Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (43 page)

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Authors: Pablo Usset

Tags: #humor, #Intriga

BOOK: Lo mejor que le puede pasar a un cruasán
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—Siento contradecirle pero sabe usted más de lo que cree. Sabe que existe Worm, puede asociarlo a una dirección concreta de una ciudad concreta, y conoce al menos dos de las Puertas de la Fortaleza en Barcelona. Además puede identificar a varios miembros externos de la organización, incluido yo, que no soy exactamente un externo sino alguien que por razón de su jerarquía tiene cierta relevancia para Worm. Y toda esa información es suficiente para poner en peligro ochocientos años de discreta existencia. Creo que sabrá de qué le estoy hablando: recibimos su cuestionario vía web. Por cierto, espero que a sus amigos alemanes no les cause mucho contratiempo el virus de defensa que les enviamos. Nuestros técnicos tienen instrucciones de actuar con toda rotundidad en casos de ataque informático.

Una panda de locos bien pertrechada. Pero
The First
, unos pasos por delante de mí, quería acelerar la conversación a toda costa:

—De acuerdo, has dicho que tenías una propuesta que hacernos. Hazla.

El tipo se repantigó un poco en el sillón, nos miró alternativamente y, cuando ya no podíamos prestarle más atención, dijo:

—Uno de los tres tiene que quedarse con nosotros. Y tiene que ser Pablo.

Casi se me atraganta la bocanada de porro que mantenía en los pulmones, de modo que fue mi Estupendo Hermano el primero en expresar su desacuerdo:

—Ni hablar... ¿Por qué él?

El Exorcista hizo alarde de paciencia:

—Sebastián, por favor, sé sensato. Estás casado, tienes dos hijos y un negocio que regentar, hay un montón de personas que notan tu ausencia cada hora que pasa; tu padre es un hombre poderoso, tiene excelentes contactos, puede complicarnos mucho la vida. Y aparte de que tampoco nos conviene, no creo que prefieras que se quede vuestra amiga... Pablo es el único que puede desaparecer del mapa sin que nadie se extrañe demasiado: lo ha hecho antes, bastaría una postal sellada en el extranjero de vez en cuando para mantener a tu padre tranquilo.

—Perdone usted, pero me encuentro muy a gusto en el mapa y no pienso salirme de él, así que vaya pensando en otra cosa —intervine.

El tío se me quedó mirando con una cara que no le conocía:

—Creo que debería probar, Pablo... Quédese con nosotros, necesitamos hombres como usted.

Era la primera vez que alguien que no regentara un establecimiento de hostelería me decía una cosa así, y tengo que confesar que me sentí halagado, pero me resistí de todas formas.

—Le advierto que tengo poca predisposición a ingresar en ninguna secta. No me van las reglas.

—¿Secta? —se sonrió—: nunca se me había ocurrido pensar en Worm como una secta —volvió a reclinarse en el trono—. Si no recuerdo mal lo que suele denominarse así cumple ciertos requisitos que no tienen ningún paralelo en nuestro caso. Nosotros no hacemos apología de nuestro modo de vida, al menos no de forma indiscriminada: casi podría decirse que nuestra manera de actuar es antipublicitaria. Nos interesan muy pocas personas, y a las pocas que nos interesan les ponemos bastante difícil la aproximación; usted es una excepción, se ha saltado el procedimiento normal. Tampoco tenemos un líder carismático. Yo, por ejemplo, ocupo un alto cargo, pero mi poder no es personal, he sido elegido por un consejo que, a su vez, está en constante renovación. Y cierto que un alto rango lleva aparejado algún privilegio, como el de este excelente
champagne
, pero ocurre lo mismo con cualquier directivo de una compañía multinacional. Por otro lado, todos nuestros recursos económicos provienen del exterior, de negocios que nada tienen que ver con el núcleo de la organización. Nuestros internos y nativos no tienen más obligación que la de observar la disciplina y ocuparse de sí mismos, y si hemos de contar con empleados externos remuneramos generosamente el servicio —hizo un gesto que incluía a las dos superhienas, impávidas—. Definitivamente no somos una secta, o no lo somos más que el Fútbol Club Barcelona, aunque como ellos somos también más que un club. Incluso más que una sociedad secreta. Casi diría que somos un mundo aparte. Y este otro plano de la realidad necesita pensadores tanto como los necesita el mundo que hasta ahora conocía usted, amigo Pablo.

—Pues sepa usted que yo pienso lo menos que puedo, y casi siempre a regañadientes.

