Los ingenieros de Mundo Anillo (14 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
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Ella lo pensó.

—Parece que no haya peligro. Lo haremos.

—Nosotros les recibiremos en su campamento, esté donde esté. Esperamos que lleguen, Ginjerofer.

—No se les hará daño. Lo prometo en nombre de mi Pueblo —replicó ella fríamente.

El gigante acorazado despertó poco después del amanecer.

Abrió los ojos, parpadeó y lo primero que vio fue una montaña de pelo anaranjado, unos ojos amarillos y unas largas garras. Se mantuvo muy quieto mientras sus ojos iban de un lado a otro… Vio las armas de treinta de sus camaradas apiladas a un lado… y la esclusa hermética con ambas compuertas abiertas. Y el horizonte que iba quedando atrás, y el viento que levantaba la velocidad de la nave.

Intentó darse la vuelta.

Luis sonrió. Mientras pilotaba el módulo, le vigilaba desde una cámara en circuito cerrado instalada en el techo de la bodega. La armadura del gigante estaba soldada sobre la cubierta por las rodillas, los tobillos, las muñecas y los hombros. Bastaría un poco de calor para liberarle, pero desde luego no podía darse la vuelta.

El gigante prodigó exigencias y amenazas, pero no súplicas. Luis apenas le hizo caso. Cuando el programa traductor de la computadora empezase a sacar algo de sentido podrían hablar. De momento, prefería fijarse en el campamento de los gigantes.

Estaba un kilómetro y medio más arriba y a ochenta kilómetros de distancia de la aldea de los carnívoros pieles rojas. Redujo la velocidad. Allí la sabana se había rehecho, pero los gigantes dejaban otra región despoblada de vegetación a sus espaldas, hacia el mar y el resplandor de los girasoles. Los gigantes habían salido a pastar; serían miles de ellos los que andaban dispersos por el herbazal. Luis vio los reflejos de luz de sus alfanjes-guadaña.

El campamento no estaba vigilado. En medio del mismo tenían los carros, pero no se veían bestias de tiro. Sin duda, los gigantes tiraban por sí mismos de sus carros, o les quedaban algunos motores después de la catástrofe llamada la Caída de las Ciudades, según Halrloprillalar, mil años atrás.

Lo único que Luis no pudo ver fue el edificio central. En el cristal de su escotilla sólo aparecía un rectángulo oscuro, debido al exceso de brillo. Luis sonrió burlonamente. Los gigantes habían puesto al enemigo a su servicio.

Una pantalla se encendió y una voz seductora de contralto dijo:

—Luis.

—Aquí estoy.

—Te devuelvo tu contactor —dijo el titerote.

Luis se volvió. Lo hizo como uno vuelve la espalda al enemigo, sin olvidar que está ahí. El pequeño artefacto negro estaba sobre el disco transportador.

Dijo:

—Quiero que investigues una cosa. Hay unas montañas junto a la base del muro. Los nativos…

—Tú y Chmeee fuisteis designados para hacer frente a los riesgos de la exploración.

—¿Lo entenderías si te dijera que deseo reducir al mínimo esos riesgos?

—Desde luego.

—Pues escucha. Creo que vale la pena investigar las montañas derramadas, pero antes de hacerlo necesitamos saber muchas cosas acerca de ese muro. Sólo te pido que…

—¿Por qué les llamas montañas derramadas, Luis?

—Porque ése es el nombre que les dan los nativos. Yo no sé por qué, ni ellos mismos tampoco. Sugestivo, ¿no? Y no se ven por detrás. ¿Por qué no? La mayor parte del Mundo Anillo es como el bajorrelieve de un mundo, con mares y montañas que parecen dibujados. En cambio, las montañas derramadas tienen volumen verdadero.

—Sugestivo, sí. Tendréis que buscar vosotros mismos la solución. A mí me llaman el Ser Último —continuó el titerote—, lo mismo que a cualquier líder podrían llamárselo, porque dirige a su pueblo desde un lugar seguro; la seguridad es su prerrogativa y su obligación, pues si fuese muerto o herido ello significaría un desastre para todos. Ya sabes cómo pensamos los de mi especie, Luis.

