Los egipcios (3 page)

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Authors: Isaac Asimov

BOOK: Los egipcios
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Los dos Egiptos

Los habitantes del valle del Nilo llamaban a su tierra «Jem». Esto quiere decir, según parece, «negro» en la lengua del país. Cabe pensar que el término se refería a la rica tierra negra que las crecidas dejaban tras de sí, una tierra que presentaba un fuerte contraste con la tostada tierra de desierto a ambos lados del río.

Más tarde los griegos llamaron a esa tierra Aigyptos, que derivaba quizá del nombre, distorsionado, de una gran ciudad egipcia de épocas posteriores, que les era familiar. Nosotros hemos heredado el nombre y llamamos a ese país Egipto.

En los primeros tiempos de la civilización egipcia el país se componía de una serie de pequeñas ciudades o «nomoi», cada una de las cuales poseía su propio dios, y sus propios templos y sacerdotes. Tenían también su propio gobernante, que controlaba la región agrícola vecina, a orillas del río. La comunicación entre las ciudades se llevaba a cabo por el río y era fácil, pues la corriente fluía en una dirección y los vientos solían hacerlo en la contraria. Sin velas se podía ir hacia el norte; con velas, hacia el sur. Naturalmente, los habitantes de una ciudad solían cooperar entre sí, pero las cosas resultaban mucho más fáciles si las distintas ciudades cooperaban unas con otras. Se formaban ligas en el seno de las cuales las ciudades vecinas podían llegar a acuerdos para resolver en común los problemas generales. De vez en cuando, un gobernante podía ejercer un difuso dominio sobre amplios sectores del río.

En término generales, el valle acabó por considerarse dividido en dos regiones principales. De una parte, estaba el estrecho valle del propio río, que se extendía de la Primera Catarata hasta la región del lago Moeris, a algo más de mil millas del mar. Se trataba de una larga y estrecha lengua de tierra generalmente denominada Alto Egipto.

Al norte del Alto Egipto, el Nilo se ramifica en numerosas corrientes que se despliegan en abanico formando un gran triángulo cuyos lados miden unas 125 millas. El Nilo penetra en el mar a través de una serie de desembocaduras, y la tierra comprendida entre las corrientes es sumamente fértil. Esta región triangular, el «Bajo Egipto», fue creada por el Nilo con el fango de aluvión transportado desde los tiempos más remotos de las lejanas montañas del sur.

En los mapas de Egipto, que hoy dibujamos con el norte en la parte superior, el Bajo Egipto queda encima del Alto Egipto, lo que puede parecer raro. Sin embargo, la denominación toma como punto de referencia al río. Si avanzamos siguiendo la corriente de un río en dirección a su desembocadura, decimos que marchamos «río abajo». La dirección contraria es «río arriba». Si consideramos que el Alto Egipto se encuentra corriente arriba respecto del Bajo Egipto, la expresión cobra sentido.

En el alfabeto griego la letra «delta» se representa por un triángulo equilátero, al menos la mayúscula. Por eso los griegos llamaron delta del Nilo a la región del Bajo Egipto, debido a su forma triangular. (Hoy en día toda desembocadura de río y su zona colindante formada por tierra de aluvión arrastrada por la corriente, se denomina delta, cualquiera que sea su forma. Así hablamos, por ejemplo, del delta del Mississippi, que presenta una forma muy irregular).

2. El Egipto arcaico
La historia

Por lo general, nuestra idea del pasado de la humanidad deriva de tres tipos de fuentes. En primer lugar, tenemos los datos obtenidos de los objetos abandonados por el hombre sin intención de que sirvan para conocer la historia. Ejemplo de ello son los utensilios y los recipientes de barro de los hombres primitivos, restos que arrojan una tenue luz sobre por lo menos un millón de años de historia del hombre.

Pero tales restos no nos cuentan una historia articulada. Es, más bien, como si quisiéramos leer un libro con la luz de un repentino
flash.
Aunque siempre es mejor esto que nada, obviamente.

En segundo lugar, contamos con las narraciones transmitidas oralmente de generación en generación. Estas narraciones nos cuentan sin duda una historia articulada, pero ésta suele quedar distorsionada al ser contada una y otra vez. Resultado de todo ello son los mitos y leyendas que no cabe aceptar como verdades literales, aunque a veces contengan datos importantes.

Así, las leyendas griegas sobre la guerra de Troya se conservaron de generación en generación gracias a la tradición oral. Los griegos de las épocas posteriores las aceptaron como hechos históricos y los historiadores modernos las rechazaron por considerarlas meras fábulas. La verdad parece situarse en un término medio. Los hallazgos arqueológicos del pasado siglo han demostrado que muchas de las referencias de la obra de Homero son a hechos reales (aunque podemos seguir considerando lo que cuenta Homero sobre la participación de los dioses en los acontecimientos como pura fábula).

