Read Las esferas de sueños Online
Authors: Elaine Cunningham
—Sí. ¿Y qué?
—Deberías pensar en ello.
—¿Y qué me dices de la familia Dezlentyr? —repuso recordando de pronto un ejemplo—. Corinn y Corinna son semielfos, y Corinn heredará el título.
—Ya verás cómo se cuestiona ese derecho —respondió ella en tono atribulado—.
Ambos son hijos de la esposa elfa de lord Arlos. De su primera esposa —recalcó Cassandra—. ¿Recuerdas las circunstancias de su muerte?
Danilo recuperó de la memoria una historia que había oído en su juventud y que había olvidado mucho tiempo atrás.
—Fue encontrada muerta en el jardín —dijo lentamente—. Si no recuerdo mal, lord Arlos insistió en que había sido obra de asesinos profesionales. Según él, sus enemigos no podían tolerar que razas no humanas se mezclaran con la nobleza de Aguas Profundas, y afirmó que su esposa había sido asesinada por eso. Sin duda, no eran más que los desvaríos de un hombre destrozado por el dolor —añadió con énfasis.
—¿De veras? —Los ojos de Cassandra buscaron de nuevo los suyos.
Sobrevino un largo momento de silencio durante el cual Danilo no pudo hallar nada que replicar a tamaña absurdidad. Antes de que pudiera recuperarse, su madre se alejó y fue absorbida por el círculo de bailarines.
Arilyn recorrió majestuosamente los iluminados corredores sin prestar atención a las espinas que habían atravesado el delgado calzado que llevaba. En esos momentos, hubiese cambiado de buena gana su mejor caballo por un par de botas recias y prácticas, no sólo porque le hubieran ahorrado clavarse en los pies las espinas de la flor celeste, sino también para propinar un buen puntapié a Danilo en el trasero.
¿Qué mosca le había picado? Cierto era que a Dan le encantaba gastar bromas y que fingía ser un lechuguino superficial y cabeza de chorlito para actuar con mayor libertad. Todo eso Arilyn lo aceptaba, e incluso se divertía secretamente con la actuación del joven. Había aprendido a ver más allá de la broma, y por lo general, convenía con los propósitos del joven, aunque no siempre con sus métodos. No obstante, el truco de esa noche escapaba por completo a su comprensión.
Una vez más calmada, recordó la expresión de perplejidad que se pintó en la faz
de Danilo. Además la había advertido usando el idioma elfo, lo cual era muy extraño, pues el joven ponía mucho esmero en ocultar a sus compatriotas su conocimiento de ese idioma. Definitivamente, lo de esa noche no había sido una broma estúpida.
—¿Falta mucho? —preguntó a la doncella tras doblar la enésima esquina del laberinto de pasillos y habitaciones de la mansión Thann.
La muchacha la miró por encima del hombro con una sonrisa comprensiva.
—Es una fiesta maravillosa, pese al incidente. Entiendo que estéis ansiosa por regresar a ella.
Arilyn alzó la vista al techo y se mordió la lengua. Tal vez era una fiesta maravillosa según los estándares humanos, pero para ella resultaba inevitable compararla con los festivales elfos. En Aguas Profundas se celebraban fiestas para hacer política, cerrar negocios y fraguar intrigas; no son para gozar y festejar realmente.
¿Qué podría saber la doncella de tales cosas? ¿Cómo podría conocer el gozo y la unidad de los festivales elfos? A juzgar por la sonrisa transparente y apacible de la muchacha, tampoco sabía nada de la pena y las complejidades que podían resultar de lo anterior. Arilyn no sabía si compadecerla o envidiarla.
Finalmente, la doncella le franqueó la entrada a una habitación e insistió en mostrarle un lujoso vestido tras otro, exponiendo los méritos de cada uno de ellos.
