Los ingenieros de Mundo Anillo (19 page)

Read Los ingenieros de Mundo Anillo Online

Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
11.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Huy! Echaría a correr. Sin acordarse de nosotros.

—Oficialmente, no hemos adivinado el secreto de la construcción del Mundo Anillo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—¿Y qué? ¿Seguimos buscando el Centro de Mantenimiento? El aroma del árbol de la Vida podría ser mortal para ti. Eres demasiado viejo para convertirte en un protector.

—No lo deseo. ¿No hay un espectroscopio en el módulo?

—Sí.

—El árbol de la Vida no crece en ausencia de un abono especial: el óxido de talio. Este elemento debe de ser mucho más corriente en el núcleo de la galaxia que aquí, en su extrarradio. Dondequiera que los protectores pasaran una temporada, se encontrará el óxido de talio que necesitaban para sus plantas. Así es como localizaremos el Centro de Mantenimiento. Si alguna vez conseguimos entrar allí, lo visitaremos metidos en trajes herméticos.

14. El olor de la muerte

La voz del Inferior resonó como un trueno cuando salían a la carretera:

—¡Módulo! ¡CHMEEE, LUIS! ¿DÓNDE OS ESCONDÉIS? INFERIOR LLAMANDO A MUNDO…

—¡Cállate ya, nej, maldita sea! ¡Baja el volumen, que nos estás rompiendo los tímpanos!

—¿Me oís ahora?

—Te oímos perfectamente.

Chmeee había replegado las orejas dentro de sus bolsas de pellejo. A Luis le habría gustado poder hacer lo mismo.

—Las montañas habrán bloqueado la señal.

—¿Y de qué hablabais mientras hemos estado incomunicados?

—Planeando un motín. Pero hemos votado en contra.

Hubo un breve silencio, y luego:

—Muy prudentes —dijo el Inferior—. Quiero que me digáis cómo interpretáis este holograma.

Una de las pantallas mostraba una especie de puente que sobresalía del muro limítrofe del Anillo. La imagen tenía poca nitidez y la iluminación era extraña, puesto que se había tomado en el vacío, bajo luz solar de un lado y albedo del Anillo por el lado opuesto. El puente parecía de una pieza con el propio muro, como si se hubiese levantado una porción de scrith, y servía de unión a un par de anillos o toros separados por una distancia igual a su propio diámetro. No se veía nada más, excepto la coronación del muro, por lo que resultaba imposible juzgar los tamaños relativos.

—Fue tomada por la sonda —explicó el titerote—. Como dije, he insertado la sonda en el sistema de transporte del borde. Se está acelerando hacia el contragiro.

—Sí. ¿Qué te parece, Chmeee?

—Podría ser un reactor de posición del Anillo, aunque no estaría en funcionamiento aún.

—Es posible. Hay muchas maneras de diseñar un propulsor Bussard. ¿Has detectado algún efecto magnético, Inferior?

—No, Luis. La máquina parece en régimen quiescente.

—Puesto que se halla en el vacío, no habrá sido atacada por la plaga de los superconductores. No parece dañada. Pero los mandos podrían estar en otro lugar. En la superficie. Quizá fuese posible repararlos.

—Primero tendrías que encontrarlos. ¿En el Centro de Mantenimiento?

—Sí, tal vez.

La carretera discurría por entre pantanos y roquedales. Sobrevolaron lo que parecía otra instalación química. Sin duda fueron vistos, pues se oyó el aullido de una sirena y salió un penacho de humo de lo que podía tomarse por una chimenea. Chmeee no redujo la velocidad.

No vieron más de aquellos vehículos como cajones.

Luis había observado, muy a lo lejos en medio de los pantanos, unos resplandores blanquecinos que avanzaban poco a poco entre la espesura. Eran tan lentos como la niebla que flota sobre las aguas, o como un gran transatlántico en el momento de amarrar. Ahora, lejos y hacia proa, una forma blanca se apartó de los árboles dirigiéndose hacia la carretera.

