La voz de los muertos (32 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
12.95Mb size Format: txt, pdf, ePub

«Ah, —pensó Ender —. Para ella no es tan importante como para él mantener la ilusión de solidaridad.»

—Está aquí en parte para Hablar de la muerte de Libo —contestó Miro —, y eso es lo que sucedió justo antes.

—No tenemos pruebas de que exista una relación de causa…

—Dejadme descubrir a mí las relaciones de causa —dijo Ender suavemente —. Decidme qué sucedió cuando los cerdis sufrieron hambre.

—Eran las esposas las que sentían hambre, según decían —Miro ignoró la ansiedad de Ouanda —. Verá, los machos recogen comida para las hembras y los jóvenes, y no había suficiente. Empezaron a dar a entender que tendrían que hacer la guerra y que probablemente morirían todos —Miro sacudió la cabeza —. Parecían casi felices con esa idea.

Ouanda le detuvo.

—Ni siquiera ha prometido. No ha prometido nada.

—¿Qué queréis que prometa? —les preguntó Ender.

—Que no diga… nada de esto…

—¿Que no me chive de vosotros?

Ella asintió, aunque claramente rechazaba la frase infantil.

—No prometeré nada de eso —dijo Ender —. Mi oficio es contar.

Ella se giró hacia Miro.

—¿Ves?

Miro en cambio pareció asustado.

—No puede contarlo. Cerrarán la verja. ¡No nos dejarán volver a franquearla!

—¿Y tendréis que encontrar otro empleo? —preguntó Ender.

Ouanda le miró con desdén.

—¿Eso es lo que piensa de la xenología? ¿Que es un empleo? Hay otra especie inteligente en los bosques. Ramen, no varelse, y hay que darla a conocer.

Ender no respondió, pero su mirada no se despegó de su cara.

—Es como la Reina Colmena y el Hegemón —dijo Miro —. Los cerdis son como los insectores. Sólo que más pequeños, más débiles, más primitivos. Necesitamos estudiarlos, sí, pero eso no es suficiente. Se puede estudiar a las bestias y no preocuparse un ápice cuando una de ellas se cae muerta o es devorada, pero ellos… son como nosotros. No podemos estudiar simplemente su hambre, observar cómo se destruyen en la guerra, les conocemos, les…

—Amamos —dijo Ender.

—¡Sí! —exclamó Ouanda, desafiante.

—Pero si los dejárais, si no estuvierais aquí, desaparecerían, ¿no?

—No —respondió Miro.

—Te dije que sería como el comité —acusó Ouanda.

Ender la ignoró.

—¿Qué les sucedería si los dejárais?

—Es como… —Miro hizo un esfuerzo por encontrar las palabras —. Es como si regresáramos a la vieja Tierra, mucho antes del Genocidio, antes de los viajes estelares, y les dijéramos, podéis viajar entre las estrellas, podéis vivir en otros mundos. Y luego les enseñáramos un millar de milagros. Luces que se encienden con sólo apretar un botón. Acero. Incluso cosas simples… cuencos para recoger el agua. La agricultura. Ellos te ven, saben lo que eres, saben que pueden convertirse en lo que eres, hacer todas las cosas que tú haces. ¿Qué es lo que dirán? Llévate todo esto, no nos lo muestres, déjanos vivir nuestras breves, brutales y desagradables vidas, deja que la evolución siga su curso. No. Dirían danos, enséñanos, ayúdanos.

—Y respondéis que no es posible y os marcháis.

—¡Es demasiado tarde! —dijo Miro —. ¿No lo comprende? ¡Ya han visto los milagros! Ya nos han visto volar. Han visto que somos altos y fuertes, y tenemos herramientas mágicas y conocemos cosas con las que ellos nunca osarían soñar. Es demasiado tarde para decirles adiós, y marcharnos. Saben lo que es posible. Y cuanto más tiempo nos quedamos, más intentan aprender, y cuanto más aprenden, más vemos hasta qué punto el aprender les sirve de ayuda, y si tuviera algún tipo de compasión, tal vez si comprendiera que son… que son…

—Humanos.

