Los crí­menes de un escritor imperfecto (13 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Los crí­menes de un escritor imperfecto
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La cola se fue acortando, incluso quizá alguno hubiera abandonado; sin embargo, yo no podía fugarme. No estaba acostumbrado a escribir a mano tanto rato, así que cuando la cola ya estaba a punto de terminarse noté dolor en los dedos. Me tomé una pequeña pausa y los moví para desentumecerlos mientras la siguiente fan expresaba su entusiasmo por ponerse a leer el siguiente Fons. Estaba extenuado y casi ya no veía a los lectores. Los libros pasaban por mis manos como si yo fuera la cajera de un supermercado que expedía a los clientes con prisa y rutina.

De pronto mis movimientos se helaron.

La última persona de la cola puso su libro delante y lo abrió por la página del título, pero ahí ya constaba una dedicatoria e incluso mi propia firma:

Querida Line
:

Todavía una cabellera más en mi haber. Cuídate tú y cuida a las chicas
.

Siempre tuyo, F. Fons

Alcé la mirada.

Tras un par de segundos de confusión reconocí a Veronika, mi hija mayor.

15

L
A IDEA DE TENER HIJOS nunca había hecho mella en mí.

Siempre creí que mis libros serían mis hijos, que me sobrevivirían y permanecerían como mi contribución al mundo. Con
Desde ese ángulo muerto y Las paredes hablan
había dado vida a un par de monstruos que casi ni yo mismo podía aceptar. Eran bastardos a quienes ningún padre podría querer, y fue ese reconocimiento lo que me hizo acoger el deseo de Line de tener hijos con cierta comodidad. De repente fue obvio que íbamos a tener hijos. Por supuesto que los tendríamos.

Con este proyecto común nuestra relación se hizo todavía más intensa, y a los dos nos preocupaba toda suerte de detalles sobre educación, decoración y sueños de futuro. Hojeábamos las revistas de ser padres, de educación y terapia familiar, y nuestra biblioteca de clásicos de la literatura se complementó con coloridos manuales de autoayuda sobre aprender a cambiar pañales y canciones de cuna.

El sexo tomó un significado totalmente distinto. Seguíamos disfrutándolo, y en realidad todavía más, porque lo vivíamos con la conciencia de que podía ser precisamente esa noche cuando sucediera. Los dos poníamos toda la atención en que todo sucediera de la forma más correcta. Debíamos hallarnos en el ánimo adecuado, y en la alcoba debía haber la perfecta atmósfera romántica, velas y música suave.

Si fue eso lo que hizo que Line se quedara embarazada tan deprisa, no puedo saberlo; pero cuando dejó la píldora no tardamos en recibir el premio. Nuestras familias estaban entusiasmadas. En la de Line ya había muchos niños, pero, aun así, le dedicaron una atención abrumadora y todos le dieron muy buenos consejos. En mi familia sería el primer nieto, así que mis padres estaban locos de contentos. En ese momento habían pasado dos años desde la última vez que los visitamos, dado que yo estaba muy frustrado con su falta de apoyo a mi carrera. Ahora, se presentaba una nueva posibilidad para volver a ser una familia.

Nuestra mayor preocupación era la economía. Line todavía era la que ganaba más dinero, y con seis meses de permiso de maternidad como mínimo, incluida la rehabilitación, necesitábamos algún milagro para que nos alcanzara el dinero. Y tuve la idea de abandonar la literatura por un tiempo y concentrarme en ganar dinero hasta que Line pudiera volver a trabajar. Era lo responsable y, además, un alivio para mí. Mi frustración por no poder escribir desapareció al instante, porque tenía la mejor excusa del mundo. Y también la mala conciencia de no poder contribuir al mantenimiento del hogar. Me sentí muy bien en el papel de hombre que mantiene a su familia. Había albergado esperanzas de poder hacerlo usando la fantasía, pero, puesto que la creatividad me traicionaba, todavía me quedaban las manos para ganar el dinero del alquiler. Ni siquiera lo vivía como una derrota, al contrario, sentía una profunda satisfacción al volver tarde, por la noche, a casa después del trabajo número dos o tres y me hundía en el sofá o me tumbaba en la cama junto a Line, que dormía.