Ansiosa por acabar, Arilyn señaló un vestido plateado que le parecía de su talla y que era lo suficientemente holgado como para permitirle moverse con libertad. Entonces, se quitó las sandalias y se las tendió a la doncella para darle algo que hacer. La muchacha lanzó una exclamación de horror al ver las espinas clavadas en el delicado tejido y, sin perder ni un segundo, empezó a arrancarlas y limpiar las manchas.
Arilyn, abandonada a sus propios recursos, se despojó rápidamente de su vestido hecho jirones y se puso el otro. Con una vigorosa sacudida, eliminó los restos de ramitas y hojas que se le habían quedado prendidos en el pelo y dejó que sus negros rizos le cayeran libremente sobre los hombros. Mientras esperaba que la doncella le devolviera el calzado, basculaba con impaciencia de un pie a otro.
—Me temo que es imposible hacer nada —dijo al fin la criada, lanzando al mismo tiempo una mirada de reproche a la semielfa—. Las habéis manchado con vuestra sangre.
—Qué poca consideración por mi parte —repuso Arilyn secamente—. ¿Hay botas ahí? —preguntó señalando con la cabeza el armario empotrado del tamaño de otra habitación.
La doncella abrió mucho los ojos y farfulló encendidas protestas. Arilyn dejó que hablara y se limitó a enarcar una ceja. La muchacha se dio por vencida con un suspiro.
Pocos momentos después, salía del armario sosteniendo cautelosamente con dos dedos un par de botas de cuero, bajas y de suela fina.
—No es un calzado apropiado. Lady Cassandra me ordenó que os atendiera y os proporcionara ropas adecuadas. Se enfadará cuando os vea con esto.
Arilyn reprimió un suspiro. Claramente eran de factura elfa, pues habían sido confeccionadas con piel de ciervo muy suave y teñidas de un azul tan intenso que ningún artesano humano podría haber logrado; además, la magia brillaba de un modo tenue en ellas. Muy probablemente valían mucho más que el collar de plata y zafiros que adornaba su cuello.
—Los elfos bailan con ellas —aseguró a la doncella.
—Bueno...
—Si te castigan por esto, yo hablaré con lady Cassandra y lo arreglaré —afirmó Arilyn con firmeza.
La muchacha se quedó mirándola un momento y lentamente esbozó una sonrisa
especulativa.
—Me encantaría ver eso —confesó al fin.
—Dame las botas. Si debo cumplir mi promesa, esperaré hasta que te encuentres en primera fila para verlo. ¿Trato hecho?
—Trato hecho.
Las botas cambiaron de manos, y en cuestión de segundos, Arilyn regresaba a la fiesta sola. Tras doblar un par de esquinas se dio cuenta de que se había perdido. En la ida estaba tan embebida en sus propios pensamientos que no se había fijado por dónde iban. El resultado era que ella, una elfa capaz de seguir a un venado a la luz de la luna o el rastro de una ardilla por los árboles, se había perdido en ese laberinto de pasillos y habitaciones.
—Bran se sentiría orgulloso de mí —murmuró entre dientes, refiriéndose al famoso explorador humano que era su padre.
Si Danilo llegaba a enterarse, tendría que soportar sus chanzas durante mucho tiempo. Decidida a no pasar por esa vergüenza, siguió adelante, limitándose a saludar con una mera inclinación de cabeza a los servidores e invitados con los que se cruzaba de vez en cuando.
Su humor se ensombrecía a cada giro equivocado. Finalmente, se rindió a lo inevitable y decidió que preguntaría a la siguiente persona que encontrara.
Oyó voces en una habitación del final del pasillo y hacia allí se dirigió a paso ligero, pero tan silenciosamente como una sombra gracias a las botas elfas prestadas. Al aproximarse a la puerta, frenó el ritmo y escuchó la conversación con la idea de decidir cuándo interrumpir.
—En mi opinión, ya hay demasiada magia en Aguas Profundas —afirmó con énfasis una voz masculina, cuyo ligero acento Arilyn conocía muy bien.
