Las 52 profecías (16 page)

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Authors: Mario Reading

Tags: #Intriga

BOOK: Las 52 profecías
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—Porque nos conocíamos de antes. ¿Es eso lo que quieres decir?

—¿Porque nos conocíamos de antes? No. No era…

—Ya te ha dicho Alexi que soy
hexi
. O sea, que a veces sé cosas. Siento cosas. Y eso es lo que me pasó contigo. Noté enseguida que no me deseabas ningún mal. Que no habías matado a Babel. Intenté resistirme, pero mi instinto me decía que tenía razón. Y Alexi también lo sintió. —Lanzó una mirada subrepticia hacia la cama—. Pero él no es
hexi
. Es sólo un gitano idiota.

Alexi le hizo un gesto grosero, pero sin ganas. La miraba intensamente. Escuchando sus palabras.

—Nosotros los gitanos sentimos las cosas más que los payos franceses y los de fuera. Escuchamos las voces que tenemos dentro. A veces nos llevan por mal camino. Como le pasó a Babel. Pero casi siempre aciertan.

—¿Y por qué camino te llevan a ti ahora?

—Por el tuyo.

—Yola, ese hombre es malo. Mira lo que te hizo. Y lo que le hizo a Babel. Y también habría matado a Alexi si le hubiéramos dado tiempo.

—Ibas a marcharte sin nosotros. A escaparte por la noche. Como un ladrón. ¿A que sí?

—Claro que no. —Sabir notó que la mentira se reflejaba en su cara. Hasta se le aflojó la boca al decirla, y la voz le salió amortiguada.

—Escúchame. Eres el
phral
de Babel. Intercambió su sangre contigo. Lo que significa que ahora somos los tres familia, por sangre y por ley. Así que vamos a ir a la boda. Juntos. Vamos a pasárnoslo bien y a disfrutar y a recordar lo que significa vivir en esta tierra. Luego, la mañana después de la boda, te pondrás delante de nosotros y nos dirás si quieres que vayamos contigo o no. Ahora te debo obediencia. Eres mi hermano. El cabeza de familia. Si me dices que no vaya, no iré. Pero si me dejas aquí, me romperás el corazón. Y Alexi te quiere como un hermano. Llorará y se pondrá triste pensando que no confías en él.

Alexi puso cara de pena, sólo a medias mitigada por las mellas que habían dejado sus dientes.

—Está bien, Alexi. No hace falta cargar las tintas. —Sabir se levantó—. Yola, ya que has decidido lo que tenemos que hacer, ¿podrías decirme, por favor, si hay por aquí algún sitio donde pueda lavarme y afeitarme?

—Ven. Te lo enseñaré.

Sabir captó la mirada de advertencia de Yola cuando se disponía a incluir a Alexi en su éxodo. Envuelto en la manta como en una toga romana, la siguió fuera de la chabola.

Ella se quedó parada con los brazos en jarras, mirando el campamento.

—¿Ves a ese hombre? ¿Ese rubio que nos está mirando desde los escalones de la caravana nueva?

—Sí.

—Quiere raptarme.

—Yola…

—Se llama Gavril. Odia a Alexi porque el padre de Alexi era un jefe y por su culpa, porque dictó una ley contra ellos, su familia tuvo que irse al exilio.

—¿Al exilio?

—Es cuando a una persona la expulsan de la tribu. Gavril también está enfadado porque es hijo único, y rubio, además. La gente dice que se lo quitaron a una paya. Que su madre no podía tener hijos y que su marido hizo esa barbaridad. Así que está el doble de furioso.

—¿Y aun así quiere raptarte?

—No le intereso de verdad. Sólo me da la lata para que me vaya con él porque sabe que a Alexi le molesta. Yo confiaba en que no estuviera aquí. Pero está. Seguro que se alegra de que Alexi esté herido. De que haya perdido unos dientes y no pueda permitirse ponérselos nuevos.