Finalmente, estarían los documentos escritos que, como es natural, a veces incluyen hechos legendarios. Cuando los documentos escritos se refieren a acontecimientos que son contemporáneos del estudioso, o que pertenecen a su inmediato pasado, disponemos de la más satisfactoria de las fuentes históricas, sin ser, con todo, necesariamente ideal, ya que los escritores pueden mentir, tener prejuicios o equivocarse de buena fe. Asimismo, sus escritos, aun los más fieles a los hechos, pueden sufrir distorsiones accidentales en posteriores copias, o ser alterados deliberada y maliciosamente por propagandistas. A veces, al comparar a un historiador con otro, o al contrastar sus relatos con los resultados de los hallazgos arqueológicos, los errores y distorsiones pueden salir a la luz.

Sea como sea, no disponemos de nada más detallado que los documentos escritos y, en líneas generales, cuando hablamos de la historia del hombre, nos referimos principalmente a los anales que han llegado hasta nosotros bajo forma de escritos. Los acontecimientos anteriores a la utilización de la escritura en tal o cual región se califican de «prehistóricos», sin que ello quiera decir que sean necesariamente «precivilizados».

Así, Egipto conoció dos mil años de civilización entre el 5000 y el 3000 a.C., pero este período de tiempo forma parte de la «prehistoria» egipcia, dado que la escritura no había hecho aún aparición.

Los detalles referentes a la prehistoria de un país son siempre confusos y borrosos, y los historiadores se resignan ante esta realidad. Todavía más frustrante, sin embargo, es contar con documentos escritos, pero en una lengua que no sabemos descifrar. El libro de historia está ahí, al menos en parte, pero está sellado.

Este era el caso, al menos hasta el 1800 d. C, del «Egipto histórico» —es decir, del Egipto posterior al 3000 a. C. —y, en realidad, el de casi todas las demás civilizaciones antiguas.

Hacia esta época, los únicos idiomas antiguos perfectamente conocidos eran el latín, el griego y el hebreo, y, como se sabe, existían historias antiguas importantes escritas en cada una de estas lenguas, historias que han llegado completas o en parte hasta nuestros días. De ahí que la historia antigua de los romanos, de los griegos y de los judíos se conozca bastante bien. Asimismo, las leyendas referentes al pasado prehistórico de cada una de estas civilizaciones han llegado hasta nosotros.

En cambio, la historia antigua de los pueblos de Egipto y de la región del Tigris-Eufrates era ignorada por los hombres del 1800 a. C., excepto a través de las leyendas transmitidas hasta ellos en las tres lenguas que conocían.

En su época, los griegos no se hallaban en mucho mejor situación que nosotros en 1800 d. C. en lo que respecta al conocimiento sobre los egipcios. Tampoco ellos sabrían leer los jeroglíficos, por lo que ignoraban lo concerniente a la historia egipcia durante siglos.

Sin embargo, en tiempos de los griegos la civilización egipcia estaba todavía viva y floreciente. Había sacerdotes que eran capaces de leer fácilmente los antiguos escritos y que probablemente tenían acceso a toda clase de anales referentes a los milenios pasados.

Los curiosos griegos que comenzaron a llegar a Egipto en gran número a partir del 600 a. C. y que se quedaban boquiabiertos ante los logros de una antigua civilización, se interesaban por todo lo que veían, sin duda.

Pero los sacerdotes egipcios eran muy suspicaces hacia los extranjeros y no se dignaban fácilmente a colmar la curiosidad de éstos.

El historiador griego Heródoto viajó por Egipto, acosando a preguntas a los sacerdotes. Muchas de sus preguntas obtuvieron respuesta, e incluso la información en la historia que escribiría más tarde. Con todo, buena parte de la información no parece muy verosímil, y no es fácil descartar la idea de que los sacerdotes tomaran el pelo sardónicamente al «paleto» griego, tan ansioso de información y tan dispuesto a aceptar todo lo que se le decía.

Finalmente, hacia el 280 a. C., cuando ya los griegos dominaban Egipto, un sacerdote de este país acabó cediendo y escribió en griego una historia de Egipto destinada a los nuevos amos, utilizando sin duda algunas fuentes sacerdotales. Se llamaba Manetón.

Durante un tiempo el Egipto posterior al 3000 a. C. fue realmente el «Egipto histórico», aun cuando aceptemos que Manetón escribió una historia necesariamente incompleta, y que pueda haberla escrito desde un punto de vista parcial, como egipcio que era, y sacerdotal.

Por desgracia, sin embargo, la historia de Manetón y las fuentes que utilizó no han sobrevivido. El «Egipto histórico» se hundió en las tinieblas de la ignorancia humana tras la caída del Imperio Romano, y así permaneció durante catorce siglos. No quiere esto decir que la ignorancia sobre Egipto fuera completa. Algunos fragmentos de los escritos de Manetón fueron citados por otros escritores cuyas obras sí sobrevivieron. En concreto, sobrevivieron largas listas de gobernantes egipcios tomadas de la historia de Manetón citadas en las obras de un historiador cristiano de los primeros tiempos, Eusebio de Cesárea, que vivió unos seis siglos después de éste. Pero esto es todo, y no es demasiado. Las listas de reyes no hicieron sino excitar el apetito histórico y convertir a las sombras anteriores en una oscuridad aún más negra.

