Lo que no te mata te hace más fuerte (40 page)

Read Lo que no te mata te hace más fuerte Online

Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
6.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

—La buscaríamos si no fuera porque estamos hablando de Lisbeth Salander.

—Estoy harta de que siempre la defiendas a ultranza.

—Sólo intento ver la situación con ojos realistas. Las autoridades han traicionado gravemente a August Balder y lo han expuesto a un peligro de muerte, y yo sé que eso pone a Lisbeth muy furiosa.

—Y porque ella se ponga así ¿nosotros tenemos que aceptarlo todo, sin más? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

—No nos queda otra opción. Está cabreada y anda por ahí fuera sin saber adónde ir.

—¿Y por qué no los llevas a Sandhamn?

—Lisbeth y yo estamos demasiado relacionados. Si se publica que se trata de ella la buscarían enseguida en todos los lugares vinculados conmigo.

—Vale. De acuerdo.

—¿Qué?

—Que vale. Que intentaré encontrar algo.

Ni ella misma se podía creer lo que acababa de decir. Pero con Mikael pasaba siempre eso: cuando él le pedía algo ella no era capaz de decirle que no, y sabía que a él le sucedía lo mismo con ella. Habría hecho cualquier cosa por Erika.

—¡Fantástico, Ricky! ¿Dónde?

Erika intentó pensar en algo, pero no se le ocurrió nada. Se quedó en blanco. Ni un solo nombre, ni una sola cara apareció en su mente, como si de pronto toda su red de contactos se hubiese esfumado.

—Tengo que pensar.

—Pues piensa, pero rápido, y luego le das a Andrei la dirección y las instrucciones para llegar. Él sabe lo que debe hacer.

Erika sintió que necesitaba dar una vuelta, así que bajó por la escalera y salió a Götgatan. Echó a andar hacia Medborgarplatsen mientras una serie de nombres de su círculo de conocidos acudían a su mente sin que ninguno de ellos la convenciera. Había demasiado en juego, y veía defectos y faltas en todas las personas y casas que se le ocurrían. Además, no quería poner en peligro a cierta gente ni molestarla con su petición de ayuda, quizá porque también a ella misma le incomodaba hacerlo. Pero por otra parte… se trataba de un niño, e iban tras él para matarlo, y se lo había prometido a Mikael. Tenía que pensar en alguien.

A poca distancia de allí aullaba la sirena de un coche patrulla, y Erika levantó la mirada hacia el parque, la estación de metro y la mezquita de la colina. Un hombre joven cruzó delante de ella hojeando discretamente unos papeles, como si se hubiese llevado algo muy importante y secreto de algún sitio, y entonces, de repente, le vino a la cabeza un nombre: Gabriella Grane. Al principio le sorprendió. Gabriella no era una amiga muy íntima y trabajaba en un sitio donde bajo ningún concepto se debía infringir la ley. Así que no, era una mala idea. Gabriella se jugaría su puesto con el simple hecho de escuchar la propuesta. Y a pesar de ello… no podía sacarse ese nombre de la cabeza.

Gabriella no sólo era una persona insólitamente estupenda y responsable. Un recuerdo se abrió paso en la mente de Erika. Fue el verano anterior, por la noche, o incluso de madrugada, en una cangrejada que tuvo lugar en la casa de vacaciones que poseía Gabriella en Ingarö, una isla del archipiélago. Se hallaban sentadas juntas en una pequeña terraza, contemplando el mar que se veía entre el claro de unos árboles.

—En un sitio así me gustaría poder esconderme cuando las hienas me persiguen —había dicho Erika sin saber exactamente a qué tipo de hienas se refería; tal vez fuera que se sentía cansada y agobiada en el trabajo. Sin embargo, había algo en esa casa que le hizo pensar que era un lugar idóneo para refugiarse.