Sabir sintió que sus antiguas certidumbres, como placas tectónicas, se movían y se recolocaban formando una figura sutilmente distinta. Empezaba a acostumbrarse a aquella sensación. Casi le gustaba.

—¿Y qué quieres que haga con él?

—Quiero que vigiles a Alexi. Que te quedes con él. No le dejes beber demasiado. En nuestras bodas, los hombres y las mujeres están separados casi todo el tiempo, y yo no podré protegerle de sí mismo. Ese hombre, Gavril, nos quiere mal. Tú eres el primo de Alexi. Cuando te presenten al que manda aquí y te inviten a la boda, la gente dejará de mirarte y podrás mezclarte un poco más. Nadie se atreverá a denunciarte. Ahora destacas como si fueras albino.

—Yola, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Sí.

—¿Por qué con vosotros tiene que ser todo tan complicado?

56

El capitán Bartolomeu Villada i Llucanes, de la Policía Autonómica catalana, ofreció a Calque un cigarrillo turco de la pitillera de ámbar que guardaba en un hueco practicado ex profeso en su mesa de trabajo.

—¿Tengo pinta de fumador?

—Sí.

—Tiene razón. Lo soy. Pero mi médico me ha advertido de que lo deje.

—¿Fuma su médico?

—Sí.

—¿Y su enterrador?

—Seguramente.

—Pues entonces.

Calque aceptó el cigarrillo, lo encendió y se tragó el humo.

—¿Por qué será que algo que puede matarte también puede hacer que te sientas más vivo?

Villada suspiró.

—Es lo que los filósofos llaman una paradoja. Cuando Dios nos hizo, decidió que la literalidad sería el azote del mundo. Por eso inventó la paradoja, para contrarrestar sus efectos.

—Pero ¿cómo se contrarresta una paradoja?

—Tomándosela al pie de la letra. Verá. Usted está fumando. Y sin embargo comprende lo paradójico de su situación.

Calque sonrió.

—¿Hará lo que le pido, entonces? ¿Correrá ese riesgo con sus hombres? Lo entenderé perfectamente, si decide no hacerlo.

—¿De veras cree que Sabir abandonará a sus amigos y vendrá solo? ¿Y que ese hombre al que usted llama Ojos de Serpiente le seguirá?

—Los dos necesitan saber qué hay en la base de la Moreneta. Igual que yo. ¿Podrá arreglarlo?

—Organizaré una visita a la Moreneta. En pro de la cooperación internacional, huelga decirlo. —Villada inclinó irónicamente la cabeza—. En cuanto a lo otro… —Dio unos golpecitos con el encendedor sobre la mesa, haciéndolo oscilar entre sus dedos—. Haré vigilar el santuario, como sugiere. Sólo tres noches. La Virgen de Montserrat es muy importante para Cataluña. Mi madre jamás me lo perdonará si permito que la mancillen.

57

Sabir no se sentía del todo a gusto con su traje prestado. Las solapas medían casi medio metro de ancho, y la chaqueta le quedaba como una levita; de hecho, con ella parecía Cab Calloway en
Stormy Weather
. La camisa también dejaba algo que desear: a Sabir nunca le habían gustado los girasoles y las norias de agua, sobre todo en lo tocante al diseño creativo. La corbata tenía el color de los arenques ahumados, en su variedad fluorescente, y contrastaba abominablemente con la camisa, que a su vez no pegaba ni con cola con las listas de color granate que algún sastre bromista había intercalado en la tela del traje. Los zapatos, por lo menos, eran suyos.

—Estás guapísimo. Como un gitano. Si no tuvieras esa cara de payo, te querría como hermano.

—¿Cómo consigues mantenerte serio cuando dices esas cosas, Alexi?

—Tengo la mandíbula rota. Así es como lo consigo.

