—Aseguro a ustedes, señores —dijo Rhett volviéndose hacia los oficiales, pero manteniendo asido aún el hombro de Scarlett—, que mi... hermana no me ha traído ninguna sierra ni lima para ayudarme a escapar.
Todos se rieron, y entonces Scarlett echó una mirada rápida en torno suyo. ¡Santo cielo, tendría que conversar con Rhett en presencia de seis oficiales yanquis! ¿Era un prisionero tan peligroso que no podían perderle de vista? Al observar su inquieta mirada, el oficial amable abrió una puerta y les dijo unas palabras en voz baja a dos soldados que se pusieron en pie. Los soldados cogieron sus carabinas y salieron al pasillo, cerrando cuidadosamente la puerta tras ellos.
—Si lo desean, pueden sentarse aquí, en la salita de los ordenanzas —dijo el joven capitán—. Y no intente usted huir por la otra puerta. Los soldados están fuera.
—Ya ves qué terrible criminal soy, Scarlett —dijo Rhett—. Gracias, capitán. Es usted sumamente amable.
Hizo una leve inclinación y, tomando a Scarlett por el brazo, la ayudó a levantarse de la silla y la llevó a la destartalada salita. Nunca pudo ella recordar cómo era esta habitación, excepto que era pequeña y bastante oscura, y no muy caliente, y que había papeles escritos a mano sujetos con chinchetas a las destartaladas paredes, y sillas de piel de vaca con el pelo adherido aún.
Cuando cerró la puerta, Rhett se acercó a Scarlett rápidamente y se inclinó sobre ella. Adivinando sus deseos, la joven echó la cabeza a un lado, pero sonriéndole provocativamente.
—¿No la puedo besar de verdad ahora?
—En la frente, como un buen hermano, sí —contestó ella con aire pudoroso.
—Gracias. Prefiero esperar algo mejor.
Sus ojos buscaron los labios de ella y se detuvieron en ellos un instante.
—¡Ha sido usted muy buena viniendo a verme, Scarlett! Es usted la primera persona respetable que me visita desde mi encarcelamiento, y estando preso es cuando más se aprecian a los amigos. ¿Cuándo llegó a la ciudad?
—Ayer por la tarde.
—¿Y viene esta mañana? Pero, querida, esto es ser más que buena.
Y le dirigió una sonrisa, la primera expresión de sincero placer que ella viera jamás en su fisonomía. Scarlett rió interiormente y bajó la cabeza como avergonzada. —¡Por supuesto que he venido en seguida! La tía Pitty me contó anoche lo ocurrido y... no pude dormir pensando en lo horrible del caso. ¡Rhett, estoy tan apenada! —¡Cómo, Scarlett...!
Su voz era suave, pero había en ella una nota vibrante. Mirando su moreno semblante, Scarlett ya no vio en él el escepticismo, el humor sardónico que ella conocía tan bien. Ante la mirada tan franca de Rhett, ella bajó los ojos con un embarazo que esta vez era auténtico. Las cosas iban mejor aún de lo que esperaba.
—Vale la pena estar en la cárcel con tal de verla otra vez y oírle decir cosas así. La verdad, no podía creer lo que oía cuando me anunciaron su nombre. No esperaba que me perdonase mi patriótica conducta aquella noche en la carretera, cerca de Rough and Ready. Pero ¿puedo creer que esta visita significa que me ha perdonado usted?
Todavía se sentía ella hervir de cólera, aun después de tanto tiempo, al pensar en aquella noche; pero se dominó y sacudió la cabeza hasta que bailotearon los colgantes de las arracadas.
—No, no le he perdonado —dijo, haciendo un mohín. —¡Otra esperanza desvanecida! ¡Y esto después de que ofrecí mi vida a mi patria y combatí descalzo entre la nieve en Franklin y pesqué el mayor caso de disentería que se haya visto, como recompensa!
