Las llanuras del tránsito (117 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
2.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

Aunque Losaduna las introdujo lentamente en el estanque, para que se fuesen acostumbrando al calor, Ayla necesitó mucho más tiempo para llegar a los asientos de piedra. Pero cuando se sumergió más en el agua, sintió los efectos calmantes del calor. Cuando se sentó y el agua le llegó al mentón, comenzó a aflojar los músculos. Se dijo que no era tan desagradable una vez que uno se acostumbraba. En realidad, el calor hacía bien.

Cuando estuvieron instalados y se acostumbraron al agua, Losaduna indicó a Ayla que contuviese la respiración y metiese la cabeza bajo el agua. Cuando ella emergió, sonriendo, Losaduna dijo a Madenia que hiciera lo mismo. Después, él también se sumergió y salió del estanque con las mujeres.

Losaduna se acercó a la cortina de la entrada y levantó un cuenco de madera que estaba del lado interior. En el cuenco había una sustancia espesa, de color amarillo pálido, que parecía una espuma densa. Depositó el cuenco en un lugar que estaba pavimentado con piedras lisas ajustadas. Introdujo la mano, sacó un puñado de espuma y la pasó sobre su cuerpo; dijo a Ayla que hiciera lo mismo con Madenia y luego con su propio cuerpo, y que no olvidase sus cabellos.

El hombre canturreó sin palabras mientras se frotaba con la sustancia suave y resbaladiza, pero Ayla tuvo la sensación de que su canto no era tanto un rito cuanto una manifestación de placer. Ella se sentía un poco aturdida y se preguntó si sería el resultado del brebaje que habían bebido.

Cuando terminaron y habían usado toda la espuma jabonosa, Losaduna tomó el cuenco de madera, se acercó al estanque y lo llenó con agua; después, regresó al lugar pavimentado con piedras y volcó el agua sobre su cabeza, para quitarse la espuma. Volcó sobre sí mismo otros dos cuencos de agua, y después trajo más y los vertió sobre Madenia y sobre Ayla. El agua corrió lejos del estanque, entre las grietas de las piedras del pavimento. Después, El Que Servía a la Madre las condujo de nuevo al estanque de agua caliente, otra vez cantando sin palabras.

Mientras estaban sentados, se empapaban y casi flotaban en el agua mineralizada, Ayla sintió que se le aflojaban completamente los músculos. El estanque de agua caliente le recordaba los baños de sudor de los mamutoi, pero esto era quizá incluso mejor. Cuando Losaduna llegó a la conclusión de que ya habían tenido suficiente, se inclinó hacia el extremo más profundo del estanque y retiró un tapón de madera. Mientras el agua comenzaba a escaparse por el conducto profundo, el hombre inició una sucesión de gritos, que por un momento la impresionaron.

–¡Malos espíritus, fuera! Aguas purificadoras de la Madre, borrad todos los rastros del contacto con Charoli y todos sus hombres. Impurezas, escapaos con el agua, abandonad este lugar. Cuando el agua haya salido, Madenia estará limpia y purificada. ¡Los poderes de la Madre la han devuelto al estado anterior!

Todos salieron del agua.

Sin detenerse a recoger las ropas, Losaduna las condujo fuera del recinto. Tenían el cuerpo tan caliente por el agua que el viento frío y el suelo congelado sobre la piel desnuda les parecieron refrescantes. Las pocas personas que estaban fuera los ignoraron o desviaron la mirada al cruzarse con ellos. Con un sentimiento de desagrado, Ayla recordó de pronto otra ocasión en que la gente la miraba directamente, pero se negaba a verla. Mas aquello no era lo mismo que sufrir la maldición del clan. Ella podía adivinar que ahora la gente realmente los veía. Fingían que no era así, más por cortesía que como una maldición. La caminata les aterió rápidamente, y cuando llegaron al refugio ceremonial, agradecieron encontrar mantas secas y suaves para envolverse, y una infusión de menta caliente.

