Los crí­menes de un escritor imperfecto (5 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Los crí­menes de un escritor imperfecto
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Iba ataviada con un vestido negro, corto, y zapatos de tacón alto, una vestimenta no muy acorde con la del resto de los invitados, que llevaban ropa más informal, pero ella no pareció inmutarse. Su pelo, de un rubio bastante común, le llegaba por debajo de la mandíbula, y su rostro era corriente, con cejas tupidas, pómulos altos y nariz delgada. En realidad no recordaba para nada a una modelo fotográfica y parecía estar un poco fuera de lugar, tanto enfundada en ese vestido como en la fiesta.

Lo que me impresionó de veras fue su sonrisa.

Sé que suena a cliché, y jamás me atrevería a escribirlo en una novela, ni siquiera de género rosa, pero eso fue lo que ocurrió. Sus labios esbozaron una leve sonrisa ladeada que dejaba ver una hilera de dientes perfectos, e irradiaba una calidez y una espontaneidad que me dejó sin aliento. Sus ojos inspeccionaron el recibidor y nuestras miradas se encontraron un instante antes de que el mar de gente cerrara el espacio abierto entre los dos.

Durante el tiempo que existió el colectivo, todos habíamos tenido nuestra cuota de novias. Muchas de ellas las habíamos conocido en nuestras fiestas y la velada era valorada como mala si uno de nosotros no había tenido éxito. No quiero decir que compitiéramos, pero era una gran satisfacción aparecer en el desayuno del día siguiente y presentar a una chica con el pelo enmarañado y solo con una camisa de hombre encima.

Cuando vi a Line aquella tarde, tomé una decisión. Ella no sería un trofeo más. Esa vez el objetivo no sería conseguirme una compañera de cama por unos días o un par de semanas. Esa vez iría en serio, y eso significaba que debía estar alerta. No podía echar abajo el proyecto con comentarios vulgares estando bajo el efecto del alcohol y las drogas. Al contrario, quería intentar evitarla; quizá, solo intercambiar algunas palabras para que al menos me recordara o, tal vez, intentar averiguar quién era y cómo podía volver a verla. Quería galantearla con el tesón y la castidad propios de una obra de Shakespeare, pero solo cuando estuviera sobrio.

Después de una hora empecé a temer que se hubiera ido. Quizá simplemente se había equivocado de fiesta, su vestimenta lo delataba, y ahora había acertado en la localización de su cita, una cena para dos en la puerta de al lado, o tal vez en el piso de arriba, una cena de cinco platos y vinos acertados para cada uno. La idea me resultaba casi insoportable y me movía por doquier para mantener la calma, todo el tiempo pendiente de si la tendría cerca. Se me hacía más y más difícil conservar la fría máscara de anfitrión, y más y más complicado concentrarme en las conversaciones en las que me veía envuelto. Si había desaparecido, todo estaba perdido, nunca descubriría en qué hubiera acabado mi galanteo.

Estaba a punto de rendirme y dispuesto a emborracharme y ponerme ciego como alternativa cuando escuché una voz femenina a mi espalda.

—¡No eres fácil de encontrar! —La música estaba muy alta, así que tuvo que gritar.

Me di la vuelta y me quedé frente a frente con su sonrisa. Y ella se echó a reír cuando vio mi reacción.

—Está bien, he sido invitada.

—Vale, es solo que… creía que te habías ido —acerté a balbucear, y al instante me arrepentí de lo dicho.

—Felicidades por tu libro —dijo, y me tendió la mano. En la otra tenía una bebida.

Le tomé la mano. Era cálida y seca y me dio un pequeño apretón.

—Gracias —grité por encima de la música—. ¿Quién eres? —surgió potente de mis labios.

—Me llamo Line y soy bailarina —respondió a gritos, pero por culpa de la música no lo entendí del todo.

—¿Que bailas
linedance
?

Estalló en carcajadas, y me fue imposible no reírme con ella. Luego me puso una mano en el hombro, me atrajo hacia ella a la vez que se inclinaba.