—¡Nej! Sólo te pido que arriesgues una sonda, ¡no tu valioso escondrijo! No necesitamos sino un holograma animado que refleje la pared en toda su longitud. Introduce la sonda en el campo de las bobinas de transporte y decelérala hasta la velocidad orbital solar. Así aprovecharemos el sistema de acuerdo con la finalidad para la que fue construido. La defensa antimeteoritos no disparará contra el muro lateral…

—Pretendes adivinar por intuición lo que hará un arma programada hace cientos de miles de años, Luis. ¿Y si el sistema de transporte se halla bloqueado? ¿Y si no funciona bien el dispositivo de puntería automática del láser?

—En el peor de los casos, ¿qué se habrá perdido?

—La mitad de mi capacidad para repostar —dijo el titerote—. He instalado discos transportadores en las sondas, detrás de un filtro que sólo deja pasar el deuterio. La receptora está en el depósito de la nave. De manera que, para repostar, basta con dejar caer una sonda en uno de los mares del Mundo Anillo. Pero si pierdo mis sondas, ¿cómo voy a salir de aquí? ¿Y por qué iba a correr ese riesgo?

Luis contuvo su irritación.

—¡El volumen, Inferior! ¿Qué hay dentro de las montañas derramadas? ¡Deben de ser cientos de miles esos medios conos de cuarenta y cincuenta kilómetros de altura, y planos por detrás! Uno de ellos podría ser el centro de control y mantenimiento, o quizá sean toda una tira. No creo que lo sean, pero preferiría saberlo antes de acercarme a ellos. Además, el Mundo Anillo debe de tener propulsores para correcciones de posición, y el lugar más favorable para emplazarlos sería alrededor de la pared. ¿Dónde están y por qué no funcionan?

—¿Estás seguro de que son motores cohete? Hay otras soluciones. ¿Unos generadores de gravedad servirían para ajustes de posición?

—No lo creo. Lo ingenieros del Mundo Anillo no le habrían dado un movimiento de rotación, si hubieran tenido generadores de gravedad. Se les habría simplificado el problema.

—Un control de las interacciones magnéticas, entonces, entre el sol y el suelo del Anillo.

—¡Hum! Es posible… ¡Nej!, no puedo estar seguro. ¡Quiero que lo averigües tú!

—¡Cómo te atreves a discutir conmigo! —el titerote parecía más extrañado que furioso—. A un capricho mío te vas a quedar aquí hasta que el Mundo Anillo se haga cisco contra sus pantallas de sombra. Si yo quiero, no volverás a probar jamás la corriente.

La traductora empezó a hablar por fin:

—Corta —dijo Luis.

No disponía de un mando de volumen para quitarle voz al Inferior, pero éste dejó de hablar.

La traductora decía:

—¿Dócil yo? ¿Porque soy un herbívoro? Líbrame de la armadura y lucharé contigo desnudo, especie de bola de pelo anaranjado. En mi plaza de la cabaña comunal me hace falta una buena alfombra.

—¿Y qué me dices de esto? —replicaba Chmeee, enseñándole sus largas y afiladas uñas negras.

—Con un puñal pequeño me basta contra esos ocho tuyos. O si no, con las manos desnudas, y aún me sobra.

Luis se divertía lo suyo. Utilizó el intercomunicador.

—¿Has visto alguna vez una pelea de toros bravos, Chmeee? ¡Y ése debe de ser el Patriarca de la manada, el rey de los gigantes!

El gigante preguntó:

—¿Qué o quién ha hablado?

—Ha sido Luis —dijo Chmeee, y luego, bajando la voz, añadió—: Ten cuidado, y procura mostrarte respetuoso. Luis es… temible.