El tío rió y compuso una expresión de inteligencia:

—No sea modesto... En los últimos días hemos seguido muy atentamente su teoría de la Realidad Inventada y nos ha sorprendido muy favorablemente. Creo que si de algo nos ha servido todo este embrollo ha sido para dar con usted. En general no solemos ocuparnos de la Red más que por razones de comunicación interna, pero a raíz de la conexión que estableció con nosotros bajo nombre falso nos pareció conveniente seguirle el rastro. No sólo comprendimos inmediatamente que era usted el hombre al que Sebastián había encargado investigar nuestra Puerta, sino que, casi por casualidad, también llegamos al Metaphisical Club, ¿no es así como se llama? Al principio no podíamos creer que quien escribía aquellas palabras no tuviera nada que ver con nosotros: las mismas conclusiones: casi literalmente las mismas palabras que llevaron a Geoffrey de Brun a fundar la Fortaleza y retirarse del mundo en la primavera del 1254. La diferencia quizá es que usted se apoya en ocho siglos más de pasado y nuestro fundador tuvo que salvar esa distancia solo. Pero aun así es una coincidencia realmente notable. Creo que puede ser usted feliz con nosotros, y desde luego muy útil para la organización. Estamos en condiciones de ofrecerle cualquier cosa que necesite para continuar con su trabajo.

—Lo dudo —dije. Ahora era
The First
el que no se enteraba de qué iba la conversación.

—¿Por qué lo duda? Pruebe a pedir...

—Mire, no vale la pena. Para empezar, yo no tengo ningún trabajo que continuar. Tenga en cuenta que los metafísicos tenemos poco que hacer; de hecho por eso me gustó el oficio: nadie te paga pero tampoco tienes mucho trabajo, y el poco que hay casi nunca es urgente. Por otro lado ya le he dicho que no me van las reglas, me da igual si son las de Van Gaal o las de la Orden de Malta. Si ha leído usted mis intervenciones en el Metaphisical sabrá que, al margen de esos ocho siglos de tonterías acumuladas, tengo por costumbre hacer estrictamente lo que me viene en gana: ni más ni menos. Digamos que soy oso de espíritu, si usted me entiende.

—¿Incluso cuando se le termina el crédito? Perdone, pero desde luego nuestra investigación no se ha limitado a seguirle la pista por la Red... Piense por un momento en un lugar en el que pudiera hacer lo que le antojara sin preocuparse del dinero. Aquí no lo usamos, no existe en La Fortaleza.

—Ya que está usted tan bien informado sabrá que la mitad del dinero de mi padre es mucho más de lo que necesito para mantenerme borracho durante los próximos quinientos años. Después ya veremos.

—¿Conoce usted el contenido del testamento de su padre? Puede que después de todo no divida su fortuna a partes iguales.

—Da igual, la legítima sería también suficiente.

El tío fingió cejar por un momento:

—¿Debo entender entonces que no acepta mi propuesta?

The First
me tomó el relevo en el diálogo:

—Claro que no acepta.

—Bien. En ese caso no me queda más remedio que reteneros a los tres —dijo el tío, como si le diera mal rollo tener que tomar tal medida.

The First
se rebotó:

—No seas ridículo, Ignacio: tú mismo has dicho que nos echarán de menos. Mi padre removerá cielo y tierra para encontrarnos, tarde o temprano dará con vosotros, lo sabes.

—Siempre podemos proporcionarle un par de cadáveres a los que llorar. Tres cadáveres, para ser exactos: sus dos queridos herederos y la amiga de uno de ellos. Un accidente lamentable: tres pasajeros apretados en el interior de un Lotus biplaza, alto contenido de alcohol en sangre, la música a todo volumen...

Me acordé del Corsa patas arriba en el hueco del parquin en construcción:

—El hijo de Robellades no tenía ni veinticinco años: es usted un cerdo, señor mío.

—¿Quién es Robellades? —preguntó
The First
, pero ni el Exorcista ni yo nos entretuvimos en ponerlo en antecedentes.

—Antes de perder los modos, sepa que lo de Robellades fue un accidente auténtico, y lo lamenté tanto como usted. Estoy siendo completamente sincero, créame: había llegado demasiado lejos y quisimos actuar al respecto, pero teníamos planeada otra cosa. No somos asesinos.

—¿Y lo de atar a éste en una silla y sacudirle el polvo también ha sido sin querer, o le han puesto la cara así los mosquitos?

—Con su hermano hemos tenido que llegar bastante más lejos de lo que acostumbramos. Es un hombre obstinado, no sabíamos hasta qué punto. Pero hemos tenido buen cuidado de no causarle ningún mal que no se remedie con un par de semanas de reposo. Piense, antes de juzgarnos tan severamente, que está en juego nuestra supervivencia, y recuerde que ustedes mismos han tratado de intimidar a uno de nuestros empleados amenazando con introducirle un objeto contundente por la nariz. Un... cepillo de dientes, si no me han informado mal —lo leyó de un papel que rondaba por su mesa.

—Sólo queríamos asustarlo —dijo
The First
.

