Lanzarote del Lago o El Caballero de la Carreta (10 page)

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Authors: Chrétien de Troyes

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BOOK: Lanzarote del Lago o El Caballero de la Carreta
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»—Dádmelo —dice la doncella.

»—Con mucho gusto, doncella», dice él.

Entonces se baja y lo recoge. Cuando lo tiene en sus manos, lo mira con mucha atención, y remira los cabellos. Mientras, ella empezó a reír. Y cuando se da cuenta, le pregunta por qué ríe, que se lo diga. Responde la joven:

«Callad, que no he de decíroslo por ahora.

»—¿Por qué? —dice él.

»—Porque no me importa nada», contesta.

[1400]
Entonces él insiste, como quien piensa que ni una amiga a un amigo, ni un amigo a una amiga deben engañarse bajo ningún pretexto:

«Si vos amáis a algún ser de todo corazón, doncella, por él os pido y suplico que no me ocultéis más vuestro secreto.

»—Demasiado en serio me lo invocáis —dijo ella—; así que os lo diré, sin mentir en nada. Este peine, si es que alguna vez supe algo seguro, fue de la reina. Lo sé bien. Y creedme además una cosa: los cabellos tan bellos, lucientes y claros, que veis prendidos entre sus dientes, fueron de la cabellera de la reina. Nunca crecieron en otro prado.

»—Por mi fe, hay muchas reinas y reyes. ¿A quién queréis referiros?», dijo el caballero.

Y ella contestó:

«¡Por la fe mía, señor, a la esposa del rey Arturo!».

Al oírla él, no pudo resistirlo su corazón y a punto estuvo de caer doblado. Por fuerza tuvo que apoyarse por delante en el arzón de su silla de montar. La doncella que lo vio se asombra y, sorprendida, temió que cayera. Si tuvo tal temor no la censuréis; creyó que el caballero se había desmayado.

Y así estaba él casi desvanecido, que muy poco le faltó. Tenía tal dolor en el corazón que la palabra y el color tuvo perdidas por buen rato. Con que la doncella se bajó de la montura y corrió con toda prisa para apoyarlo y contenerlo, pues no hubiese querido, por nada en el mundo, verlo caer a tierra.

Apenas se dio cuenta, el caballero se avergonzó, y la interpeló:

«¿Qué venís a hacer aquí delante?».

[1450]
No temáis que la doncella le haga reconocer la razón. Que le hubiera causado vergüenza y pesar, y se habría afligido aún más, de haber sabido la verdad. Así que le oculta con cuidado la verdadera causa, y le contesta, la sagaz doncella:

«Señor, vengo a requerir este peine. Por eso he desmontado a tierra. Tengo tales ansias de poseerlo, que pensé que ya tardaba en tenerlo en mi mano».

Como él está de acuerdo en concederle el peine, se lo da; pero retira los cabellos de modo tan suave que no se quiebra ninguno. Jamás ojos humanos verán honrar con tal ardor ninguna otra cosa. Empieza por adorarlos. Cien mil veces los acaricia y los lleva a sus ojos, a su boca, a su frente, y a su rostro. No hay mimo que no les haga. Por ellos se considera muy rico, y por ellos alegre también. En su pecho, junto al corazón, los alberga, entre su camisa y su piel. No preciará tanto un carro cargado de esmeraldas y de carbunclos. No temía ya el ataque de una úlcera u otras enfermedades. Desdeña el diamargaritón, el elixir contra la pleuresía y la triaca medicinal. Desprecia a san Martín y a Santiago. Pues tanto confía en aquellos cabellos que no piensa necesitar de la ayuda de los santos. ¿Pues qué valían los tales cabellos? Por mentiroso y loco se me tendrá si digo la verdad. Ni por la fiesta mayor de san Denis y todo su mercado de un día rebosante hubiérase decidido el caballero, a cambio de aquellos cabellos del hallazgo; y es la pura verdad. Y si me requerís la verdad, el oro cien veces depurado y otras cien pulido luego, es más oscuro que la noche frente al día más bello de este verano, en comparación con aquellos cabellos para quien los confrontara. ¿Y para qué voy a alargar la descripción?

