Read Los clanes de la tierra helada Online
Authors: Jeff Janoda
La sangre de la cabra no sería suficiente.
Había omitido decirle aquello a su hijo. No había sido difícil ocultar el corte en su mano entre la creciente oscuridad del bosque. Con la sangre de la cabra iba mezclada la suya propia.
Sabía bien que los elfos no concederían el favor de arrebatar una vida humana sin otra vida humana a cambio. Pocos eran los que podían pagar ese precio. Era un pacto arcaico, espantoso.
Su propia sangre había sido solo una promesa para retener un tiempo su intención. Por eso, cuando los ronquidos se instalaron en la sala, salió sigilosamente hacia la puerta, sofocando la tos con una gran bola de lana. No se llevó ni chal, ni abrigo, ni zapatos. Vistiéndose más solo prolongaría su agonía. Si sacaba un caballo del establo era muy probable que se despertara alguien, de modo que se fue caminando descalza hacia el bosque.
El dolor en los pies le resultó insoportable durante un rato, hasta hacerla llorar. Pronto se confundió, no obstante, con el entumecimiento del frío. Proseguía a trompicones, con las piernas agarrotadas, hasta que al final se vio impulsada por una especie de automatismo, como si alguien la hubiera levantado de la tumba y la hubiera puesto a caminar con algún maléfico objetivo.
—Oh, Freya —gemía, implorando a la diosa—, concédeme fuerzas.
El frío era intenso. Los efectos de la primavera aún no se notaban de noche. En más de una ocasión estuvo a punto de renunciar, de regresar al calor de la sala y a su cama para morir allí. El hielo le cortaba los pies, pero ya no sentía nada. Cuando llegó al altar del bosque, la vida la abandonaba ya.
Gudrid se acostó sobre las frías piedras, sollozando de dolor, encima de la roja sangre helada de la cabra.
—Lo hago por ti, hijo —susurró.
Al final notó que la fuerza de Freya penetraba en ella, en forma de una suave calidez que la inundó de luz y espantó las agudas voces que parloteaban a su alrededor. Libre de miedo y aborrecimiento, pudo reposar.
Thorleif, Illugi y Thorodd pescaban en las aguas del fiordo, cerca de la desembocadura del río. Por haber pescado bajo la capa de hielo sabían dónde terminaba el lecho, y era precisamente allí donde se encontraban los mejores salmones, en el punto donde se iniciaban los abismos del mar, esperando el alimento que acarreaba la corriente. El viento era fresco y su ancla de piedra se arrastró un poco, pero resistió el tiempo suficiente para permitirles pescar un rato antes de desplazarse.
En la orilla expuesta al viento, los grandes témpanos entrechocaban y se solapaban como tejas de madera. La semana anterior se había levantado un fuerte viento que con su enorme soplo había despejado el fiordo, rompiendo la blanca capa del invierno y dejando al descubierto la negrísima agua. Había sido un espectáculo digno de ver.
Pronto se verían obligados a renunciar a aquella placentera actividad para comenzar a ocuparse de las ovejas y las vacas. En primavera había que esquilar la lana y llevar las vacas a los pastos de altura. Allá arriba habría que revisar las grandes tinas y barriles de los cobertizos y reparar eventuales grietas o desperfectos. Después daría comienzo el inacabable ciclo del ordeño y el transporte de la leche desde los pastos para elaborar
skyr
, mantequilla y queso. Deberían iniciar aquella labor antes de marcharse a la asamblea de Thorsnes, para cuyo inicio faltaba menos de una semana.
Thorbrand los miraba con mala cara cada vez que sacaban la barca, tildándolos de sinvergüenzas que eludían el trabajo.
—Búscate también una esposa en la asamblea —le había dicho a Thorleif—. Una mujer fuerte que sepa cómo se coge una ubre, que tenga una buena dote y para la que haya que pagar poco. Así compensará tu holgazanería. —Tras una breve pausa, lanzó el último y amargo insulto—. Dentro de poco os tendré que llamar los Hermanos Pescadores.
Sí, la primavera era el momento idóneo para buscar esposa. En eso al menos, su padre tenía razón. La llegada del buen tiempo ponía a hervir la sangre. El deshielo siempre tenía un influjo vigorizante en él y ese año estaba resuelto a buscar esposa.
Illugi iba a menudo a las proximidades de Hvammr para ver a Halla.
Freystein había pasado una buena parte del invierno vigilando Bolstathr, y había visto cosas de interés.
Después de su violenta intervención en el bosque de Crowness, el
gothi
se había vuelto más osado. Con frecuencia salía a caballo acompañado solo de un par de esclavos para ocuparse de alguna tarea en Orlygstead, o en Hvammr, aunque raras veces se quedaba más de un par de horas en un lugar. Siempre iba armado, con espada, lanza y escudo, al igual que los esclavos. Aquel hombre era infatigable. Trabajaba después de la caída del sol e incentivaba a sus hombres a seguir su ejemplo. En ciertas ocasiones lo hacía solo.