Ayla se miró las manos cerradas alrededor de la taza. ¡Estaban arrugadas, pero absolutamente limpias! Cuando comenzó a peinarse los cabellos con un objeto que tenía varios dientes de hueso, advirtió que crujían cuando les pasaba el peine.

–¿Qué era esa espuma suave y resbaladiza? –preguntó–. Limpia como la raíz jabonosa, pero mucho mejor.

–Solandia la fabrica –dijo Losaduna–. Tiene algo que ver con las cenizas de madera y la grasa, pero tendrás que preguntárselo a ella.

Cuando terminó con sus cabellos, Ayla comenzó a peinar los de Madenia.

–¿Cómo conseguís que el agua esté tan caliente?

El hombre sonrió.

–Es un don de la Madre a los losadunai. En esta región hay varias fuentes de agua caliente. Algunas pueden ser usadas por todos, en cualquier momento, pero otras son más sagradas. Creemos que ésta es el centro, la fuente de la cual derivan las otras, y por eso es la más sagrada de todas. De ahí que esta caverna merezca honras especiales. Y también por eso es tan difícil para una persona salir de aquí; pero nuestra caverna ya tiene muchos habitantes, de modo que un grupo de jóvenes está pensando en la fundación de una nueva caverna. Río abajo, sobre la otra orilla, hay un lugar que les agradaría; pero ése es territorio de los cabezas chatas, o está muy cerca de ellos, de manera que no han decidido lo que van a hacer.

Ayla asintió, sintiendo el cuerpo tan caliente y relajado que no deseaba moverse. Vio que Madenia también estaba más serena, no tan rígida ni tan retraída.

–¡Qué maravilloso don es el agua caliente! –dijo Ayla.

–Es importante que aprendamos a apreciar todos los dones de la Madre –afirmó el hombre–, pero sobre todo su Don del Placer.

Madenia se puso rígida.

–¡Su don es mentira! ¡No es placer, sino dolor! –Era la primera vez que hablaba–. Aunque yo les rogaba, no se detenían. Sólo se reían, ¡y cuando uno terminaba empezaba otro! Yo quería morirme –dijo Madenia, y sollozó.

Ayla se puso en pie, se acercó a la joven y la abrazó.

–¡Era mi primera vez y no querían detenerse! No querían detenerse –gritó varias veces Madenia–. ¡Ningún hombre volverá a tocarme!

–Tienes derecho a estar furiosa. Tienes derecho a llorar. Te hicieron algo terrible. Sé lo que sientes –dijo Ayla.

La joven se apartó.

–¿Cómo sabes lo que siento? –preguntó, desbordando amargura e irritación.

–Una vez fue también un dolor y una humillación para mí –confesó Ayla.

La joven pareció sorprendida, pero Losaduna asintió, como si de pronto comprendiese algo.

–Madenia –dijo Ayla con voz dulce–, cuando yo tenía más o menos la misma edad que tú, e incluso creo que era un poco más joven, pero no mucho después de comenzar mi período lunar, también fui forzada. Era mi primera vez. No sabía que eso estaba destinado al placer. Para mí fue sólo sufrimiento.

–¿Pero fue un solo hombre? –dijo Madenia.

–Un solo hombre, pero después me lo impuso muchas veces, ¡y yo le odiaba! –dijo Ayla, sorprendida de la cólera que aún sentía.

–¿Muchas veces? ¿Incluso después de ser forzada la primera vez? ¿Cómo es posible que nadie se lo impidiese?

–Creían que estaba en su derecho. Pensaron que mi actitud era equivocada cuando sentía tanta cólera y tanto odio, y no entendían por qué sufría. Comencé a preguntarme si en mí había algo que estaba mal. Después de un tiempo, ya no sentí dolor, pero tampoco placer. No lo hacía por darme placer. Lo hacía para humillarme, y yo jamás dejé de aborrecer aquello. Pero... dejé de preocuparme. Sucedió algo maravilloso, y no me importaba lo que él hiciera, yo pensaba en otra cosa, algo que era grato, y le ignoraba. Cuando él no pudo lograr que yo sintiera nada, ni siquiera cólera, creo que se sintió humillado y finalmente me echó. Pero yo no quería que ningún hombre volviese a tocarme.

