La voz de los muertos (20 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
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GUSTO: O adaptarse a ella e incluirla en su ciclo de vida normal. Tal vez la NECESITAN.

CIDA: Necesitan algo que separa sus genes y los vuelve a unir aleatoriamente?

GUSTO: Tal vez por eso hay tan pocas especies diferentes en Lusitania… La Descolada puede ser reciente, sólo medio millón de años de antigüedad… y la mayoría de las especies no pudieron adaptarse.

CIDA: Ojalá no estuviéramos muriendo, Gusto. El próximo xenobiólogo probablemente trabajará con adaptaciones genéticas sistematizadas y no seguirá con esto.

GUSTO: ¿Ésa es la única razón que se te ocurre para lamentar nuestra muerte?

Vladimir Tiago Gussman y Ekaterina María Aparecida do Norte von Hesse-Gussman, diálogo no publicado inserto en notas de trabajo, dos días antes de su muerte; citado por primera vez en: «Hilos perdidos del conocimiento»,

 

Meta-Ciencia, el Periódico de la Metodología, 2001:12:12:144:45.

Ender no se marchó de la casa de los Ribeira hasta muy tarde, y pasó más de una hora intentando buscar un sentido a lo que había sucedido, especialmente después de que Novinha regresara a casa. A pesar de esto, Ender se levantó temprano por la mañana, lleno de preguntas que tenía que contestar. Siempre sucedía de esta manera cuando se preparaba para Hablar de un muerto; apenas podía encontrar descanso mientras juntaba las piezas de la historia del muerto como la veía, la vida que pretendía vivir, no importaba lo mal que hubiera acabado.

Esta vez, sin embargo, había una ansiedad añadida. Se preocupaba más por los vivos de lo que nunca había hecho antes.

—Claro que estás más involucrado —dijo Jane después de que intentara explicarle su confusión —. Te enamoraste de Novinha antes de salir de Trondheim.

—Tal vez amé a la joven, pero esta mujer es molesta y egoísta. Mira lo que dejó que le sucediera a sus hijos.

—¿Lo dice un Portavoz de los Muertos? ¿Juzgas a alguien por sus apariencias?

—Tal vez he empezado a amar a Grego.

—Siempre te dejas engatusar por la gente que se te orina encima.

—Y a Quara. A todos… incluso a Miro, me gusta el chico.

—Y ellos te quieren, Ender.

Él se echó a reír.

—La gente siempre piensa que me quiere, hasta que Hablo. Novinha es más perceptiva que la mayoría: me odia ya, antes de que diga la verdad.

—Estás tan ciego como todos los demás, Portavoz —dijo Jane —. Prométeme que cuando mueras, me dejarás que Hable en tu muerte. Tengo cosas que decir.

—Guárdatelas para ti —contestó Ender, cansado —. En este negocio eres aún peor que yo.

Empezó a hacer la lista de las preguntas que tenía que resolver.

 

1. ¿Por qué se casó Novinha con Marcão?

2. ¿Por qué odiaba Marcão a sus hijos?

3. ¿Por qué se odia Novinha?

4. ¿Por qué me llamó Miro para Hablar de la muerte de Libo?

5. ¿Por qué me llamó Ela para Hablar de la muerte de su padre?

6. ¿Por qué cambió Novinha de opinión y no quiso que Hablara de la muerte de Pipo?

7. ¿Cuál fue la causa inmediata de la muerte de Marcão?

 

Se detuvo en la séptima pregunta. Sería fácil de responder: un simple asunto clínico. Así que tendría que empezar por ahí.

El médico que hizo la autopsia a Marcão se llamaba Navío.

—No por mi tamaño —dijo, echándose a reír —, o porque sea un buen nadador. Mi nombre completo es Enrique o Navigador Caronada. Puede apostar a que me alegro que me llamen así y no «cañoncito». Hay demasiadas posibilidades obscenas en esto último.

Ender no se dejó engañar por su jovialidad. Navio era un buen católico y obedecía a su obispo como cualquiera. Estaba determinado a impedir que Ender aprendiera algo, aunque no se entristecía por ello.

—Hay dos maneras por las que puedo conseguir las respuestas a mis preguntas —dijo Ender suavemente —. Puedo preguntarle y usted me contesta con sinceridad. O puedo remitir una petición al Congreso Estelar para que me abra los archivos. Los gastos del ansible son muy elevados, y ya que la petición es rutinaria, y su resistencia contraria a la ley, el coste se deducirá de los fondos de su colonia, junto con una penalización doble y una multa para usted.

La sonrisa de Navio desapareció gradualmente a medida que Ender hablaba.

—Naturalmente que responderé a sus preguntas —dijo fríamente.

—Nada de «naturalmente» —dijo Ender —. Su obispo aconsejó a la gente de Milagro que levantaran un boicot injustificado y sin provocación a un ministro requerido legalmente. Le haría un favor a todo el mundo si les informara que si esta alegre no —cooperación continúa, haré una petición para que mi status cambie de ministro a inquisidor. Le aseguro que tengo muy buena reputación en el Congreso Estelar, y que mi petición tendrá éxito.

