Los hombres lloran solos (73 page)

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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

BOOK: Los hombres lloran solos
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El camarada Montaraz se enfureció. Dio órdenes de denunciar a quien propagara «bulos». Él no podía olvidar que el Führer les ayudó decisivamente durante la guerra civil. ¡Y había estrechado la mano de Himmler, con motivo del viaje de éste a España! No le pareció un ser «frío», sino todo lo contrario. Una especie de místico de las teorías racistas del III Reich. «Claro, corría el peligro que corren los fanáticos de cualquier religión… Durante siglos la Iglesia católica ha prometido el infierno, infierno eterno, a los herejes. Y ya en vida les sometía a torturas y les cortaba la cabeza. ¡Leed cualquier libro sobre las Cruzadas!».

María Fernanda, punto en boca. No se atrevía siquiera a rozar el tema. Ángel, sí. Ángel se enfrentó con su padre y le dijo: «Antes de nada se celebrará ese proceso público… Se habla de celebrarlo en Nuremberg. Allí los máximos acusados tendrán ocasión de defenderse. Veremos cómo se las arreglan». Ángel, en tanto que arquitecto, de buen grado se hubiera también trasladado a Alemania para estudiar las complicadas construcciones de los crematorios y las cámaras de gas. Su padre le objetaba: «Es curioso. Dentro de poco nadie se acordará de las bombas atómicas lanzadas desde el aire con la frialdad de un autómata. Se diría que aquello fueron caramelos… ¿Dónde se celebrará el proceso contra Truman? Si te he visto no me acuerdo».

El doctor Andújar vivía jornadas de tristeza. Conocía la tesis de Nietzsche y, por azar, había leído las del teórico del nazismo, Rosenberg. No le sorprendía nada de cuanto le contaban. Hablaba con Sólita. La naturaleza humana era mitad ángel, mitad demonio. El libre albedrío le permitía elegir lo peor. Basculaba entre Francisco de Asís y Tamerlán. Por supuesto, no se podía comparar la bomba atómica con los campos de exterminio. Aquélla tenía un objetivo primordial: abreviar la guerra, y si los alemanes hubieran dispuesto del artefacto lo hubieran lanzado sobre Londres. En cambio, el objetivo de los campos de exterminio era un freudiano deseo de lograr una raza superior, de reafirmar la propia personalidad, impotente en algún sentido. Seguro que en el fondo de cada culpable —por ejemplo, de las
walkyrias
— había un componente sexual.

Cacerola
estaba anonadado. «Yo anduve por allí y no me di cuenta de nada». El padre Forteza, durante su estancia en Alemania, se olió lo que podía pasar. El general Sánchez Bravo prefería contemplar el universo a través de un telescopio.

El camarada Núñez Maza se pasaba el día escuchando la radio, especialmente, las emisoras francesas e inglesas. También estaba horrorizado, bien que él lo estaba por los dos motivos: por las explosiones atómicas y por los campos de exterminio. Sabía que las explosiones nucleares no eran caramelos y habría barrido de la lista de seres humanos a míster Harry Truman; pero lo de Alemania tampoco tenía calificativo. Él intuyó algo en el hospital de Riga, cuando un enfermo de la región de Auschwitz le habló del hedor que despedían unos hornos instalados recientemente en aquella comarca. Sin embargo, rechazó el pensamiento. Pensó que los campos lo eran de trabajos forzados, como los había en España y, por descontado, en Rusia. El resto le pilló de sorpresa y la radio facilitaba demasiados detalles para que todo aquello fuera un puro invento.

Por lo demás, si el camarada Montaraz hubiera asistido a un pleno en el café Nacional, no habría tenido más remedio que retirar su afirmación de que la gente pronto olvidaría el crimen de las bombas atómicas. ¡Todo lo contrario! La ignominia y el espanto de aquel acto contra natura había calado hondo incluso en el camarero Ramón. Y lo de Alemania colmó el vaso. Por dos semanas consecutivas se olvidaron del anecdotario nacional y hablaron, como el doctor Andújar, de la naturaleza humana.