A pesar de que Yola afirmaba lo contrario, Sabir seguía sintiendo que destacaba como un albino. Todo el mundo le miraba. Fuera donde fuese, hiciera lo que hiciese, las miradas se apartaban para volver a fijarse en él en cuanto miraba para otro lado.

—¿Estás seguro de que no van a entregarme? Probablemente sigo saliendo en la tele por las noches. Es posible que haya una recompensa.

—Aquí todo el mundo sabe lo de la
kris
. Saben que eres el
phral
de Yola. Que el
bulibasha
de Samois es tu
kirvo
. Si alguien te denunciara, tendría que responder ante él. Tendría que irse al exilio. Como ese gilipollas del tío de Gavril.

Gavril los observaba desde los límites del campamento. Al ver que Alexi se fijaba en él, levantó un dedo y lo metió dentro de un aro que había formado con el pulgar y el índice de la otra mano. Luego se lo metió en la boca y puso los ojos en blanco.

—¿Un amigo tuyo?

—Va detrás de Yola. Quiere matarme.

—Esas dos cosas no concuerdan necesariamente.

—¿De qué estás hablando?

—Quiero decir que, si te mata, Yola no querrá casarse con él.

—Oh, sí. Seguramente sí querrá. Las mujeres olvidan. Pasado un tiempo, él la convencería de que él estaba en su derecho. Ella se pondría caliente y dejaría que la raptara. Ya es vieja para estar soltera. Lo de esta noche es mala cosa. Verá la boda y empezará a pensar aún peor de mí. Y entonces le parecerá que Gavril no está tan mal.

—Es vieja para estar soltera porque se está reservando para ti, Alexi. ¿O es que no lo has notado? ¿Por qué demonios no la raptas y acabas con esto de una vez?

—¿Me dejarías?

Sabir le dio una palmada juguetona en la cabeza.

—Claro que sí. Es evidente que está enamorada de ti. Igual que tú de ella. Por eso discutís todo el rato.

—Discutimos porque quiere dominarme. Quiere ser ella quien lleve los pantalones. Y yo no quiero una mujer que me incordie. Cada vez que me vaya, se enfadará conmigo. Y luego me castigará. Yola es
hexi
. Me echará hechizos. Así soy libre. No tengo que dar explicaciones a nadie. Puedo follar con payas, como ella dice.

—Pero ¿y si se la lleva otro? ¿Alguien como Gavril?

—Lo mataría.

Sabir soltó un gruñido y volvió a fijarse en el séquito nupcial, que iba acercándose rápidamente al centro del campamento.

—Convendría que me dijeras qué está pasando.

—Pero si es como cualquier boda.

—No sé por qué, pero creo que no.

—Bueno, está bien. ¿Ves a esos dos de allí? Son el padre de la novia y el padre del novio. Tienen que convencer al
bulibasha
de que han acordado el precio de la novia. Luego hay que entregar el oro y contarlo. Y después el
bulibasha
ofrece a la pareja el pan y la sal. Les dice: «Cuando el pan y la sal dejen de saberos bien, ya no seréis marido y mujer».

—¿Qué hace aquella mujer mayor, la que agita el pañuelo?

—Está intentando convencer al padre del novio de que la novia sigue siendo virgen.

—¿Me tomas el pelo?

—¿Haría yo eso, Adam? Aquí la virginidad es muy importante. ¿Por qué crees que Yola anda siempre hablando de que es virgen? Eso la hace más valiosa. Podrías venderla por mucho más oro, si encontraras un hombre dispuesto a quedársela.

—¿Como Gavril?

—Ése tiene la bodega vacía.

Sabir comprendió que no llegaría muy lejos por aquel camino.

—¿Y por qué lo del pañuelo?

