La voz de los muertos (30 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
7.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Te amenazó con eso?

—Dejó bien claro que no iba a dejar que me presentara a la prueba.

—Porque en cuanto dejes de ser una aprendiz, si te admite en el laboratorio como co-xenobióloga, tendrás acceso completo…

—A todos los ficheros de trabajo. A todos los archivos sellados.

—Así que evita que su propia hija comience su carrera. Mancha permanentemente tu expediente… no preparada para las pruebas ni siquiera a los dieciocho… sólo para evitar que leas esos ficheros.

—Sí.

—¿Por qué?

—Madre está loca.

—No, Ela. Sea lo que sea Novinha, no está loca.

—Ela é boba mesma, senhor Falante.

Él se echó a reír y se tumbó en la grama.

—Dime entonces lo boba que es.

—Te daré la lista. Primero: No permite ninguna investigación sobre la Descolada. Hace treinta y cuatro años la Descolada casi destruyó esta colonia. Mis abuelos, «Os Venerados, Deus os abençoe», apenas consiguieron detenerla. Aparentemente, el agente de la enfermedad sigue presente: tenemos que comer un suplemento, una vitamina extra, para evitar que la plaga vuelva a aparecer. Te lo han dicho, ¿no? Si entra en tu sistema, tendrás que tomar ese suplemento toda la vida, incluso si te marchas de aquí.

—Lo sabía, sí.

—No me deja que estudie los agentes de la Descolada en absoluto. De todas formas, eso también se encuentra en alguno de los archivos sellados. Ha cerrado todos los descubrimientos de Gusto y Cida. No hay nada disponible.

Los ojos del Portavoz se estrecharon.

—Vale. Eso es un tercio de bobería. ¿Y el resto?

—Es más de un tercio. Sea lo que sea el cuerpo de la Descolada, fue capaz de adaptarse y se convirtió en un parásito humano diez años después de que la colonia fuera fundada. ¡Diez años! Si puede adaptarse una vez, puede adaptarse de nuevo.

—Tal vez ella no piensa así.

—Tal vez yo tenga derecho a decidirlo por mí misma.

Él le puso una mano en la rodilla y la tranquilizó.

—Tienes razón. Pero continúa. La segunda razón por la que es boba.

—No permite ninguna investigación teórica. Ninguna taxonomía. Ningún modelo evolucionario. Si alguna vez intento hacerlo, dice que no tengo nada que hacer y me carga de trabajo hasta que piensa que me he dado por vencida.

—Veo que no te has dado por vencida.

—Para eso sirve un xenobiólogo. ¡Oh!, sí, está bien que pueda crear una patata que saque el máximo uso de los nutrientes ambientales. Es maravilloso que hiciera una variante de amaranto que convierta a la colonia en autosuficiente con sólo diez acres de cultivo. Pero todo eso es prestidigitación molecular.

—Es supervivencia.

—Pero no sabemos nada. Es como nadar en la superficie del océano. ¡Puedes estar muy cómodo, puedes moverte un poco alrededor, pero no sabes si hay tiburones debajo! Podemos estar rodeados por los tiburones y ella no quiere averiguarlo.

—¿Tercera cosa?

—No quiere intercambiar información con los Zenadores. Fijo. Nada. Y eso es realmente una locura. No podemos salir del área cerrada por la cerca. Eso significa que no tenemos un solo árbol que estudiar. No sabemos absolutamente nada de la flora y fauna de este mundo excepto la que está en el interior de la cerca. Un rebaño de cabras y un puñado de hierba capim, y un sistema ecológico ligeramente distinto al lado del río, y eso es todo. Nada sobre las clases de animales del bosque, ningún intercambio de información en absoluto. No les decimos nada, y si nos envían datos, borramos los archivos sin leerlos. Es como si ella hubiera construido una muralla alrededor para que nada pueda atravesarla. Nada entra, nada sale.

—Tal vez tiene motivos.

