—No más juegos.
—A la primera señal de problemas —añadió Minho—, empezaremos a luchar. Si eso significa que morimos, que así sea.
Esta vez, David sonrió de oreja a oreja.
—¿Sabes? Eso es exactamente lo que predijimos que harías en este momento —señaló con la mano una pequeña puerta al fondo de la zona de carga—. ¿Vamos?
Newt habló en esta ocasión.
—¿Qué es lo siguiente en esta maldita agenda?
—Pensé que querríais comer algo y quizá daros una ducha. Dormir —empezó a rodear al grupo de los clarianos y las chicas—. Es un vuelo muy largo.
Thomas y los demás intercambiaron una mirada durante unos segundos, pero al final le siguieron. Tampoco les quedaba otra opción.
Thomas se esforzó por no pensar en nada mientras transcurrían las siguientes dos horas.
Al principio se había resistido, pero luego toda aquella tensión, el valor y la victoria se fueron desvaneciendo poco a poco mientras el grupo experimentaba las actividades más comunes: comida caliente, bebidas frías, atención médica, maravillosas duchas largas, ropa limpia.
Mientras eso sucedía, Thomas reconoció la casualidad de que todo aquello volviera a pasar de nuevo. Que él y los demás se calmaran para darles otro susto como el que habían tenido al despertarse en el dormitorio tras ser rescatados del Laberinto. Pero, en serio, ¿qué más quedaba por hacer? David y el resto de su equipo no les amenazaron ni hicieron nada por levantar la alarma.
Sintiéndose como nuevo y saciada su hambre, Thomas acabó sentado en un sofá que ocupaba la estrecha parte central del iceberg, una amplia habitación llena de muebles desiguales y colores tenues. Había estado evitando a Teresa, pero la chica se arrimó y se sentó a su lado. Todavía lo pasaba mal cuando la tenía cerca y le costaba hablar con ella o con cualquier otra persona. Por dentro estaba muy confundido.
Pero lo apartó todo de su mente porque no había otra cosa que hacer. No sabía cómo pilotar un iceberg y no sabría adonde ir incluso si pudiera asumir el mando. Irían donde les llevara CRUEL, escucharían y tomarían su decisión.
—¿En qué estás pensando? —preguntó al fin Teresa.
Thomas se alegraba de que hubiera hablado en voz alta; no estaba seguro de querer volver a comunicarse con ella por telepatía.
—¿En qué pienso? Más bien intento no pensar.
—Sí. Quizá deberíamos disfrutar de la paz y la tranquilidad por un rato.
Thomas la miró. Estaba sentada a su lado como si nada hubiera cambiado entre ellos. Como si todavía fueran amigos íntimos. Y ya no lo soportaba más.
—Odio que actúes como si no hubiera pasado nada.
Teresa bajó la vista.
—Intento olvidarlo, como probablemente lo estés intentando tú. Mira, no soy tonta. Sé que no volveremos a sentirnos como antes. Pero, aun así, no cambiaría nada de lo que ha pasado. Había un plan y ha funcionado. No estás muerto y para mí eso es lo único que importa. A lo mejor me perdonas algún día.
Thomas casi la odiaba por sonar tan razonable.
—Bueno, a mí lo único que me importa ahora es detener a esta gente. No está bien lo que nos han hecho. No importa lo mucho que yo haya estado involucrado. Está mal.
Teresa se estiró un poco para apoyar la cabeza en el brazo del sofá.
—Vamos, Tom. Puede que nos hayan borrado la memoria, pero no nos han quitado el cerebro. Los dos hemos sido parte de esto y cuando nos lo cuenten todo, cuando recordemos por qué nos metimos en esto, haremos todo lo que nos digan.
Thomas reflexionó sobre aquello un segundo y se dio cuenta de que no podía estar menos de acuerdo. A lo mejor pudo sentirse así en algún momento, pero ahora no. Aunque discutirlo con Teresa era lo último que deseaba hacer.
—A lo mejor tienes razón —murmuró.
—¿Cuándo fue la última vez que dormimos? —preguntó ella—. Te juro que no me acuerdo.
De nuevo actuaba como si todo fuera bien.
—Yo, sí. Al menos, mi última vez. Tiene algo que ver con una cámara de gas y contigo aporreándome la cabeza con una enorme lanza.
Teresa se estiró.
—Lo único que puedo hacer es repetirte muchas veces cuánto lo siento. Por lo menos, tú descansaste un poco. Yo no dormí ni un segundo mientras estabas ahí dentro. Creo que llevo despierta dos días enteros.
—Pobrecilla.
Thomas bostezó. No pudo evitarlo, él también estaba cansado.
—¿Mmmm?
La miró para ver sus ojos cerrados mientras respiraba lentamente. Se había quedado dormida. Echó un vistazo a los demás clarianos y al Grupo B. La mayoría también estaba reventada. Excepto Minho, que intentaba hablar con una chica guapa a la que se le habían cerrado los ojos. Jorge y Brenda no estaban por ninguna parte, lo que le pareció extraño, por no decir un tanto preocupante.