Navio sabía exactamente lo que aquello significaba. Como inquisidor, Ender tendría autoridad para revocar la licencia católica de la colonia en el terreno de la persecución religiosa. Causaría un terrible malestar entre los lusitanos, más que a ninguno al obispo Peregrino, quien sería depuesto de su cargo y enviado al Vaticano para que le administraran un correctivo.

—¿Por qué iba a hacer usted una cosa así cuando sabe que nadie le quiere aquí? —preguntó Navio.

—Alguien me quería o de otro modo no habría venido. Puede que no le guste la ley cuando le molesta, pero protege a muchos católicos en mundos donde la licencia se refiere a otros credos.

Navio hizo tamborilear los dedos sobre la mesa.

—¿Qué preguntas quiere hacerme, Portavoz? Acabemos con esto cuanto antes.

—Es bastante simple, al menos para empezar. ¿Cuál fue la causa inmediata de la muerte de Marcos María Ribeira?

—¡Marcão! No es posible que le hayan llamado para Hablar por su muerte: sólo murió hace unas pocas semanas.

—Me han llamado para que Hable de varias muertes, Dom Navio, y elijo empezar por la de Marcão.

Navio sonrió con una mueca.

—¿Y si pido pruebas de su autoridad?

Jane susurró a Ender en la oreja.

—Vamos a sorprenderle.

Inmediatamente, el terminal de Navio cobró vida y se llenó de documentos oficiales, mientras una de las voces más autoritarias de Jane declaraba:

—Andrew Wiggin, Portavoz de los Muertos, ha aceptado la llamada para explicar la vida y la muerte de Marcos María Ribeira, en la ciudad de Milagro, Colonia de Lusitania.

No fue el documento lo que impresionó a Navio. Fue el hecho de que no había hecho la petición, pues ni siquiera se había vuelto hacia su terminal. Navio supo de inmediato que el ordenador había sido activado a través de la joya que el Portavoz llevaba en el oído, pero eso significaba que una rutina lógica de muy alto nivel protegía al Portavoz y apoyaba sus peticiones. Nadie en Lusitania, ni siquiera la propia Bosquinha, había tenido nunca autoridad para hacer aquello. Fuera lo que fuese este Portavoz, concluyó Navio, es un pez mucho más gordo de lo que el obispo Peregrino puede digerir.

—De acuerdo —dijo Navio, forzando una sonrisa. Ahora, aparentemente, había recordado cómo volver a ser jovial —. Tenía intención de ayudarle, de todas formas. La paranoia del obispo no aflige a todo el mundo en Milagro, ¿sabe?

Ender le devolvió la sonrisa, dando por buena su hipocresía.

—Marcos Ribeira murió de un defecto congénito —soltó un largo nombre pseudo —latino —. Nunca ha oído hablar de esa enfermedad porque es bastante rara, y sólo se traspasa a través de los genes. Empieza con la llegada de la pubertad, en la mayoría de los casos, y lo que hace es reemplazar gradualmente los tejidos glandulares endocrinos y exocrinos por células lípidas. Lo que eso significa es que poco a poco a lo largo de los años las glándulas suprarrenales, la pituitaria, el hígado, los testículos, la tiroides y demás son reemplazadas por grandes aglomeraciones de células de grasa.

—¿Siempre es fatal? ¿Irreversible?

—Oh, sí. La verdad es que Marcos vivió diez años más de lo que es normal. Su caso era notable en varios sentidos. En todos los otros casos registrados (y lo cierto es que no hay demasiados), la enfermedad ataca primero a los testículos, dejando a la víctima impotente y, casi siempre, estéril. Con seis hijos sanos, es obvio que los testículos de Marcos Ribeira fueron las últimas glándulas en resultar afectadas. Sin embargo, una vez que fueron atacadas, el progreso debió haber sido inusitadamente rápido: los testículos habían sido reemplazados completamente por células grasas, aunque gran parte de su hígado y su tiroides seguían aún funcionando.

—¿Qué lo mató al final?

—La pituitaria y las adrenales no funcionaban. Era un muerto ambulante. Se cayó en uno de los bares en mitad de una canción, según he oído.

Como siempre, la mente de Ender encontró automáticamente contradicciones aparentes.

—¿Cómo es que una enfermedad hereditaria se transmite si deja a sus víctimas estériles?

—Se transmite normalmente a través de líneas colaterales. Un niño muere y sus hermanos y hermanas no manifestarán para nada la enfermedad, pero pasarán la tendencia a sus hijos. Naturalmente, teníamos miedo de que Marcão, al tener hijos, le pasara a todos ellos el gen defectuoso.

—¿Los ha estudiado?

—Ninguno tiene ninguna deformación genética. Puede apostar a que Dona Ivanova estuvo todo el rato mirando por encima de mi hombro. Detectamos inmediatamente los genes problemáticos y aclaramos que ninguno de los niños lo tenía, así de fácil.

—¿Ninguno? ¿Ni siquiera una tendencia recesiva?

—Graças a Deus —dijo el médico —. ¿Quién se habría casado con ellos si hubieran tenido los genes malditos? Lo que no comprendo es cómo el defecto genético de Marcão no fue descubierto.

