Los cuclillos de Midwich (27 page)

Read Los cuclillos de Midwich Online

Authors: John Wyndham

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los cuclillos de Midwich
8.75Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Os creo. Debemos daros las gracias, lo admito. Pero hubiera sido tan eficaz el desviarlo tan sólo, ¿no creéis? No veo la necesidad de medidas implacables.

—Es más impresionante. Tendríamos que desviar muchos aviones antes de que ellos se dieran cuenta de que nosotros somos la causa. Pero si pierden un avión cada vez que vienen por aquí, se darán cuenta en seguida —dijo el chico.

—Ya veo. Supongo que ayer por la noche actuasteis bajo el mismo razonamiento. Si simplemente hubierais enviado a la gente de vuelta a sus casas, la advertencia no hubiera sido suficiente —sugirió Bernard.

—¿Crees realmente que hubiera sido suficiente? —preguntó el chico.

—Me parece que hubiera dependido de la forma en que lo hubierais hecho. Lo cierto es que no era necesario hacerles luchar entre ellos y matarse mutuamente. Con ello quiero decir, situando el problema a un plano práctico: ¿no es políticamente una mala táctica el realizar las cosas de modo que engendren la cólera y el odio?

—Y también el miedo —hizo notar el chico.

—¡Ah! ¿Ese es entonces vuestro objetivo? ¿Provocar el terror? ¿Por qué? —preguntó Bernard.

—Tan sólo para que nos dejéis tranquilos —dijo el chico—. Es un medio, no es un fin. —Los dorados ojos miraban a Bernard con una mirada sostenida y grave—. Tarde o temprano, intentaréis matarnos. Sea cual sea nuestra actitud, querréis eliminarnos. Nuestra posición no puede afianzarse más que tomando nosotros la iniciativa.

El chico hablaba calmadamente, pero sin embargo sus palabras trastornaron la actitud que se había compuesto Bernard. Por el espacio de un destello se dio cuenta de que estaba oyendo a un adulto, aunque viera tan sólo un adolescente de dieciséis años y supiera que no era más que un niño de nueve años el que estaba hablando.

—En un momento dado —diría más tarde—, esta contestación me aterró. Nunca en mi vida he estado más cerca del pánico. Esa combinación niño-adulto me pareció como cargada de una significación que desmoronaba todas las bases sobre las que se asienta el orden de las cosas... Ya sé que ahora no significa nada, pero en aquel momento fue para mí un golpe, una revelación, y juro que me sentí aterrado... Les vi de pronto como en una doble imagen: individualmente, aún como niños; colectivamente, ya adultos... ¡cuyo lenguaje estaba a mi propio nivel!

Bernard necesitó algunos segundos para recuperarse. Al hacerlo, recordó la escena con el jefe de policía, que también había sido alarmante, pero de una forma mucho más concreta. Miró al chico más atentamente.

—¿Tú eres Eric? —preguntó.

—No —dijo el chico—. A veces soy Joseph. Pero ahora soy todos nosotros. No temas nada, queremos hablarte.

Bernard había recuperado el control sobre sí mismo. Deliberadamente, se sentó al lado de ellos en el banco, y se esforzó en adoptar una actitud normal.

—El deseo de mataros me parece que es una conclusión algo apresurada —dijo—. Evidentemente, si continuáis haciendo lo que habéis hecho últimamente, vamos a odiaros, y nos vengaremos; o quizá deba decir que nos veremos obligados a defendernos contra vosotros. Pero si no hacéis nada de eso, bueno, podemos encontrar un medio de convivencia. ¿Acaso sentís odio hacia nosotros? Si no es así, por supuesto podemos intentar elaborar un
modus vivendi
...