—Ramen, de todas formas. Son nuestros hijos, ¿lo comprende?

Ender sonrió.

—¿Quién, de entre vosotros, si su hijo le pide pan le da una piedra?

Ouanda asintió.

—Eso es. Las leyes del Congreso nos dicen que tenemos que darles piedras. Aunque nos sobre el pan.

Ender se levantó.

—Bien, vamos.

Ouanda aún no estaba lista.

—No ha prometido…

—¿Habéis leído la Reina Colmena y el Hegemón?

—Yo sí —dijo Miro.

—¿Podéis concebir que alguien que decide llamarse Portavoz de los Muertos haga después algo que dañe a esos pequeños, a esos pequeninos?

La ansiedad de Ouanda remitió, pero su hostilidad no.

—Es usted muy listo, señor Andrew, Portavoz de los Muertos. A él le recuerda la Reina Colmena y a mí me cita las Escrituras.

—Le hablo a cada uno en el lenguaje que entiende —dijo Ender —. Eso no es ser listo. Es ser claro.

—Entonces hará lo que quiera.

—Siempre y cuando no dañe a los cerdis.

—Según su punto de vista.

—No tengo ningún otro punto de vista que usar.

Echó a andar y se encaminó al bosque. Ellos tuvieron que correr para seguir su ritmo.

—Tengo que decirle que los cerdis han estado preguntando por usted —dijo Miro —. Creen que es el mismo Portavoz que escribió la Reina Colmena y el Hegemón.

—¿Lo han leído?

—La verdad es que lo han incorporado bastante bien a su religión. Tratan el ejemplar que les dimos como si fuera un libro sagrado. Y ahora sostienen que la mismísima reina colmena les habla.

Ender le miró.

—¿Y qué dice?

—Que es usted el Portavoz auténtico. Y que tiene a la reina colmena. Y que la va a traer para que viva con ellos, y que va a enseñarles todo sobre el metal y… realmente es una locura. Lo peor es que tienen unas expectativas imposibles sobre usted.

Podría ser simplemente que sintieran un deseo de completarse, como obviamente creía Miro, pero Ender sabía por la crisálida de la reina colmena que ella había estado hablando con alguien.

—¿Cómo dicen que les habla la reina colmena?

—No les habla a ellos, sino a Raíz —contesto Ouanda, que caminaba ahora al otro lado —. Y Raíz les habla a ellos. Todo es parte de su sistema de tótems. Siempre hemos intentado seguirles la corriente y actuar como si lo creyéramos.

—¡Qué condescendiente por vuestra parte! —dijo Ender.

—Es una práctica antropológica común —contestó Miro.

—Estáis tan ocupados pretendiendo que les creéis que no hay una sola posibilidad de que aprendáis algo de ellos.

Por un momento, los dos se quedaron detrás y él se internó en el bosque. Corrieron hasta alcanzarle.

—¡Hemos dedicado nuestra vida a saber de ellos! —dijo Miro.

Ender se detuvo.

—Pero no a aprender de ellos —estaban en el interior del bosque, la luz difusa que atravesaba los árboles hacía imposible leer en sus caras. Pero sabía lo que éstas le dirían. Malestar, resentimiento, queja… ¿cómo se atrevía este extranjero a cuestionar su actitud profesional? —. Explotáis vuestra supremacía cultural hasta el fondo. Lleváis a cabo vuestras Actividades Cuestionables para ayudar a los pobrecitos cerdis, pero no hay una sola posibilidad de que advirtáis cuándo ellos tienen algo que enseñaros a vosotros.

—¿Como qué? —demandó Ouanda —. ¿Como asesinar a su mayor benefactor, torturarle hasta la muerte después de que salvara la vida de docenas de esposas e hijos suyos?

—¿Entonces por qué lo toleráis? ¿Por qué les ayudáis después de lo que hicieron?

Miro se interpuso entre ellos. «Protegiéndola, —pensó Ender —, o impidiendo que revele sus debilidades.»

—Somos profesionales. Comprendemos que las diferencias culturales que no podemos explicar…

—Comprendéis que los cerdis son animales, y no los condenáis por asesinar a Libo y a Pipo más de lo que condenaríais a una cabra por comer capim.