—Por supuesto que tiene motivos. Los locos siempre tienen motivos: odiaba a Libo. Le odiaba. No le permitía a Miro hablar de él, no nos dejaba jugar con sus hijos. China y yo hemos sido las mejores amigas durante años y ella no me permite traerla a casa. O ir a su casa después del colegio. Y cuando Miro se convirtió en su aprendiz, ella no le habló ni le puso un plato en la mesa durante un año.

Pudo ver que el Portavoz dudaba de ella y pensaba que estaba exagerando.

—Quiero decir un año, sí. El día que fue a la Estación Zenador por primera vez como aprendiz de Libo, volvió a casa y ella no le habló, ni una palabra, y cuando se sentó a cenar le quitó el plato de delante y los cubiertos como si no estuviera allí. Él se quedó sentado toda la comida, sólo mirándola. Hasta que Padre se enfadó con él por ser descortés y le dijo que saliera de la habitación.

—¿Qué hizo, se marchó de casa?

—No. ¡No conoces a Miro! —Ela se rió amargamente —. No pelea, pero tampoco se rinde. Nunca contestó a los abusos de Padre, nunca. En toda mi vida no recuerdo haberle oído responder a la furia con furia. Y Madre… bueno, Miro volvió a casa todas las noches de la Estación Zenador y se sentaba donde había un plato puesto, y cada noche Madre le retiraba el plato y los cubiertos, y él se quedaba allí sentado hasta que Padre le hacía salir. Naturalmente, al cabo de una semana, Padre le gritaba que se marchara en cuanto Madre le quitaba el plato. A padre, el muy bastardo, le encantaba, pensaba que era magnífico, odiaba tanto a Miro y por fin Madre estaba de su lado contra Miro…

—¿Quién cedió?

—Nadie.

Ela miró al río, advirtiendo lo terrible que sonaba todo esto, advirtiendo que estaba avergonzando a su familia delante de un extraño. Pero él no era un extraño, ¿verdad? Porque Quara hablaba de nuevo, y Olhado estaba de nuevo interesado por las cosas, y Grego, aunque por poco tiempo, había sido un

niño casi normal. No era un extraño.

—¿Cómo terminó? —preguntó el Portavoz.

—Terminó cuando los cerdis mataron a Libo. Tanto odiaba Madre a ese hombre que, cuando murió, lo celebró perdonando a su hijo. Cuando Miro regresó a casa aquella noche fue después de que terminara la cena, muy tarde. Una noche terrible, todo el mundo muerto de miedo, los cerdis parecían tan malignos y todos querían tanto a Libo… excepto Madre, claro. Madre se quedó levantada esperando a Miro. Él entró y se fue a la cocina y se sentó ante la mesa, y Madre le puso un plato delante y se lo llenó de comida. No dijo una palabra. Él comió sin decir tampoco nada. Como si nada hubiera pasado. Me desperté a medianoche porque pude oír a Miro vomitando y llorando en el cuarto de baño. No creo que le oyera nadie más, y no fui con él porque pensé que no querría que nadie le oyera. Ahora pienso que debería haber ido, pero tenía miedo. Había cosas tan terribles en mi familia…

El Portavoz asintió.

—Tendría que haber ido con él —repitió Ela.

—Sí —dijo el Portavoz —. Tendrías que haber ido.

Una cosa extraña pasó entonces. El Portavoz coincidió con ella en que había cometido un error aquella noche, y ella supo que era verdad, que su juicio era correcto. Y sin embargo se sintió extrañamente aliviada, como si el simple hecho de citar el error fuera suficiente para purgar parte del dolor. Entonces, por primera vez, ella captó una chispa del poder del Portavoz. No era asunto de confesión, penitencia y absolución, como los curas ofrecían. Era algo completamente diferente. Había narrado la historia de quién era ella, y había advertido entonces que ya no era la misma persona. Había dicho que había cometido un error, y el error la había cambiado, y ahora no cometería el error de nuevo porque se había convertido en alguien distinto, alguien menos temeroso, alguien más compasivo.