La semielfa se paró en seco. No era el tipo de afirmación que habría esperado oír de labios de Khelben Arunsun, el mago más poderoso de la ciudad y mentor de Danilo desde hacía mucho tiempo.
¡Qué mala suerte la suya! Si pedía indicaciones al archimago, seguro que Dan se enteraría de que se había perdido.
—Vuestra propuesta es muy interesante, Oth Eltorchul, pero también peligrosa — declaró una voz débil y quejumbrosa.
Arilyn supuso que pertenecía a Maskar Wands, un mago anciano, que, a decir de Danilo, se mostraba siempre tan nervioso como una gallina clueca.
—¿Peligrosa? ¿En qué sentido? Las esferas de sueños ya se han probado con voluntarios no sólo dispuestos a ello sino también deseosos de hacerlo. Aunque todos pertenecían a la plebe, me alegra poder afirmar que no sufrieron efectos perjudiciales.
Al contrario: las esferas de sueños les ofrecieron momentos de respiro en una vida insignificante y monótona.
Era una voz cualificada, que hablaba con la cadencia casi musical de un consumado mago, aunque con un desdén que al menos a Arilyn le dio dentera. Se trataba indudablemente de Oth Eltorchul, miembro de una familia de hechiceros dedicada a la educación y la experimentación mágicas. La semielfa lo conocía sólo de vista; era un hombre alto, con el pelo rojo típico de su clan y unos ojos color cerveza que miraban con la misma fijeza que una lechuza en busca de presa. Danilo estudió varios años con lord Eltorchul, el padre de Oth, pero no congeniaba con el hijo, de lo cual Arilyn se alegraba.
—¿De dónde provienen esos sueños? —preguntó una voz que no le era familiar.
Se hizo un breve silencio, roto por la desdeñosa risotada de Oth. Arilyn se dijo que la pregunta era muy razonable, pues todos los sueños provienen de alguna parte.
—No son más que ilusiones mágicas, lord Gundwynd; una experiencia artificial que a quien la vive le parece real. Es algo del todo inofensivo.
—La magia no es nunca del todo inofensiva —objetó Khelben—. Cualquier persona prudente, mago o no, lo sabe.
Se oyó el áspero chirrido de una silla que se apartaba airadamente.
—¿Me estáis llamando estúpido, lord Arunsun?
—¿E insultar a todos los presentes? —replicó el archimago en tono exasperado—.
¿Qué sentido tiene afirmar que el cielo es azul si poseen ojos para comprobarlo ellos mismos?
—¡Esto ya pasa de castaño oscuro!
Arilyn decidió que no se le iba a presentar ninguna buena oportunidad para interrumpir y dio dos pasos antes de que otra voz familiar la detuviera.
—Sentaos, Oth —ordenó lady Cassandra—, y escuchad el consejo que habéis venido a buscar. Os hablaré sin pelos en la lengua: nadie venderá esas esferas de sueños porque los magos de la ciudad se oponen. Cualquier intento de vender ilusiones mágicas en un puesto del bazar sería un estúpido reto lanzado a los magos y a su derecho de manejar su arte. Yo no pienso tener nada que ver con eso, ni con nadie que se involucre.
Las palabras de la noble dama fueron acogidas con un murmullo de aprobación.
—Las esferas de sueños podrían ser muy populares —insistió Oth—. Podríamos sacar muchos beneficios.
—Eso también se aplica a la venta de esclavos, de personas y de determinadas plantas para fumar en pipa, pero la ley lo prohíbe, y vos lo sabéis, Oth.
—No existe ninguna ley que prohíba las esferas de sueños.
—La habrá —anunció una voz que Arilyn reconoció como la de Boraldan Ilzimmer, aunque se dio cuenta de que no parecía muy complacido con sus propias palabras—. El gremio de magos es muy poderoso en Aguas Profundas, por lo que sus deseos no tardarán en convertirse en ley.
