, Chmeee. Puede haber micrófonos ocultos.

—¿He de refrenar mi lengua por culpa de ese herbívoro?

—Muy bien, pues consideremos la cuestión. —Su depresión se manifestaba en forma de sarcasmo disimulado y ¿por qué no, si Chmeee se había apoderado de su contactor?—. Resulta que un titerote ha tenido el capricho de secuestrar humanos y kzinti. Lo cual, naturalmente, ofenderá la conciencia de los titerotes honrados. ¿Crees que nos dejarían regresar a casa para que se lo contemos al Patriarca? El cual no dudo que habrá hecho lo imposible por construir más naves tipo «Tiro Largo», con las que se podría alcanzar la flota titerote en poco más de cuatro horas, más los períodos de aceleración para igualar velocidades… Digamos tres meses a tres g…

—¡Basta, Luis!

—¡Nej! Si tuvieras ganas de desencadenar una guerra, ésa sería tu oportunidad. Según Nessus, los titerotes intervinieron a nuestro favor en la Primera Guerra Kzin-Humanidad. Ahora cállate tú. No quiero que me digas si se lo contaste a alguien más.

—Dejemos claro ese asunto.

—Claro, claro. Sólo que estaba pensando… —Y como era posible que la conversación estuviera siendo grabada, Luis habló en parte a beneficio del Inferior—. Tú, yo y el Inferior somos, en todo el espacio conocido, los únicos que sabemos lo que hicieron los titerotes, salvo que alguno de nosotros lo haya repetido.

—Si nos perdiéramos en el Mundo Anillo, ¿el Inferior nos guardaría luto perpetuo? Entiendo lo que quieres decir. Pero es posible que el Inferior ni siquiera conozca la indiscreción de Nessus.

Si ha estado escuchando, lo sabe ahora, pensó Luis. ¿Será un error mío? ¿He de refrenar mi lengua por culpa de un herbívoro? Y atacó su desayuno con cierta ferocidad.

Había elegido una mezcla de sencillez y refinamiento: medio pomelo, soufflé de chocolate, una pechuga asada de dinornis y café Jamaica Blue Mountain con nata. Casi todo estaba sabroso; únicamente la nata era una imitación poco convincente. En cambio, ¿qué decir del dinornis? Un experto en genética del siglo XXIV había recreado la especie, o al menos eso aseguraba, y la recicladora preparaba una imitación de aquello. La fibra era sabrosa; desde luego parecía carne de ave de buena calidad.

Aunque no era como vivir bajo el cable, desde luego.

Empezaba a acostumbrarse a aquella depresión circunstancial que existía sólo por contraste con el cable. Aquél era, sin duda, el estado normal del ser humano, consideró Luis. El verse prisionero de un extraterrestre chiflado y animado de propósitos extravagantes no lo empeoraba demasiado. Lo verdaderamente horroroso de aquella madrugada era que Luis Wu iba a tener que acostumbrarse a prescindir del contactor.

Cuando hubo terminado, arrojó los platos sucios al lavabo y preguntó:

—¿Qué quieres a cambio del contactor?

Chmeee soltó un resoplido desdeñoso.

—¿Tienes algo que ofrecer?

—Promesas, bajo mi palabra de honor. Y una buena colección de pijamas de fantasía.

Chmeee azotó el aire con la cola.

—En otro tiempo fuiste un compañero útil. ¿En qué te convertirías si te devolviera el contactor? En un rumiante inútil. Así que me lo quedo.

Luis dio comienzo a sus ejercicios.

Las lagartijas con una mano eran fáciles bajo una gravedad reducida a la mitad, aunque cien sobre cada mano no lo eran tanto. El gálibo del casco era demasiado bajo para algunas de sus rutinas. Doscientas flexiones tocándose las puntas de los pies con los dedos…

Chmeee le contempló con curiosidad y luego dijo:

—Me pregunto cómo debió perder su rango el Inferior.

Luis no contestó. Estaba colgado horizontalmente con los pies bajo la placa sómnica inferior y una tabla debajo de las pantorrillas, y realizaba una serie de abdominales a cámara lenta.

—¿Y qué espera encontrar en la región de los espaciopuertos que no encontrásemos nosotros? Los anillos de deceleración son demasiado grandes para llevárselos. ¿Es posible que busque algo de los navíos espaciales del Mundo Anillo?

Luis encargó un par de muslos de dinornis y después de quitarles la grasa se puso a hacer malabarismos con aquel par de mazas descomunales. El sudor le inundó la cara y el pecho, y empezó a correr en lentos regueros.

La cola de Chmeee se agitó con nerviosismo y sus orejas se replegaron en postura de defensa. Chmeee se estaba enfadando. Era su problema.

El titerote se materializó de súbito, aunque, siempre prudente, con el acostumbrado mamparo transparente de por medio. Había cambiado la decoración de su melena, que ahora lucía puntitos de luz en vez de ópalos. Y estaba solo. Estudió la situación unos instantes y dijo:

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