Las llanuras del tránsito (116 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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–¿Hay algo que yo deba decir o hacer?

–Tienes una sensibilidad natural y tú misma sabrás a qué atenerte. Además, posees una rara y natural capacidad para las lenguas nuevas. Estoy sinceramente sorprendido de la rapidez con que has aprendido a hablar el losadunai, y te estoy agradecido también en nombre de Madenia –dijo Losaduna.

Ayla se sintió incómoda ante tanto elogio y desvió la mirada. Todo eso no le parecía sorprendente en modo alguno.

–Es muy parecido al zelandoni –dijo.

Losaduna percibió la incomodidad de Ayla, y no insistió en el tema. Ambos volvieron la mirada cuando entró Solandia.

–Todo está dispuesto –confirmó la mujer–. Me llevaré a los niños y prepararé este lugar para ti cuando hayas terminado. ¡Ah!, y eso me recuerda una cosa: Ayla, ¿tienes inconveniente en que me lleve a Lobo? El niño más pequeño se ha apegado mucho al animal, y él los mantiene a todos ocupados. –La mujer sonrió–. ¿Quién hubiera pensado que alguna vez pediría que un lobo viniese a cuidar a mis hijos?

–Creo que será mejor que te acompañe –dijo Ayla–. Madenia no conoce a Lobo.

–Bien, ¿vamos a buscarla? –preguntó Losaduna.

Mientras caminaban juntos hacia la morada de Madenia y su madre, Ayla advirtió que ella era más alta que el hombre y recordó que, al verle la primera vez, había tenido la impresión de que era un individuo pequeño y tímido. La sorprendía cómo había cambiado su opinión sobre Losaduna. Aunque tenía escasa estatura y adoptaba una actitud reservada, su intelecto firme le confería estatura, su tranquila dignidad disimulaba una sensibilidad profunda y una presencia enérgica.

Losaduna rascó el rígido cuero crudo extendido sobre un rectángulo de delgadas varas. La puerta de entrada se abrió hacia fuera y fueron recibidos por una mujer mayor. Frunció el entrecejo cuando vio a Ayla y le dirigió una mirada agria; sin duda estaba incómoda porque la forastera había venido.

La mujer atacó de inmediato, desbordante de acritud y cólera.

–¿Todavía no han encontrado a ese hombre? A ese hombre que me robó a los nietos, antes incluso de que tuviesen oportunidad de nacer.

–Verdegia, que encontremos a Charoli no significa que recuperarás a tus nietos, y ésa no es mi preocupación en este momento. Me interesa Madenia. ¿Cómo está? –dijo Losaduna.

–No quiere abandonar la cama y apenas come. Ni siquiera acepta haber vuelto. Era una niña muy bonita y estaba convirtiéndose en una hermosa mujer. No hubiera tenido dificultad en encontrar compañero, pero Charoli y sus hombres la han destruido.

–¿Por qué crees que está tan mal? –preguntó Ayla.

La mujer mayor miró a Ayla como si fuera estúpida.

–¿Esta mujer no sabe nada? –preguntó Verdegia a Losaduna, y después se volvió hacia Ayla–. Madenia ni siquiera pasó por sus Primeros Ritos. Está mancillada, arruinada. Ahora la Madre jamás la bendecirá.

–No estés tan segura de eso. La Madre no es tan cruel –dijo el hombre–. Conoce las cosas de Sus hijos y ha suministrado los medios, otros modos de ayudarlos. Es posible limpiar y purificar a Madenia, renovarla, de modo que todavía acepte pasar por sus ritos de los Primeros Placeres.

–De nada servirá. Rechaza todo lo que tenga que ver con los hombres, incluso los Primeros Ritos –dijo Verdegia–. Todos mis hijos fueron a vivir con sus compañeras; todas dijeron que no disponíamos de espacio en nuestra caverna para tantas familias nuevas. Madenia es mi última hija, la hija única. Desde que mi hombre murió, he estado esperando que trajera aquí a un compañero, que hubiera cerca un hombre que ayudase a mantener a los niños que ella tuviera, es decir, a mis nietos. Ahora ya no tendré nietos que vivan aquí. Y todo a causa de ese..., de ese hombre –escupió la palabra–, y nadie hace nada al respecto.