Matías casi se exaltó, contrariamente a su temperamento. No llegó a hablar de que «el hombre es un lobo para el hombre», porque huía de los tópicos; pero se afectó mucho, como se había afectado con la guerra civil española. Y tuvo mucho miedo. La desintegración del átomo era, a buen seguro, el comienzo de una nueva era. Quien poseyera el secreto sería el amo del mundo. Ni tan sólo tendría necesidad de amenazar a nadie. El mero hecho de poseerla —en este caso, los Estados Unidos—, le daba una preponderancia sin oposición posible. Era de suponer que otros países estudiarían en esa línea y que la espiral no tendría fin.

El pueblo, el pueblo llano, la gente de a pie, las mujeres en el mercado, los hombres en los cafés y las barberías, reaccionaron como Matías. Tuvieron miedo. Aquella serpiente de siete colas se introdujo también en sus hogares. Los fantasmas de la guerra civil volvieron a ocupar su pensamiento y, por ejemplo, Alfonso Reyes, volvió a acordarse, como si se tratara de ayer, de los barrenos en el Valle de los Caídos. Miedo difuso, miedo latente, en el interior de cada cual. Miedo al miedo. La Navidad no podía ser feliz. Entre las familias y la cueva de Belén se interponían millones de vidas sacrificadas, inocentes en su mayoría, hipnotizadas en pos de una bandera o huyendo de la persecución.

José Luis Martínez de Soria era el triunfador. Nada le hubiera sido más fácil que recabar para sí el nombre de Satán, que exhibirlo como un triunfo personal. Se abstuvo de ello y Gracia Andújar se lo agradeció pensando: «Es un detalle por su parte».

Caso peculiar era el del doctor Chaos. Los dos ayudantes del ex cónsul Paul Günther habían desaparecido, dejando vacantes las plazas. El doctor Chaos hubiera entregado su clínica a cambio de poder visitar los campos de exterminio. Y se preguntaba qué habrían descubierto los médicos en sus estudios biológicos. Lograr, mediante injertos, ¡hermanos siameses! A lo mejor la miopía de los vencedores hacía tabla rasa de tales científicos, con lo que la humanidad perdía la gran oportunidad de dar un paso adelante. A él no le importaban los agonizantes sin remedio, ni los locos, ni los subnormales profundos. Creía en la eutanasia como creía en el mundo cainita. El hombre era cainita y los Abel de turno caerían en sus garras por los siglos de los siglos. Habló con el doctor Andújar sobre el particular. Fue un diálogo tenso y demoledor. El doctor Andújar terminó convencido de que, en el caso de haber nacido en Alemania, el doctor Chaos hubiera desollado a los seres vivos para observar sus reacciones y anotar lo que ocurría. «Y también Sólita —decía el doctor Andújar— se trasladaría gustosa a Hiroshima y Nagasaki para analizar los efectos radiactivos en las especies animal, vegetal y mineral. El doctor Chaos, ya en la Facultad, pedía permiso para intervenir en las autopsias».

Doña Cecilia, la mujer del general, negaba rotundamente que lo de los campos nazis fuera cierto. «Ese míster Collins, y los periodistas extranjeros, con tal de atacar a Franco son capaces de cualquier cosa».

Entretanto, el Consejo Mundial Judío agradecía a Franco públicamente la ayuda prestada por España al pueblo errante de Israel durante la guerra mundial.

Capítulo XXXII

RÍO DE JANEIRO, 18 de octubre de 1945.

Querida Ana María:

Perdona la tardanza en contestar a tus cartas. No estoy acostumbrado a escribir y además ando muy ocupado. Ya me conocéis. Invento negocios incluso donde no los hay. He alquilado un despacho con un par de mecanógrafas y también un piso amueblado en la avenida Camoens, 1498. A partir de ahora escríbenos a estas señas. Y para que lo sepas, debo decirte que el servicio de Telégrafos funciona muy bien.