—Me llamo Line y soy bailarina —repitió con los labios casi rozando mi oreja.

Sentí que mi cara se encendía y noté cómo el sudor brotaba de mi frente. Retrocedió un poco sin apartar la mano de mi hombro y me miró expectante.

—Entonces… ¿a qué esperas? —gritó y me miró de arriba abajo.

Me di cuenta de que estábamos en la pista de baile y de que empezaba a contonearse con bastante lentitud. La seguí, estimulado todavía por una de sus sonrisas, y bailamos un cuarto de hora sin decir nada. Sus ojos azules me contemplaban con curiosidad. Cada vez que hacía ademán de querer decir algo, alzaba las cejas y se inclinaba hacia mí, como si no quisiera perderse ni el menor de los sonidos que yo pudiera pronunciar. Eso provocaba que yo no pudiera emitir ni palabra y ella se retiraba con una risa en los labios. Al final tuve que rendirme y simplemente reírme. Reía de alivio, y tanto que se me saltaban las lágrimas, y todos a mí alrededor se echaron a reír también sin saber por qué.

Cuando recuperé el control de la voz y el cuerpo, la atraje hacia mí y le di un abrazo.

—Ya estoy loquito por ti —le susurré al oído.

Entonces le tocó a ella sonrojarse y desvió la mirada hacia el suelo.

El resto de la velada fuimos inseparables, bailamos, nos reímos y hablamos sin parar. Yo había recuperado el habla y le conté deseos y pensamientos que no había contado a nadie, ella me correspondía con una intensidad y franqueza que nunca había experimentado con nadie. Junto a ella, la esfera de intimidad individual quedaba reducida a cero, y me parecía totalmente natural pasarle el brazo por los hombros o cogerla de la mano aunque solo hiciera unas horas que nos conocíamos.

Dieron las seis de la mañana y Bjarne ya estaba recogiendo. Line y yo estábamos recostados en el sofá, solos. Las palabras se iban espaciando. Recuerdo que prefería que no se quedase a dormir, lo cual me sorprendió un poco, pero quería que la primera vez que hiciéramos el amor fuera especial. Quizá ella pensó lo mismo, porque se inclinó hacia mí y me dio un largo beso. Debía ir a trabajar, dijo, pero volvería si a mí me parecía bien. Acaricié con el dedo índice sus fantásticos labios y le dije que sin duda debía volver.

Pero Line no volvió. Ni al día siguiente ni al otro. Era terrible. Volví locos a Bjarne y a Mortis con mis especulaciones acerca de por qué no se ponía en contacto conmigo. Quizá se había reído de mí, o peor: había sufrido un accidente. Mis teorías no tenían fin. Mortis se enfadó conmigo, y fue más tarde cuando descubrí el porqué de esa irritabilidad contra mí en relación con Line.

Para Mortis no solo la Palabra era importante, sino que, en gran medida, también lo era el propio medio, es decir, el libro. Atendía muchísimo a la calidad del papel y la encuadernación, y un ejemplar especialmente bien editado entre sus dedos largos y delgados podía salvarle el día. No le atraían las ediciones modernas: el papel era demasiado malo, las páginas, demasiado delgadas, y la cola del lomo no era lo bastante fuerte. Esta pasión le llevaba a deambular por las librerías de viejo a la búsqueda continua de la encuadernación perfecta.

Creo que la búsqueda en sí misma ya era importante para él. No había un solo librero de viejo en Copenhague al que no hubiera visitado. Tenía recorridos fijos que hacía a intervalos regulares para no perderse nada. Nunca quería que le acompañáramos. No creo que nosotros lo hubiéramos apreciado en la misma medida que él y seguro que habríamos destruido su vivencia con algún comentario ocurrente o burleta. A pesar de todo, sacábamos gran provecho de su afición. Por lo general, cuando nos faltaba un libro, podía informarnos de dónde era casi seguro que lo encontraríamos, y raras veces se equivocaba.