Se ubicaba encima de una colina y estaba protegida de miradas ajenas por los árboles y el desnivel que presentaba el terreno; Erika se acordaba a la perfección de que Gabriella le había contestado lo que podía considerarse una invitación en toda regla:

—Pues cuando las hienas te persigan aquí tienes tu casa —le había dicho. Y al recordarlo, se preguntó de nuevo si, a pesar de todo, no debería hablar con ella.

Quizá resultara muy violento hacerle la pregunta. Pero decidió jugársela. Y volvió a la redacción para llamar desde el teléfono cifrado que tenía la aplicación RedPhone que Andrei había instalado.

Capítulo 18

22 de noviembre

Gabriella Grane estaba a punto de entrar en una reunión convocada con urgencia —con Helena Kraft y el equipo de trabajo de la Säpo— para hablar de los dramáticos e imprevistos acontecimientos sucedidos en Sveavägen cuando su móvil privado sonó; y a pesar de que estaba furiosa, o quizá precisamente por eso, lo cogió de inmediato.

—¿Sí?

—Soy Erika.

—Hola, Erika. Oye, ahora no puedo hablar. Luego te llamo.

—Me gustaría… —empezó a decir Erika.

Pero Gabriella ya había colgado. No era un buen momento para charlar con las amigas, y con un gesto adusto, como si se dispusiera a declarar una guerra, entró en la sala de reuniones. Alguien había filtrado una información decisiva, y ahora había una segunda persona muerta y, con toda probabilidad, otra gravemente herida. Con más ganas que nunca quiso mandar a la mierda a todos los allí presentes. Se habían mostrado tan negligentes y tan ansiosos por recabar nuevos datos que habían perdido la cabeza. Durante algo así como treinta segundos, Gabriella se quedó tan sumida en su rabia que no oyó ni una palabra de lo que decían. Hasta que, de repente, algo la sacó de su ensimismamiento.

Estaban comentando que Mikael Blomkvist había avisado a emergencias antes de que se produjeran los disparos. Resultaba muy raro, pensó; y encima hacía tan sólo unos minutos que la había telefoneado Erika Berger, que si algo no solía hacer era llamar por llamar, y menos en horario laboral. ¿Podría ser que quisiera comunicarle algo importante, o incluso trascendental, relacionado con todo esto? Gabriella se levantó y se excusó.

—Gabriella, considero que es vital que estés presente —le comentó Helena Kraft con una inusitada severidad.

—Tengo que atender una llamada —le espetó ella en el acto sin la menor preocupación por complacer a la jefa de la Säpo.

—¿Qué llamada?

—Una llamada —dijo, para a continuación salir y dirigirse a su despacho, desde donde se puso en contacto con Erika Berger.

Erika le pidió a Gabriella que colgara de inmediato y que la volviera a telefonear al Samsung. Cuando tuvo otra vez a su amiga en línea se dio cuenta de que algo le pasaba; en su voz no quedaba ni rastro de ese entusiasmo que suele haber entre los viejos amigos, todo lo contrario: desde el primer instante Gabriella transmitió un aire de preocupación y tensión, como si supiera que Erika le iba a contar algo muy serio.

—Hola —se limitó a decir—, todavía ando muy liada, pero ¿se trata de August Balder?

Erika fue presa de un intenso malestar.

—¿Cómo lo sabes?

—Trabajo en esa investigación y acabo de enterarme de que a Mikael le habían soplado algo de lo de Sveavägen.

—¿Ya os ha llegado esa información?

—Sí, y ahora, como comprenderás, estamos muy interesados en averiguar cómo ha sido posible eso.

—Lo siento, debo remitirme a la protección de fuentes.

—Vale. Pero dime, ¿qué querías? ¿Por qué me llamabas?

Erika cerró los ojos mientras inspiraba profundamente. ¿Cómo podía haber sido tan idiota?

—Me temo que me he equivocado, voy a dirigirme a otra persona. No me gustaría ocasionarte ningún conflicto ético.

—No me importa afrontar el conflicto ético que sea, Erika. Pero lo que no soporto es que me estés ocultando algo. Para mí, esta investigación es más importante de lo que te imaginas.