No me ha gustado nada, pero que nada, que os vendierais el chalet de San Feliu y el yate. Yo os los dejé para que los disfrutarais vosotros. Eso de querer vivir modestamente es posible que satisfaga a Ignacio, pero tú, Ana María, estás acostumbrada de otra manera. Me temo que a la larga esas renuncias serán una carga para ti. Ni siquiera me gusta que continuéis viviendo en Gerona. ¿Qué puede hacerse en Gerona? Dormir y escuchar las campanas de la catedral. Lo único que me consuela es que los compradores hayan sido los hermanos Costa, porque de este modo cuando yo regrese recuperaré mi patrimonio.

Estuve en Washington, con Julio García. Este hombre es un tipazo. Tiene mucha influencia. Se ha nacionalizado americano, lo mismo que Amparo, su mujer. Yo creo que tiene influencia incluso en la Casa Blanca, en cuya construcción al parecer se utilizó piedra de una cantera de un pueblo llamado Macael, en la provincia de Almería. Curioso, ¿verdad? Julio García continúa con su sombrero ladeado y su boquilla irónica. Su mujer es muy simpática, aunque le cuesta mucho aprender inglés. Yo creo que se llevaría bien con tu madre, la cual en Río se aburre hasta el punto de que querría irse a vivir a los Estados Unidos. De momento no puedo. He montado mi tinglado en el Brasil y lo primero es lo primero.

Aquí todo el mundo anda asustado con eso de las bombas atómicas y de los crímenes de los alemanes. Pero se les pasará muy pronto. El brasileño es incapaz de guardar rencor. Al brasileño le gusta vivir al día, lo cual, bien pensado, no deja de tener su aquél. Ojalá yo supiera hacerlo, pero echo de menos España, lo mismo que tu madre.

La campaña internacional contra el Régimen español aumenta por días. Si coleccionara caricaturas de Franco, con su barriguita y su fajín de general, podría llenar un montón de álbumes. Es un asunto que está muy liado y no sé lo que va a pasar. Depende mucho de la estrategia que adopten los exiliados, que tienen un Gobierno, dinero y muchos compadres afines. Pero les ocurre como siempre, que andan a la greña. Ahora mismo Negrín y Prieto están a matar.

¿Y la cigüeña, qué tal? A esperar. No puedo negar que me gustaría tener unos cuantos nietos. ¡Ah, y celebro que Ignacio sea ya socio del ilustre abogado Manolo Fontana! Veo que, dentro de sus límites, va progresando.

Nada más por hoy, que me están esperando. Un abrazo a los dos.

Firmado:
ROSENDO
.

Posdata: Mi querida Ana María. Ya ves que tu padre continúa siendo el de siempre. Sí, es verdad que me aburro en Río y que el idioma portugués se me atraganta y lo encuentro un poco cursi. Esperemos a ver lo que ocurre en España. A mí no me duele que os vendierais el chalet y el yate. Pasé en ellos horas muy amargas. ¡Sí, dadnos un nieto, por favor! Y por favor, que no se llame Rosendo.

Firmado:
LEOCADIA
.

* * *

El general Sánchez Bravo mató dos pájaros de un tiro. Recibió orden de reforzar la frontera a causa de los maquis, que el general De Gaulle no consiguió liquidar puesto que muchos fueron héroes en la lucha contra Alemania. Distribuyó, pues, considerables fuerzas a lo largo del Pirineo. Y puesto que estaba muy descontento de su hijo, el capitán Sánchez Bravo, le mandó a la capital de la Garrotxa, Olot, casi en segunda línea, al frente de una compañía. «A ver si se olvida del poker en el casino, de la bebida y de las calaveradas».

Doña Cecilia rompió a llorar. «¡Precisamente ahora, vamos a quedarnos solos! ¿Y si los maquis le pegan un tiro?». El general se enfureció. «Viste uniforme, ¿no? El lema de la milicia es el riesgo».