—Bien dicho, lord Ilzimmer. La Vigilante Orden de Magos se encargará de que esas baratijas sean proscritas. Y si por alguna razón no es así, lo haré yo personalmente.
Pese a hablar con voz cascada por la edad, Arilyn no dudó de que Maskar Wands cumpliría su promesa. El patriarca del clan Wands era, probablemente, el mago más conservador de la ciudad y se oponía con vehemencia a cualquier uso frívolo o irresponsable de la magia.
—Ahí lo tenéis —dijo una voz joven, masculina y grave, que la semielfa no reconoció—. Aquí no encontraréis inversores, Oth. ¿Quién invertiría su dinero en una empresa condenada al fracaso?
—
Fracaso
no es la palabra que yo usaría —lo corrigió lady Cassandra—. Tal como Oth ha señalado, probablemente podría ganarse dinero vendiendo esas baratijas.
Si prohibimos la venta, caerán en manos de comerciantes poco escrupulosos, de gente que nada tiene que ver con nosotros —concluyó con desdén.
—Me sorprendéis, lady Thann —replicó Boraldan Ilzimmer—. En el pasado, vuestras palabras se correspondían con vuestros actos. No obstante, criticáis a los bribones sin escrúpulos al mismo tiempo que invitáis a vuestra fiesta al elfo Elaith Craulnober. Confraternizar con elfos, incluso con los honorables, no demuestra tener muchos escrúpulos.
—Lord Craulnober ha sido invitado por mi hijo, no por mí —se defendió lady Cassandra secamente—. Tal vez le permito demasiado.
Arilyn parpadeó a causa de la sorpresa. No había visto a Elaith entre los invitados, aunque no echaba la culpa a lady Thann por su descontento.
Danilo y Elaith habían sido enemigos hasta ese verano, cuando Danilo
correspondió a la traición del elfo salvándole la vida. Por muy bribón y sinvergüenza que fuese, Elaith seguía siendo elfo y acataba ciertos códigos de honor. Por ello, nombró a Danilo «amigo de los elfos», el mayor honor que pudiera concederse a un humano. Después de eso, probablemente, Danilo había considerado natural invitar a Elaith, aunque era comprensible que lady Cassandra pensara de manera muy distinta.
—Yo no confío en los elfos y no veo con buenos ojos que se mezclen con la nobleza de la ciudad —declaró Boraldan con rotundidad—. Si surge algún problema...
—Nos ocuparemos de ello —le aseguró lady Cassandra con absoluta firmeza—.
¿Estamos de acuerdo en negar a lord Oth el permiso para vender esas baratijas?
—Si no lo hago yo, lo hará otro —dijo Oth sin dar su brazo a torcer—. Su existencia no podrá mantenerse en secreto. Muy pronto correrá el rumor de que existen tales maravillas, y alguien hallará el modo de sacarles beneficio. Mejor si es uno de nosotros.
Se hizo un largo y ominoso silencio, que Arilyn fue incapaz de interpretar.
—El comercio está sujeto a una serie de restricciones que no todos los vendedores y clientes de los puestos conocen —dijo, al fin, Cassandra Thann cautelosamente—, pero quienes tratan de contravenirlas acaban mal.
—Estáis hablando con el futuro lord Eltorchul —replicó Oth, indignado—. ¿Osáis amenazarme?
—Jamás se me ocurriría hacerlo —dijo Cassandra de un modo irónico—. Habéis solicitado audiencia para escuchar nuestro consejo, y ya lo tenéis.
—Comprendo —repuso Oth con dureza.
Arilyn no, pero no quería saber más. Y tampoco quería que la pillaran escuchando detrás de la puerta. Así pues, se dirigió hacia la escalera situada al fondo del pasillo y bajó corriendo la pronunciada espiral, diciéndose que más pronto o más tarde llegaría a la planta principal, donde podría guiarse por el resplandor procedente del gran salón.