«Si no soy aquella niña asustada que oyó el dolor desesperado de su hermano y no se atrevió a acudir a su lado, ¿quién soy?» Pero el agua que fluía a través del entramado de la verja bajo la cerca no tenía respuestas. Tal vez no pudiera saber quién era hoy. Tal vez era suficiente saber que ya no era quien era antes.

El Portavoz continuaba tumbado en la hierba, mirando a las nubes que se oscurecían por el oeste.

—Te he dicho todo lo que sé —dijo Ela —. Eso es lo que hay en esos ficheros… información sobre la Descolada. Es todo lo que sé.

—No, no lo es.

—Lo es, te lo prometo.

—¿Quieres decir que la obedeciste? ¿Que cuando tu madre te dijo que no hicieras ningún trabajo teórico simplemente apagaste tu curiosidad e hiciste lo que quería?

Ela se rió.

—Eso cree ella.

—Pero no lo hiciste.

—Aunque ella no lo sea, yo soy una científica.

—Lo fue una vez. Aprobó las pruebas a los trece anos.

—Lo sé.

—Y solía compartir información con Pipo antes de que muriera.

—También lo sé. Era sólo a Libo a quien odiaba.

—Dime entonces, Ela, ¿qué has descubierto en tu trabajo teórico?

—Ninguna respuesta. Pero al menos sé cuáles son algunas de las preguntas. Eso es un comienzo, ¿no? Nadie más hace preguntas. Es gracioso, ¿verdad? Miro dice que los xenólogos framling siempre le piden más y más información, más datos, y sin embargo la ley les prohíbe que aprendan más cosas. Y sin embargo ni un solo xenobiólogo framling ha pedido nunca información. Todos estudian la biosfera de sus propios planetas y no le hacen a Madre ni una sola pregunta. Soy la única que pregunta y a nadie le importa.

—A mí me importa. Necesito saber cuáles son las preguntas.

—Bien, aquí hay una. Tenemos un rebaño de cabras en el interior de la verja. Las cabras no pueden saltar la verja, ni siquiera la tocan. He examinado cada una de las cabras del rebaño y, ¿sabes una cosa? No hay ni un solo macho. Todas son hembras.

—Mala suerte —dijo el Portavoz —. ¿Piensas que deberían haber dejado al menos un macho dentro?

—No importa. No sé si hay machos. En los últimos cinco años cada cabra adulta ha parido al menos una vez. Y ni una sola se ha apareado.

—Tal vez se donan.

—El retoño no es genéticamente idéntico a la madre. Ésa es la información que pude conseguir en el laboratorio sin que Madre se diera cuenta. Hay algún medio de transferir genes.

—¿Hermafroditismo?

—No. Son hembras puras. No hay ningún órgano sexual masculino. ¿Es ésta una pregunta importante? De alguna manera las cabras están teniendo algún tipo de intercambio genético, sin sexo.

—Solamente las implicaciones teológicas son sorprendentes.

—No hagas chistes.

—¿De qué? ¿De la ciencia o de la teología?

—De ninguna de las dos. ¿Quieres oír más preguntas o no?

—Quiero.

—Entonces prueba con ésta. La hierba en la que estás tumbado, la llamamos grama. Todas las culebras de agua anidan aquí. Son gusanitos tan pequeños que apenas se ven. Se comen la hierba hasta el nudo y se comen también mutuamente, cambiando de piel cada vez que crecen. Entonces, de repente, cuando la hierba está completamente legamosa con sus pieles muertas, todas las culebras se meten en el río y nunca vuelven.

Él no era xenobiólogo. No captó la implicación inmediatamente.

—Las culebras de agua anidan aquí —explico —, pero no salen del agua para poner sus huevos.

—Así que se aparean antes de meterse en el agua.