Fue en uno de sus recorridos cuando se topó con Line, casi al mismo tiempo que a mí me hacían el tatuaje en Nyhavn, el puerto. La «Fiesta del Ángulo» estaba programada para esa tarde y, debido a las preparaciones, Mortis debía acortar su ruta. En un anticuario del barrio de Vesterbro se fijó en una chica que inspeccionaba las estanterías. Se movía con mucha delicadeza entre los libros, y había algo en su postura corporal que le llamó la atención. Algunas personas parecen más a gusto con su cuerpo que otras, y eso era lo que irradiaba Line. «Estar en equilibrio consigo misma», dijo Mortis a Bjarne más tarde, sin dar detalles. Y pude entender muy bien su deducción. Line tenía una conciencia corporal que gobernaba cada uno de sus movimientos, de modo que resultaba encantadora en todo lo que hacía.

Mortis hizo acopio de valentía y la invitó, primero a tomar un café y luego a la fiesta de esa misma tarde. Creo que exageró hablándole de mi talento y la importancia del motivo de la fiesta, y estoy seguro de que le dio a entender que él mismo había contribuido bastante a la escritura de mi libro. En cualquier caso, consiguió persuadirla para que asistiera.

Yo no tenía ni idea de que Line hubiera venido por iniciativa de él; sin embargo, no estoy seguro de si eso había supuesto alguna diferencia en lo que ocurrió. Mortis no era su tipo, ni ella el suyo, aunque él nunca lo reconocería. No sé qué es lo que él esperaba que sucediera entre los dos, pero, en todo caso, sintió que yo le había apuñalado por la espalda, y esa era la causa de su hosco humor cuando yo me quejaba de la desaparición de Line.

Pasados cuatro días, ya no pude resistir más.

Line me había contado que trabajaba en una tienda naturista, al lado de la estación de Norreport, así que me armé de valor y me encaminé hacia allí. Estaba preparado para toparme con todos los rechazos posibles y entré en la tienda solo con el sentimiento de querer terminar con ello de una vez. El concepto de la tienda era americano. Tarros de cristal, frascos y bolsas con preparados sanos y curativos llenaban las estanterías, una tras otra, tan apretujadas que casi no había espacio para moverse entre los demás compradores.

Las empleadas llevaban un uniforme verde y un casquete blanco que les daba aspecto de enfermeras. Las estanterías no eran lo suficientemente altas para impedir que rastreara por encima y enseguida constaté que Line no estaba en el local.

La cajera era una mujer rubia de unos treinta años. La identificación que llevaba la bautizaba como Alice. Sonreía afable cuando me acerqué, pero, al hilvanar mi pregunta, su expresión mudó y adquirió gravedad. Mi corazón empezó a latir con fuerza. Todos los escenarios horripilantes que había imaginado los días anteriores luchaban para apoderarse de mí, y, ya antes de que saliera el primer sonido de sus labios, había abandonado toda esperanza. Alice me contó que la madre de Line había muerto.

Me avergüenza tener que confesarlo, pero sentí un increíble alivio y mis labios esbozaron una sonrisa inconveniente. En todo caso, la cajera se me quedó mirando extrañada hasta que recuperé el control de mis emociones. Quizá por ello, después se mostró reservada y no quiso decirme cómo localizar a Line, aunque al final pude sacarle el apellido, Damgaard, y me fui.

El listín telefónico hizo el resto. Sabía por nuestra charla que vivía en algún lugar de Islands Brygge y, por fortuna, solo constaba una Line Damgaard en esa zona. Ahora que conocía la razón de su desaparición, me sentía, a la vez, contento y preocupado. Sostuve largas discusiones conmigo mismo en contra y a favor de ir a su encuentro, a la vez que nacía en mí el sentimiento de que debía cuidar de alguien, algo totalmente nuevo en mí. Fue ese sentimiento el que decidió la cuestión, y cuando me dirigía en bicicleta más tarde, ese mismo día, hacia la zona de Islands Brygge, era más por preocupación que por deseo y añoranza.