Luis se sobresaltó un poco. ¿Qué era aquello? Otra vez el gambito del dios, pero con las piezas cambiadas… ¿Y sirviendo como artista invitada la voz de Luis Wu? Podía salir bien, si el feroz kzin Chmeee se mostraba intimidado por la voz del ser invisible…

Luis dijo:

—Dime, ¡oh Rey de los Herbívoros! ¿Por qué atacaste a mis súbditos?

—Sus bestias se comen nuestros pastos.

—¿Acaso no había pastos en otra parte, para que tuvierais que incurrir en mi ira?

Entre los machos de un rebaño de toros o de búfalos hay que dominar o someterse, sin que exista un término medio. Los ojos del gigante rodaban de un lado a otro en busca de escape, mas no había tal. Si no era capaz de dominar a Chmeee, ¿cómo iba a vérselas con una voz invisible?

—No podíamos hacer otra cosa —dijo—. Hacia el sentido del giro están las plantas de fuego; a babor, el Pueblo de la Máquina; a estribor, una pared altísima de scrith desnudo, en el que no crece nada y que no se puede escalar. Hacia el antigiro hay hierba, ¡y nada nos impedía llegar hasta ella, salvo unos enanos salvajes, hasta que llegasteis vosotros! ¿Cuál es el alcance de tu poder, Luis? ¿Viven aún mis hombres?

—Les he perdonado la vida. Dentro de… —ochenta kilómetros corrieron desnudos y hambrientos—, dentro de dos días estarán contigo. Pero, si se me antoja, puedo mataros a todos con un movimiento de mi dedo.

Los ojos del gigante exploraban el techo, suplicantes.

—Si puedes exterminar las plantas de fuego, yo y mi pueblo te adoraremos.

Luis se detuvo a pensarlo. Aquello ya no era broma.

Oyó que el gigante le suplicaba a Chmeee información acerca de Luis, y que el kzin le mentía descaradamente. No era la primera vez que jugaban a aquel juego; el gambito del dios les había salvado la vida durante el largo camino de retorno al «Embustero»; la reputación de Interlocutor-de-Animales como dios de la guerra, y las ofrendas de los nativos, les había evitado la inanición. Ahora Luis se daba cuenta de que Chmeee disfrutaba con su papel en la comedia.

Sin duda, a Chmeee le parecía muy divertido. Pero aquel gigante había solicitado su ayuda, y ¿qué poder tenía Luis contra los girasoles? Aunque no era un problema, en realidad. Los gigantes habían ofendido al dios, ¿no? En general los dioses no se distinguen por ser clementes. Conque Luis se dispuso a decir algo, pero luego cerró la boca, lo pensó un poco mejor, y al fin habló:

—Por tu vida y por las vidas de los de tu pueblo, dime la verdad. ¿Podéis alimentaros de las plantas de fuego si ellas no os queman antes?

El gigante se apresuró a contestar:

—Sí, Luis. De noche, cuando tenemos mucha hambre, pastamos en el lindero. ¡Pero es preciso que el amanecer nos encuentre muy lejos, ya que las plantas nos descubren a mucha distancia, y abrasan todo lo que se mueve! ¡Giran todas al mismo tiempo, concentran los rayos del sol sobre nosotros, y nos queman!

—Pero podéis coméroslas cuando no hay sol.

—Sí.

—¿Hacia dónde soplan los vientos en esta región?

—¿Los vientos?… Por aquí soplan hacia el giro. En una zona muy extensa soplan siempre hacia el reino de las plantas de fuego.

—¿Porque éstas calientan el aire?

—¿Acaso soy un dios para saberlo?

Al fin y al cabo, los girasoles recibían sólo una determinada cantidad de luz solar. Por su comportamiento, calentaban el aire por encima y alrededor de ellas, pero la luz no pasaba nunca de la corolas plateadas para alcanzar las raíces. El rocío se condensaría en el suelo y así las plantas recibían humedad. Y el aire que calentaba produciría una corriente atmosférica incesante de fuera a dentro.