–¡Ningún hombre volverá a tocarme jamás! –exclamó Madenia.

–Madenia, no todos los hombres son como Charoli y su gente. Algunos se parecen a Jondalar. Él fue quien me enseñó la alegría y el placer del don de la Madre, y te aseguro que es un don maravilloso. Concédete a ti misma la oportunidad de conocer a un hombre como Jondalar, y tú también aprenderás a saborear esa alegría.

Madenia meneó la cabeza.

–¡No! ¡No! ¡Es terrible!

–Sé que fue terrible. Incluso es posible abusar de los mejores dones y convertir el bien en mal. Pero un día querrás ser madre y nunca serás madre, Madenia, si no compartes con un hombre el don de la Madre –dijo Ayla.

Madenia lloraba; tenía la cara húmeda de lágrimas.

–No digas eso. No deseo escucharlo.

–Sé que no lo deseas, pero es la verdad. No permitas que Charoli destruya lo bueno que hay en ti. No permitas que te arrebaten tu posibilidad de ser madre. Realiza tus Primeros Ritos y así podrás saber que no es necesario que sea tan terrible. Yo finalmente lo supe, aunque no hubo una asamblea ni una ceremonia para celebrarlo. La Madre encontró el modo de darme esa alegría. Me envió a Jondalar. Madenia, el don es algo más que los placeres; es mucho más, si se comparte con delicadeza y amor. Si el dolor que yo sufrí la primera vez fue el precio que tuve que pagar, de buena gana lo pagaría muchas veces por el amor que he conocido. Has sufrido tanto que quizá la Madre también te dé a ti algo especial, si Le concedes una oportunidad. Piénsalo, Madenia. No digas que no antes de haberlo pensado.

Ayla despertó sintiéndose más descansada y renovada de lo que le había sucedido nunca. Sonrió perezosamente y extendió la mano hacia Jondalar, pero él ya se había levantado y había salido. Sintió una punzada de decepción; después recordó que él la había despertado para comunicarle que saldría a cazar con Laduni y algunos de los cazadores y para preguntarle de nuevo si deseaba ir con ellos. Ella había rechazado el mismo ofrecimiento que le habían hecho la noche anterior, porque tenía otros planes para la jornada y se había quedado en la cama gozando del raro lujo de arrebujarse bajo las pieles cálidas.

Ahora decidió levantarse. Se estiró y se pasó las manos por los cabellos, complacida con su sedosa suavidad. Solandia había prometido explicarle cómo preparar la sustancia espumosa que la había hecho sentirse tan limpia y había dejado tan suaves sus cabellos.

El desayuno estuvo constituido por el mismo alimento que habían consumido desde la llegada, un caldo con trozos de pescado de agua dulce seco, capturado durante un período anterior del año en las aguas del Río de la Gran Madre.

Jondalar le había explicado que la caverna estaba escasa de provisiones y que por eso saldría a cazar, a pesar de que lo que la gente más ansiaba no era la carne o el pescado. No pasaban hambre, tampoco carecían de comida –tenían suficiente para sus necesidades–, pero estaban tan próximos al término del invierno que la variedad era limitada. Todos estaban cansados de la carne del pescado seco. Hasta la carne fresca supondría un cambio, aunque no totalmente satisfactorio. Deseaban los productos verdes, los brotes de las plantas y los frutos nuevos, los primeros productos de la primavera. Ayla había realizado una incursión por la zona que se extendía alrededor de la caverna, pero los losadunai habían estado fuera durante toda la estación y lo habían dejado limpio. Aún conservaban una provisión razonable de grasa, lo que les permitía obviar la necesidad de proteínas y les suministraba calorías suficientes para mantenerlos saludables, aunque generalmente se agregaba a las sopas preparadas para las comidas siguientes del día.