El especial trabajo de Line hizo que tuviera que dejarlo en un estadio temprano de su embarazo, para no cansar su cuerpo innecesariamente. Consiguió un trabajo de oficina por unos meses en uno de los teatros en que trabajaba; por lo demás, dependíamos de mis ingresos, que salían de los trabajos que iba encontrando. Durante su embarazo y hasta que dio a luz, tuve trabajos diversos: cartero, repartidor de periódicos, dependiente en una tienda de alquiler de vídeos, repartidor de una empresa culinaria y muchos otros. No eran trabajos que me exigieran retos intelectuales, pero conocí a gran cantidad de gente, y creo que, en definitiva, eso me convirtió en un escritor mejor. Tuve contacto con personas que en otras circunstancias no se hubieran cruzado en mi camino, y escuché historias de todas las clases sociales y todos los grupos étnicos. Todas las valiosas experiencias se sedimentaron en mi memoria y conformaron un sólido fundamento sobre el que más tarde pude construir mis personajes.

En ese periodo no toqué el ordenador. Lo único que hice fueron sobres de envíos o listas de la compra. No me hacía falta pensar más que en dónde y cuándo tenía que llegar al próximo trabajo, y de cómo llegar.

El embarazo seguía su curso según lo previsto. Line estaba más guapa cada día que pasaba, su barriga estaba inserida en su cuerpo delgado como una hinchada pelota de playa. Era la envidia de sus amigas, y no pasaron muchos meses antes de que Bjarne y Anne nos contaran que ella había dejado de tomar la píldora. Cuando Line estaba de ocho meses, nos dijeron que Anne ya estaba embarazada de ocho semanas.

Abortó un par de días antes de que Line diera a luz. Fue una coincidencia desagradable, pero no fue suficiente para que la felicidad por tener a nuestra hijita Veronika se viera afectada. Con todo, Bjarne y Anne se lo tomaron muy mal, y las dos semanas que siguieron al nacimiento no estuvieron en condiciones de visitarnos. Cuando vinieron, se creó una atmósfera enrarecida, con incómodos silencios, en los que, a excepción de Veronika, todos callábamos.

Por el contrario, ella no podía cerrar la boca. Desde que abría los ojos hasta que caía rendida de sueño, lloraba o barboteaba, y yo escuchaba fascinado todo lo que decía. No me cansaba de mirarla y no existía nada que no hubiera hecho por ella.

Pero no era a mí a quien necesitaba, era a su madre, lo cual era perfecto, porque yo debía acudir a mis dos o tres trabajos. Era duro estar tantas horas fuera de casa, pero eso cumplía un objetivo, y, cuando al fin llegaba, siempre me escurría a su habitación, tan solo me sentaba a contemplarla en su cuna hasta que se me cerraban los ojos. No existe mejor terapia para el estrés que mirar a un bebé durmiendo.

Los primeros cuatro meses pasaron volando. Yo trabajaba, Line daba el pecho. Tan pronto como pudo, empezó a entrenar. Yo, incluso con tres trabajos, no podía ganar el dinero suficiente para poder vivir con desahogo, así que era importante que Line volviera a trabajar lo más pronto posible. Con sus ingresos, yo podía limitarme a un solo trabajo, tarde por las tardes o por las noches, lo cual me posibilitaba ocuparme de Veronika durante el día. En muchos aspectos fue algo decisivo en mi vida. Mis sentimientos hacia Veronika eran más y más fuertes cada día que pasaba. Había crecido lo suficiente para darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor, y era fácil de entretener y querer. Casi siempre estaba contenta y su sonrisa desarmaba a todo el mundo. Era como una sonrisa de complicidad, como si compartiéramos un secreto o como si ella acabara de decir algo sarcástico. Más tarde se comprobó que era parte de su personalidad, pero ya para entonces la llamábamos Ironika.