—No quiero oír nada de sus... penas y quebrantos —dijo Scarlett, todavía con un mohín de disgusto, pero sonriéndole con los ojos—. Sigo creyendo que se comportó usted odiosamente aquella noche, y no me parece que pueda perdonarle nunca. ¡Dejarme sola de ese modo cuando podía sucederme cualquier cosa!
—Pero no le sucedió nada. Ya ve usted que mi confianza estaba justificada. Sabía que iba a llegar a su casa sin tropiezo, y ¡pobre del yanqui que se hubiese puesto en su camino!
—Rhett, ¿cómo pudo usted hacer una cosa tan sin sentido? ¡Eso de alistarse a última hora, cuando sabía que nos iban a ganar! ¡Y después de todo lo que había dicho usted acerca de los imbéciles que iban a hacerse matar!
—Scarlett, no me hable de esto. ¡Me avergüenzo cada vez que pienso en ello!
—Me alegro de que se avergüence al fin de haberme tratado de aquel modo.
—No me ha comprendido. Siento decirle que mi conciencia no me ha remordido jamás por haberla abandonado allí. Pero en cuanto a mi alistamiento... ¡Cuando pienso que fui al ejército con botas de charol y traje de piqué blanco y sin más armas que un par de pistolas de duelo! ¡Y esas largas y glaciales marchas de muchos kilómetros sobre la nieve cuando se gastaron mis botas, sin tener abrigo y sin comer...! No puedo comprender por qué no deserté. Era todo una pura locura. Pero lo lleva uno en la sangre. Los del Sur no resistimos a la fascinación de una causa perdida. Mas dejemos aparte mis razones. Me basta con estar perdonado.
—No lo está. Creo que es usted un canalla.
Pronunció esta última palabra de forma tan acariciadora, que parecía decir «un encanto».
—No sea usted embusterilla. Me ha perdonado ya. Las señoritas no arrostran los centinelas yanquis para ir a ver un preso sólo por espíritu caritativo; no vienen además, vestidas de gala con terciopelos y plumas y manguitos de nutria. Scarlett, ¡qué preciosa está! Gracias a Dios, no tiene que llevar harapos ni lutos. ¡Está uno tan harto de ver a las mujeres con vestidos viejos y gastados o con los perpetuos crespones negros! Parece usted salir de la
rué de la Paix.
Dé la vuelta, querida, y déjeme admirarla.
Así que se había fijado en el vestido. Por supuesto, siendo Rhett como era, tenía que fijarse. Scarlett se echó a reír, ligeramente excitada, y giró sobre las puntas de los pies con los brazos abiertos. El revuelo del miriñaque dejaba ver los largos pantalones adornados de encaje. Los negros ojos de Rhett absorbieron la imagen desde la capota a los talones, en una mirada que no pasaba nada por alto, la mirada de antes, atrevida, que parecía desnudar a las mujeres y que siempre ponía a Scarlett carne de gallina.
—Parece estar muy boyante y muy bien arreglada. Dan ganas de comérsela. Si no fuese por esos yanquis de ahí fuera... Pero aquí está usted muy segura, querida. Siéntese. No trataré de aprovecharme como hice la última vez que la vi.
Se frotó la mejilla en broma, como si le doliese aún.
—En serio, Scarlett, ¿no cree usted que fue algo egoísta esa noche? Piense en todo lo que yo había hecho por usted: arriesgué mi vida, robé un caballo... ¡y qué caballo...! ¡Y corrí a la defensa de nuestra gloriosa Causa! ¿Y qué saqué de todo ello? Palabras duras y un bofetón todavía más duro.
Ella se sentó. La conversación no iba por completo en la dirección que ella deseaba. ¡Rhett había parecido tan amable en el primer momento de verla, tan sinceramente gozoso por su visita! Se había mostrado casi como un ser humano, y no como el miserable tunante que ella conocía tan bien.
—¿Necesita usted siempre recompensa por lo que hace?
—¡Claro, por supuesto! Soy un monstruo de egoísmo, como debe usted saber. Siempre espero que me paguen por todo lo que doy.