La doncella vuelve a montar en seguida, con el peine que lleva consigo, mientras él se deleita y contenta con los cabellos que guarda en su pecho.

[1500]
Después de la llanura encuentran un bosque. Siguen por una senda que se hace más estrecha hasta tener que marchar uno tras el otro ya que de ningún modo podían pasar dos caballos de frente. La doncella avanza delante de su huésped a buen paso por tal atajo.

Por donde el sendero era más estrecho ven venir hacia ellos un caballero. Tan pronto como lo vio la doncella, lo conoció y dijo así:

«Señor caballero, ¿veis a ese que viene a vuestro encuentro todo armado y dispuesto para la batalla? Ése piensa llevárseme consigo seguramente sin encontrar defensa ninguna. Sé muy bien lo que piensa. Porque me ama, y no lo hace de modo sensato. Por sí mismo y con mensajes me ha requerido desde hace mucho tiempo. Pero mi amor tiene negado. Por nada del mundo lo podría amar. ¡Así Dios me proteja, antes moriría yo que amarlo en algún modo! Tengo por seguro que ahora rebosa de alegría y se regocija ya tanto como si me hubiera conquistado. ¡Ahora se mostrará si sois valiente! Ahora veré la demostración de la garantía que vuestra escolta protectora me ofrece. Si podéis garantizarme mi libertad, entonces diré yo sin mentir que sois valiente y gran paladín».

Le contesta él:

«¡Avanzad, avanzad!».

Esta palabra equivalía a decir: «Poco me inquieta lo que decís, que por nada os asustáis».

Mientras van hablando así, se acerca a toda premura el caballero que avanzaba en contra, a todo galope, a su encuentro. Le alegraba apresurarse porque pensaba que no sería en vano, y por dichoso se cuenta el ver lo que más amaba en el mundo.

[1550]
Tan pronto como está cerca la saluda, con la boca y el corazón, diciendo:

«¡El ser que yo más quiero, del que obtengo menos alegría y más penar, sea bien venido, de doquier que venga!».

No hubiera estado bien que ella hubiera contenido su palabra, sin devolverle, al menos con los labios, el saludo. ¡Cómo le ha complacido al caballero que la doncella le salude! Por más que su boca no se ha fatigado ni le ha costado nada tal envío. Y aunque hubiera salido como vencedor en un torneo en aquel momento, no lo hubiera apreciado en tanto, ni pensara haber conquistado tanto honor ni premio. Con tal exceso de amor y de vanagloria, la ha tomado por la rienda de su montura y dice:

«Ahora os conduciré yo. Hoy he navegado bien y con fortuna, que arribé a puerto feliz. Ahora he concluido con mi cautiverio. Desde el peligro llegué al puerto; de gran tristeza a gran euforia; de gran dolor a gran salud. Ahora se cumple todo mi deseo, ya que os encontré en tal circunstancia que puedo llevaros conmigo, y en verdad, sin cubrirme de deshonor».

Ella contesta:

«No os envanezcáis; que este caballero me acompaña.

»—¡Desde luego que os ha acompañado por su mala fortuna! —contestó— que ahora os llevo yo. Le sería más fácil tragarse un modio de sal al caballero, creo, que libraros de mí. Pienso que jamás veré a un hombre frente al que no os conquistara. Y ya que os he encontrado a mi alcance, por mucho que le pese y le duela, os llevaré conmigo, ante sus ojos. ¡Y que haga lo que mejor le plazca!».

El otro no se encoleriza por nada de lo que le oyó decir con orgullo. Pero sin burla y sin jactancia acepta el reto en un principio. Dice:

«Señor, no os apresuréis ni gastéis vuestras palabras en vano. Hablad más bien con un poco de mesura. No se os va a negar vuestro derecho, cuando lo tengáis.
[1600]
Con mi acompañamiento, bien lo sabréis, ha venido aquí la doncella. Dejadla libre: Ya la habéis detenido demasiado. Aún no tiene ella que cuidarse de vos».

