Una vez más, Thomas se sintió aliviado y sus pasos parecieron más ligeros al moverse.
Tras la tercera curva pronunciada, Teresa dijo desde atrás:
—Bueno, supongo que empezaré la historia por donde nos quedamos.
Thomas asintió. No podía creer lo bien que se sentía físicamente. Tenía el estómago milagrosamente lleno, el dolor de la paliza se le había quitado y el aire y el viento fresco le hacían sentirse vivo. No tenía ni idea de lo que llevaba el gas que había respirado, pero estaba seguro de que no era venenoso. Aun así, seguía desconfiando de Teresa; no quería mostrarse demasiado simpático.
—Todo empezó cuando estábamos hablando en mitad de la noche, justo después de que nos rescataran del Laberinto. Estaba medio dormida y, de repente, esa gente entró en mi habitación, vestida de forma extraña. Espeluznante. Con monos anchos y gafas de aviador.
—¿En serio? —preguntó Thomas por encima de su hombro. Parecían los mismos que vio después del disparo.
—Me puse histérica e intenté llamarte, pero la comunicación se cortó. La telepatía, quiero decir. No sé cómo lo supe, pero desapareció. Desde entonces hasta hoy sólo ha vuelto a rachas.
Entonces le habló en la mente:
Ahora me oyes perfectamente, ¿verdad?
Sí. ¿De verdad Aris y tú hablabais cuando estábamos en el Laberinto?
Bueno…
Dejó de hablar y, cuando Thomas volvió a mirarla, tenía una expresión preocupada.
¿Qué pasa?
—preguntó, y volvió a centrarse en el sendero antes de que cometiera alguna tontería como tropezarse o caer rodando por la montaña.
No quiero hablar de eso todavía.
—¿De…?
Se calló antes de decirlo en voz alta.
¿Hablar de qué?
Teresa no respondió.
Thomas intentó con todas sus fuerzas gritar dentro de su mente:
¡¿Hablar de qué?!
La chica permaneció en silencio unos segundos más antes de contestar finalmente:
Sí, él y yo estuvimos hablando desde que aparecí en el Claro. Sobre todo cuando estuve en ese estúpido coma.
Thomas necesitó hasta la última pizca de su fuerza de voluntad para no parar y volverse hacia ella.
¿Qué? ¿Por qué no me hablaste de él en el Laberinto?
Como si necesitara otro motivo para que no le gustara ninguno de los dos.
—¿Por qué no dejáis de hablar? —preguntó Aris de repente—. Todo el rato cotorreando sobre mí en esas bonitas cabezas vuestras.
Increíblemente, ya no parecía siniestro en absoluto. Era casi como si todo lo ocurrido en el bosque muerto fuera producto de la imaginación de Thomas.
Thomas soltó un resoplido.
—No me lo puedo creer. Vosotros dos habéis estado…
Se calló al darse cuenta de que tal vez no le sorprendía tanto después de todo. Había visto a Aris en los turbios recuerdos de sus más recientes sueños. Era parte de aquello, fuera lo que fuera. Y por el modo en que actuaban entre ellos en aquella breve escena, parecía que estaban en el mismo bando. Al menos, lo estuvieron antes.
—A la clonc —dijo al final Thomas—. Sigue hablando.
—Vale —asintió Teresa—. Hay muchas cosas que explicar, así que a partir de ahora quédate callado y escucha. ¿Lo pillas?
Las piernas de Thomas empezaron a arderle debido al ritmo constante que llevaban por la pendiente.
—De acuerdo, pero… ¿cómo sabes cuándo me estás hablando a mí y cuándo le estás hablando a él? ¿Cómo funciona?
—Funciona y punto. Eso es como si yo te pregunto cómo sabes cuándo le dices a tu pierna derecha que se mueva y cuándo se lo dices a la izquierda. Yo… lo sé. Está incorporado en mi cerebro de algún modo.
—Nosotros también lo hemos hecho, macho —dijo Aris—. ¿No te acuerdas?
—Claro que me acuerdo —masculló Thomas, molesto y frustrado a muchos niveles.
Ojalá se acordara de todo, hasta el último recuerdo; sabía que las piezas encajarían y podría seguir adelante. No entendía por qué CRUEL pensaba que era tan importante borrarles la memoria. ¿Y por qué últimamente algunos recuerdos aislados estaban regresando? ¿Era a propósito o un mero accidente? ¿Un efecto prolongado del Cambio?
Demasiadas preguntas. Demasiadas fucas preguntas, todas ellas sin respuesta.
—Muy bien —dijo al cabo—. Mantendré la boca y el cerebro cerrados. Seguid adelante.
—Podemos hablar de Aris y de mí más tarde. Ya ni me acuerdo de nuestras conversaciones, lo perdí casi todo cuando me desperté. Nuestros comas tenían que ser parte de las Variables, así que quizá podíamos comunicarnos para no volvernos locos. Bueno, colaboramos en montarlo todo, ¿no?