Un día sorprendió a Illugi en Hvammr, sentado en compañía de Halla. Temiendo que debería salvarlo de una paliza o una agresión peor, Freystein bajó corriendo por la colina, con el garrote en mano, pero el
gothi
se había limitado a sentarse a charlar con ellos, de modo que Freystein se escabulló para que no lo vieran.
Esa noche, instalados en torno al hogar del estuario de Swan, le pidieron a Illugi que les dijera de qué habían hablado.
—Me ha preguntado cuáles eran mis intenciones —explicó, sonriendo, el muchacho.
—¿Y tú que le has contestado?
—Le he dicho que quería casarme con ella —respondió riendo.
Todos se quedaron mirándolo, pasmados.
—Hombre, no iba a decirle que nos habíamos estado besando en el establo y que le había metido la mano debajo del vestido, ¿no? ¡Me habría matado! —Volvió a sonreír—. Habría sido un gran desperdicio. Me ha llevado el invierno entero conseguir eso, con Hildi que siempre me echaba de allí.
Todos los presentes estallaron en risas y hasta Thorbrand sonrió, con los brazos de su mujer posados encima del hombro. El anciano se quedó despierto hasta altas horas de la noche, pensando.
—Es hora de oficializar el noviazgo —anunció a la mañana siguiente para sorpresa de todos.
Illugi se abalanzó sobre él con alborozo y por poco no le destrozó la espalda.
Vararon la barca en la playa al ver que Thorbrand salía de la casa, ataviado con su mejor camisa y botas, y su elegante capa de
vathmal
tejida con un sinfín de colores. Freystein iba detrás, bien vestido también y con el cabello trenzado. Thorbrand dirigió un destemplado gesto a Thorleif e Illugi.
—Id a vestiros y lavaos, que oléis a pescado.
Tardaron poco rato en salir con sus mejores galas. Thorleif se puso su túnica para las grandes ocasiones, de
vathmal
rojo orlado con hilo de oro, prendida al hombro con un broche de plata. Él cabalgaba al lado de Thorbrand. Illugi se había rezagado junto a Freystein. Los dos iban riendo y efectuaban fintas con las lanzas, dejando caracolear los caballos uno en torno al otro. Un espléndido sol brillaba en medio del cielo azul.
Thorbrand asumió una expresión pétrea cuando cruzaron Ulfarsfell, cerca de la pared de Thorolf. Volvió la cabeza para mirar a Illugi con actitud reprobadora.
—Solo está contento, padre —abogó por él Thorleif—. Me parece que quiere de verdad a esa chica.
—El amor solo no nos va a traer más riqueza —replicó, sombrío, el anciano—. Una dote generosa sí estaría bien. Debería comportarse con más seriedad. Va a ser difícil llegar a un buen acuerdo si actúa como si la boda ya estuviera decidida.
Thorleif asintió sin decir nada. Sabía que para Thorbrand no tenía gran importancia la alegría de su hijo.
—Arnkel no renunciará a nada de verdadero valor para casar a su hija —advirtió Thorleif.
—Tal vez. Yo creo que sí.
—¿En qué piensas en concreto, padre? —preguntó Thorleif, intrigado.
—Ya veo que no entiendes nada. ¿Cuándo vas a tener más sagacidad? —Como Thorleif no replicó nada, prosiguió—: El bosque de Crowness, hombre. El bosque.
Thorleif frunció el entrecejo, sorprendido.
—¿La tierra por la que ya ha matado a más de uno? ¿Crees que nos la va a ceder así como así?
Su padre soltó un desdeñoso bufido.
—En una dote no se cede la tierra. Se invierte una riqueza, que se sigue manteniendo en el seno de la familia, la familia ampliada, digamos. ¿Crees que el asunto del Crowness está zanjado, hijo? El
gothi
Snorri sigue reivindicando esa tierra. Arnkel ha ganado una pequeña victoria derramando sangre, de acuerdo. ¿Y qué? Como no es un necio, sabe que el bosque es su posesión más discutible, y la primera que perderían sus herederos en caso de no estar él presente. ¿Quién lucharía por ella a favor de sus hijas? ¿Hafildi? ¡Ja!
Su cáustica carcajada se expandió en el aire. Freystein e Illugi los miraron, cesando un instante en sus juegos. Thorleif desvió la mirada hacia el prístino cielo, tratando de reprimir un sentimiento de odio hacia su padre.
—Thorgils sí podría —apuntó.
—Ahora ya no. Cuentan que él y Arnkel han reñido a causa de Auln. Es una buena noticia.
—¿De modo que nos querría tener vinculados al Crowness a fin de que ayudáramos a conservarlo para sus herederos? —preguntó Thorleif, procurando mantener un tono calmado y razonable.
Thorbrand asintió, mirando de soslayo a su hijo.
—Ahora lo entiendes —concedió—. También daría por sentado que eso acarrearía un distanciamiento entre el
gothi
Snorri y nuestra familia. Es la opción más atinada para él.