El caballero contesta que lo quemen vivo si no se la va a llevar, mal que le pese.

Éste replica:

«No estaría nada bien, si yo dejara que os la llevarais. Sabedlo: Antes he de combatir por ella. Pero, si queremos pelear bien, no podemos hacerlo en este sendero, ni con el mayor esfuerzo. Así que vayamos a un camino llano, hasta un espacio abierto, un prado o una landa».

El caballero dice que no pide nada mejor:

«Estoy muy de acuerdo. No os equivocáis en que este sendero es demasiado angosto. Mi caballo ya va muy oprimido. Y aún dudo que pueda hacerle volver grupas sin que se parta un anca».

Entonces se da la vuelta con gran destreza, sin dañar a su caballo ni lastimarlo en nada. Dice:

«En verdad que estoy muy furioso de que no nos hayamos encontrado en un terreno amplio y ante gente. Me hubiera gustado que contemplaran cuál de los dos se portaba mejor. Mas venid pues, que los iremos a buscar. Encontraremos aquí cerca un terreno llano, espacioso y libre».

Entonces se van hasta una pradera. En ella había doncellas, caballeros y damas que juzgaban a varios juegos. Pues era hermoso el lugar. No todos jugaban a charadas; sino también a tablas de damas y ajedrez, y otros a diversos juegos de dados. Varios jugaban a estos juegos, mientras otros de los que allí estaban, recordaban su niñez con rondas, carolas y danzas. Cantan, brincan y saltan; incluso practican deportes de lucha.

[1650]
Un caballero ya de edad estaba erguido al fondo del prado sobre un caballo bayo de España. Tenía riendas y montura de oro; y el cabello entremezclado de canas. Apoyaba una mano en un costado para mantener su postura. Por el hermoso tiempo iba en camisa, sin arnés, y observaba los juegos y bailes. Un manto le cubría desde los hombros, por entero de escarlata y piel. Al otro lado, junto a un sendero, un grupo de veintitantos jinetes armados velaban sobre sus buenos caballos de Irlanda.

Tan pronto como ellos tres aparecieron, todos dejaron sus distracciones y gritaban a través del prado:

«¡Ved, ved al caballero, que fue llevado en la carreta! ¡Qué nadie se dedique a jugar mientras se encuentre aquí! ¡Maldito sea quien quiera alegrarse con juegos o danzas, o lo intente, mientras ése esté aquí!».

He aquí que el caballero recién llegado, el que amaba a la doncella y la consideraba como suya, era hijo del caballero canoso. Y así se dirigió a él:

«Señor, tengo gran contento, y que lo oiga quien quiera escucharlo, de que Dios me ha dado la cosa que más he deseado en todos mis días. No me hubiera regalado tanto si me hubieran hecho rey coronado, ni por ello me sentiría más agradecido ni estuviera más beneficiado. Pues tan valioso y bello es mi botín.

»—No sé si ya es tuyo», replica a su hijo el caballero. Con brusca rapidez aquél responde:

«¿Qué no lo sabéis? ¿No lo veis pues? Por Dios, señor, no tengáis la menor duda, puesto que lo veis en mi poder. En el bosque de donde vengo acabo de encontrarla que venía. Pienso que Dios me la traía, y como mía la he tomado.

»—No sé aún si lo consiente ese que veo venir detrás de ti».

[1700]
Mientras hablaban estos dichos y frases, se habían detenido las danzas, a la vista del caballero de la carreta. No se hacían más juegos ni festejos por desprecio y ofensa de aquél.

En tanto el caballero, sin prestarles atención, vino muy cerca de la doncella al instante y dijo al otro:

«Dejad a esta joven, caballero. Sobre ella no tenéis ningún derecho. Si osáis otra vez, al punto la defenderé contra vos».

