Lo es (39 page)

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Authors: Frank McCourt

Tags: #Biografía, drama

BOOK: Lo es
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A continuación dice a un muchacho que está delante de nosotros:

—¿Sí, hijo?

—Señor Homer, tengo que devolverle el dólar que le debo.

—¿De qué, hijo?

—Del día que no tenía dinero para la comida el mes pasado. Usted me prestó un pavo.

—Déjalo, hijo. Cómprate un helado.

—Pero, señor Homer...

—Venga, hijo. Cómprate algo que te guste.

—Gracias, señor Homer.

—De nada, chico.

—-Ése es un buen chico —me dice a mí—. Es increíble lo mal que lo pasa, pero sigue viniendo a la escuela. A su padre lo torturó, casi lo mató, una banda de musolinianos en Italia. Jesús, es increíble lo mal que lo pasan las familias de estos chicos, y eso que éste es el país más rico del mundo. Puede dar gracias de todo lo que tiene, McCourt. ¿Te importa que te llame Frank?

—En absoluto, señor Homer.

—Llámame Jake.

—De acuerdo, Jake.

Es mi hora de almorzar, y me indica el camino de la cafetería de profesores, en el piso superior. El señor Sorola me ve y me presenta a los profesores que están sentados en diversas mesas: el señor Rowantree, Artes Gráficas; el señor Kriegsman, Educación Sanitaria; el señor Gordon, Taller de Torno; la señorita Gilfinane, Arte; el señor Garber, Logopedia; el señor Bogard, Sociales; el señor Maratea, Sociales.

Cojo mi bandeja con un bocadillo y un café y me siento en una mesa desocupada, pero se me acerca el señor Bogard, me dice que se llama Bob y me invita a sentarme con los demás profesores y con él. A mí me gustaría quedarme solo porque no sé qué decir a nadie, y en cuanto abra la boca dirán: «Oh, es usted irlandés», y yo tendré que explicarles a qué se debe. No es tan malo como ser negro. El acento siempre lo puedes cambiar, pero el color de tu piel no lo puedes cambiar nunca, y debe de ser una lata ser negro y que la gente se piense que tienes que hablar de cuestiones negras sólo porque estás allí con esa piel. Puedes cambiar tu acento y la gente te dejará de decir de qué parte de Irlanda eran sus padres, pero cuando eres negro no tienes escapatoria.

Pero no puedo rehusar la propuesta del señor Bogard después de que se ha tomado la molestia de venir a mi mesa, y cuando estoy instalado con mi café y mi bocadillo los profesores se vuelven a presentar por sus nombres de pila. Jack Kriegsman me dice:

—Tu primer día, ¿eh? ¿Estás seguro de que quieres dedicarte a esto?

Algunos profesores se ríen y sacuden la cabeza como diciendo que se arrepienten de haberse metido en esto. Bob Bogard no se ríe. Se inclina sobre la mesa y dice:

—Si hay alguna profesión más importante que la enseñanza, que me digan cuál es.

Parece que nadie sabe qué decir después de esto, hasta que Stanley Garber me pregunta qué asignatura imparto.

—Lengua Inglesa. Bueno, no exactamente. Me hacen dar tres clases de Ciudadanía Económica —digo, y la señorita Gilfinane dice:

—Ah, eres irlandés. Qué agradable es oír aquí el deje.

Me dice de dónde procedían sus antepasados y me pregunta de dónde soy yo, cuándo he venido, si voy a volver, y por qué están luchando siempre los católicos y los protestantes en la Vieja Patria. Jack Kriegsman dice que son peores que los judíos y los árabes, y Stanley Garber no está de acuerdo. Stanley dice que los irlandeses de ambos bandos tienen una cosa en común por lo menos, el cristianismo, y que los judíos y los árabes son tan diferentes como la noche y el día.

—Gilipolleces —dice Jack, y Stanley replica con sarcasmo:

—Qué comentario tan inteligente.