—¿Quieres decir que la tortura psicológica deja de ser tortura? Eso por no hablar de los huesos que les habéis roto y de que hay un guardia en la enfermería con un testículo partido en dos mitades. No tienes más disculpa que nosotros, Sebastián, lo sabes muy bien. Todos hemos estado tratando de eludir un peligro que amenazaba nuestra supervivencia. Y nada de esto hubiera pasado si no te hubieras entrometido en nuestros asuntos. Sabes que Lali está con nosotros por propia voluntad, del mismo modo que Gloria no lo está, y no tenías ningún derecho a inmiscuirte. Quisiste salvar a su pesar a quien no necesitaba ser salvado, ése ha sido tu error. Y ahora no os estoy amenazando, simplemente os estoy ofreciendo la única posibilidad que veo de salvaros. Tómalo como una muestra de buena voluntad: sabes que quiero a tu mujer como a una hija, y sé que tú quieres a mi hija como a una mujer.

Al margen del trabalenguas final, el Exorcista debía de tener razón en acusar a
The First
de metomentodo, reconozco su estilo. Por otro lado pensé que aquel tipo podía perfectamente retenerme a la fuerza y dejar marchar a
The First
y a la Fina con la amenaza de hacer rodar mi cabeza si se iban de la lengua. Es decir: en realidad importaba poco que estuviéramos de acuerdo o no con su idea: tenía la sartén por el mango.

No dije nada porque de momento no me pareció buen rollo expresar semejante idea, pero en caso extremo me parecía mucho mejor eso que terminar nuestros días en las curvas de Garraf. Y visto de este punto de vista, lo mejor era aceptar directamente la proposición de quedarme; eso permitiría quizá negociar las condiciones.

—Bien, supongamos por un momento que aceptara quedarme aquí como rehén —empecé a decir.

—Ni hablar —interrumpió
The First
.

—Cállate un poco, ¿quieres?, estoy hablando con tu amigo.

—Bien: supongámoslo —dijo el Exorcista—. Pero empecemos por considerarlo, no un rehén, sino un invitado.

—Muy bien. Supongamos que me quedo como invitado: ¿en qué condiciones concretas se daría el caso?

—En las que usted prefiera. Podemos proporcionarle casi cualquier cosa que desee, ya se lo he dicho. ¿Qué cree que necesitaría para sentirse a gusto?

Pensé un poco y traté de hacer un recuerdo de mis
bare necessities
:

—A gusto, lo que se dice a gusto..., no sé... Comida abundante... Un litro diario de aguardiente o su equivalente en alcohol de baja graduación... Diez gramos de hachís semanales... Compañía femenina de vez en cuando (sólo con fines sexuales, naturalmente)... Una conexión a Internet... En fin..., y nada de horarios preestablecidos, soy alérgico a los despertadores.

Parecieron hacerle gracia mis exigencias.

—Es usted un hombre extraordinario, permítame decirlo. Estaría encantado de charlar más detenidamente con usted. Pero de momento puedo decirle que estoy en disposición de aceptar sus condiciones, con algún pequeño matiz. Puedo proporcionarle casi cualquier tipo de droga, alcohol incluido, pero la compañía tendrá que buscársela usted mismo, aunque verá que en la Fortaleza no le resultará difícil encontrarla. Nuestra población femenina en este enclave es de casi dos mil mujeres entre internas y nativas, y estoy seguro de que una buena parte de ellas estará interesada en usted. En cuanto a la conexión a Internet, es un raro privilegio aquí dentro, pero atendiendo a las circunstancias especiales de su caso no habrá inconveniente en facilitársela. Siempre bajo ciertas condiciones de control, por supuesto, comprenda que no podemos dejarle comunicarse indiscriminadamente. Me atrevo a adelantarle que podrá acceder a cualquier información que le interese pero, con toda seguridad, sus emisiones tendrían que superar un proceso de censura. Creo que eso será técnicamente posible. Y además, por supuesto, disfrutará de unas condiciones de higiene y salud adecuadas y de un espacio privado lo suficientemente amplio como para trabajar y descansar cómodamente. ¿Qué le parece?, ¿se le ocurre algo más?

Pensé con toda la concentración de que fui capaz tratando de no dejarme nada fundamental.

—¿Podré ver la tele?

Volvió a sonreír. No sé qué coño le hacía tanta gracia.

—Lo siento pero eso no puedo concedérselo: es decir: a menos que se organice usted para verla a través de la Red.

The First
me miraba con cara de «no sabes dónde te metes», pero a mí empezó a parecerme un lugar apetecible. De hecho no creo que yo mismo pudiera imaginar un paraíso más a mi gusto: en el jardín del Edén había una sola mujer, nada de alcohol y ni siquiera un triste transistor; eso por no hablar de Yahvé, que debía de ser como SP pero mucho peor, y encima omnisciente. Sólo me preocupaba lo de las «condiciones de higiene y salud» (¿me obligarían a ducharme cada día?), y sobre todo que fuera tan fácil encontrar compañía femenina en un lugar donde no circulaba el dinero. El lector fiel ya sabe cómo desconfío de las mujeres que no cobran por la jodienda. ¿Qué demonios podía interesarle de mí a una mujer de la Fortaleza?: algo sórdido, seguro.

En ese momento volvió la Fina del lavabo acompañada de la oficial, que sólo asomó un momento para abrir la puerta. Había cambiado la bata por uno de aquellos monos negros y ahora parecía un ángel de Charlie.

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