—¿Montarlo todo? —repitió Thomas—. Yo no…
Teresa extendió el brazo y le dio un manotazo en la espalda.
—Creía que ibas a quedarte callado.
—Sí —refunfuñó Thomas.
—Total, esas personas entraron en mi habitación vestidas con aquellos trajes espeluznantes y mi telepatía contigo se cortó. Estaba asustada y tan sólo medio despierta. En parte creía que era sólo una pesadilla. Lo siguiente que supe fue que me pusieron algo sobre la boca que olía fatal y me desmayé. Cuando desperté, estaba tumbada en una cama, en otra habitación, y había gente sentada en sillas al otro lado de esa pared extraña de cristal. No pude verla hasta que la toqué. Era como un campo de fuerza o algo por el estilo.
—Sí —afirmó Thomas—, nosotros tuvimos algo como eso.
—Luego empezaron a hablarme. Fue cuando me contaron todo el plan que Aris y yo teníamos que llevar a cabo, y esperaban que yo se lo dijera. Ya sabes, por telepatía, aunque él estaba en tu grupo. En nuestro grupo, el Grupo A. Me sacaron de mi habitación y me llevaron con el Grupo B; después nos informaron sobre la misión de ir al refugio seguro y dijeron que teníamos el Destello. Estábamos asustadas, confundidas, pero no teníamos alternativa. Fuimos por esos túneles subterráneos hasta que llegamos a las montañas. Evitamos la ciudad. Aquella vez que nos encontramos en aquel pequeño edificio y lo que ocurrió después de que nos topáramos con vosotros en el valle con todas aquellas armas, todo eso estaba planificado.
Thomas pensó en los vagos recuerdos que habían aparecido en sus sueños. Algo le decía que sabía que un escenario como aquel podía ocurrir incluso antes de ir al Claro y al Laberinto. Tenía cientos de preguntas que hacerle a Teresa, pero decidió aguantar un poco más.
Giraron en otra curva prominente y Teresa continuó:
—Sólo sé seguro dos cosas. Me dijeron que si hacía algo en contra de sus planes, te matarían. Dijeron que tenían otras opciones, sea lo que sea lo que signifique eso. Lo segundo que sé es que la razón por la que teníamos que hacerlo era porque debías sentirte totalmente traicionado. El propósito de hacer lo que te hicimos era asegurarnos de que eso ocurría.
De nuevo, Thomas pensó en aquellos recuerdos. Teresa y él habían usado la palabra
patrones
justo antes de que él la dejara. ¿Qué significaba?
—¿Y bien? —preguntó Teresa después de un rato caminando en silencio.
—¿Y bien… qué? —respondió Thomas.
—¿Qué opinas?
—¿Eso es todo? ¿Esa es toda tu explicación? ¿Se supone que ahora tengo que ponerme contento?
—Tom, no podía arriesgarme. Estaba convencida de que te matarían a menos que siguiéramos adelante. Pasara lo que pasara, al final tenías que sentirte totalmente traicionado. Por eso me ensañé tanto contigo. Pero no tengo ni idea de por qué esto era tan importante.
De repente, Thomas se dio cuenta de que toda aquella información le había provocado un nuevo dolor de cabeza.
—Bueno, pues se te dio muy bien. ¿Y qué hay de lo ocurrido en el edificio, cuando me besaste? Y… ¿por qué tenía que estar Aris involucrado en todo esto?
Teresa le agarró del brazo para detenerlo y que se volviera hacia ella.
—Tenían todo calculado. Todo para las Variables. No sé qué tiene que ver.
Thomas negó con la cabeza despacio.
—Bueno, para mí no tiene sentido nada de toda esta mierda. Y perdona si estoy un poco harto.
—¿Funcionó?
—¿Eh?
—Por algún motivo, querían que te sintieras traicionado y ha funcionado. ¿No?
Thomas hizo una pausa y se quedó mirando sus ojos azules durante un buen rato.
—Sí, ha funcionado.
—Perdona por lo que hice. Pero estás vivo y yo también. Y también Aris.
—Sí —repitió. Ya no le apetecía hablar más con ella.
—CRUEL consiguió lo que quería y yo conseguí lo que quería —Teresa miró a Aris, que había seguido caminando un poco y ahora estaba en el siguiente nivel del sendero—. Aris, date la vuelta y mira al valle.
—¿Qué? —respondió. Parecía confundido—. ¿Por qué?
—Tú hazlo.
Teresa ya no tenía aquel deje mezquino en su voz, no lo había tenido desde la cámara de gas, pero había algo que le infundía sospechas. ¿Qué estaba tramando ahora?
Aris suspiró y puso los ojos en blanco, pero le hizo caso y se dio la vuelta.