—¿En serio?

—Sí. Y la verdad es que yo también recibí un soplo. Me enteré de que existía una seria amenaza contra la vida de Frans Balder. Sin embargo, no conseguí impedir que lo mataran, y eso es algo con lo que tendré que convivir el resto de mi vida. O sea que adelante, dime. No te calles nada.

—Me temo que, a pesar de todo, me veo obligada a hacerlo. Lo siento. No quiero que caigas en desgracia por nuestra culpa.

—Vi a Mikael en Saltsjöbaden la noche del asesinato, ¿sabes?

—No me ha comentado nada.

—No consideré que fuera oportuno darme a conocer.

—Algo tal vez muy prudente por tu parte.

—Podríamos ayudarnos mutuamente en este lío.

—Sí, claro. Le pediré a Mikael que te llame más tarde. Pero ahora tengo que seguir con esto.

—Yo sé, al igual que vosotros, que existe una filtración en la policía. De modo que entiendo que en esta situación uno deba buscarse alianzas que quizá no sean muy ortodoxas.

—Estoy completamente de acuerdo. Pero lo siento. Tengo que tratar de encontrar a alguien más.

—Vale —dijo Gabriella decepcionada—. Haré como si esta llamada nunca se hubiese producido. Suerte.

—Gracias —contestó Erika, y continuó buscando entre sus contactos.

Gabriella regresó a su reunión con la cabeza repleta de pensamientos. ¿Qué habría querido preguntarle Erika? No alcanzaba a adivinar lo que podría ser y, a pesar de ello, tenía el extraño presentimiento de saberlo, aunque no hubo tiempo para que esa intuición cristalizara en su mente. En cuanto volvió a presentarse en la sala de reuniones todos dejaron de hablar y dirigieron la mirada hacia ella.

—¿Qué era eso tan importante? —quiso saber Helena Kraft.

—Nada. Algo privado.

—¿Y tenías que solucionarlo ahora?

—Sí, tenía que solucionarlo ahora. ¿De qué estáis hablando?

—Estábamos comentando lo que sucedió en Sveavägen, pero, como acabo de señalar, de momento sólo contamos con una información parcial, fragmentada —explicó Ragnar Olofsson—. La situación es caótica y todo apunta a que vamos a perder a nuestra fuente en el equipo de Bublanski. El comisario, al parecer, se ha vuelto paranoico después de lo sucedido.

—No es para menos —intervino Gabriella con severidad.

—Sí, bueno… Ya hemos comentado eso también. Es evidente que no vamos a darnos por vencidos hasta que nos hayamos enterado de cómo supo el autor del crimen que el niño se hallaba en el centro y que iba a salir a la calle justo a esa hora. No creo que haga falta recalcar que en ese aspecto no vamos a escatimar ningún esfuerzo. Pero también quiero subrayar que la filtración no necesariamente tiene que proceder de dentro de la policía. La información, al parecer, se conocía en varios sitios: en el centro, por supuesto; en casa de la madre y su poco fiable pareja, Lasse Westman, y en la redacción de
Millennium
. Además, no podemos descartar intrusiones por parte de eventuales
hackers
. Volveré sobre ese punto más adelante. Pero ahora, si no os importa, seguiré con la relación de los hechos.

—Sí, claro.

—Acabamos de hablar del papel del periodista Mikael Blomkvist, y estamos muy preocupados. ¿Cómo pudo enterarse de que un incidente así se iba a producir? En mi opinión, debe de tener una fuente muy cercana a los propios criminales, y aquí no veo motivo alguno para respetar de forma tan exagerada la protección de fuentes. Hay que averiguar de dónde saca la información.

—En especial cuando parece estar desesperado y dispuesto a cualquier cosa para conseguir un
scoop
—intervino el intendente Mårten Nielsen.

—Por lo visto, Mårten también cuenta con buenas fuentes. Lee los tabloides —comentó una ácida Gabriella.