Miró al chico, esperando aún débilmente que quizá tuviera una mayor oportunidad de hacerse entender si hablaba de un modo más accesible a un niño. El chico disipó finalmente toda ilusión al respecto. Agitó la cabeza y dijo:

—Planteáis las cosas desde un plano equivocado. No es cuestión de odio o de entendimiento... Eso no cambiaría nada. No es tampoco algo que pueda arreglarse por medio de la discusión. Es una obligación biológica. Vosotros no podéis permitiros el no matarnos ya que, si no lo hacéis, ese será el fin del género humano... —Se detuvo unos instantes para dar un mayor énfasis a lo que acababa de decir y anadió—: Hay una obligación política, pero ésta pide una solución más inmediata a un nivel más consciente. Algunos de vuestros políticos que saben de nuestra existencia deben estarse preguntando si una solución parecida a la de Rusia no podría ser aplicada aquí.

—Entonces, ¿estáis al corriente de aquello?

—Sí, por supuesto. Mientras los Niños de Gizhinsk permanecieron con vida no sentimos la necesidad de protegernos, pero cuando ellos murieron se produjeron dos cosas: la primera, que el equilibrio se había roto, y la segunda, que nos dimos cuenta de que los rusos no hubieran roto este equilibrio a menos que estuvieran seguros de que una colonia de Niños era mucho más una desventaja que una ventaja.

—Tampoco hay que olvidar las obligaciones biológicas. Los rusos se sometieron a ellas a partir de motivos políticos, como sin duda haréis también vosotros. Los esquimales lo hicieron por instinto primitivo. Pero el resultado es el mismo.

»De todos modos, a vosotros os será más difícil. Para los rusos, una vez hubieron decidido que los Niños de Gizhinsk no iban a ser lo útiles que habían esperado, el modo de resolver el problema no mereció más comentarios. En Rusia, el individuo existe para servir al Estado; si pone su interés por encima del Estado, es un traidor, y es un deber para la comunidad protegerse de los traidores, sean individuos o grupos. En ese caso, el deber biológico y el deber político coincidieron. Y si era inevitable que perecieran un cierto número de inocentes mezclados en el asunto, bien, no se podía hacer nada al respecto; por otro lado, era su deber morir, si eso se revelaba necesario, para servir al Estado.

»Pero para vosotros la conclusión es menos clara. No tan sólo vuestro instinto de conservación se halla mucho más hundido en las convenciones, sino que tenéis también el inconveniente de pensar que el Estado existe para servir a los individuos que lo componen. En consecuencia, vuestra conciencia se verá turbada por lo que vosotros creéis que son nuestros "derechos".

»Ahora hemos superado el momento de mayor peligro. Este momento se sitúa inmediatamente después de que vosotros supisteis de la acción rusa contra los Niños de allá. Un hombre decidido hubiera podido arreglar inmediatamente un "accidente" aquí. A vosotros os convenía mantenernos escondidos aquí, y a nosotros también nos convenía; en consecuencia, se hubiera podido arreglar las cosas sin demasiados problemas. Por el contrario, ahora es mucho menos fácil. Las gentes que se hallan en el hospital de Trayne ya han hablado de nosotros; de hecho, desde ayer por la noche, muchos rumores han debido correr un poco por todos lados. La ocasión de provocar un "accidente" cualquiera de un modo convincente ha pasado. Entonces, ¿qué vais a hacer para liquidarnos?

Bernard agitó la cabeza.

—Veamos —dijo—. ¿Y si consideráramos el asunto desde un punto de vista más civilizado? Después de todo, este país es civilizado y, además, su habilidad para encontrar soluciones de compromiso es ampliamente reconocida. No me siento convencido por vuestra forma categórica de afirmar que no hay arreglo posible. La historia nos muestra que siempre hemos sido mucho más tolerantes con las minorías que la mayor parte de países.

Esta vez fue la chica la que respondió.