Cuando suena el timbre, Bob Bogard y Stanley Garber me acompañan bajando la escalera y Bob me dice que conoce la situación en las clases de la señorita Mudd, que los chicos están descontrolados después de varias semanas sin que se diera clase y que si necesito ayuda se lo diga. Le digo que sí necesito ayuda, que me gustaría saber qué demonios debo hacer con las clases de Ciudadanía Económica a las que esperan los exámenes de mitad de curso dentro de dos semanas y que ni siquiera han visto el libro. ¿Cómo voy a dar las calificaciones para los boletines de notas sin ninguna base?

—No te preocupes —dice Stanley—. Al fin y al cabo, muchas de las calificaciones que aparecen en los boletines de notas de este instituto tampoco tienen ninguna base. Aquí hay chicos que tienen un nivel de lectura de tercero de primaria, y no es culpa tuya. Deberían estar en la escuela primaria, pero no es posible dejarlos allí porque miden un metro ochenta, son demasiado grandes para el mobiliario y dan problemas a los profesores. Ya lo verás.

Bob Bogard y él miran mi programa y sacuden la cabeza.

—Tres clases al final del día: es el peor programa posible que te puede tocar, imposible para un profesor nuevo. Los chicos han comido y están cargados de proteínas y de azúcar y quieren salir a hacer el tonto. Sexo. Es lo único que hay —dice Stanley—. Sexo, sexo, sexo. Pero eso es lo que te pasa cuando te presentas a mitad del curso y sustituyes a las señoritas Mudd del mundo.

—Buena suerte —dice Stanley.

—Si te puedo ayudar en algo, dímelo —dice Bob.

En las horas sexta, séptima y octava forcejeo con la proteína y con el azúcar y con el sexo sexo sexo, pero me veo reducido al silencio por una granizada de preguntas y de objeciones. ¿Dónde está la señorita Mudd? ¿Se ha muerto? ¿Se ha escapado con un hombre? Ja, ja, ja. ¿Es usted nuestro nuevo profesor? ¿Vamos a tenerlo para siempre jamás? Profesor, ¿tiene novia? No, no tenemos el
Mundo y tú
. Es un libro tonto. ¿Por qué no podemos hablar de películas? Yo tenía en quinto de primaria una profesora que hablaba siempre de películas, y la despidieron. Era una profesora estupenda. Profesor, no se olvide de pasar lista. La señorita Mudd siempre pasaba lista.

La señorita Mudd no tenía que pasar lista porque en todas las clases hay un monitor que se encarga de ello. El monitor suele ser una muchacha tímida que tiene el cuaderno limpio y buena letra. Por pasar lista le dan créditos de servicio, que le servirán para impresionar a las empresas cuando vaya a buscar trabajo en Manhattan.

Los estudiantes de Lengua Inglesa de segundo curso vitorean cuando se enteran de que la señorita Mudd se ha marchado para siempre. Era mala. Quería hacerles leer ese libro tan aburrido,
Gigantes en la tierra
, y decía que cuando terminaran con él tendrían que leerse
Silas Marner
, y Louis, el que se sienta junto a la ventana, que lee muchos libros, había dicho a todos que este libro trata de un viejo verde de Inglaterra y una niña pequeña, y en América no deberíamos leer libros así.

La señorita Mudd había dicho que tendrían que leerse
Silas Marner
porque llegaba el examen de mitad de curso y tendrían que escribir una redacción comparándolo con
Gigantes en la tierra
, y a los estudiantes de Lengua Inglesa de segundo curso en la octava hora les gustaría saber de dónde se ha sacado que se puede comparar un libro que trata de gente triste que vive en la pradera con un libro que trata de un viejo sucio de Inglaterra.

Vuelven a vitorear. Me dicen:

—No queremos leer algún libro tonto.

—Lo que queréis decir es que no queréis leer ningún libro tonto.

—¿Qué?

—Ah, nada.

Suena el timbre de aviso y ellos recogen los abrigos y las bolsas para salir en tropel por la puerta. Tengo que gritar:

—Sentaos. Ése es el timbre de aviso.