—Los tabloides no, nena, la TT, una instancia a la que incluso aquí, en la Säpo, le concedemos a veces cierta credibilidad.

—Aquello fue un teletipo difamatorio escrito por iniciativa de algún enemigo suyo, y eso lo sabes tan bien como yo —respondió Gabriella.

—Ignoraba que estuvieras tan prendada de Mikael Blomkvist.

—Idiota.

—¡Ya está bien! —intervino Helena Kraft—. ¿Qué tonterías son ésas? Sigue, Ragnar. ¿Qué sabemos del curso de los acontecimientos?

—Los primeros en acudir al lugar de los hechos fueron los agentes de la policía de orden público Erik Sandström y Tord Landgren —continuó explicando Ragnar Olofsson—. De momento, la información de que dispongo proviene de ellos. Llegaron a las 09.24 horas, cuando ya todo había pasado. Torkel Lindén estaba muerto. ¿Cuál fue la causa de la muerte? Una bala que le entró por la parte posterior de la cabeza. Y en cuanto al niño… Bueno, por lo que a él respecta no sabemos nada en absoluto. Hay testigos que afirman que también fue alcanzado. Hemos visto manchas de sangre en la acera y en la calzada. Aunque no hay nada seguro. El chico desapareció en un Volvo rojo del que hemos averiguado el modelo y parte de la matrícula. No creo que tardemos mucho en dar con el nombre de su propietario.

Gabriella advirtió que Helena Kraft apuntaba meticulosamente todo lo que se decía, tal y como había hecho en anteriores reuniones.

—Pero ¿qué pasó? —preguntó Helena Kraft.

—Según las declaraciones de dos jóvenes estudiantes de la Escuela de Economía que se hallaban al otro lado de la calle, parecía tratarse de un ajuste de cuentas entre dos bandas criminales, ambas con un mismo objetivo: llevarse al chaval.

—Se me antoja bastante rebuscado.

—No estoy tan seguro —continuó Ragnar Olofsson.

—¿Qué te hace decir eso? —inquirió Helena Kraft.

—Los dos eran profesionales. Por lo que hemos entendido, el autor de los disparos estaba vigilando el portal desde el otro lado de la calle, junto al muro bajo que se encuentra justo delante del parque. Hay indicios que apuntan a que fue ese mismo individuo el que luego abrió fuego. No obstante, nadie parece haberle visto la cara muy bien; es posible que la llevara oculta. Pero dicen que se movía con mucha eficacia y rapidez. Y en el otro bando estaba esa chica.

—¿Qué sabemos de ella?

—No mucho. Llevaba una cazadora de cuero negra, creemos, y vaqueros oscuros. Joven, morena, con
piercings
—señaló uno de los testigos—; un estilo un poco rockero o
punki
, y de baja estatura, y de una rapidez asombrosa, según nos han contado. Apareció como de la nada y se abalanzó sobre el crío para protegerlo. Todos los testigos coinciden en que no debía de tratarse de una ciudadana cualquiera. La chica intervino como si hubiera tenido una preparación especial o, al menos, como si ya se hubiese hallado en situaciones similares en anteriores ocasiones. Actuó de forma extraordinariamente decidida. Luego está el coche, el Volvo. Respecto a ese tema contamos con datos contradictorios: unos dicen que pasó por casualidad por el lugar, momento que la chica y el niño aprovecharon para meterse dentro con el coche casi en marcha, y otros, sobre todo esos jóvenes estudiantes, piensan que el vehículo formaba parte de la operación. En cualquier caso, me temo que se trata de un secuestro.

Other books

The Life of Elves by Muriel Barbery, Alison Anderson
Sister Betty Says I Do by Pat G'Orge-Walker
Put Out the Fires by Maureen Lee
Dirty Secret by Jessie Sholl
A Fistful of Charms by Kim Harrison
Efecto Mariposa by Aurora Seldon e Isla Marín
A Purrfect Romance by Bronston, J.M.
Public Enemies by Bernard-Henri Levy
Big is Beautiful by Martin, Kelly