—Eso es —dijo Miro.

Ender sonrió.

—Y por eso nunca aprenderéis nada de ellos. Porque pensáis que son animales.

—¡Pensamos que son ramen! —dijo Ouanda, colocándose delante de Miro.

Obviamente no le interesaba que la protegieran.

—Los tratáis como si no fueran responsables de sus actos —dijo Ender —. Los ramen son responsables de lo que hacen.

—¿Y qué va a hacer usted? —preguntó sarcásticamente Ouanda —. ¿Venir y llevarles a juicio?

—Os diré una cosa. Los cerdis han aprendido más sobre mí por el muerto Raíz que lo que habéis aprendido vosotros teniéndome delante.

—¿Y eso qué se supone que significa? ¿Que de verdad es el Portavoz original? —Miro obviamente consideraba aquello como la proposición más ridícula imaginable —. Y supongo que de verdad tiene un puñado de insectores en su nave en órbita, y está esperando poder bajarlos y…

—Lo que significa —interrumpió Ouanda —, que este aficionado piensa que está más cualificado para tratar con los cerdis que nosotros. Y por lo que a mí respecta eso prueba que jamás debimos de haber accedido a traerlo.

En ese momento Ouanda dejó de hablar, pues un cerdi había salido de entre la maleza. Era más pequeño de lo que Ender había esperado. Su olor, aunque no completamente desagradable, era desde luego más fuerte de lo que la simulación por ordenador de Jane daba a entender.

—Demasiado tarde —murmuró Ender —. Creo que la reunión ya ha empezado.

La expresión del cerdi, si tenía alguna, era completamente ilegible para Ender. Miro y Ouanda, sin embargo, pudieron comprender parte de su lenguaje no hablado.

—Está sorprendido —murmuró Ouanda. Al decirle a Ender que comprendía lo que él no era capaz de captar, le estaba poniendo en su lugar. Eso estaba bien. Ender sabía que aquí era un novato. Sin embargo, esperaba también haberles sacado un poco de su forma de pensar normal. Era obvio que nunca se hacían preguntas y seguían pautas establecidas. Si quería tener ayuda real por su parte, tendrían que romper aquellos viejos modelos y alcanzar nuevas conclusiones.

—Come-hojas —dijo Miro.

Come-hojas no despegaba los ojos de Ender.

—Portavoz de los Muertos —dijo.

—Le hemos traído —anunció Ouanda.

Come-hojas se dio la vuelta y desapareció en la maleza.

—¿Qué significa eso? —preguntó Ender —. ¿Que se marcha?

—¿No se lo imagina? —preguntó Ouanda.

—Os guste o no —dijo Ender —, los cerdis quieren hablar conmigo y yo quiero hablar con ellos. Creo que saldrá mejor si me ayudáis a comprender qué pasa. ¿O es que tampoco lo comprendéis?

Les vio debatirse, molestos. Y entonces, para alivio de Ender, Miro tomó una decisión. En vez de responder con arrogancia, lo hizo sencilla, mansamente.

—No. No lo comprendemos. Seguimos jugando a las adivinanzas con los cerdis. Ellos nos hacen preguntas, nosotros les hacemos preguntas, y por nuestra habilidad ni ellos ni nosotros hemos revelado nada deliberadamente. Ni siquiera les hemos hecho las preguntas cuyas respuestas queremos conocer realmente, por miedo a que aprendan demasiado de nosotros gracias a esas preguntas.

Ouanda no estaba dispuesta a participar en la decisión de cooperar de Miro.

—Sabemos más de lo que usted sabrá en veinte años. Y está loco si cree que puede duplicar lo que sabemos con una entrevista de diez minutos en el bosque.

—No necesito duplicar lo que sabéis —dijo Ender.

—¿Eso cree?

—Os tengo conmigo —sonrió.

Miro comprendió y lo tomó como un cumplido.