—Obviamente. Las he visto aparearse. Ése no es el problema. El problema es, ¿por qué son culebras de agua?

El seguía sin comprenderlo.

—Mira, están completamente adaptadas a la vida submarina. Tienen branquias y pulmones, son soberbias nadadoras, tienen aletas, están completamente preparadas para la vida adulta bajo el agua. ¿Por qué evolucionar de esa manera si nacen en tierra, se aparean en tierra y se reproducen en tierra? En lo que hace referencia a la evolución, todo lo que suceda después de que te reproduces es completamente irrelevante, excepto si tienes que nutrir a tus hijos, y las culebras de agua definitivamente no lo hacen. Vivir en el agua no hace nada para ampliar su habilidad para sobrevivir hasta que se reproduzcan. Podrían meterse en el agua y ahogarse y no importaría porque la reproducción ha terminado.

—Sí —dijo el Portavoz —. Ahora lo veo.

—Sin embargo, hay unos huevecillos en el agua. Nunca he visto a ninguna culebra ponerlos, pero ya que no hay otro animal en el río y en los alrededores lo suficientemente grande para ponerlos, parece lógico que son huevos de culebra. Sólo que estos huevos… tienen un centímetro de diámetro, son completamente estériles. Los nutrientes están allí, todo está preparado, pero no hay embrión. Nada. Algunos de ellos tienen un gameto (medio juego de genes en una célula, listos para combinarse), pero ni uno solo estaba vivo. Y nunca hemos encontrado huevos en tierra. Un día no hay nada más que grama, madurando más y más, y al día siguiente los tallos de grama están llenos de pequeñas culebras de agua recién nacidas.

—Me suena a generación espontánea.

—Sí, bien, me gustaría encontrar información suficiente para probar algunas hipótesis alternativas, pero Madre no me lo permite. Le pregunté sobre esto y me hizo encargarme del proceso de exploración del amaranto para que no tuviera tiempo de husmear en el río. Y otra pregunta. ¿Por qué hay tan pocas especies aquí? En todos los otros planetas, incluso en algunos de los que son casi desérticos, como Trondheim, hay miles de especies diferentes, al menos en el agua. Aquí hay apenas un puñado, al menos por lo que sé. Los xingadora son los únicos pájaros que hemos visto. Las moscas son los únicos insectos. Las cabras son los únicos rumiantes que comen la hierba capim. A excepción de las cabras, los cerdis son los únicos animales grandes que hemos visto. Sólo hay una especie de árbol. Sólo una especie de hierba en la pradera, el capim; y la otra única planta que compite es la tropeça, una larga enredadera que se estira metros y metros… las xingadora hacen sus nidos con la enredadera. Eso es. Las xingadora se comen a las moscas y nada más. Las moscas comen algas al lado del lecho del río. Y nuestra basura, y nada más. Nada se come a la xingadora. Nada se come a la cabra.

—Muy limitado —dijo el Portavoz.

—Imposiblemente limitado. Hay diez mil huecos ecológicos sin ocupar. No hay manera de que la evolución dejara este mundo tan despoblado.

—A menos que hubiera un desastre.

—Exactamente.

—Algo que borró a todas las especies excepto a aquellas que fueron capaces de adaptarse.

—Sí. ¿Ves? Y tengo pruebas. Las cabras tienen un modelo de conducta defensiva. Cuando te acercas a ellas, cuando te huelen, se colocan en círculo, con los adultos dando la cara hacia adentro para poder así cocear al intruso y proteger a los jóvenes.

—Muchos animales lo hacen.

Other books

The Cosmic Puppets by Philip K. Dick
Bred in the Bone by Christopher Brookmyre
Valkyrie's Conquest by Sharon Ashwood
McNally's Caper by Lawrence Sanders
Kickoff to Danger by Franklin W. Dixon
Dark Dreams by Michael Genelin
End Online: Volume 3 by D Wolfin, Vincent, Weakwithwords