La voz de los muertos (13 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
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Los años pasaron, la familia prosperó, y el dolor de Valentine por la pérdida de Ender se convirtió en orgullo por él y finalmente en una poderosa impaciencia. Estaba ansiosa por que llegara a Lusitania y resolviera el problema de los cerdis, por que cumpliera su aparente destino como el apóstol de los ramen. Fue Plikt, la buena luterana, quien le enseñó a Valentine a concebir la vida de Ender en términos religiosos; la poderosa estabilidad de su vida familiar y el milagro de cada uno de sus cinco hijos se combinaron para instalar en ella las emociones, si no las doctrinas, de la fe.

Era lógico que también afectara a los niños. El relato del Tío Ender, ya que no podían mencionarlo a los extraños, adquirió tonos sobrenaturales. Syfte, la hija mayor, estaba particularmente intrigada, e incluso cuando llegó a los veinte años y concibió de modo racional la adoración primitiva e infantil por Tío Ender, siguió obsesionada con él. Era una criatura de leyenda, y sin embargo aún vivía, en un mundo que no estaba lejos.

No se lo dijo a sus padres, pero sí a su antigua tutora.

—Algún día, Plikt, le conoceré. Le conoceré y le ayudaré en su trabajo.

—¿Qué te hace creer que necesitará ayuda? ¿Tu ayuda, además? —Plikt se mostraba siempre escéptica hasta que sus estudiantes se ganaban su confianza.

—Tampoco lo hizo solo la primera vez, ¿no?

Y los sueños de Syfte se alejaron del hielo de Trondheim y se dirigieron al distante planeta donde Ender Wiggin aún no había puesto los pies.

«Gente de Lusitania, qué poco sabéis del gran hombre que caminará por vuestra tierra y tomara vuestra carga. Y yo me uniré a él, a su debido tiempo, aunque sea una generación tarde… prepárate también para mí, Lusitania.»

En su nave, Ender Wiggin no tenía noción de la carga de sueños de otras personas que llevaba consigo. Sólo habían pasado unos días desde que había dejado a Valentine llorando en el embarcadero. Para él, Syfte no tenía nombre; era un bebé en el vientre de Valentine, y nada más. Sólo empezaba a sentir el dolor de perder a Valentine, un dolor que ella había superado desde hacía tiempo. Y sus pensamientos estaban lejos de sus sobrinos desconocidos en aquel mundo de hielo.

Era en una muchachita joven y atormentada llamada Novinha en quien pensaba, y se preguntaba qué le estarían haciendo esos veintidós años de viaje, y en qué se habría convertido cuando se encontraran. Pues Ender la amaba, como sólo se puede amar a alguien que es un eco de uno mismo, en el momento de la pena más profunda.

Olhado

Su única relación con otras tribus parece ser la guerra. Cuando se cuentan historias mutuas (a menudo durante la estación de las lluvias), casi siempre se refieren a batallas y héroes. El final es siempre la muerte, para los héroes y los cobardes por igual. Si las historias les sirven de alguna guía, los cerdis no esperan vivir a costa de la guerra. Y nunca, jamás, dan la más mínima señal de sentir interés por las hembras del enemigo, ya sea para violarías, asesinarlas o convertirlas en esclavas, el tratamiento tradicional humano hacia las mujeres de los soldados caídos.

¿Significa esto que no existe intercambio genético entre las tribus? En absoluto. Los intercambios genéticos puede que sean llevados a cabo por las hembras, quienes pueden tener algún sistema de comerciar factores genéticos. Dada la aparente sumisión total de los machos a las hembras en la sociedad cerdi, esto podría hacerse fácilmente sin que los machos tuvieran conocimiento de ello; o puede que les cause tanta vergüenza que no lo mencionan.

Lo que quieren es hablarnos de batallas. Una descripción típica, de las notas de mi hija Ouanda el 21:2 del año pasado, durante una sesión de relatos en el interior de la casa de madera:

CERDI (hablando stark): Mató a tres de los hermanos sin recibir una herida. Nunca he visto un guerrero más fuerte y temerario. La sangre le llegaba a los brazos, y el palo que llevaba en la mano estaba salpicado y cubierto con los sesos de mis hermanos. Sabía que era honorable, aunque el resto de la batalla fue contra su débil tribu «Dei honra! Eu Ihe dei! (¡Que sea honrado! ¡Yo se lo ofrezco!)»

(Otros cerdis hacen chasquear la lengua).

CERDI: Lo clavé al suelo. Su oposición era fuerte hasta que le enseñé la hierba en mi mano. Entonces abrió la boca y entonó las extrañas canciones del país lejano. Nunca será madeira na mâo da gente! (¡Nunca será un palo en nuestras manos!). (En este punto, los demás se le unen y cantan una canción en el Lenguaje de las Esposas, uno de los pasajes más largos que hemos oído.)

(Anotar que es común en ellos hablar en primer lugar en stark, y luego cambiar al portugués en el momento del clímax y la conclusión. Nos hemos dado cuenta de que hacemos lo mismo, y volvemos a nuestro portugués nativo en los momentos más emocionales.)