Esto le causó a Scarlett un ligero escalofrío que recorrió su cuerpo; pero se recuperó e hizo tintinear otra vez sus arracadas. —¡Oh, no es usted realmente tan malo, Rhett! Le gusta mostrarse así.
—¡Lo que ha cambiado, palabra de honor! —dijo él, echándose a reír—. ¿Qué es lo que la ha vuelto tan humana? He seguido algo sus avatares a través de la señorita Pittypat, pero ella jamás me dejó entender que ahora poseía usted esa dulzura femenina. Cuénteme más de su vida, Scarlett. ¿Qué ha hecho usted desde la última vez que nos vimos? Todo el antagonismo e irritación que siempre le inspiraba ese hombre ardían en el corazón de la joven. Sentía ansias de hablarle con acritud. Pero sonrió, y los hoyuelos reaparecieron en sus mejillas. El había acercado su silla a la de ella, y Scarlett se inclinó y le puso suavemente la mano en el brazo, como si lo hiciese inconscientemente.
—¡Oh, no lo he pasado mal! En Tara todo va bien ahora. Por supuesto, pasamos momentos terribles cuando Sherman atravesó la comarca; pero, después de todo, no nos quemó la casa, y los negros salvaron la mayor parte del ganado conduciéndolo al pantano. Y obtuvimos una cosecha bastante buena en este último otoño, veinte balas. Por supuesto, esto no es nada comparado con lo que Tara puede rendir; pero no tenemos muchos peones. Papá dice, naturalmente, que el año próximo será mejor. Pero, Rhett, ¡es tan aburrido ahora el campo! Imagínese, no hay bailes ni meriendas, y de lo único que la gente habla es de los malos tiempos. ¡Dios mío, ya estoy cansada de tanto oírlo! Finalmente, la semana pasada estaba ya tan hastiada que papá dijo que debía hacer un viaje y distraerme. Vine aquí, por lo tanto, para encargarme algunos vestidos, y luego iré a Charleston para hacer una visita a mi tía. ¡Será tan agradable volver a ir al baile otra vez!
«Bueno —pensó con orgullo—, he soltado todo ese párrafo con el tono adecuado: ligero pero no frivolo.»
—Siempre está usted lindísima con vestido de baile, querida; ¡y lo sabe, por desgracia! Supongo que la verdadera causa de su viaje es que agotó usted ya toda la lista de admiradores en el condado, y ahora va a buscar más en lejanos campos de operaciones.
Scarlett pensó que era afortunado para ella que Rhett hubiese pasado en el extranjero los últimos meses y acabara de llegar a Atlanta. De otro modo, jamás hubiera dicho una cosa tan ridicula. Pensó rápidamente en sus adoradores del condado, los harapientos y amargados Fontaine, los empobrecidos hermanos Munroe, los pretendientes de Jonesboro y Fayetteville, que andaban ahora tan ocupados arando, cortando leña y cuidando a sus animales viejos y enfermos y que ni se acordaban de que hubiesen existido bailes y agradables flirteos. Pero los apartó de su memoria y soltó una pequeña risa como si admitiese la exactitud de tales suposiciones.
—¡Bah! —dijo con aire despectivo. —Es usted una criatura sin corazón, Scarlett; pero acaso eso forme parte de su encanto.
Rhett se sonrió del mismo modo que antes, con una comisura de la boca torcida hacia abajo; pero ella sabía que él quería decirle un piropo con su frase.
—Por supuesto, sabe usted bien que posee más atractivos de los que permiten las leyes. Hasta yo mismo los he sentido, a pesar de la experiencia que tengo. Siempre me he preguntado qué había en usted que me hacía recordarla siempre, porque he conocido muchas mujeres que eran más bonitas que usted, y seguramente más listas, y, debo decirlo, moralmente más rectas y más buenas. Pero, sea por lo que fuere, siempre me he acordado de usted. Incluso durante los meses después de la rendición, cuando yo estaba en Francia y en Inglaterra y ni la había visto ni sabía nada de usted. ¡Siempre la recordé y me preguntaba qué habría sido de Scarlett...!