—La civilización no tiene nada que ver con esto —dijo—. Por el contrario, es un asunto muy primitivo. Si existimos, os dominaremos: eso es claro e inevitable. ¡Estaréis de acuerdo en ser suplantados y seguir mansamente un camino de extinción sin oponer una viva resistencia? No creo que seáis tan decadentes como para eso. Además, políticamente, la cuestión es: acaso algún Estado, sea el que sea, puede permitirse el lujo de dar asilo a una minoría cuya potencia crece de día en día, una minoría que este Estado no podrá en ningún momento controlar? Es evidente que la respuesta será siempre no.

»¡Qué vais, pues, a hacer? Muy probablemente no vamos a tener que temer nada mientras estéis discutiendo. Los más primitivos de vosotros, vuestras masas se dejarán guiar por sus instintos (vimos un ejemplo de ello la pasada noche) y querrán perseguirnos, destruirnos. Vuestros liberales, vuestros responsables, vuestros religiosos, se sentirán muy turbados en su actitud moral. Tendréis opuestos a cualquier medida definitiva a todos vuestros verdaderos idealistas, y también a vuestros pretendidos idealistas, todas esas gentes bastante numerosas, que se agarran a un ideal como si compraran una prima de seguro al Más Allá, y no se preocupan por provocar la esclavitud y decadencia de sus descendientes mientras ellos puedan llenar sus diarios íntimos de generosos pensamientos que les abran las puertas del cielo.

»Y también habrá vuestro gobierno de derechas, que estudiará pese a sus convicciones tomar medidas radicales contra nosotros, y vuestros políticos de izquierdas que verán en ello una magnífica ocasión para su partido de derrocar al gobierno. Defenderán nuestros derechos en tanto que minoría amenazada, una minoría de niños además. Sus líderes se erigirán en vigorosos y desinteresados defensores de nuestros sagrados derechos. Reclamarán, sin recurrir a un referéndum, la justicia, piedad y comprensión del pueblo. Luego, algunos de ellos comprenderán que se trata de un problema realmente serio y que, si provocan unas elecciones, habrá probablemente una escisión entre los promotores de la política oficial y el Gran Corazón del partido, y los jefes de fila de los que sentirán aprensión hacia nosotros y a quienes llamarán los Pies Fríos, y así no serán apreciadas ni la virtud ni la comprensión.

—No parecéis tener una idea muy elevada de nuestras instituciones —interrumpió Bernard.

La chica se encogió de hombros.

—En tanto que especie dominante bien afianzada, rodéis. Permitiros el perder contacto con la realidad y divertiros con abstracciones —dijo. Luego prosiguió—: Mientras toda esa gente dispute entre sí, se hará evidente a muchos de ellos que el problema de una negociación con una especie más avanzada no será fácil, y que cuanto más se temporice menos lo será. Puede que se produzcan algunas tentativas a nivel práctico. Pero va mostramos ayer por la noche lo que ocurrirá si se envían soldados contra nosotros. Si enviáis aviones se estrellarán. Entonces pensaréis en la artillería, como los rusos, o en los proyectiles teledirigidos, cuyos instrumentos electrónicos escapan a nuestro control. Pero si utilizáis esos medios no os será posible matarnos solamente a nosotros, tendréis que matar también a todos los demás habitantes del pueblo. Eso os hará vacilar largamente antes de tomar una tal decisión, si finalmente la tomáis, ¿qué gobierno podrá sobrevivir a una tal matanza de inocentes, sean cuales sean las ventajas que extraiga de ella? No solamente del partido que haya sancionado tal acto será definitivamente borrado de la vida pública, sino que, aunque consiguieran eliminar el peligro, los líderes del partido podrían ser tranquilamente linchados como símbolo de reparación y de expiación.