Los bebés son personas de costumbres fijas, y mi nuevo trabajo como padre consistía en acoplar mi quehacer diario al humor de mi hija. Fue otro aspecto decisivo de mi vida, porque el seguir siempre los mismos hábitos comportaba que yo de repente tenía unas horas en las que ella dormía y no necesitaba de mí. En esos ratos empecé a escribir, primero pequeñas anotaciones sobre cosas cotidianas que experimentaba con mi hija, esa clase de observaciones ingenuas en las que caen todos los padres, pero pronto se convirtieron en textos e historias con más coherencia. Ironika me había obligado a acoplar mi actividad escritora a un sistema. Me levantaba temprano para darle la comida y, cuando dormía, me sentaba delante del ordenador y me ponía a trabajar. Se convirtió en un hábito con el cual se podía poner el reloj en hora, y comprobé que era una manera increíblemente eficaz de escribir. Antes, sin duda, había escrito cuando me venía la inspiración. A menudo, a las horas más raras y casi siempre bajo el efecto del alcohol o el tabaco. Ahora escribía con la mente clara, empeñado en aprovechar, de manera óptima, esas horas que Ironika, indulgente, me había concedido. Fueron periodos de mucha concentración, dedicados a la escritura, y de un rendimiento asombroso.

Si se debía a mi nueva responsabilidad, no lo sé, pero lo que escribí era mucho más aceptable que todo lo que había escrito antes. Escribiendo mis dos primeros libros, que en cierto modo eran novela policiaca con un enfoque nuevo, había adquirido un conocimiento básico del género, todos sus clichés y recursos, y de ello me nutría entonces. En lugar de desfigurar el género, lo abracé y escribí una novela policiaca arquetípica con todos los elementos básicos que la integraban. Al mismo tiempo tenía claro que debía dotarla de algo extraordinario que la diferenciara de las demás, y las más que detalladas escenas de torturas y asesinatos constituyeron mi sello personal.

No exagero si digo que Ironika fue la causa de que pudiera escribir lo que escribí. Contribuía directamente, sonreía y barboteaba cuando funcionaba lo que escribía, y gritaba cuando notaba que yo estaba frustrado. En general no hablaba con nadie de lo que escribía hasta haber terminado, pero mi hija participó en todo el proceso. La tenía en mi regazo cuando leía la corrección de estilo, le contaba acerca de los personajes y su historia, sobre complicaciones alternativas o finales que ella desechaba o aplaudía con un lloro o una sonrisa.

Con Ironika escribí mi primera novela de éxito,
Demonios exteriores
. Éramos un tándem, con rituales fijos y secretos que solo nosotros conocíamos. Ni siquiera Line había leído nada de lo que habíamos escrito.

De repente, el manuscrito estaba terminado. Un mamotreto de cuatrocientas cincuenta páginas que de manera bastante lenta había ido surgiendo de nuestra comunidad. Recuerdo una sensación de orgullo enorme, porque sabía que esa vez lo había conseguido, había dado con algo que funcionaba. También me apenaba.
Demonios exteriores
había sido nuestro proyecto común aunque Ironika no pudiera hablar todavía, y el manuscrito acabado anunciaba nuevos tiempos.

Mi editor, Finn Gelf, en ese momento me tenía más bien abandonado. No habíamos hablado desde hacía mucho y se sorprendió, por decirlo de forma suave, cuando aparecí por la editorial con Ironika en el cochecito plegable y un manuscrito debajo de la capota.

&mdash
;¡Caramba! —repetía una y otra vez, y hojeaba el montón de folios al tuntún.

Ironika quedó a cargo de secretarias y editoras para que pudiéramos hablar con tranquilidad, sin parloteo de bebé y suspiros femeninos. No puedo decir de ese día qué me hacía sentir más orgulloso: mostrar a Ironika o el manuscrito.

—¿Así que has estado haciendo esto?