Por un momento, se sintió indignada, de que él dijese que otras mujeres eran más bonitas, más listas y más buenas que ella; pero ese arrebato momentáneo se disipó ante la satisfacción de saber que él siempre había recordado su encanto. Y Rhett se estaba comportando casi tan bien como lo hubiera hecho un caballero en análogas circunstancias. Ahora, lo único que Scarlett tenía que hacer era referirse a él insinuando que tampoco ella lo había olvidado, y entonces...
Le oprimió el brazo cariñosamente y sonrió de nuevo.
—¡Oh, Rhett! ¡Cómo le gusta dejar confusa a una pobre muchacha del campo como yo! Demasiado sé que no me dedicó ni un pensamiento desde que me abandonó aquella noche. No me venga a contar que se acordó de mí con todas esas guapas francesas e inglesas que tenía usted en Europa. Pero no he venido hasta aquí para hablar de tonterías acerca de mí misma. He venido... porque...
—¿Por qué?
—¡Oh, Rhett, estoy tan angustiada con respecto a usted! ¿Cuándo le dejarán salir de este lugar tan terrible?
Con rapidez, él cubrió la manita de ella con la suya y la apretó contra su brazo.
—Esta angustia habla mucho en favor suyo. Es imposible decir cuándo saldré de aquí. Acaso cuando hayan estirado la cuerda un poco más.
—¿La cuerda?
—Sí; supongo que mi salida de aquí será al extremo de una cuerda.
—¿No le colgarán a usted realmente?
—Lo harán, si pueden conseguir alguna prueba contra mí.
—¡Oh, Rhett! —exclamó ella llevándose la mano al corazón.
—¿Lo sentiría? Si lo siente, la mencionaré en mi testamento.
Sus negros ojos reían mientras le apretaba la mano.
—¡Su testamento!
Scarlett bajó prontamente la vista para que sus ojos no la delatasen; pero no con bastante rapidez, porque los ojos de Rhett brillaron de curiosidad.
—Según pretenden los yanquis, mi testamento ha de valer la pena. Parece existir actualmente gran interés acerca de mis finanzas. Todos los días me arrastran ante un nuevo Consejo de Investigación y me dirigen preguntas idiotas. Parece ser que corre insistentemente el rumor de que yo escapé con el fabuloso oro de la Confederación. —¿Y qué...? ¿Es cierto?
—¡Vaya una pregunta capciosa! Usted sabe tan bien como yo que la Confederación hacía funcionar una prensa de imprimir, en vez de una Casa de la Moneda.
—¿Cómo ganó usted su dinero? ¿Especulando? Tía Pitty dijo... —¡Qué preguntas tan directas hace!
¡Maldito Rhett! ¡Por supuesto que tenía el dinero! Estaba tan excitada que ni siquiera podía hablarle con dulzura.
—Rhett, me tiene tan trastornada verle a usted aquí... ¿No cree tener algunas probabilidades de salir? —
Nihil desperandum
es mi lema. —¿Qué significa eso?
—Quiere decir «quizás», adorable ignorantilla. Ella hizo aletear sus pestañas para mirarle, y las volvió a bajar. —¡Usted es demasiado listo para que le cuelguen! Estoy casi segura de que se le ocurrirá algún modo ingenioso para ganarles la partida y salir. Y cuando lo consiga...
—¿Y cuando lo consiga...? —preguntó él con suavidad. —Bueno, yo...
Y logró aparentar graciosa confusión y sonrojo, El sonrojo no era tan difícil porque los latidos de su corazón eran tan fuertes como el redoble de un tambor y no podía respirar.
—Rhett..., lamento tanto lo que yo..., lo que le dije aquella noche..., ya sabe usted cuál..., en Rough and Ready. Estaba yo... tan... tan asustada y trastornada, y usted se mostró tan...