Los cuclillos de Midwich (5 page)

Read Los cuclillos de Midwich Online

Authors: John Wyndham

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los cuclillos de Midwich
11.6Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los pájaros enjaulados habían terminado al parecer con su misión, y habían sido devueltos a sus inquietos propietarios, no teniendo más que un muy relativo sentimiento acerca del meritorio cívico que habían llevado a cabo.

—Seguramente vamos a vernos inundados de protestas de la sociedad protectora de animales, e incluso de demandas por daños y perjuicios cuando se resfríen o pillen alguna enfermedad. Pero estos son los resultados —y nos mostró un mapa a gran escala, sobre el que se había trabado un círculo perfecto de unos tres kilómetros de diámetro, con la iglesia de Midwich más o menos al sureste de su centro.

—Esto es explicó—. Y, por lo que sabemos, no es una circunferencia, sino un círculo. Tenemos un puesto de observación arriba en la torre de Oppley, y no ha sido observado ningún movimiento en la zona, y hay dos hombres tirados en el suelo frente al bar, y no se han movido en lo más mínimo. En cuanto a definir qué es, no hemos avanzado en absoluto. Hemos establecido, eso sí, que es estático, invisible, inodoro, no es detectado por el radar, no refleja los sonidos, su efecto es inmediato al menos en los mamíferos, pájaros, reptiles e insectos, y aparentemente estos efectos no tienen secuelas, no al menos directamente, ya que lo único que han sufrido los del autobús y todos los que han pasado ahí un cierto tiempo es el lógico frío nocturno. A decir verdad, no tenemos aún el menor indicio sobre su naturaleza.

Bernard le hizo algunas preguntas que no aclararon demasiado la situación, y nos fuimos en busca del coronel Latcher. Lo encontramos poco después en compañía de un hombre maduro que resultó ser el jefe de policía del Winshire. Los dos hombres, rodeados de personajes de segundo rango, se encontraban en un pequeño montículo frente al terreno objeto de su estudio. La disposición del grupo hacía pensar en un grabado del siglo XVIII representando a dos generales rodeados de su estado mayor observando una batalla que iba de mal en peor... salvo que no había ninguna batalla. Bernard se presentó a sí mismo, y luego me presentó a mí. El coronel lo miró unos instantes.

—Ah, sí, sí —dijo finalmente—. Usted es quien me ha telefoneado para decirme que esta historia debía permanecer bajo secreto.

Antes de que Bernard pudiera responder, el jefe de policía lanzó un bufido.

—¡Secreto! Secreto, dice. ¡Toda la zona en un radio de tres kilómetros invadida por completo por eso, y quiere usted que sea mantenido bajo secreto!

—¡Estas son las órdenes —dijo Bernard—. La seguridad...

—¿Pero cómo diablos puede imaginarse...?

El coronel Latcher lo interrumpió con un gesto.

—Hemos hecho todo lo que hemos podido para camuflarlo pretendiendo que se trata de un ejercicio táctico de sorpresa. Es un pretexto débil, pero es lo mejor que hemos podido encontrar. Había que decir algo. Lo malo es que en el fondo será verdad, y se tratará de alguno de nuestros propios juguetes que habrá hallado. Con esos malditos programas secretos, nadie está nunca al corriente de nada. Uno nunca sabe qué hacen los chicos que están a su lado, y muchas veces ni siquiera sabe qué es ni para qué es ni para qué sirve lo que está utilizando uno mismo. Todos estos malditos sabios que sabotean la profesión bajo mano. Uno no puede trabajar con cosas cuya naturaleza ignora. El arte militar va a convertirse muy pronto en un asunto de magos y de máquinas.

—Las agencias de prensa están ya sobre la pista —gruñó el jefe de policía—. Hemos echado a algunos, pero ya sabe usted como son. Llegarán a meter las narices de una u otra manera. ¿Y cómo nos las vamos a arreglar para que permanezcan tranquilos?

—Oh, no tiene que preocuparse por eso —dijo Bernard—. El ministerio del Interior ya ha dado órdenes. Están furiosos, pero los mantenemos a raya. En el fondo, todo esto depende de saber si se trata de algo lo suficientemente sensacional como para que puedan buscarnos historias.

—Hum —dijo el coronel, mirando de nuevo el dormido paisaje—. Y supongo que depende también de saber si, desde un punto de vista periodístico, la historia de la bella durmiente del bosque es un asunto sensacional o aburrido.

En las horas que siguieron, todo un surtido de gentes que representaban los intereses de los distintos ministerios civiles y militares desfilaron por allí. Se levantó una tienda mayor al lado de la carretera de Oppley y hubo una conferencia a las trece treinta horas. El coronel Latcher empezó pasando revista a la situación. Fue breve. Acababa de concluir cuando llegó un comandante de aviación, y dejó con aire sardónico una gran fotografía sobre la mesa, delante del coronel.

—Aquí está, señores —dijo con aire sombrío—. Nos ha costado dos buenos pilotos en un buen aparato, y hemos tenido suerte de no perder otro. Espero que valga la pena.