–Sabes que Laduni espera tener noticias de Tomasi –dijo Losaduna.

–¡Tomasi! –Verdegia escupió el nombre–. ¿De qué nos sirve ese individuo? Su caverna produjo a ese..., ese hombre.

–Tienes que darles una oportunidad. Pero no necesitamos esperar a que hagan algo para ayudar a Madenia. Después que se vea limpia y renovada, tal vez cambie de actitud con respecto a sus Primeros Ritos. Por lo menos, debemos intentarlo.

–Puedes intentarlo, pero no se levantará –dijo la mujer.

–Tal vez podamos reanimarla –sugirió Losaduna–. ¿Dónde está?

–Allí, detrás de la cortina –dijo Verdegia, señalando un espacio cerrado próximo a la pared de piedra.

Losaduna se acercó al lugar y apartó la cortina, de modo que la luz entró en la alcoba en sombras. La muchacha, sentada en la cama, levantó una mano para evitar el golpe de luz.

–Madenia, levántate ahora –ordenó Losaduna. Su tono era firme pero amable. Ella volvió la cara–. Ayla, ayúdame.

Los dos la obligaron a sentarse y después la ayudaron a ponerse en pie. Madenia no se resistía, pero tampoco cooperaba. Uno a cada lado, la sacaron del espacio cerrado y salieron de la caverna. Pareció que la jovencita no advertía que el suelo estaba helado y cubierto de nieve, y eso a pesar de que estaba descalza. La llevaron a una amplia tienda cónica que Ayla no había visto antes. Estaba escondida en un lateral de la caverna, separada del resto por rocas y matorrales; del respiradero practicado en el extremo superior salía vapor. En el aire había un fuerte olor a azufre.

Una vez dentro, Losaduna cogió un pedazo de cuero que cubría la abertura y lo ató. Estaban en un pequeño espacio de acceso, separado del resto del interior por pesadas cortinas de cuero, que a Ayla le parecieron de mamut. Aunque la temperatura era muy baja, dentro hacía calor. Se había levantado una tienda de paredes dobles sobre una fuente de aguas termales, que proporcionaba calefacción; pero, a pesar del vapor, las paredes parecían bastante secas. Aunque se formaba un poco de humedad, que se convertía en gotas que descendían por los costados en pendiente hasta el reborde del lienzo que cubría el suelo, la mayor parte de la condensación aparecía sobre la cara exterior de la pared externa, donde el frío de fuera entraba en contacto con el calor y el vapor del ambiente cerrado. El espacio de aire aislante que quedaba entre las dos paredes tenía una temperatura más elevada y mantenía casi seca la pared interior.

Losaduna les ordenó que se desnudasen, y cuando Madenia se negó, el hombre dijo a Ayla que lo hiciera ella. La joven se aferró a sus ropas cuando Ayla intentó quitárselas y miró con los ojos muy abiertos al Que Servía a la Madre.

–Trata de desnudarla, pero si no te lo permite, tráetela vestida –dijo Losaduna, y después se deslizó detrás de la pesada cortina, que dejó escapar un hilo de vapor. Cuando el hombre se retiró, Ayla consiguió despojar de sus prendas a la joven, después se desnudó a toda prisa también ella y condujo a Madenia a la habitación que estaba al otro lado de la cortina.

Las nubes de vapor velaban el espacio interior con una neblina tibia que desdibujaba los perfiles y difuminaba los detalles, pero Ayla alcanzó a ver un estanque revestido de piedras junto a una fuente natural de agua caliente. Un orificio que conectaba los dos espacios estaba obturado con un tapón de madera tallada. En el lado opuesto del estanque, un tronco vaciado, que traía agua fría de un arroyo cercano, había sido elevado de modo que se inclinaba en dirección contraria al estanque, con lo que se evitaba que el flujo entrase en él. Cuando las nubes de vapor se disiparon un momento, vio que el interior de la tienda estaba pintado con imágenes de animales, muchos de ellos preñados, y la mayor parte descoloridos a causa de la condensación del agua; también había misteriosos triángulos, círculos, trapezoides y otras formas geométricas.