Entonces dijo el viejo caballero:

«¿No me lo figuraba yo bien? Querido hijo, no retengas más a la doncella; sino que devuélvesela».

Nada bien le pareció a éste, que jura que no ha de dejarla.

«¡Qué Dios no me dé más alegría en cuanto se la entregue! Yo la tengo en mi poder y la retendré como cosa de mi propiedad. Antes se partirá el tahalí y las correas de mi escudo, y he de perder toda la confianza en mi cuerpo, mis armas, mi espada y mi lanza, antes de dejarle a mi amiga».

Y su padre dijo:

«No voy a dejarte combatir, por más que digas. Confías demasiado en tu valer. Pero haz lo que te ordeno».

Por orgullo él le responde entonces:

«¿Soy quien pueda asustarse? Puedo enorgullecerme de esto: que no hay en la extensión que ciñe el mar caballero alguno, de entre los muchos existentes, tan valioso que yo se la cediera ni a quien no creyera que podía someter en breve plazo».

Su padre dijo:

«Te lo concedo, querido hijo. Así lo crees tú. Tanta confianza tienes en tu valer. Pero no quiero ni querré que hoy tú te midas con este rival».

Él responde:

«¡Vergüenza tendría si escuchara vuestro consejo! ¡Condenado sea quien lo acepte y quien por vos cobre temor de que yo no salga a combatir! Verdad es que mal se negocia en la familia.
[1750]
Mejor podría yo mercar en otra parte, pues vos me queréis engañar. Sé bien que en país extraño podría hacerme valer mejor. Ninguno que no me conociera me haría desistir de mi voluntad; en cambio, vos me disuadís y menospreciáis. Tanto más enojado estoy por cuanto me habéis reprochado. Pues quien reprocha, bien sabéis, su pasión a hombre o mujer, más la aviva e inflama. Mas si cedo en algo por vos, que Dios no me depare más alegría. Por el contrario voy a pelear, a pesar vuestro.

»—¡Por la fe que debo al apóstol san Pedro! —dijo el padre—, ahora veo que no servirá de nada mi ruego. Pierdo el tiempo al reprenderte con mis consejos. Pero pronto te habré mostrado argumento tal que, a tu pesar, tendrás que hacer toda mi voluntad, porque estarás sometido a ella».

Al momento llama a todos los caballeros de guardia, que acuden a él. Les ordena que dominen a su hijo, que no se deja guiar por sus consejos. Dice:

«Lo mandaría encadenar antes de dejarlo combatir. Todos vosotros en pleno sois mis hombres. Por tanto me debéis amor y fidelidad. Por cuanto dependéis de mí os lo ordeno, y suplico a la vez. Gran locura le mueve, me parece, y mucho procede con exceso de orgullo, al contradecir lo que yo quiero».

Los otros afirman que lo prenderán, y que, después de estar en su poder, no tendrá ganas de combatir; de modo que consentirá, a pesar suyo, en devolver a la doncella. Entonces van todos a prenderlo y aprisionarlo por los brazos y por el cuello.

«¿No te consideras ahora como loco? —dijo el padre—. Date cuenta de la realidad. No tienes fuerza ni poder para combatir ni para justar, por más que te cueste, por más que te duela y por más que te apene.

»Así que acepta lo que me parezca bien, y obrarás con sensatez. ¿Y sabes cuál es mi propuesta?
[1800]
Para que tu tormento sea menor, seguiremos, tú y yo, si tú quieres, a ese caballero durante hoy y mañana, por el bosque y por el llano, cabalgando a la par. Tal vez podemos encontrarlo de tal personalidad y talante que yo te permita probar contra él tu valor y combatirlo según tu deseo».

Así el hijo ha accedido, a pesar suyo, a lo que le ha propuesto. Ya que no puede modificarlo, dice que se aguantará a órdenes de su padre. Pero que ambos han de seguir al caballero.

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