Todos se apretujaron alrededor de la fotografía para examinarla y compararla con el mapa.

—¿Y esto? —preguntó un comandante del Servicio de Inteligencia, señalando un objeto en la foto.

Tenía, a juzgar por las sombras, una forma parecida al dorso de una cuchara, con un contorno pálido y oval. El jefe de policía se inclinó para mirar de más cerca.

—No sé lo que pueda ser —admitió—. Diría que se trata de una edificación de forma más bien curiosa, pero no puede ser así. Hace apenas una semana que visité las ruinas de la abadía y no había el menor rastro de nada semejante; por otro lado, la abadía es un monumento nacional, pertenece a la British Heritage Association. Y ellos tan solo reconstruyen.

Uno de los asistentes miraba alternativamente la foto y el mapa.

—Sea lo que sea se halla casi exactamente en el centro geométrico de la zona —señaló—. Si no estaba allí hace unos días, se trata de algo que ha aterrizado.

—A menos que se trate de un henar recubierto con una lona muy blanca —propuso alguien.

El jefe de la policía soltó un bufido.

—Observe la escala, amigo, y la forma. Su tamaño es al menos el de una docena de henares.

—Pero entonces, ¿qué diablos es? —preguntó el comandante.

Uno tras otro, estudiamos el documento con ayuda de una lupa.

—¿No han podido tomar ustedes una foto a menos altitud? —preguntó el comandante del Servicio de inteligencia.

—Intentando hacerlo es cómo hemos perdido el aparato —respondió secamente su colega del Ejército del Aire.

—¿Qué altura debe tener esta cosa... esta zona en cuestión? —preguntó alguien.

El comandante de aviación se encogió de hombros.

—Podríamos saberlo si voláramos a través de ella —dijo—. Esto —añadió, golpeando la foto con un dedo— ha sido tomado a tres mil metros. La tripulación no ha observado ningún efecto a esta altura.

El coronel Latcher carraspeó.

—Dos de mis oficiales han aventurado que la zona de influencia podía tener forma hemisférica —dijo.

—Es muy posible —aceptó el comandante de aviación—. Al igual que puede ser romboidea, o dodecaédrica.

—He sabido —dijo suavemente el coronel— que han observado los pájaros que volaban por los alrededores, determinando así el punto donde comenzaban a ser afectados. Pretenden haber establecido que el borde de la zona no se eleva verticalmente como un muro, es decir no se trata en absoluto de un cilindro. Los bordes se contraen ligeramente. Y han llegado a la conclusión de que debe tener forma de cúpula o cónica. Dicen que las pruebas que han realizado les hacen inclinarse más hacia la solución hemisférica, pero deben trabajar en un segmento demasiado pequeño de un arco demasiado grande para estar seguros de ellos.

—Bueno, esa es la primera contribución práctica que hemos tenido desde hace un tiempo —reconoció el comandante de aviación. Reflexionó unos instantes—. Si tienen razón con respecto al hemisferio, esto daría un techo de aproximadamente mil quinientos metros sobre el centro. Supongo que no han tenido idea aceptada respecto cómo establecer esto sin perder otro aparato.

—A decir verdad —dijo el coronel socarronamente—, uno de mis hombres ha sugerido algo: un helicóptero podría llevar colgado un canario, dentro de una jaula por supuesto, al extremo de un cable de un centenar de metros, e ir descendiendo poco a poco. Evidentemente, es algo que parece un poco...

—No —dijo el comandante de aviación—, la idea no es mala. Me atrevería a decir que procede del mismo tipo que ha levantado el perímetro de la zona.

El coronel Latcher asintió con la cabeza.

—Su programa de guerra ornitológica no está mal del todo —comentó el comandante de aviación—. Creo que quizá podríamos encontrar algo más efectivo que el canario, pero le quedamos reconocidos por la idea. Es un poco tarde para hoy. Lo prepararé todo para mañana por la mañana, y haré tomar fotos a la altitud más baja posible mientras la luz sigue siendo buena.

El oficial del Servicio de Inteligencia rompió su silencio.

—Necesitamos bombas —dijo pensativamente—. Bombas de fragmentación tal vez.

—¿Bombas? —preguntó el comandante de aviación, frunciendo el ceño.

—No estaría mal el tener algunas a nuestra disposición- Nunca se sabe lo que pueden tener los ruskis la cabeza. Quizá sería una buena idea tomar esto como blanco y pedirle que se vaya. Darle una buena sacudida para poder verlo desde más cerca.

—Todavía es demasiado pronto para utilizar medidas extremas —respondió el jefe de policía—. ¿No cree que sería preferible cogerlo intacto si ello es posible?

—Quizá sí —asintió el comandante del Servicio de inteligencia—. Pero mientras esperamos le permitimos precisamente proseguir lo que se propone, mientras nos mantiene alejado con ese no-sé-qué.

—No acabo de ver lo que podría venir a hacer a Midwich —aventuró otro oficial—, a menos que, y eso es lo que creo, se haya visto obligado a hacer un aterrizaje forzoso, y que utilice este medio de protección para impedir que lo molesten mientras efectúa sus reparaciones.