Ellos parecen sorprendidos.

—¿Qué pasa, profesor?

—No debéis marcharos cuando suena el timbre de aviso.

—La señorita Mudd nos dejaba marcharnos.

—Yo no soy la señorita Mudd.

—La señorita Mudd era agradable. Nos dejaba marcharnos. ¿Por qué es usted tan malo?

Salen por la puerta y no puedo detenerlos. El señor Sorola me espera en el pasillo para decirme que mis alumnos no deben salir cuando suena el timbre de aviso.

—Ya lo sé, señor Sorola. No pude detenerlos.

—Bueno, señor McCourt, un poco más de disciplina mañana, ¿eh?

—Sí, señor Sorola.

¿Está hablando en serio este hombre, o me está tomando el pelo?

37

Hay viejos limpiabotas italianos que recorren el transbordador de la isla de Staten en busca de clientes. Yo he pasado una noche dura y un día más duro todavía, y por qué no voy a gastarme un dólar, más veinticinco centavos de propina, en un limpiabotas, aunque este italiano viejo sacude la cabeza y me dice en su inglés chapurreado que debería comprar un par de zapatos nuevos a su hermano, que los vende en la calle Delancey, y que me haría un buen precio si le digo que vengo de parte de Alfonso, el del transbordador.

Cuando ha terminado sacude la cabeza y me dice que me cobrará sólo cincuenta centavos porque son los peores zapatos que ha visto desde hace años, unos zapatos de vagabundo, unos zapatos que no se pondrían a un muerto, y que debo ir a la calle Delancey y que no me olvide de decir a su hermano de parte de quién vengo. Le digo que no tengo dinero para comprarme un par nuevo, que acabo de empezar en un trabajo, y él me dice:

—Bueno, bueno, déme un dólar. Usted profesor, ¿verdad? —me dice.

—¿Cómo lo sabe? —le pregunto yo.

—Los profesores siempre tienen los zapatos fatales.

Le doy el dólar y la propina y él se marcha sacudiendo la cabeza y diciendo «limpia, limpia».

Es un día luminoso de marzo y da gusto sentarse en la cubierta al aire libre para ver a los turistas emocionados con sus cámaras fotográficas por la estatua de la Libertad, el largo dedo del río Hudson por delante y la silueta de Manhattan que se nos va acercando. El agua está agitada, con pequeñas olas blancas de mar picada y la brisa que sopla hacia la bocana tiene un amago cálido de primavera. Ay, es agradable, y a mí me gustaría estar de pie allí en el puente pilotando este viejo transbordador de un lado a otro, de un lado a otro, entre los remolcadores, las chalanas, los cargueros y los cruceros que sacuden el agua de la bahía levantando olas que salpican la cubierta de automóviles del transbordador.

Sería una vida agradable, más fácil que enfrentarme todos los días con docenas de chicos de instituto con sus leves codazos, sus guiños y sus risitas secretas, con sus quejas y sus objeciones, o con esa manera suya de no hacerme caso como si yo fuera un mueble. Flota en mi cabeza un recuerdo de una mañana en la Universidad de Nueva York, una cara que dice: «¿No estaremos siendo un poco paranoicos?»

Paranoicos. Consulté lo que significaba. Si estoy delante de una clase y un chico susurra algo a otro y se ríen, ¿creeré que se están riendo de mí? ¿Imitarán mi acento y harán bromas a costa de mis ojos rojos, sentados en la cafetería? Sé que lo harán, porque nosotros hacíamos lo mismo en la Escuela Nacional Leamy, y si voy a preocuparme por eso más me valía pasarme el resto de mi vida en el departamento de créditos del Manufacturer's Trust Company.