Se detuvo, y fue ahora el chico quien prosiguió:

—Los detalles pueden variar, pero algo así ocurrirá inevitablemente cuando se comprenda toda la significación del peligro que representa nuestra existencia. Podréis incluso atravesar una curiosa crisis, en la que los dos partidos lucharán por no hallarse en el poder, por no tener que enfrentar la responsabilidad de la acción a emprender contra nosotros. —Hizo una pausa, mirando pensativamente a través de los campos, y luego añadió—: Esta es la situación. Ni vuestros deseos ni los nuestros cuentan en esta ocasión, digamos más bien que ambos nos hallamos dominados por la misma esperanza: sobrevivir. Todos somos juguetes de la misma fuerza vital. Ella os ha hecho numéricamente más fuertes, pero mentalmente no desarrollados; ella nos ha hecho mentalmente fuertes, pero físicamente débiles. Y ahora nos ha levantado los unos contra los otros para buscar una salida. Sin duda un deporte extremadamente cruel, pero muy, muy antiguo. La crueldad es tan vieja como la vida. Ha habido algunos paliativos: el humor y la compasión son las más importantes invenciones humanas, pero aún no están definitivamente establecidas, pese a lo que prometen. —Se detuvo de nuevo, y sonrió—. Todo esto es Zellaby al estado puro. Nuestro primer maestro. —Luego prosiguió—: Pero la fuerza vital es mucho más potente que esas invenciones, y no podemos negarle sus sangrientas diversiones. De todos modos, creemos posible al menos retrasar la fase más cruenta del combate. Es de eso precisamente de lo que queremos hablar...

C
APÍTULO XIX
U
LTIMÁTUM

—Esto —dijo Zellaby con tono de reproche a una niña de ojos dorados sentada en la rama de un árbol al borde del camino— es limitar de una forma muy importuna mis movimientos. Sabes muy bien que cada día doy un pequeño paseo, y que luego vuelvo a tomar el té. La tiranía se convierte fácilmente en un mal hábito. Además, tenéis a mi mujer como rehén.

La Niña pareció estudiar el asunto mientras chupaba un caramelo, y luego dijo:

—De acuerdo, señor Zellaby.

Zellaby avanzó un pie. Esta vez pasó sin dificultad a través de la invisible barrera contra la que había chocado antes.

—Gracias, querida —dijo, haciendo una educada inclinación de cabeza—. Ven, Gayford.

Penetramos en el bosque, dejando a la guardiana del camino balanceando negligentemente sus piernas y chupando su caramelo.

—Un aspecto muy interesante de la cuestión es la delimitación entre lo individual y lo colectivo —observó Zellably—. He hecho algunos progresos al respecto. La apreciación del Niño chupando un caramelo es indudablemente individual, y no podría ser de otro modo; pero su permiso para dejarnos pasar era colectivo, al igual que la influencia que nos lo impedía. Y, puesto que la mente es colectiva, ¿qué decir de las sensaciones que recibe? ¿Acaso los otros niños están disfrutando del caramelo de esa pequeña por delegación? Aparentemente no, y sin embargo deben tener consciencia de ello, incluso quizá de su sabor. Un problema similar se plantea cuando les muestro mis films y les doy conferencias. En teoría, si mi auditorio no se compusiera más que de dos representantes, todos los demás deberían compartir la experiencia, eso es algo sabido. Pero en la práctica, cuando voy a la Granja siempre me encuentro con la sala llena. Por lo que comprendo, cuando les muestro un film, todos ellos podrían aprovechar la experiencia enviando un solo representante de cada sexo, pero es preciso creer que hay algo que se pierde en la transmisión de la sensación visual, puesto que prefieren con mucho mirar el film con sus propios ojos. Es difícil hacerles decir lo que piensan de ello, pero parece que la experiencia individual de una imagen les es más agradable, como es de suponer lo es también la experiencia individual de un caramelo. Es una reflexión que trae consigo toda una secuela de preguntas.

Other books

Gallant Scoundrel by Brenda Hiatt
CHERUB: The General by Robert Muchamore
Sex Stalker by Darren G. Burton
Fixing Justice by Halliday, Suzanne
Whiplash by Catherine Coulter