—Se lo llama mocador. O simplemente pañuelo, a veces. La mujer que ves que lo está sujetando… Bueno, ha comprobado con el dedo que la novia es virgen de verdad. Luego mancha el mocador en tres sitios con la sangre de la chica. Después, el
bulibasha
vierte
rakia
en el pañuelo. Así la sangre se convierte en una flor. Pero sólo la sangre de una virgen. La sangre de una cerda no se comporta igual. Ahora mira. Está atando el pañuelo a un palo. Eso significa que el padre del novio ha aceptado que la chica es virgen. Ahora la mujer llevará el palo por el campamento para que todo el mundo vea que a Lemma no le ha cerrado los ojos otro hombre.

—¿Cómo se llama el novio?

—Radu. Es primo mío.

—¿Y quién no?

Sabir vio a Yola al otro lado de la explanada. La saludó con la mano, pero ella bajó la cabeza y no le hizo caso. Sabir se preguntó vagamente qué nuevo paso en falso acababa de cometer.

Durante el banquete de boda, el
bulibasha
levantó un jarrón y lo descargó con todas sus fuerzas sobre la cabeza del novio. El jarrón se rompió en mil pedazos. El gentío reunido sofocó un grito de asombro.

—¿A qué demonios ha venido eso?

—Cuantos más trozos se hagan del jarrón al romperse, más felices serán los novios. Éstos van a ser muy felices.

—¿Ya están casados?

—Todavía no. Primero la novia tiene que comer algo hecho con hierbas recogidas encima de una tumba. Luego tienen que pintarle las manos con
henna
: cuanto más tarde en borrarse la
henna
, más tiempo la querrá su marido. Luego tiene que cruzar el umbral de su caravana llevando a un niño pequeño en brazos, porque, si no tiene un hijo en el plazo de un año, Radu puede echarla a la calle.

—Ah, eso es genial. Muy inteligente.

—No pasa a menudo, Adam. Sólo cuando la pareja se pelea. Entonces es una buena excusa para que ambas partes acaben con su infelicidad.

—¿Y eso es todo?

—No. Dentro de unos minutos, llevaremos a los novios a hombros por todo el campamento. Las mujeres cantarán
elyeliyeli
. Luego la novia irá a cambiarse de traje. Y después bailaremos todos.

—Entonces podrás bailar con Yola.

—Ah, no. Los hombres bañan con los hombres, y las mujeres con las mujeres. No nos mezclamos.

—No me digas. ¿Sabes una cosa, Alexi? Ya nada de tu pueblo me sorprende. Sólo tengo que imaginar lo que espero que pase, darle la vuelta, y sé que he dado en el clavo.

58

Achor Bale había tardado tres horas en cruzar a pie los montes de detrás del monasterio de Montserrat, y empezaba a preguntarse si no estaba llevando sus precauciones hasta extremos ridículos.

Nadie conocía su coche. Nadie le seguía. Nadie le estaba esperando. Las probabilidades de que un policía francés relacionara el asesinato de Rocamadour con la muerte del gitano en París eran extremadamente remotas. Y que luego extrapolara todo aquello y fuera a dar con Montserrat… Aun así, había algo que no dejaba de inquietarle.

Había conectado el localizador a unos treinta kilómetros de Manresa, pero sabía que las posibilidades de captar la señal de Sabir eran casi nulas. Francamente, le traía sin cuidado volver a ver a aquel tipo o no. El no era rencoroso. Si cometía un error, lo corregía: era así de sencillo. En Rocamadour, se había equivocado al no inspeccionar el santuario. Había subestimado a Sabir y al gitano, y había pagado por ello. O, mejor dicho, había pagado el guardia nuevo.

Esta vez no sería tan engreído. Descartando el tren, que limitaba demasiado sus movimientos, sólo había un modo eficaz de llegar a Montserrat, y era por carretera. Había dejado su coche bien escondido en un extremo de la sierra y atravesado los montes a pie, dando por sentado que, si la policía, por obra de algún milagro, había sido advertida de su llegada, estaría vigilando las dos rutas de acceso evidentes, y no se preocuparía de la gente que saliera en dirección contraria por tren, o en un vehículo robado, a primera hora de la mañana.

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