Alrededor de los estanques, pero sin llegar a cubrir todo el espacio que los separaba de la pared de la tienda, se habían dispuesto gruesos colchones de lana afelpada de musmón sobre la que cubría el suelo, de modo que los pies reposaban descalzos sobre un piso maravillosamente suave y tibio. El revestimiento estaba marcado por formas y líneas que conducían al lateral izquierdo y menos profundo del estanque. Podían verse bancos de piedra bajo el agua, contra la pared del lateral derecho, que era más profundo. Cerca del fondo había una plataforma elevada de tierra, que sostenía tres parpadeantes lámparas de piedra –cuencos en forma de plato, llenos de grasa derretida, con una mecha de una sustancia aromática flotando en el centro– que rodeaban una estatuilla de una mujer de proporciones generosas. Ayla la identificó como una figura que representaba a la Gran Madre Tierra.

Un hogar cuidadosamente construido en el interior de un círculo casi perfecto de piedras redondas, prácticamente idénticas por la forma y el tamaño, estaba frente al altar de tierra. Losaduna emergió de la bruma de vapor y tomó una varita que estaba junto a una de las lámparas. Tenía una burbuja de material oscuro en un extremo y él la acercó a la llama. Prendió enseguida y, por el olor, Ayla comprendió que había sido sumergida en brea. Losaduna acercó la varita, protegiendo la llama con la mano, al hogar ya preparado, y al prender la yesca, encendió el fuego. Se desprendió un olor intensamente aromático pero agradable, que disimuló el del azufre.

–Seguidme –dijo. Después, apoyando el pie izquierdo en uno de los acolchados de lana que estaban entre las dos líneas paralelas, comenzó a caminar alrededor del estanque a lo largo de un sendero definido con precisión. Madenia caminó detrás, sin saber dónde ponía los pies ni preocuparse por ello; pero Ayla, que observaba a Losaduna, siguió sus pasos. Realizaron un recorrido completo del estanque y la fuente de agua caliente, pasaron sobre el conducto de agua fría y atravesaron una profunda zanja de desagüe. Cuando inició la segunda vuelta, Losaduna comenzó a cantar en una especie de canturreo invocando a la Madre con nombres y títulos:

«Oh, Duna, Gran Madre Tierra, Proveedora Grande y Benéfica, Gran Madre de Todos, La Original, Primera Madre, La que bendice a todas las mujeres, Madre Muy Compasiva, escucha nuestro ruego.»

El hombre repitió varias veces la invocación y todos describieron por segunda vez un círculo alrededor del agua.

Cuando apoyó el pie izquierdo entre las líneas paralelas del primer acolchado, para iniciar el tercer círculo, había llegado a las palabras «Madre Muy Compasiva, escucha nuestro ruego», pero, en lugar de repetirlas, continuó con: «Oh, Duna, Gran Madre Tierra, una de Tus propias hijas fue herida. Una de Tus propias hijas ha sido violada. Una de Tus propias hijas debe ser limpiada y purificada para recibir Tu bendición. Grande y Benéfica Proveedora, una de Tus propias hijas necesita Tu ayuda. Es necesario curarla. Es necesario recobrarla. Renuévala, Gran Madre de Todos, y ayúdala a conocer la alegría de Tus Dones. Ayúdala, Tú la Original, a conocer Tus Ritos de los Primeros Placeres. Ayúdala, Primera Madre, a recibir Tu Bendición. Madre Muy Compasiva, ayuda a Madenia, hija de Verdegia, hija de los losadunai, los Hijos de la Tierra que viven cerca de las altas montañas».