Entonces el barrio no era tan mundano como lo es ahora. Las calles tenían un aspecto oscuro y angosto, como si allí siempre hiciera mal tiempo y sus habitantes se movieran con prisa por las aceras o dentro de sus coches, para escaparse, sin volver la vista atrás, de esas calles llenas de baches.

El portal de Line tenía portero automático, pero la puerta estaba entreabierta y pasé al vestíbulo de la escalera. A pesar de estar en mitad de un día soleado, por las sucias ventanas no penetraban demasiados rayos de sol, así que estaba bastante oscuro. Di la luz y pude ver los gastados escalones y las paredes verde claro a las que habría venido bien una mano de pintura ya hace años.

Delante de la puerta de Line dudé de nuevo. ¿Era lícito que interrumpiera su duelo? Estaba a punto de retroceder cuando oí música dentro. Contuve la respiración, me incliné hacia la puerta y escuché con atención. Era Billie Holiday. Yo entonces acababa de descubrir el blues y la música fue algo decisivo ese día. Aspiré a fondo, me enderecé y llamé a la puerta.

Transcurrió un instante antes de escuchar que se movía la cerradura, y la puerta se abrió lentamente. Ahí estaba ella, descalza y con un largo vestido negro. Llevaba el pelo un poco enmarañado y tenía la mirada fija en el suelo, pero cuando la alzó y me miró, pude ver que tenía los ojos rojos. Si se sorprendió, no lo demostró. Esbozó una diminuta sonrisa y sin palabras me tendió la mano. Yo se la tomé y le di un apretón. No me soltó, me atrajo hacia dentro. Cerró la puerta y me introdujo en el espacio lleno de la hipnótica voz de Billie Holiday. En el salón había un sofá-cama desplegado y sin hacer, con sábanas arrugadas y piezas de ropa esparcidas por doquier. El tocadiscos estaba encima de una caja de cervezas de madera y los LP llenaban otra igual al lado. Line me llevó despacio a la cama y, sin soltarme la mano, se echó. Yo me deshice de mis zapatos y me acosté a su lado. Incluso a través de la ropa podía sentir el calor de su cuerpo. Hizo que mi brazo rodeara su cuerpo y colocó el edredón encima de los dos.

No sé cuánto tiempo permanecimos así. La música se paró enseguida. A ratos dormimos. A veces ella lloraba de forma casi silenciosa; pero podía sentir las convulsiones de su cuerpo contra el mío. No hablamos. Nos comunicábamos con leves abrazos y caricias suaves. No había nada sexual en ello, estábamos totalmente vestidos, pero nunca había experimentado nada tan íntimo.

—Mi madre ha muerto —dijo después de un buen rato.

—Lo sé —le susurré, y le acaricié el pelo. Se volvió hacia mí y me miró a los ojos.

—Cómo te he añorado —dijo, se apretó contra mi cuerpo y empezó a sollozar.

No dije nada, pero la rodeé con mis brazos y la estreché contra mi pecho tan fuerte como pude.

La madre de Line murió de camino a casa al volver de su trabajo como jefa de secretariado en el Ministerio Eclesiástico. Un Opel rojo la embistió cuando cruzaba la calle por el paso de peatones, y voló casi diez metros antes de dar contra el suelo, muerta.

Line estaba en el trabajo Cuando sucedió. Su hermana mayor la llamó a la tienda naturista y se fue al momento, sin pronunciar palabra. Por miedo a que le ocurriera algo si montaba en su bicicleta, fe arrastró por toda la ciudad. El recorrido se le hizo interminable, pero no lloró, su rostro estaba casi petrificado y no se ablandó hasta estar delante de casa de sus padres, en Amager, donde sus tres hermanos y su padre la recibieron. Ahí se desmoronó y estuvo sollozando varias horas sin poder pronunciar palabra.

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