El cuello delgado de la bestia, alzándose sobre la vasta masa blanca, portaba el bloque sensorial; la mandíbula, en cambio, estaba a ras de tierra, donde actuaba como una gran pala mecánica tragando agua del pantano y vegetación, mientras el animal se desplazaba reptando sobre la musculatura de su barriga. Era más grande que el mayor de los dinosaurios.

—Bandersnatch —dijo Luis. ¿Qué estarían haciendo allí? Los bandersnatchi eran una forma nativa de Jinx.

—Más despacio, Chmeee. Quiere hablarnos.

—¿De qué?

—Tienen mucha memoria.

—Pero ¡qué van a recordar! Criaturas de los pantanos, comedoras de fango, y sin manos para construir armas. No.

—¿Por qué no? Para empezar, a lo mejor nos cuentan lo que están haciendo unos bandersnatchi en el Mundo Anillo.

—Eso no es ningún misterio. Los protectores que acumularon sus mapas en el Gran Océano los poblarían con ejemplares de las especies que juzgasen peligrosas.

Chmeee jugaba a ser el mandón, lo que no agradaba a Luis.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? ¡Podríamos preguntar al menos!

El bandersnatch se quedó mirándoles. Chmeee gruñó:

—Evitas los enfrentamientos como un titerote de Pierson. ¡Preguntar a comedores de fango y salvajes! ¡Combatir con girasoles! El Inferior nos ha traído a esta estructura decadente en contra de nuestra voluntad, ¡y tú retrasando nuestra venganza para vértelas con unos girasoles! Dentro de un año, ¡qué les importará a los nativos del Anillo si paso por aquí el dios Luis e hizo un alto para recoger forraje!

—Yo los salvaría, si nos fuese posible.

—No podemos hacer nada. Es a los Ingenieros de la carretera a quienes hemos de buscar. Demasiado primitivos para hacernos daño, pero lo bastante adelantados como para contestar a ciertas preguntas. Cuando veamos un vehículo aislado, descenderemos sobre él.

Después de mediodía, Luis se hizo cargo de los mandos.

El pantano se había convertido en un río que se desviaba en un arco extenso hacia el sentido del giro, abandonando su lecho original. La carretera, toscamente construida, seguía el trazado del nuevo río. Aún se distinguía el lecho original, más a babor, trazando armoniosos meandros, con ocasionales saltos o cascadas, pero todo ello completamente seco y yendo a morir en un desierto no menos árido. Aquel pantano habría sido sin duda un mar, antes de empezar a desecarse.

Luis titubeó, y luego siguió el lecho originario.

—Creo que llegamos justo a tiempo —le explicó a Chmeee—. La raza de Prill evolucionó mucho después de la desaparición de los Ingenieros. De todas las especies inteligentes que hay aquí, ellos fueron la más ambiciosa. Construyeron aquellas grandes y espléndidas ciudades. Luego, esa plaga insólita destruyó la mayor parte de su maquinaria. Ahora tenemos el Pueblo de la Máquina, que quizá sea de la misma especie. El Pueblo de la Máquina construyó esta carretera. Cuando lo hizo, el pantano estaba ya formado. Pero yo creo que se formó después de la caída del imperio de la raza de Prill.

»Por eso me dedico a buscar alguna ciudad antigua de la raza de Prill. Si tenemos suerte, quizá encontremos incluso una vieja biblioteca o una sala de cartografía.

Durante la primera expedición habían visto que las ciudades eran escasas. Esta vez llevaban horas volando sin ver nada, excepto dos veces unos grupos de chozas, y otra vez, una tormenta de arena del tamaño de un continente.

La ciudad flotante se alzaba todavía delante de ellos, de perfil, impidiendo ver detalles. Los bordes estaban ceñidos por una hilera de torres; en cambio, hacia el centro abundaban más las torres invertidas, es decir, colgantes.