Ayla estaba conmovida y fascinada por las palabras y la ceremonia, y le pareció que advertía señales de interés en Madenia, lo cual le agradó. Después de terminar el tercer circuito, Losaduna las condujo, también ahora con pasos cuidadosamente dados mientras continuaba su ruego, al altar de tierra, en donde ardían las tres lámparas alrededor de la figurilla de la Madre, es decir, el Dunai. Al lado de otra lámpara había un objeto semejante a un cuchillo, tallado en hueso. Era bastante ancho, de doble filo, con una punta un tanto redondeada. Losaduna lo recogió y después llevó al hogar a las dos mujeres.

Se sentaron alrededor del fuego, frente al estanque, muy juntos, con Madenia en el centro. El hombre agregó a las llamas piedras de quemar, después de retirarlas de una pila cercana. Más tarde, de una alacena que estaba a un lado de la plataforma elevada de tierra, Losaduna tomó un cuenco. Estaba hecho de piedra, y era probable que originalmente tuviera la forma de un cuenco natural, pero se le había ahondado golpeándolo con un martillo duro. El fondo estaba ennegrecido. Llenó el cuenco con agua de un pequeño recipiente que también estaba en el nicho, agregó hojas secas de un canastillo y puso el cuenco de piedra directamente sobre los carbones candentes.

Después, en una zona lisa de tierra fina y seca, rodeada por acolchados de lana, hizo una marca con el cuchillo de hueso. De pronto, Ayla comprendió qué era aquel implemento de hueso. Los mamutoi usaban un instrumento análogo para dejar marcas en la tierra, llevar la cuenta de las cosas y los resultados del juego, planear estrategias de caza; y también, cuando se contaba una historia, para trazar imágenes que ilustraban la narración. Mientras Losaduna continuaba haciendo marcas, Ayla comprendió que usaba el cuchillo para apoyar el relato de una historia, aunque no se trataba de un relato destinado simplemente a entretener. Narró la historia acompañándose del mismo canturreo que había empleado para formular su ruego, dibujando pájaros para destacar y reforzar los puntos que le interesaba recalcar. Ayla se dio muy pronto cuenta de que la historia era una repetición alegórica del ataque a Madenia, empleando pájaros como personajes.

Ahora era evidente que la joven estaba reaccionando y que se identificaba con el pajarillo hembra mencionado por Losaduna; de pronto, con un sollozo estridente, comenzó a llorar. Con el lado liso del cuchillo de dibujar, El Que Servía a la Madre borró toda la escena.

–¡Desapareció! Nunca sucedió –dijo, y después trazó sólo una imagen del pajarillo–. Ahora está de nuevo entera, como era al comienzo. Con la ayuda de la Madre, eso es lo que te sucederá, Madenia. Todo habrá pasado, como si nunca hubiese sucedido.

Un aroma de menta, con una intensidad conocida pero que Ayla no atinaba a identificar, comenzó a difundirse por toda la tienda llena de vapor. Losaduna inspeccionó el agua que se calentaba sobre el carbón y después sacó una taza.

–Bebe esto –dijo.

Madenia se sorprendió, pero antes de que pudiera pensar u oponerse, bebió el líquido. Sacó otra taza para Ayla y, finalmente, una para sí mismo. Después, se puso en pie y las condujo al estanque.

Losaduna entró en el agua humeante con movimientos lentos, pero sin vacilar. Madenia le siguió y, sin pensarlo, Ayla la imitó. Pero cuando hundió el pie en el agua, lo retiró deprisa. ¡Estaba muy caliente! «Esta agua tiene una temperatura suficiente para cocinar», se dijo para sus adentros. Sólo poniendo en juego toda su voluntad consiguió devolver el pie al agua, pero permaneció así unos minutos, antes de decidirse a dar otro paso. Ayla se había bañado o nadado a menudo en las aguas frías de los ríos, los arroyos y los estanques, incluso en agua tan fría que necesitaba romper una capa de hielo, y también se había lavado con agua calentada al fuego; pero nunca se había sumergido hasta entonces en agua caliente.

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