Teresa no vaciló. Rodeó el cuello de Thomas con los brazos y lo atrajo hacia ella, y él no tuvo la suficiente fuerza de voluntad para resistirse.
Se besaron, pero nada se agitó en el interior de Thomas. No sintió nada.
El viento se intensificó, agitándose y arremolinándose.
Un trueno retumbó en el cielo, cada vez más oscuro, y le dio la excusa a Thomas para apartarse de Teresa. Decidió una vez más ocultar sus duros sentimientos. El tiempo se agotaba y todavía les quedaba mucho camino por delante.
Haciendo su mejor actuación, le dedicó una sonrisa a Teresa y dijo:
—Creo que lo pillo. Hiciste un montón de cosas raras, pero te obligaron y ahora estoy vivo. Es eso, ¿no?
—Eso es.
—Entonces, dejaré de pensar en ello. Tenemos que alcanzar a los demás.
La mejor manera para conseguir llegar hasta el refugio seguro era colaborar con Teresa y Aris, y así lo haría. Ya pensaría más tarde en Teresa y en todo lo que había hecho.
—Si tú lo dices… —replicó ella con una sonrisa forzada, como si percibiera que algo no iba bien. O quizá no le gustara la posibilidad de enfrentarse a los clarianos después de lo que había pasado.
—¿Habéis acabado ahí arriba? —gritó Aris, con la vista todavía en la otra dirección.
—¡Sí! —respondió Teresa—. Y no esperes que te bese ni en la mejilla otra vez. Creo que tengo un hongo en el labio.
Thomas casi sintió náuseas al oír aquello. Volvió a bajar por la montaña, moviéndose antes de que Teresa intentara cogerle de la mano.
• • •
Tardaron una hora más en llegar al pie de la montaña. La pendiente se niveló un poco mientras se acercaban, lo que les permitió acelerar el paso. Finalmente, las curvas cesaron y trotaron el último kilómetro hasta llegar a la tierra yerma, plana y desierta que se extendía hasta el horizonte. El aire era caliente, pero el cielo nublado y el viento lo hacían soportable.
Thomas seguía sin distinguir si se habían reunido los Grupos A y B más adelante, sobre todo ahora que había perdido la vista de pájaro y el polvo enturbiaba el aire. Pero tanto los chicos como las chicas seguían caminando en grupos apiñados, en dirección norte. Incluso desde su posición estratégica, parecían reclinarse contra el viento que aumentaba según avanzaban.
A Thomas le picaban los ojos por culpa de la tierra que levantaba el aire. No dejaba de limpiárselos, pero tan sólo lo empeoraba al irritarse la piel de las comisuras. El mundo continuó oscureciéndose conforme las nubes se espesaban en el cielo sobre sus cabezas.
Tras una breve pausa para comer y beber —las provisiones que les quedaban eran cada vez más limitadas—, los tres se tomaron un momento para observar a los otros grupos.
—Acaban de empezar a subir —dijo Teresa, señalando hacia delante con una mano mientras con la otra se protegía los ojos del viento—. ¿Por qué no corren?
—Porque aún nos quedan tres horas más hasta el plazo máximo —respondió Aris, mirando su reloj—. A menos que lo hayamos calculado mal, el refugio seguro debería de estar a pocos kilómetros a este lado de las montañas. Pero no veo nada.
Thomas odiaba admitirlo, pero la esperanza de que no lo hubieran visto a causa de la distancia se había desvanecido.
—Por cómo se están arrastrando, está claro que ellas tampoco lo ven. No debe de estar ahí. No tienen nada hacia lo que correr más que el desierto.
Aris miró el cielo gris negruzco.
—Tiene mala pinta ahí arriba. ¿Y si recibimos otra de esas bonitas tormentas eléctricas?
—Será mejor que no estemos en las montañas si eso pasa —repuso Thomas. ¿No sería una manera perfecta de acabar todo aquello?, pensó. Carbonizados por unos rayos de electricidad mientras buscaban un refugio seguro que nunca estuvo allí.
—Vamos a alcanzarlos —dijo Teresa—. Después ya pensaremos qué hacer —se dio la vuelta para mirar a los chicos y se puso las manos en las caderas—. ¿Estáis preparados?
—Sí —respondió Thomas. Intentaba no hundirse en el abismo del pánico y la preocupación que amenazaba con tragárselo. Tenía que haber una explicación. Tenía que haberla.
Aris se encogió de hombros como respuesta.
—Pues corramos —contestó Teresa, y antes de que Thomas pudiera responder, la chica ya se había ido, con Aris pegado a sus talones.
Thomas respiró hondo. Por alguna razón, todo aquello le recordaba a la primera vez que salió a correr por el Laberinto con Minho. Y aquello le preocupaba. Exhaló y fue detrás de los otros dos.
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