El río seco daba a un mar seco. Luis siguió el trazado de la costa desde treinta kilómetros de altura. El fondo marino era extraño, y bastante plano, excepto en los puntos donde algunas islas artísticamente repartidas se elevaban como pastelillos de molde.

Chmeee exclamó:

—¡Pon el piloto automático, Luis!

—¿Qué has visto?

—Una draga.

Luis se reunió con Chmeee ante el telescopio.

La había confundido con una de las islas de mayor tamaño. Era grande y plana, en forma de disco y del color de los lodos marinos. Se veía que había estado sumergida cuando hubo agua en aquel mar. Tenía una falda en ángulo como la pala de una excavadora, y estaba encallada contra la base de la isla que ella misma había excavado del fondo.

Así era como los Ingenieros del Mundo Anillo llevaban los lodos del fondo marino hacia los tubos de recirculación. La renovación no se habría sostenido por sí misma porque los mares apenas tenían calado.

—La tubería se atascó —especuló Luis—. La draga siguió funcionando hasta que se rompió, o hasta quedarse sin propulsión… tal vez por culpa de la plaga de los superconductores. ¿Quieres que llame al Inferior?

—Sí. Que se ponga contento…

Pero el Inferior tenía noticias aún más importantes.

—Fijaos —anunció.

Hizo pasar por una de las pantallas una rápida sucesión de hologramas. Un puente destacó en perfil saliente sobre el borde de la pared, portador de un par de anillos; luego otro, visto de más lejos, y en esta imagen aparecía una de las montañas de residuos al pie del muro. Su tamaño venía a ser como la mitad de la altura del puente. Apareció un tercero, y un cuarto, en proximidad del cual se adivinaban algunas estructuras. Y un quinto.

—¡Alto! —exclamó Luis—. Vuelve atrás.

El quinto puente se inmovilizó en pantalla durante unos instantes. No revelaba ningún accidente particular. Entonces, el Inferior pasó el cuarto holograma.

Estaba un poco falto de nitidez, debido a la velocidad de la sonda. Se veían máquinas elevadoras pesadas junto a la pared, y cerca del puente; un rudimentario generador de fusión; una cabria con motor; un malacate y su gancho flotando en suspensión al lado. El cable del malacate debía de ser de una delgadez extrema, que lo hacía invisible, pensó Luis. Podía ser alambre del utilizado en las pantallas de sombra.

—¿Un equipo de mantenimiento en plena tarea? Brrrr. ¿Están montando los propulsores de posición o desmontándolos? ¿Cuántos tienen montados?

—La sonda nos lo dirá —explicó el Inferior—. Llamo vuestra atención sobre otro problema. Os recordaré aquellos anillos que rodeaban el casco de la nave espacial anillícola intacta. Supusimos que servían para generar los campos magnéticos acumuladores para los propulsores Bussard.

Chmeee estudió la pantalla.

—Todas las naves del Mundo Anillo eran del mismo diseño. Me preguntaba el porqué.

—Quizá tengas razón.

Luis terció:

—No entiendo. ¿Qué tiene que ver…?

Dos serpientes de un solo ojo le contemplaron a través de otra pantalla.

—La especie de Halrloprillalar construyó parte de un sistema de transporte que le proporcionaría espacio ilimitado que colonizar y explorar. ¿Por qué no continuaron? Con el sistema de transporte del muro, todo el Mundo Anillo quedaba a su alcance. ¿Para qué emprenderían el esfuerzo de alcanzar las estrellas?

Todo ello, en conjunto, anunciaba un panorama bastante feo. Luis no deseaba creerlo, pero encajaba demasiado bien.

—Obtenían los motores gratis. Desmontaron varios de los propulsores de corrección del Anillo, les añadieron las naves y llegaron a las estrellas. Y como no pasaba nada, en apariencia, desmontaron unos cuantos más. Me pregunto qué cantidad de propulsores llegarían a utilizar.