Naturalmente, había todavía numerosas inscripciones jeroglíficas por todos lados, pero nadie podía leerlas, con lo que todo permanecía decepcionantemente misterioso.

Hacia 1799, un ejército francés a las órdenes de Napoleón Bonaparte se hallaba combatiendo en Egipto. Un soldado francés llamado Bouchard o Boussard se encontró, cuando estaba trabajando en un fuerte en reparación, una piedra negra. El fuerte estaba próximo a la ciudad de Rashid, en una de las desembocaduras occidentales del Nilo. Para los europeos Rashid era Rosetta, y hoy llamamos a la piedra hallada por el soldado «piedra de Rosetta».

En la piedra de Rosetta había una inscripción en griego que databa del 197 a. C. En sí no era una inscripción importante, pero lo que confería un valor fascinante a la piedra era que contenía también inscripciones en dos tipos de jeroglíficos. Si, como parecía probable, se trataba de la misma inscripción en tres diferentes formas de escritura, entonces de lo que se trataba era de una inscripción egipcia traducida a una lengua conocida.

La piedra de Rosetta interesó a hombres tales como el médico inglés Thomas Young y el arqueólogo francés Jean-Francois Champollion. En particular Champollion utilizó como ayuda adicional la lengua copta, que en su tiempo sobrevivía todavía en unos cuantos lugares de Egipto. Hoy la lengua de los egipcios es el árabe, debido a la conquista árabe de Egipto hace trece siglos. Champollion sostenía, sin embargo, que el copto derivaba de la lengua del antiguo Egipto, que se remontaba a la época anterior a la llegada de los árabes. Antes de morir en 1832, Champollion elaboró un diccionario y una gramática de la lengua del antiguo Egipto.

Evidentemente, Champollion no estaba equivocado, pues en los años 20 del siglo XIX había sido capaz de penetrar el secreto de los jeroglíficos y, poco a poco, todas las inscripciones antiguas pudieron ser leídas.

Sin embargo, las inscripciones no eran verdadera historia, como era natural (¡imaginemos por un momento que tratáramos de conocer la historia de Estados Unidos a través de las inscripciones existentes en nuestros edificios públicos y en nuestras lápidas!). A menudo incluso aquellas que versaban sobre acontecimientos históricos habían sido compuestas única y exclusivamente para alabar a algún gobernante. Se trataba de propaganda oficial que no necesariamente se ajustaba a la realidad.

Pese a todo, poco a poco, a partir de todo lo que los historiadores fueron recopilando de las inscripciones y de otras fuentes, incluidas las listas de reyes de Manetón, la historia egipcia comenzó a ser conocida, y con una amplitud tal que nadie, antes del hallazgo de la piedra de Rosetta, hubiera podido imaginar.

Unificación

Manetón comienza su lista de reyes con el primer hombre que unió a los dos Egiptos, el Alto y el Bajo, bajo su mando. El nombre que tradicionalmente se aplica a este primer rey es Menes, forma griega para el nombre egipcio de Mena. Antes de la unificación, Menes gobernaba al parecer sobre el Alto Egipto.

Durante un tiempo se pensó que Menes era puramente legendario y que este rey no había existido nunca. Sin embargo, alguien tuvo que ser el primero en unificar Egipto, y si no fue Menes, sería algún otro.

Pese a que las antiguas inscripciones han sido concienzudamente estudiadas, existe en este sentido una complicación adicional, derivada del hecho de que los reyes solían adoptar nuevos nombres cuando subían al trono, diferentes de los que se les asignaba al nacer. A veces, incluso, se les imponía otros nombres después de morir. Existen referencias a un rey llamado Nármer en un antiguo trozo de pizarra desenterrado en 1898; en él el monarca aparece en un primer momento con la corona relacionada con el gobierno del Alto Egipto, luego con la corona del Bajo Egipto. Parece, pues, una referencia a un rey que unificó los dos Egiptos, y cabe la posibilidad de que Nármer y Menes no sean sino nombres alternativos de la misma persona.

Sea como sea, Menes o Nármer llegó a ser rey de todo Egipto hacia el 3100 a. C, justo a finales de la prehistoria egipcia. No podemos por menos que preguntarnos cómo lo logró. ¿Fue Menes un gran guerrero o un astuto diplomático? ¿Se trató de un accidente o de un plan? ¿Se sirvió acaso de algún «arma secreta»?

En primer lugar, existen datos de importantes inmigraciones asiáticas que llegaron a Egipto en los siglos que precedieron el reinado de Menes. Es posible que los asiáticos huyeran de sus tierras, poco seguras y arrasadas por la guerra, hacia la paz y la exuberante fertilidad del valle del Nilo. (Hasta los últimos momentos de la época prehistórica podían verse incluso elefantes en el rico valle del Nilo, gracias a su gran extensión, a su fertilidad y a su escasa población.)

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