—Hay la Granja... —observó alguien.

—Cuanto más pronto obtengamos el permiso para ponerlo fuera de combate, mejor, será —dijo el comandante—. De todos modos, no tiene nada qué hacer en nuestro territorio. Nuestro auténtico objetivo es, por supuesto, que no se vaya. Esto es lo más interesante. Aún descartando el propio objeto, esta pantalla protectora podría sernos extremadamente útil. Voy a tomar todas las medidas necesarias para adueñarme de la situación desde todos los ángulos: con este condenado objeto intacto si es posible... pero incluso averiado si no queda otro remedio.

Hubo una larga discusión, pero sin excesivo resultado, ya que gran parte de los presentes no parecían ser partidarios más que de mantener una misión de observación y de información. La única decisión que recuerdo fue la de lanzar cada hora bengalas con paracaídas, con fines de observación, y que al día siguiente el helicóptero debía intentar tomar fotos más reveladoras. Aparte esto, no se llegó a nada definitivo al fin de la conferencia.

Realmente, no veía el motivo por el que había sido llevado allí, ni tampoco en el fondo, por qué estaba allí Bernard, ya que no había contribuido de ningún modo a la conferencia. De regreso, en el coche, le pregunté:

—¿Es indiscreto preguntarte cuál es tu papel ahí?

—Te diré que tengo interés profesional.

—¿La Granja?

—Sí. La Granja forma parte de mis atribuciones, y naturalmente todo lo sospechoso que exista en sus alrededores nos interesa. Se podría calificar este asunto de muy sospechoso, ¿no crees?

Yo tenía ya buenas razones para sospechar, por el modo como se había presentado en la conferencia, que el "nosotros" podía ser los Servicios de Información del ejército en general o más precisamente su departamento dentro de este Servicio.

—Creía —dije que eran los Servicios Especiales quienes se ocupaban de este tipo de asuntos.

—Hay varias formas de ver esto —dijo en tono vago, y cambió de tema.

Conseguimos encontrarle una habitación en el Águila, y cenamos juntos los tres. Había esperado que, después de cenar, mantendría su promesa de darnos las explicaciones de que nos había hablado, y aunque hablamos de un montón de cosas, incluido Midwich, quedó claro que evitaba cuidadosamente toda nueva alusión a su interés profesional en el asunto. Pese a eso fue una velada agradable, que me hizo reflexionar en la equivocación que representa el no mantener un contacto regular con los amigos de uno.

Durante la velada, llamé dos veces por teléfono a la policía de Trayne para saber si se había producido un cambio en la situación de Midwich, pero en ambas ocasiones me respondieron que no había absolutamente nada nuevo. Tras la segunda llamada, decidimos que era inútil aguardar más, y tras un último vaso fuimos a acostarnos.

—Un hombre encantador —dijo Janet, una vez hubimos cerrado la puerta a nuestras espaldas—. Sinceramente, temía que esto se convirtiera en una reunión de antiguos combatientes, lo cual resulta bastante aburrido para las esposas, pero no ha habido nada de esto. ¿Para qué se te ha llevado esta tarde?

—Eso es lo que me estoy preguntando —confesé—. Parecía como si tuviera alguna secreta intención, y aún se ha vuelto más reservado desde que hemos entrado realmente en materia.

—Es realmente muy extraño —dijo Janet, como si se sintiera impresionada de nuevo por el asunto—. ¿No te dio ninguna explicación?

—Ni él ni ningún otro del grupo —le aseguré—. Lo único que parece que saben es lo que nosotros mismos hayamos podido decirles... y no parecía importarles mucho. Tienen sus propias ideas al respecto, y de hecho de que el asunto te afecte o deje de afectarte a ti parece tenerles sin cuidado.

—Pues es una buena noticia —dijo ella—. Esperemos que a la gente de Midwich la cosa no les haya afectado más que a nosotros.

El 28 por la mañana, mientras nosotros aún dormíamos, un oficial de meteorología emitió la opinión de que la neblina iba a disiparse rápidamente en Midwioh, y una tripulación compuesta por dos aviadores subió a bordo de un helicóptero. Les fue entregada una jaula metálica conteniendo una pareja de hurones, animados pero perplejos, tras lo cual el aparato despegó y ganó altura rápidamente.

—Creen que dos mil metros es una altitud segura —observó el piloto—, pero para estar seguros subiremos a dos mil quinientos. Si todo va bien, iremos descendiendo gradualmente.

El observador dispuso todo su material y se ocupó en preparar la jaula con los hurones, hasta que el piloto dijo:

—Adelante. Puedes echar la sonda, y haremos nuestra primera travesía a dos mil quinientos.

Other books

The Lover by Robin Schone
It Won't Hurt a Bit by Yeadon, Jane
Blue Hole Back Home: A Novel by Joy Jordan-Lake
Healing Trace by Kayn, Debra
Please Look After Mom by Kyung-Sook Shin
Mistress Bradstreet by Charlotte Gordon
I'm Sure by Beverly Breton