Fue entonces cuando advirtió que echaba muchísimo de menos a Brenda, pero sus propios párpados comenzaron a cerrarse y lentamente el cansancio y el agotamiento le invadieron. Mientras se hundía cada vez más en el sofá, decidió que ya tendría tiempo de buscarla más tarde. Finalmente, cedió y permitió que la dulce oscuridad de su inconsciencia se lo llevara.
Despertó, parpadeó, se frotó los ojos y no vio nada más que un blanco puro. No había formas ni sombras ni variaciones, nada. Sólo ese blanco.
Sintió un instante de pánico hasta que se dio cuenta de que debía de estar soñando. Era extraño, pero sin duda se trataba de un sueño. Podía sentir su cuerpo, sentir los dedos contra su piel. Notaba cómo respiraba; se oía respirar. Sin embargo, estaba rodeado de un mundo completo y perfecto de brillante nada.
Tom.
Una voz. Su voz. ¿Podía estar hablándole mientras soñaba?
Eh
—respondió.
¿Estás… bien?
—sonaba preocupada. No, la percibía preocupada.
¿Eh? Sí, muy bien. ¿Por qué?
Tan sólo creí que estarías un poco sorprendido ahora mismo.
Sintió una punzada de confusión.
¿De qué estás hablando?
Estás a punto de entender más. Muy pronto.
Por primera vez, Thomas se dio cuenta de había algo raro en la voz. Le faltaba algo.
¿Tom?
No respondió. El miedo se arrastró hacia su interior, un terrible y escalofriante miedo tóxico.
¿Tom?
¿Quién… quién eres?
—preguntó al final, aterrado por la respuesta.
Hubo una pausa antes de la contestación.
Soy yo, Tom. Brenda. Las cosas se van a poner muy mal para ti.
Thomas gritó antes de saber lo que estaba haciendo. Gritó, gritó y gritó hasta que al final se despertó.
Se sentó derecho, cubierto de sudor. Antes incluso de que pudiera calcular dónde estaba, antes de que toda la información viajara por los nervios y las funciones cognitivas de su cerebro, supo que todo iba mal. Que le habían vuelto a arrebatar todo.
Estaba tumbado en el suelo, solo, en una habitación. Las paredes, el techo, el suelo… todo era blanco. El suelo bajo sus pies era mullido, duro y liso, pero con la suficiente elasticidad para resultar cómodo. Miró las paredes; estaban acolchadas, con grandes hendiduras abotonadas, separadas un metro unas de otras. Una luz brillante salía de un rectángulo en el techo, demasiado alto para que lo tocara. El sitio olía a limpio, a amoniaco y jabón. Thomas bajó la vista para percatarse de que hasta sus ropas no tenían color: la camiseta, los pantalones de algodón, los calcetines.
Había un escritorio marrón a unos tres metros y medio delante de él. Era la única cosa en toda la habitación que no era blanca. Viejo, estropeado y lleno de arañazos, tenía una simple silla de madera colocada en el espacio dispuesto para sentarse. Detrás estaba la puerta, acolchada como las paredes.
Thomas sentía una extraña calma. El instinto le decía que debería haberse puesto de pie y empezado a gritar para pedir ayuda. Debería estar aporreando la puerta. Pero sabía que aquella puerta no se abriría, sabía que nadie le escucharía.
Volvía a estar en la Caja; debería de haberlo sabido ya en lugar de hacerse ilusiones.
«No voy a dejar que el pánico me domine», se dijo a sí mismo.
Tenía que ser otra fase de las Pruebas y esta vez se resistiría, lucharía por cambiar las cosas, para acabar de una vez por todas. Era extraño, pero saber que tenía un plan, que haría todo lo posible por encontrar la libertad, le provocó una sorprendente calma.
¿Teresa?
—la llamó. Sabía que a aquellas alturas Aris y ella eran su única esperanza de comunicación con el exterior—.
¿Me oyes? ¿Aris? ¿Estás ahí?
Nadie respondió. No estaba Teresa. Ni Aris. Ni… Brenda.
Pero aquello no había sido más que un sueño. Tenía que haberlo sido. Brenda no podía trabajar para CRUEL, no podía hablarle por telepatía.
¿Teresa?
—repitió esforzándose mucho—.
¿Aris?
Nada.
Se levantó y caminó hacia el escritorio, pero a medio metro se topó con una pared invisible. Una barrera, justo igual que en el dormitorio.
Thomas no dejó que el pánico aumentara, no dejó que el miedo le dominase. Respiró hondo, volvió al rincón de la habitación, se sentó y se inclinó. Cerró los ojos y se relajó. Esperó. Medio dormido.
¿Tom? ¡Tom!
No sabía cuántas veces dijo su nombre la chica antes de que por fin respondiera.
¿Teresa?
—se despertó de repente, miró a su alrededor y recordó la habitación blanca—.