El relato de esta batalla puede no parecer tan extraño, hasta que uno oye las historias suficientes, para darse cuenta de que siempre terminan con la muerte del héroe. Aparentemente no tienen gusto por la comedia ligera.

 

Liberdade Figueira de Medici.

«Informe sobre los Modelos Intertribales de los Aborígenes Lusitanos».

En Transacciones Culturales, 1964:12:40.

No hubo mucho que hacer durante el vuelo Interestelar. Una vez que se hubo fijado el rumbo y la nave hizo el cambio de Park, lo único que quedó fue calcular a qué distancia de la velocidad de la luz viajaba la nave. El ordenador de a bordo calculó la velocidad exacta y entonces determinó cuánto debería continuar el viaje, en tiempo subjetivo, antes de volver a hacer el cambio de Park a una velocidad sub-luz aceptable. «Como un cronómetro —pensó Ender —. Lo conectas, lo desconectas, y la carrera se acaba.»

Jane no pudo poner mucho de su parte en el cerebro de la nave, así que Ender estuvo los ocho días de viaje prácticamente solo. Los ordenadores de la nave eran lo suficientemente buenos para ayudarle a conseguir el cambio de español al portugués. El idioma era fácil de hablar, pero se saltaban tantas consonantes que era difícil de comprender.

Hablar portugués con un ordenador lento se convirtió en una locura después de una o dos horas diarias. En todos los otros viajes, Val había estado con él. No es que hablaran siempre, claro. Se conocían tan bien que a menudo no había mucho que decir. Pero sin ella, Ender se impacientaba con sus propios pensamientos; nunca se interrumpían, porque no había nadie que le dijera que lo hiciera.

Ni siquiera la reina colmena servía de ayuda. Sus pensamientos eran instantáneos; atados, no a la sinapsis, sino a los filotes, a los cuales no afectaban los efectos relativistas de la velocidad de la luz. Para ella, cada minuto del tiempo de Ender eran dieciséis horas; la diferencia era demasiado grande para que Ender pudiera recibir cualquier tipo de comunicación por su parte. Si no estuviera en una crisálida, tendría miles de insectores individuales, cada uno haciendo su propia labor y comunicando sus experiencias a su vasta memoria. Pero ahora todo lo que tenía eran recuerdos, y en sus ocho días de cautividad, Ender empezó a comprender su ansia por ser liberada.

Cuando pasaron los ocho días, ya se las arreglaba bastante bien hablando el portugués directamente en vez de traducir del español cada vez que quería decir algo. También ansiaba desesperadamente compañía humana; le habría alegrado discutir de religión con un calvinista, con tal de tener alguien con quien hablar que fuera algo más listo que el ordenador de la nave.

La astronave realizó el cambio de Park; en un momento inconmensurable, su velocidad cambió con respecto al resto del universo. O, más bien, la teoría decía que, de hecho, era la velocidad del universo la que cambiaba mientras la nave permanecía inmóvil. Nadie podía estar seguro, porque no había nadie para observar el fenómeno. Era sólo una suposición, ya que nadie entendía por qué funcionaban los efectos filóticos; el ansible había sido descubierto casi por accidente, y junto a él el Principio de Instantaneidad de Park. Puede que no fuera comprensible, pero funcionaba.

Instantáneamente las ventanas de la astronave se llenaron de estrellas cuando la luz se hizo visible en todas las direcciones. Algún día los científicos descubrirían por qué el cambio de Park casi no requería energía. En alguna parte, Ender estaba seguro, se estaba pagando un precio terrible para que la humanidad pudiera navegar entre las estrellas. Una vez había soñado que cada vez que una nave efectuaba el cambio de Park se apagaba una estrella. Jane le aseguró que no era así, pero él sabia que la mayoría de las estrellas son invisibles para nosotros: un billón de ellas podría desaparecer y no nos daríamos cuenta. Durante miles de años continuaríamos viendo los fotones que ya habían sido emitidos antes de que la estrella desapareciera. Para cuando viéramos que la galaxia se desvanecía, ya sería demasiado tarde para enmendar rumbo.

—Sentado con tus fantasías paranoides —dijo Jane.

—No puedes leer en la mente —recordó Ender.

—Siempre te vuelves melancólico y especulas sobre la destrucción del universo cada vez que terminas un viaje interestelar. Es tu forma particular de manifestar el mareo.

—¿Ya has alertado a las autoridades de Lusitania de mi venida?

—Es una colonia muy pequeña. No hay autoridad encargada de los aterrizajes porque apenas viene nadie. Hay una lanzadera en órbita que automáticamente lleva y trae a la gente a un aeropuerto ridículo.

—¿No hace falta permiso de Inmigración?

—Eres un Portavoz. No pueden rechazarte. Además, Inmigración depende del Gobernador, que es a la vez el Alcalde, ya que la ciudad y la colonia son la misma cosa. En este caso, es una mujer. Su nombre es Faria Lima Maria do Bosque, llamada Bosquinha, y te envía sus saludos y desearía que te marcharas, porque tiene ya bastantes problemas y no le hace falta un profeta del agnosticismo que moleste a los buenos católicos.