—Esto y cambiar pañales —respondí.

Él asintió con un gesto.

—Por supuesto, no te puedo prometer nada —empezó diciendo con sus habituales maneras de hombre de negocios—, pero le echaré un vistazo en cuanto tenga un momento.

Quizá se olió algo, porque me llamó al día siguiente y me contó que había empezado a leer el manuscrito la noche anterior y no había podido dejarlo. Estaba entusiasmado y, puesto al auricular, fantaseaba disparatadamente tanto del extranjero como de los derechos para una película. Yo me lo tomé con calma. Ironika estaba en su sillita junto a la mesa y frunció la frente. Fue como si no le gustara que yo dejara nuestro proyecto en manos de otros y lanzara una predicción de lo que pasaría. Si yo hubiera poseído la misma pericia entonces, le hubiera arrancado el manuscrito a Finn de las manos y lo hubiera quemado.

La revisión del manuscrito apenas llevó tiempo. Estaba elaborado tan a fondo que no se podía aportar casi nada, ni a nivel de estructura ni de lenguaje. Finn puso toda la carne en el asador y se empleó a fondo en la elaboración de la propaganda: anuncios, carteles y gallardetes especiales para los libreros. Más tarde supe que para financiar la campaña había pedido un crédito empeñando su casa, pero también sé que recuperó la inversión con creces.

Una semana antes de la publicación, Line al fin tuvo permiso para leer
Demonios exteriores
. No es que me hubiera dado la lata con querer leerlo; sin embargo, lanzaba indirectas sobre la marcha y se había hecho un poco la ofendida cuando yo le negaba el acceso. Había varias razones para mantenerla fuera. Yo siempre dudaba de si lo que escribía era lo suficientemente bueno para ella y, por otra parte, estaba la complicidad con Ironika, a la que no entusiasmaba compartir nuestra obra con nadie, ni siquiera con su madre.

Cuando al fin lo leyó, quedó muy sorprendida. En principio por la violencia y esa manera objetiva y fría de referirla. Dijo que no podía reconocerme en ella. Las palabras eran mías, pero las imágenes que creaban no conseguía que se adaptaran a mi persona. Le dije que era el mejor cumplido que podía dedicarme, y lo pensaba de verdad, al menos en ese momento.

El lanzamiento se celebró en Krasnapolsky, lo alquilamos para la velada. El bar estaba en el centro y en esa época era uno de los locales más «in» sin llegar a ser esnob. Fue algo diferente a las fiestas del colectivo literario. Aquí había barman, porteros y camareros. Los carteles del libro colgaban como estandartes negros en las paredes de ese espacio oblongo. Y había pegatinas esparcidas por todas las mesas. Se podía comprar el libro a precio reducido en el bar, posibilidad de la que muchos se beneficiaron. Realmente se vendieron muchos más ejemplares de
Demonios exteriores
en Krasnapolsky esa noche de los que se vendieron de mis dos primeros libros juntos.

Vinieron todos mis amigos, toda la familia de Line e incluso mis padres. Los empleados de la editorial también estaban presentes, junto a un buen número de periodistas, y Finn se ocupó de que se les sirviera bebida abundante. Yo me emborraché ya al principio de la noche, tanto con las visiones de mi editor como con un par de tragos potentes, llamados Demonios e inventados para la ocasión; así que mi discurso resultó más improvisado de lo previsto. Pero había buen ambiente, si exceptuamos a Mortis, que exhibía su acostumbrado mal humor: pasó todo el rato sentado manoseando el ejemplar gratuito que le había dedicado. Yo sabía que no le gustaba que hubiera escrito una típica novela de género y sentía que estaba esperando una confrontación para expresar su asco. Conseguí esquivarle durante toda la velada, y en un momento dado desapareció. Bjarne y Anne estaban presentes también, claro. Me regalaron una pluma estilográfica dorada, «para los autógrafos», dijo Bjarne bromeando, y no se quedaron cortos en intentar recuperar su desembolso a base de Demonios.

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