¿Dónde estás?
Nos metieron en otro dormitorio después de que aterrizara el iceberg. Llevamos aquí ya unos días, sin hacer nada. Tom, ¿qué te ha pasado?
Teresa estaba preocupada, incluso asustada. Eso lo sabía seguro. En cuanto a él, sobre todo estaba confundido.
¿Unos cuantos días?¿Qué…?
Se te llevaron en cuanto aterrizó el iceberg. No dejaban de decirnos que era demasiado tarde, que el Destello estaba muy arraigado en ti. Dijeron que te habías vuelto loco y agresivo.
Thomas intentó mostrarse lógico y no pensar en que CRUEL podía borrar la memoria.
Teresa… no es más que otra parte de las Pruebas. Me han encerrado en una habitación blanca. Pero… ¿lleváis días allí?¿Cuántos?
Tom, ha pasado casi una semana.
Thomas no podía responder. Casi fingía no haber oído lo que Teresa acababa de decirle. El miedo que había estado reprimiendo empezaba a filtrarse poco a poco en su pecho. ¿Podía confiar en ella? Ya le había mentido demasiado. ¿Y cómo sabía siquiera que realmente se trataba de ella? Ya era hora de cortar los lazos con Teresa.
¿Tom?
—Teresa volvió a llamarle—.
¿Qué pasa aquí? Estoy muy confundida.
Thomas sintió un torrente de emociones, un ardor en su interior que casi hizo que le brotaran las lágrimas. Antes consideraba a Teresa su mejor amiga, pero ya nunca volvería a ser lo mismo. Ahora lo único que sentía cuando pensaba en ella era rabia.
¡Tom!¿Por qué no…?
Teresa, escúchame.
¿Hola? Eso es lo que intento…
No, sólo… escúchame. No me digas nada más, ¿vale? Tan sólo escúchame.
Hizo una pausa.
Vale
—una tranquila y asustada voz en su mente.
Thomas ya no podía controlarlo. La furia latía en su interior. Por suerte, sólo tenía que pensar las palabras porque nunca podría haberlas dicho en voz alta.
Teresa. Vete.
Tom…
No. No digas ni una palabra más. Tan sólo… déjame en paz. Y puedes decirle a CRUEL que ya no voy a seguirles el juego. ¡Diles que me he hartado!
La chica esperó unos segundos antes de responder:
Vale
—otra pausa—.
Vale. Entonces sólo me queda otra cosa que decirte.
Thomas suspiró.
No puedo esperar.
Ella no habló enseguida, y Thomas habría pensado que ya no estaba de no ser porque aún sentía su presencia. Al final, Teresa volvió a hablar:
¿Tom?
¿Qué?
CRUEL es buena.
Y luego se marchó.
Memorándum de CRUEL Fecha: 12/02/232; hora: 21:13.
Para: Mis asociados
De: Ava Paige, ministra
Re: LAS PRUEBAS DE LA QUEMADURA, Grupos A y B
No es momento para dejar que las emociones interfieran en la tarea que tenemos entre manos. Sí, algunos acontecimientos se han desarrollado en una dirección que no habíamos previsto. No todo es idóneo —las cosas se han puesto mal—, pero hemos hecho un avance tremendo y hemos recogido muchos de los patrones que necesitábamos. Siento una gran esperanza.
Espero que todos mantengamos nuestro comportamiento profesional y recordemos nuestro propósito. Las vidas de muchísima gente están en manos de unos pocos; por ello es un momento especialmente importante para vigilar y prestar atención.
Los días venideros son fundamentales para este estudio y confío en que, cuando les devolvamos la memoria, todos nuestros sujetos estarán preparados para lo que vamos a pedirles. Seguimos teniendo los candidatos que necesitamos. Se encontrarán las últimas piezas y todo se pondrá en su sitio.
El futuro de la raza humana tiene más peso que cualquier otra cosa. Todas las muertes y sacrificios han merecido la pena para el resultado final. Se acerca el fin de todos nuestros esfuerzos y creo que el proceso funcionará. Tendremos nuestros patrones, tendremos nuestro programa. Tendremos nuestra cura.
Los psicólogos están deliberando incluso ahora. Cuando digan que ha llegado el momento adecuado, quitaremos el Golpe y les diremos a los sujetos restantes si son o no son inmunes al Destello.
Eso es todo por ahora.
— FIN DE LA SEGUNDA PARTE—
No puedo expresarlo mejor que en el primer libro. A todas las mismas personas, sobre todo a Lynette, Krista y Lauren, gracias. Habéis cambiado mi vida para siempre. Gracias también a toda la gente de Random House, que ha trabajado tanto para que esta serie tenga éxito, incluidos mis publicistas, Noreen Herits y Emily Pourciau, y a todos los representantes de ahí fuera. No puedo creer lo increíblemente afortunado y dichoso que me siento. Gracias. Y por último, a mis lectores: moláis y os quiero.