El capitán Sánchez Bravo, que tenía buena facha, obedeció a regañadientes, al término de una discusión con su padre que el asistente Nebulosa no olvidaría jamás. El capitán estaba harto de guerra y, en determinados momentos, a punto de pedir la baja del Ejército. Menos mal que en Olot se sintió a gusto, en el hotel Regente, que prácticamente estaba lleno de oficiales, brigadas y sargentos. El hotel era propiedad de unos tíos de la camarada Pascual, jefe local de la Sección Femenina e íntima amiga de Marta. El capitán Sánchez Bravo no podía sospechar que la camarada Pascual, jefe de la Hermandad de la Ciudad y el Campo, tan uniformada, estuviese esperando el príncipe azul. «Yo soy tu príncipe azul», le dijo el capitán, al cabo de ocho días. Y la camarada Pascual casi se lo creyó y empezó para ella una vida nueva.

El capitán Sánchez Bravo descubrió que Olot tenía vida propia. Un paisaje maravilloso, volcánico, repleto de robledales y de encinares. Vivía desde antiguo de la industria textil y de la imaginería religiosa. ¡Ah, sí, aquel muchacho tan famoso, César Alvear, había trabajado en el taller Bernat, el más importante de la población! Taller que, en la posguerra, había quintuplicado sus ventas, a causa del desmantelamiento de las iglesias. El capitán lo visitó. Al encontrarse rodeado de Cristos, vírgenes, santos, ángeles y, sobre todo, Sagrados Corazones, experimentó una sensación extraña. Llevaba mucho tiempo sin entrar en una iglesia. El dueño del taller le permitió darle una pincelada de rojo al costado de Cristo. «Aquí no pretendemos hacer arte —matizó el dueño—, sino artesanía. Pero es lo que exige el mercado. En cuanto intentamos alguna innovación, algún acercamiento a la Capilla Sixtina, el negocio se va al carajo».

¡Cuántos pintores residían —o habían pasado— por Olot! Los más famosos, Martí Alsina, el maestro, Vayreda, Russiñol, Casas, Urgell… Este último estaba especializado en crepúsculos vespertinos y le daba cien vueltas al melenudo Cefe. Robledales, encinares, olmos y choperas componían una sinfonía que invitaba a embadurnar telas. El capitán, una noche en que en el hotel ganó un «fortunón», compró un crepúsculo de Urgell, que por su tamaño no supo dónde colocar. La camarada Pascual se ofreció para guardárselo en su casa y él consintió.

Ésta era la pega para el hijo del general y de doña Cecilia. En Olot encontró también su casino —el propio hotel—, donde pudo jugar al póquer con varios propietarios de la comarca, simples aficionados. Él era casi un profesional. Y también empezó a beber de nuevo. Tenía buen saque, pero a menudo se emborrachaba y se tendía rendido en la cama. Cama en la que la camarada Pascual conoció por primera vez, avergonzada y jadeante, los placeres del amor.

Entretanto, la tropa a las órdenes del capitán andaba repartida estratégicamente por la comarca. Tropa que engordaba, pues la cocina en la Garrotxa era excelente, destacando los embutidos y la pastelería. Los soldados de la otra compañía, la fronteriza —primera línea—, acusaban a los del capitán Sánchez Bravo de enchufados. Y es que los maquis no cejaban. Golpes de mano, cortes de energía eléctrica, cortes de la línea telefónica y algún que otro pastor muerto dejando a su rebaño a la deriva.

El general Sánchez Bravo, enterado de la conducta de su hijo, estaba a punto de presentarse de improviso en el hotel Regente y de proceder a arrestarle. Pero los acontecimientos desviaron sus intenciones. Se produjo un choque de envergadura entre unos guardia civiles y los maquis y el capitán Sánchez Bravo recibió la orden de acudir al lugar del encuentro. ¡Se comportó intrépidamente! Ya nunca más nadie le llamaría «enchufado». Arrebatado por un incomprensible empuje dio una batida con sus hombres, rodeó la patrulla enemiga, les causó doce bajas e hizo dos prisioneros. Y en seguida se dio cuenta de que uno de estos prisioneros debía de ser «alguien», algún jefazo, por el porte, la barba, la mochila y las bombas de mano.

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