—¿Dijo eso?

—Bueno, a ti exactamente no… El obispo Peregrino se lo dijo a ella, y ella estuvo de acuerdo. Pero su oficio es estar de acuerdo. Si le dices que los católicos son unos tontos idólatras y supersticiosos, probablemente suspirará y te dirá que espera que te guardes esa opinión.

—Estás ocultando algo —dijo Ender —. ¿Qué es lo que piensas que no quiero oír?

—Novinha canceló su petición de un Portavoz. Cinco días después de enviarla.

Naturalmente, el Código Estelar decía que una vez que Ender hubiera iniciado su viaje en respuesta a su llamada, la llamada no podía ser cancelada legalmente; sin embargo, eso lo cambiaba todo, porque en vez de esperar ansiosamente su llegada durante veintidós años, ella estaría temiéndola, lamentando que hubiera venido cuando ya había cambiado de opinión.

Ender había esperado ser recibido como amigo. Ahora ella sería incluso más hostil que la jerarquía católica.

—Bueno, eso simplifica mi trabajo —dijo.

—No es tan malo, Andrew. Verás, en los años intermedios otro par de personas han solicitado un Portavoz, y no han cancelado sus llamadas.

—¿Quiénes?

—Por la más fascinante de las coincidencias, son los hijos de Novinha, Miro y Ela.

—No pueden haber conocido a Pipo. ¿Por qué me llaman para Hablar de su muerte?

—Oh, no, no de la muerte de Pipo. Ela pidió un Portavoz hace sólo seis semanas, para que Hable de la muerte de su padre, el marido de Novinha, Marcos María Ribeira, llamado Marcão. Se cayó muerto en un bar. No por el alcohol… tenía una enfermedad. Murió podrido por dentro.

—Me preocupas, Jane, consumida como estás por la compasión.

—Eres tu quien es bueno para eso. Yo soy mejor en las búsquedas complejas a través de estructuras de datos.

—Y el chico… ¿cómo se llama?

—Miro. Pidió un Portavoz hace sólo cuatro años. Por la muerte del hijo de Pipo, Libo.

—Libo no podía tener más de cuarenta años.

—Le ayudaron a que muriera muy joven. Era xenólogo, ¿sabes? O zenador, como dicen en portugués.

—Los cerdis…

—Exactamente igual que la muerte de su padre. Los órganos colocados exactamente de la misma forma. Tres cerdis han sido ejecutados de la misma manera mientras estabas de camino. Pero plantan árboles en medio de los cadáveres cerdis… no hay tal honor para los humanos muertos. Los dos xenólogos asesinados por los cerdis, con una generación de diferencia.

—¿Qué ha decidido el Consejo Estelar?

—Siguen dudando. No han certificado aún a los aprendices de Libo como xenólogos. Uno es la hija de Libo, Ouanda. Y el otro es Miro.

—¿Mantienen contacto con los cerdis?

—Oficialmente, no. Hay algo de controversia en este asunto. Después de que Libo muriera, el Consejo prohibió que la frecuencia del contacto fuera mayor de un mes. Pero la hija de Libo se negó categóricamente a obedecer la orden.

—¿Y no la han trasladado?

—El margen de la mayoría de ellos, que decidió reducir el contacto con los cerdis, fue estrecho. No hubo mayoría para censurarla. Al mismo tiempo, les preocupa que Miro y Ouanda sean tan jóvenes.

Hace dos años un grupo de científicos partió de Calcuta. Estarán aquí para hacerse cargo de los asuntos de los cerdis dentro de treinta y tres años mas.

—¿Tienen alguna idea de por qué los cerdis mataron al xenólogo?

—Ninguna. Pero para eso estás aquí, ¿no?

La respuesta podría haber sido fácil, si no fuera porque la reina colmena le llamó gentilmente en el fondo de su mente. Ender pudo sentirla como al viento a través de las hojas de un árbol, un susurro, un movimiento suave, y la luz del sol. Sí, estaba aquí para Hablar en nombre de los muertos. Pero también para devolver los muertos a la vida.

«Éste es un buen sitio.»

—Todo el mundo está siempre unos cuantos pasos por delante de mi.

«Hay una mente aquí. Mucho más clara que ninguna mente humana que conozcamos.»

—¿Los cerdis? ¿Piensan como tú?

«Sabe de los cerdis. Un poco; tiene miedo de nosotros.»

La reina colmena se retiró, y Ender pensó que con Lusitania había mordido más de lo que podría tragar.

El obispo Peregrino en persona pronunció la homilía. Eso era siempre una mala señal. No era un orador excitante, y se había vuelto tan rebuscado que Ela no pudo ni siquiera comprender de qué hablaba la mitad del tiempo. Quim pretendía que podía comprender, naturalmente, porque en lo que a él concernía, el obispo no podía equivocarse. Pero el pequeño Grego no hizo ni el más mínimo intento de parecer interesado. Incluso a pesar de que la Hermana Esquecimento se paseaba por el pasillo, con sus afiladas uñas y sus crueles pellizcos, Grego siguió haciendo intrépidamente todo lo que le pasaba por la cabeza.

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