Thorleif se representó a Arnkel en el pensamiento, al hombre que conocía desde niño, que dominaba cuanto tenía alrededor con su voluntad, invocando la ayuda de Odín aunque en realidad no la necesitaba. No podía creer que el
gothi
renunciara jamás a algo por lo que había luchado con lanza y espada, ni siquiera por el más sagaz de los motivos. Aquello no iba con su manera de ser. ¿Cómo podía hacérselo comprender a Thorbrand? Era algo que se transmitía en el brillo de los ojos del
gothi
, igual que una de las canciones de Ulfar, con más claridad que la luz del día. Su padre nunca se había encontrado frente a frente con él, empuñando un arma.
—¿Así que estás dispuesto a abandonar a Snorri, padre? —preguntó.
—No, hijo —repuso Thorbrand con un suspiro—, aunque tu actuación en el Crowness haya podido causarle esa impresión. Ya veremos qué consecuencias trae eso. Quizás acabe beneficiándonos. No esperaba una reacción así de ti. Me sorprendiste.
Thorleif tragó saliva, tratando de no evidenciar el placer que le producía oír aquello de labios de su padre. «Tienes treinta años, hombre —se dijo—. Deja de comportarte como un chiquillo ansioso de aprobación.»
—De todas maneras, nuestra participación en el Crowness podría aportarnos algo con lo que podríamos negociar con él —continuó Thorbrand—. Podríamos, y deberíamos, vendérselo a cambio de otros favores. Sería una necedad renegar de Snorri. —Thorbrand lo miró con un brillo avaricioso en los ojos—. Al estar casado Illugi con la heredera de Arnkel tendríamos en nuestras manos Bolstathr y Hvammr, contando con el apoyo de Snorri para acallar las quejas de las hermanas. Vamos a ser propietarios del fiordo de Swan desde el río hasta el bosque.
Thorleif guardó silencio. Maldijo a los elfos, que desde la hierba se mofaban de su falta de astucia. ¿Nunca llegaría a ser comparable con su padre? El caso era que tampoco estaba seguro de desearlo. Aún percibía el amargo olor del veneno que Thorbrand había puesto en la miel, como si proviniera de su túnica. «¿Quiero convertirme en un hombre como él?» Miró a su padre, que cabalgaba encorvado, con una tensa expresión en la arrugada cara. Al notar que lo observaba se volvió, como si percibiera los pensamientos que albergaba bajo la piel y los huesos.
—Tú tienes muchas de las cualidades de tu madre, Thorleif —señaló—. Es una mujer fuerte y bondadosa.
—Pero eso no es suficiente —dijo Thorleif con amargura.
—No, no lo es. Para ser un
gothi
, debes…
—Yo no quiero ser un
gothi
—replicó con aspereza.
Thorbrand calló un momento y después alargó la mano para tocar el brazo a su hijo.
—Debes empezar a actuar como si lo fueras, a fin de que tu familia sobreviva. —Señaló hacia Bolstathr—. Ese hombre debe morir.
—Lo sé.
—¿Y qué has hecho para que ello sea posible? —inquirió Thorbrand—. Nada.
—He puesto a Freystein a vigilar al
gothi
—repuso con calma Thorleif, decidido a no permitir que su padre despertara su enojo—. Le he dado a entender que hemos renunciado a nuestra demanda.
—Y con él, a toda la otra gente —espetó Thorbrand—. Pronto no habrá nadie que recuerde que esa tierra es nuestra.
—Él expulsó a ocho hombres del Crowness y los mató a casi todos sin ayuda de nadie. No es como las otras personas. Nosotros no podemos matarlo.
—Bah —bufó con desprecio—. Quizá deberías inclinarte delante de él y convertirte en cliente suyo.
—En cualquier caso sería mejor que Snorri —contestó Thorleif.
Para su sorpresa, su padre no dio muestras de enojo y siguió cabalgando en silencio, cabizbajo. Vieron a Thorgils trabajando en el campo de Ulfarsfell, dando forma con el martillo a una roca negra, con el torso desnudo y sudoroso. Después colocó la piedra en la pared que lentamente reconstruía.
—Hijo —continuó Thorbrand—, yo tengo los días contados y cuando no esté, tú serás el cabeza de nuestra familia. —Volvió a tocar el hombro de Thorleif—. Es preciso que tengas presente esto que te diré: el
gothi
Snorri es como un vasto fuego de un hogar, de los que arden por cuenta propia sin que nadie les procure combustible ni cuidados, durante muchos días. Si se le echa agua despedirá vapor, pero pronto el fuego volverá a arder. Su poder se extiende por esta tierra de manera sutil pero inmensa, dejando sentir su influencia en todas partes. Los hombres lo escuchan en la asamblea, hijo. No todos los
gothi
reciben ese respeto, y menos que nadie Arnkel, que sería considerado como un peligro y una amenaza. Él es una mera brasa candente, que durante un tiempo brilla más que el resto del fuego y pronto se acaba consumiendo. El
gothi
Snorri seguirá aquí mucho más tiempo que Arnkel.
—Eso son comparaciones poéticas —objetó Thorleif.
—Sí, poéticas. —Thorbrand lo apuntó con el dedo—. No es suficiente con que hayas abandonado a Snorri. Aunque le haya dolido, eso no va a influir en su decisión. Nunca se enfrentará a Arnkel con la espada a menos que crea que no existe ya otra manera de derrotarlo. Debes dejarlo sin ninguna alternativa.