—Esto es todo lo que sabemos, y no es mucho. Come-hojas probablemente no se alegra de verle. Hay un roce entre él y un cerdi llamado Humano. Cuando pensaron que no íbamos a traerle, Come-hojas estuvo seguro de que había ganado. Ahora se le ha arrebatado la victoria. Tal vez hemos salvado la vida de Humano.

—¿Y le ha costado la suya a Come-hojas?

—¿Quién sabe? Presiento que el futuro de Humano está en juego, pero el de Come-hojas no. Come-hojas sólo está intentando que Humano fracase, no ganar él.

—Pero no lo sabéis.

—Ése es el tipo de cosas sobre las que nunca preguntamos —Miro volvió a sonreír —. Y tiene usted razón. Es una costumbre tan enraizada que ni siquiera nos damos cuenta de que no preguntamos.

Ouanda estaba furiosa.

—¿Tiene razón? Ni siquiera nos ha visto trabajar y de repente ya es todo un crítico de…

Pero Ender no tenía ningún interés en verles discutir. Se encaminó en la dirección que había tomado Come-hojas y dejó que le siguieran cuando quisieran. Lo que, por supuesto, hicieron inmediatamente, dejando su discusión para más tarde. En cuanto Ender supo que iban tras él, empezó a preguntarles de nuevo.

—Esas Actividades Cuestionables que habéis llevado a cabo… ¿Habéis introducido nuevos alimentos en su dieta?

—Les enseñamos a comer la raíz de merdona —dijo Ouanda. Su tono era crispado y profesional, pero al menos le hablaba. No iba a dejar que su furia la excluyera de lo que obviamente iba a ser un encuentro crucial con los cerdis —. Les enseñamos a anular el contenido de cianuro mojándola y poniéndola a secar al sol. Ésa fue la solución a corto plazo.

—La solución a largo plazo fueron algunas de las adaptaciones que Madre realizó con el amaranto —dijo Miro —. Consiguió una variante de amaranto que se adaptaba tan bien a Lusitania que no era buena para los humanos. Demasiada estructura proteínica lusitana, no lo suficientemente terrestre. Pero parecía adecuado para los cerdis. Hice que Ela me diera algunos especímenes sin que supiera que era importante.

«No te engañes con lo que Ela sabe o no», pensó Ender.

—Libo se los dio y les enseñó a plantarlos y luego cómo molerlo, hacer harina, convertirlo en pan. Sabía a rayos, pero les dio una dieta que controlaban directamente por primera vez. Han engordado desde entonces.

La voz de Ouanda era más amarga.

—Pero mataron a Padre inmediatamente después de llevar a las esposas las primeras hojas.

Ender caminó en silencio unos instantes, intentando sacar sentido a todo esto. ¿Los cerdis mataron a Libo inmediatamente después de que les salvara del hambre? Impensable, y sin embargo había sucedido. ¿Cómo podía evolucionar una sociedad si mataba a aquellos que mejor contribuían a su supervivencia? Tendría que ser exactamente al contrario… tendrían que recompensar a los valiosos, dándoles más oportunidades para reproducirse. Es así cómo las comunidades mejoran sus posibilidades de sobrevivir como grupo. ¿Cómo podían sobrevivir los cerdis si asesinaban a aquellos que más contribuían a su supervivencia?

Y sin embargo había precedentes humanos. Estos niños, Miro y Ouanda, con sus Actividades Cuestionables, eran mejores y más sabios, a la larga, que el Comité Estelar que hacía las reglas. Pero si les descubrían, les separarían de sus familias y les llevarían a otro mundo… casi una sentencia de muerte, en cierto modo, puesto que todos aquellos a los que conocían habrían muerto antes de que pudieran regresar. Y, además, serían juzgados y castigados, probablemente encarcelados. Ni sus ideas ni sus genes se propagarían, y la sociedad se empobrecería por ello.

Other books

Her Old-Fashioned Boss by Laylah Roberts
The Vatard Sisters by Joris-Karl Huysmans
Exaltation by Jamie Magee
Memoirs of a Woman Doctor by Nawal el Saadawi
Girl Wonder to the Rescue by Malorie Blackman
The Syndrome by John Case
After Rain by William Trevor
Launched! by J A Mawter