—¿No se utilizan aquí normalmente chequeos genéticos?

—No, en absoluto. Pero tuvimos una gran plaga hace unos treinta años. Los propios padres de Dona Ivanova, el Venerado Gusto y la Venerada Cida, llevaron a cabo un detallado estudio genético de cada hombre, mujer y niño en la colonia. Es así cómo encontraron la cura. Y sus comparaciones hechas por ordenador habrían descubierto este defecto particular… es así cómo lo descubrí cuando Marcão murió. Nunca había oído hablar de la enfermedad, pero el ordenador la tenía en los archivos.

—¿Y Os Venerados no la encontraron?

—Aparentemente no, o se lo habrían dicho a Marcos. Incluso si ellos no se lo hubieran dicho, Ivanova misma la habría encontrado.

—Tal vez lo hizo —dijo Ender.

Navio se rió en voz alta.

—Imposible. Ninguna mujer en su sano juicio tendría hijos deliberadamente de un hombre con un defecto genético como ése. Marcão sufrió seguramente una agonía constante durante muchos años. Nadie desea eso en sus propios hijos. No, Ivanova puede que sea excéntrica, pero no está loca.

Jane encontraba el asunto terriblemente divertido. Cuando Ender volvió a casa, hizo aparecer su imagen sobre el terminal para poder reírse a gusto.

—No puede evitarlo —dijo Ender —. En una devota colonia católica como ésta el Biologista es una de las personas más respetadas, y por supuesto no se le ocurre cuestionar sus premisas básicas.

—No te disculpes por él. No espero que los seres humanos trabajen tan lógicamente como las maquinas. Pero no puedes pedirme que no me divierta.

—En cierto modo, es muy hermoso por su parte —dijo Ender —. Prefiere creer que la enfermedad de Marcão era distinta de todos los otros casos registrados. Prefiere creer que de alguna manera los padres de Ivanova no advirtieron que Marcos tenía la enfermedad y que ella se casó con él ignorándolo, aunque la regla de Ockham dice que tenemos que creer la explicación más simple: que la enfermedad de Marcão progresó como en todos los otros, primero los testículos, y que todos los hijos de Novinha son de otro padre. No me extraña que Marcão estuviera amargado y furioso. Cada uno de los seis niños le recordaba que su esposa dormía con otro hombre. Probablemente al principio fue parte de su trato que ella no le sería fiel. Pero seis hijos es demasiado.

—Las deliciosas contradicciones de la vida religiosa —dijo Jane —. Deliberadamente comete adulterio… pero ni se le ocurre usar un anticonceptivo.

—¿Has analizado el modelo genético de los hijos para ver quién puede ser el padre?

—¿Quieres decir que no te lo figuras?

—Me lo figuro, pero quiero asegurarme de que la evidencia clínica no se contradice con la respuesta obvia.

—Libo, por supuesto. ¡Vaya semental! Tuvo seis hijos con Novinha y otros cuatro más con su esposa.

—Lo que no comprendo es por qué Novinha no se casó con él. No tiene sentido que se casara con un hombre a quien obviamente despreciaba, cuya enfermedad sin duda conocía, y luego tener hijos con el hombre al que debe de haber amado desde el principio.

—Perversos y retorcidos son los caminos de la mente humana —recitó Jane —. Pinocho fue un idiota intentando convertirse en un niño de verdad. Estaba mucho mejor con su cabeza de madera.

Miro escogió cuidadosamente su camino a través del bosque. Reconoció los árboles de vez en cuando, o pensaba que lo hacía: ningún humano tendría nunca la afición de los cerdis a nombrar cada árbol del bosque. Pero los humanos tampoco adoraban a los árboles, ni los consideraban tótems de sus antepasados, claro.

Miro había escogido deliberadamente un camino más largo para llegar a la casa de troncos de los cerdis. Desde que Libo le aceptó como segundo aprendiz para trabajar junto con su hija, Miro había aprendido que nunca debía seguir un mismo sendero. Algún día, les advertía Libo, podría haber problemas entre los cerdis y los humanos; no haremos un sendero que guía a un pelotón a su destino. Así que hoy Miro caminaba por la vertiente más lejana del arroyo, junto a la cima de la alta ribera.

Naturalmente, pronto un cerdi apareció en la distancia, vigilándole. Fue así cómo Libo dedujo, varios años antes, que las hembras debían vivir en aquella dirección; los machos siempre vigilaban a los zenadores cuando se acercaban demasiado. Y, como había insistido Libo, Miro no hizo ningún esfuerzo para dar ni un solo paso en la dirección prohibida. Su curiosidad se esfumaba en cuanto recordaba el aspecto que tenía el cuerpo de Libo cuando él y Ouanda lo encontraron. Libo no había muerto aún: tenía los ojos abiertos y los movía. Sólo murió cuando Miro y Ouanda se arrodillaron junto a él, uno a cada lado, sosteniendo sus manos cubiertas de sangre. Ah, Libo, tu sangre aún fluía cuando tu corazón yacía abierto en tu pecho. Si nos hubieras hablado, si nos hubieras dicho una palabra de por qué te mataron…

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