¿Es esto lo que voy a hacer durante el resto de mi vida, coger el metro y después el transbordador de la isla de Staten, subir la cuesta hasta el Instituto de Formación Profesional y Técnico McKee, fichar, sacar un montón de papel de mi buzón, decir a mis alumnos clase tras clase día tras día, sentaos, por favor, abrid los cuadernos, sacad las plumas, ¿no tienes papel? toma papel, ¿no tienes pluma? que te dejen una, copiad las notas de la pizarra, ¿no ves desde allí? Joey ¿quieres cambiar de sitio con Brian? vamos, Joey, no seas tan, no, Joey, no te he llamado imbécil, sólo te he pedido que cambies de sitio con Brian que necesita gafas, ¿que no necesitas gafas, Brian? bueno, entonces ¿por qué tienes que cambiar de sitio? no importa, Joey, cámbiate sin más, ¿quieres? Freddie, guarda ese bocadillo, esto no es el comedor, no me importa que tengas hambre, no, no puedes ir al baño a comerte el bocadillo, no debes comer bocadillos en el retrete ¿qué pasa, María? ¿estás enferma, tienes que ir a ver a la enfermera? De acuerdo, toma un pase, Diane, ¿quieres acompañar a María a la oficina de la enfermera y decirme lo que dice la enfermera, no, ya sé que no te dirán a ti lo que le pasa, sólo quiero saber si va a volver a clase ¿qué pasa, Albert? ¿tú también estás enfermo? no, no lo estás, Albert, quédate allí sentado y haz tu ejercicio, ¿tienes que ver a la enfermera, Albert? ¿estás enfermo de verdad? ¿tienes diarrea? Bueno, toma, toma el pase para el servicio de chicos y no te pases ahí toda la hora, los demás terminad de copiar las notas de la pizarra, va a haber un examen, lo sabéis, ¿no? va a haber un examen, ¿qué pasa, Sebastian, se te ha acabado la tinta de la pluma? bueno, y ¿por qué no has dicho nada? sí, lo dices ahora, pero ¿no podías haberlo dicho hace diez minutos? ah, que no querías interrumpir a todos esos enfermos, muy amable por tu parte, Sebastian, ¿alguien tiene una pluma para prestársela a Sebastian? ay, vamos, ¿qué pasa, Joey? ¿que Sebastian es un qué? ¿un qué? no debes decir cosas así, Joey, Sebastian, siéntate, nada de peleas en clase, ¿qué pasa, Ann? ¿tienes que salir? ¿a dónde, Ann? ah, ¿que tienes la regla? Tienes razón, Joey, no hace falta que se lo diga a todo el mundo, ¿sí, Daniela? ¿que quieres acompañar a Ann al baño? ¿por qué? ah, porque no diquela, esto, no habla bien el inglés, y ¿qué tiene que ver eso con que tenga la...? ¿qué dices, Joey? que crees que las chicas no deberían hablar así, ya basta, Daniela, ya basta, no hace falta que insultes, ¿qué dices, Joey?, que eres religioso y que la gente no debería hablar así, está bien, ya basta, Daniela, ya sé que estás defendiendo a Ann que tiene que ir al retrete, al baño, pues ve, acompáñala, y los demás copiad las notas de la pizarra, ah, ¿tú tampoco ves? ¿quieres acercarte? Está bien, acércate, aquí hay un sitio libre, pero ¿dónde está tu cuaderno? ah, que te lo dejaste en el autobús, de acuerdo, necesitas papel, toma papel, ¿necesitas pluma? toma pluma, ¿que tienes que ir al baño? bueno, ve ve ve al baño, cómete un bocadillo, ve a charlar con tus amigos, Jesús.

—Señor McCoy.

—McCourt.

—No debe blasfemar de ese modo. No debe usar el nombre de Dios en vano de ese modo.

—Ay, señor McCourt, debería tomarse el día libre mañana, el día de Paddy —me dicen—. Jo, usted es irlandés. Debería ir al desfile.

Les gustaría igualmente que me tomase el día libre y me lo pasara en la cama. Los sustitutos de los profesores ausentes no se suelen molestar en pasar lista, y los alumnos se limitan a hacer novillos.

—Ay, vamos, señor McCourt, necesita tomarse un día libre con sus amigos irlandeses. O sea, si estaría en Irlanda no vendría a la escuela, ¿verdad?

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