Aquellas plantas quemaban todo cuanto se movía, para convertir en abono los cadáveres de los herbívoros y de las aves.

El problema tenía solución.

—Casi todo lo haréis vosotros mismos —explicó Luis—. La tribu es vuestra y vosotros la salvaréis. Cuando hayáis acabado con las plantas de fuego, coméroslas, o enterradlas y plantad encima lo que más os guste.

Luis sonrió al observar la extrañeza de Chmeee, y luego continuó:

—Pero no volveréis a molestar a mi buen pueblo, el de los pieles rojas.

El gigante acorazado rebosaba de felicidad.

—Son espléndidas noticias. Nosotros seremos tus súbditos más devotos. Ahora, sellemos el pacto mediante un rishathra.

—Lo dirás en broma.

—¿Cómo? Nada de eso. Ya lo he mencionado antes, pero Chmeee no lo entendió. Todos los tratos han de ratificarse mediante un rishathra, aunque sea entre dioses y hombres. No será ningún problema, Chmeee. Tienes una buena envergadura, incluso para una de mis mujeres.

—Soy mucho más raro de lo que crees —replicó Chmeee.

Desde el observatorio de Luis en el techo, pareció como si Chmeee se hubiera exhibido delante del coloso; no podía ser otro el motivo de la cara de sorpresa del gigante. En todo caso, a Luis poco le importaba. ¡Nej y maldita sea! —pensó—. ¿No se me había ocurrido una solución? ¡Y ahora esto! No queda más remedio que…

—Sí.

—Voy a crear un sirviente para ti —dijo Luis—. Como tengo prisa, será un enano y además mudo para vuestro idioma. Llámale Wu. Tenemos que hablar, Chmeee.

11. Los gigantes de la pradera

El módulo se posó en medio de un halo maléfico de luz blanca. El resplandor procedente de la casa comunal persistió hasta un minuto después de que la nave quedara inmóvil, y luego se fue extinguiendo. Entonces, descendió la rampa y el rey de los gigantes, revestido de su armadura, bajó con ella hasta el suelo. Enseguida alzó los brazos y emitió una especie de ladrido que debió de oírse en muchos kilómetros a la redonda.

De todas partes venían corriendo gigantes hacia el módulo de aterrizaje.

Luego, bajó Chmeee y finalmente salió Wu. Éste era bajito, parcialmente lampiño y de aspecto inofensivo. Sonreía mucho y miraba a su alrededor con ingenuo entusiasmo, como si fuese la primera vez que veía el mundo…

La casa comunal estaba a bastante distancia. Era de adobe reforzado con vigas de madera. Los girasoles que habían plantado en el techo oscilaban sin cesar; tan pronto volvían hacia el sol los espejos cóncavos de sus corolas y sus nodos verdes de fotosíntesis, como lanzaban rayos contra los gigantes que veían en todas direcciones.

Chmeee preguntó:

—¿Qué haríais si un enemigo os atacase de día? ¿Cómo llegaríais a la casa principal? ¿O acaso guardáis las armas en otro lugar?

El gigante lo meditó antes de revelar sus secretos defensivos. Pero Chmeee era un servidor de Luis y no convenía ofenderle.

—¿Ves aquel montón de ramajes, a contragiro de la casa? Cuando hay peligro, uno de los hombres se acerca resguardándose detrás del montón y agita una rama. Entonces, los girasoles pegan fuego a la leña húmeda, y protegidos por el humo entramos a recoger nuestras armas —con una ojeada hacia el módulo, añadió—: De todos modos, cualquier enemigo lo bastante rápido como para llegar aquí antes de que nosotros podamos hacernos con nuestras armas sería demasiado fuerte. Y quizá se dejaría sorprender por los girasoles.

—Permite que Wu elija la pareja que prefiera.

—Pero ¿es que tiene voluntad propia? Yo había pensado cederle a mi mujer Reeth, que ya tiene experiencia en hacer rishathra. Es de poca estatura, y los del Pueblo de la Máquina no son tan distintos de Wu.

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