—Con el tiempo, la sonda nos lo dirá —dijo el titerote—, a lo que parece, aún quedan algunos motores en posición. ¿Por qué no han corregido la desviación del Mundo Anillo antes de permitir que la inestabilidad aumentase demasiado? La pregunta de Chmeee es lógica. ¿Están montando los motores otra vez, o los roban para aprovecharlos en sus naves y ofrecer una escapatoria a una minoría de la raza de Halrloprillalar?

Luis soltó una carcajada amarga.

—¡Qué os parece! Dejaron algunos propulsores en su lugar. Entonces, apareció la plaga que acabó con la mayor parte de sus máquinas. Algunos se dejaron vencer por el pánico. Tomaron todas las naves que tenían, y construyeron otras a toda prisa, y desmontaron la mayor parte de los propulsores de posición para hacerlo. Todavía están en eso. Han decidido abandonar el Mundo Anillo a su destino.

Chmeee comentó:

—¡Locos! Se han condenado a sí mismos.

—Me pregunto si eso será cierto.

—Es la mera posibilidad lo que me parece más ominoso —dijo el titerote—. ¿No habrían acarreado tanta parte de su civilización como pudieran transportar? Indudablemente, habrían utilizado las máquinas transmutadoras.

Cosa extraña, esta vez Luis no tuvo deseos de burlarse, pero, ¿qué se podía contestar a aquello?

Fue el kzin quien halló la respuesta.

—Debieron de llevarse todo cuanto pudieron. Y acercarlo hacia la zona de los espaciopuertos. Todo cerca del muro, donde podían disponer del sistema transportador del borde. Hemos de buscar tierra adentro, y hemos de encontrar el Centro de Mantenimiento. Los de la raza de Prill que se encontrasen allí tratarían de salvar el Mundo Anillo, no de abandonarlo.

—Quizá.

—Nos convendría saber cuándo empezó a comerse sus superconductores la plaga —dijo Luis.

Si creyó que el titerote acusaría el golpe, se equivocaba. El Inferior dijo:

—Es probable que lo averigüéis antes que yo.

—Yo pensé que ya lo sabías.

—Llamadme si descubrís alguna cosa.

Y las cabezas de ofidio desaparecieron.

Chmeee estaba mirándole con aire de sorpresa, pero no dijo nada.

Luis retornó a los mandos de vuelo.

La divisoria era una sombra inmensa que venía por el sentido del giro, cuando Chmeee avistó la ciudad. Habían volado siguiendo un lecho fluvial cegado por la arena, a babor del lago seco. Allí el lecho se dividía en dos y la ciudad estaba situada en la confluencia.

La raza de Prill construía en grande aun cuando no hubiese ninguna necesidad de ello. Aquélla no había sido una ciudad muy extensa, pero sí grandiosa, hasta que los edificios flotantes cayeron, abatiéndose sobre las estructuras más pequeñas situadas debajo. Una torre esbelta se mantenía en pie, pero inclinada: se había clavado como una lanza en las capas inferiores.

Por babor venía una carretera, siguiendo uno de los brazos del río seco, y cruzaba luego un puente de una construcción tan pesada que sólo podía ser debida al Pueblo de la Máquina. La raza de Halrloprillalar habría usado materiales más resistentes o le habría dado una estructura flotante.

Chmeee dijo:

—Habrán saqueado la ciudad.

—Supongo que sí, puesto que alguien se molestó en construir una carretera hasta el lugar del saqueo. ¿Por qué no bajamos, de todos modos?

Other books

Lessons in French by Laura Kinsale
The Thing Itself by Peter Guttridge
Hide and Seek for Love by Barbara Cartland
Dazzled by Jane Harvey-Berrick
Emerald Green by Kerstin Gier
No Lease on Life by Lynne Tillman
Ask Anybody by Constance C. Greene