El festín que sería parte de la Ceremonia de la Madre, al día siguiente, tendría proporciones bastante limitadas. Ayla ya había decicido aportar sus últimas reservas de sal y otras hierbas para condimentar y acentuar el sabor, así como también valiosos nutrientes: las vitaminas y los minerales que el cuerpo de aquella gente necesitaba y que era la causa principal del ansia general. Solandia le había mostrado la pequeña provisión de bebidas fermentadas, en su mayor parte cerveza de alerce, que, según decía, darían a la ocasión un carácter festivo.

La mujer también se proponía usar parte de la grasa almacenada para confeccionar una nueva tanda de sopa. Cuando Ayla expresó su preocupación ante la perspectiva de que estuvieran utilizando alimentos necesarios, Solandia dijo que a Losaduna le gustaba emplearlos en las ceremonias y afirmó, además, que su provisión de jabón estaba casi agotada. Mientras la mujer mayor cuidaba de sus niños y lo preparaba todo, Ayla salió con Lobo para inspeccionar a Whinney y a Corredor y pasar un rato con ellos.

Solandia se acercó a la gran abertura de la cueva para decir a Ayla que estaba lista, pero permaneció allí un momento y observó a la visitante. Ayla acababa de regresar de un galope a través del campo y reía y jugaba con los animales. Por el comportamiento de Ayla hacia ellos, Solandia llegó a la conclusión de que los animales eran como los hijos de la joven.

Algunos de los niños de la caverna también estaban mirando; entre ellos había un par de hijos de Solandia. Gritaban y llamaban a Lobo, que miraba a Ayla, sin duda deseoso de unirse a los pequeños, pero esperando su aprobación. Ayla vio a la mujer en la entrada de la caverna y se acercó deprisa a Solandia.

–Confiaba en que Lobo podría entretener al más pequeño –dijo Solandia–. Verdegia y Madenia vendrán a ayudarnos, pero el proceso necesita mucha concentración.

–¡Oh, madre! –exclamó Dosalia, la hija mayor. Era una de las que había intentado atraer al lobo–. El niño siempre está deseando jugar con él.

–Bien, si quieres ocuparte tú de cuidar al pequeño...

La niña frunció el entrecejo y después sonrió.

–¿Podemos traerlo aquí? No hay viento y yo le abrigaré bien.

–Imagino que puedes hacerlo –consintió Solandia.

Ayla miró al lobo, que la observaba expectante.

–Lobo, cuida al pequeño –dijo. Él gimió, lo que, al parecer, era su respuesta.

–Tengo una porción de buena grasa de mamut, que derretí en el otoño –dijo Solandia, mientras se acercaba al espacio cerrado de su morada–. Tuvimos suerte cazando al mamut el año pasado. Por eso todavía tenemos mucha grasa, y eso es bueno. El invierno habría sido duro sin ella. He comenzado a derretir la grasa. –Llegaron a la entrada en el momento mismo en que los niños salían, trayendo con ellos al más pequeño–. No perdáis el mitón de Micheri –les gritó Solandia.

Verdegia y Madenia ya estaban dentro.

–He traído un poco de ceniza –dijo Verdegia. Madenia se limitó a esbozar una sonrisa un tanto vacilante.

Solandia se sintió complacida de verla dispuesta a abandonar la cama y a alternar de nuevo con la gente. No sabía qué habían hecho en la fuente de aguas calientes, pero presumía que había dado buenos resultados.

–Madenia, he puesto algunas piedras de cocinar en el fuego, para preparar una infusión. ¿Quieres ocuparte de eso? –preguntó–. Después usaré el resto para recalentar el agua que permitirá derretir la grasa.

Other books

Prophecy of the Sisters by Michelle Zink
Corbenic by Catherine Fisher
Fatal Exposure by Lia Slater
Still by Mayburn, Ann
Rose and Helena Save Christmas: a novella by Jana DeLeon, Denise Grover Swank
Love by the Morning Star by Laura L. Sullivan