La voz de los muertos (35 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
2.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

Humano avanzó lentamente y se arrodilló junto a los palos, con las manos apoyadas gentilmente sobre el más cercano. Echó la cabeza atrás y comenzó a cantar, una melodía sin palabras que era el sonido más triste que Miro había oído en su vida. La canción continuó, sólo en la voz de Humano; únicamente de modo gradual advirtió Miro que los otros cerdis le estaban mirando, esperando a que hiciera algo.

Finalmente Mandachuva se le acercó y le habló suavemente.

—Por favor —dijo —Deberías cantar por el hermano.

—No sé cómo —contestó Miro, sintiéndose indefenso y temeroso.

—Dio su vida —dijo Mandachuva —, para responder a tu pregunta.

«Para responder mi pregunta y abrir otras mil más», pensó Miro. Pero se adelantó, se arrodilló junto a Humano, cerró los dedos en torno al mismo palo frío y liso que Humano sostenía, echó atrás la cabeza y empezó a cantar. Al principio su voz fue débil y dudosa, insegura de la melodía; pero luego comprendió la razón de la canción sin tono, sintió la muerte del árbol bajo sus manos, y su voz se hizo alta y fuerte, desafinando agonizante junto a la voz de Humano, que lloraba por la muerte del árbol y le agradecía su sacrificio y prometía usar su muerte por el bien de la tribu, por el bien de los hermanos y las esposas y los hijos, para que todos pudieran vivir, multiplicarse y prosperar. Ése era el significado de la canción, y el significado de la muerte del árbol, y cuando finalmente la canción acabó, Miro se inclinó hasta que su cabeza tocó la madera y pronunció las palabras de la extremaunción, las mismas palabras que había susurrado sobre el cadáver de Libo cinco años antes.

La Alocución

HUMANO: ¿Por qué no viene nunca a vernos ninguno de los otros humanos?

MIRO: Somos los únicos a los que se les permite atravesar la verja.

HUMANO: ¿Y por qué no la escalan simplemente?

MIRO: ¿No habéis tocado nunca la verja? (Humano no responde). Es muy doloroso tocarla. Pasar por encima de la verja sería como si todas y cada una de las partes de tu cuerpo te dolieran lo máximo posible, y a la vez.

HUMANO: Eso es una tontería. ¿No crece la hierba a ambos lados?

 

Ouanda Quenhatta Figueira Mucumbi,

Transcripciones de diálogos.

103:0:1970:1:1:5.

Faltaba apenas una hora para que se pusiera el sol. La alcaldesa Bosquinha subió las escaleras de las oficinas privadas que el obispo Peregrino tenía en la Catedral. Dom y Dona Cristaes estaban ya allí, y su aspecto era grave. El obispo Peregrino, sin embargo, parecía satisfecho de si mismo. Siempre disfrutaba cuando todo el liderazgo religioso y político de Milagro se congregaba bajo su techo. No importaba que Bosquinha fuera la que había solicitado la reunión, y que él se hubiera ofrecido a celebrarla en la Catedral, porque era ella la que tenía el poder. A Peregrino le gustaba sentir que de alguna manera era el amo de la colonia Lusitania. Bien, al final de la reunión todos tendrían claro que ninguno de ellos era amo de nada.

Bosquinha les saludó a todos. Sin embargo, no se sentó en la silla que le habían ofrecido. Lo hizo ante el terminal del obispo, lo conectó y ejecutó el programa que tenía preparado. En el aire aparecieron varias capas de pequeños cubos.

La capa superior tenía solamente unos pocos; la mayoría de las capas tenían muchos más. Más de la mitad, empezando por las más altas, estaban coloreadas de rojo; el resto eran azules.

—Muy bonito —dijo el obispo Peregrino. Bosquinha miró a Dom Cristão.

—¿Reconoce el modelo?

Él negó con la cabeza.

—Pero creo que sé a qué se debe esta reunión.

Dona Cristã se inclinó hacia delante.

—¿Hay algún lugar seguro donde podamos esconder las cosas que queremos conservar?

La expresión de diversión no compartida del obispo Peregrino se desvaneció de su rostro.

No sé a qué se debe esta reunión.

Bosquinha se dio la vuelta para mirarle.

—Era muy joven cuando me nombraron gobernadora de la Colonia Lusitania. Ser elegida era un gran honor, una gran muestra de confianza. Había estudiado gobierno de comunidades y sistemas sociales desde la infancia, y lo había hecho bien en mi corta carrera en Oporto. Lo que el comité aparentemente pasó por alto fue el hecho de que yo era ya recelosa, mentirosa y chauvinista.

—También tiene virtudes que todos hemos aprendido a admirar —dijo el obispo Peregrino.

Bosquinha sonrió.

—Mi chauvinismo significó que en cuanto la Colonia Lusitania fue mía, mi lealtad se debió más a los intereses de Lusitania que a los de los Cien Mundos o al Congreso Estelar. Mi habilidad para disimular me permitió hacer creer al comité todo lo contrario, que tenía constantemente los mejores intereses del comité en el corazón. Y mi recelo me llevó a pensar que el Congreso no iba a dar a Lusitania nada remotamente parecido a la independencia y a un estatuto de igualdad entre los Cien Mundos.

—Por supuesto que no —dijo el obispo —. Somos una colonia.

—No somos una colonia. Somos un experimento. Hace tiempo que examiné nuestros papeles y nuestra licencia y todas las órdenes del Congreso relacionadas con nosotros, y descubrí que las leyes de intimidad normal no se aplican a nosotros. He descubierto que el comité tiene el poder de acceder ilimitadamente a todos los ficheros de memoria de todas las personas e instituciones de Lusitania.

El obispo empezó a parecer enfadado.

—¿Quiere decir que el comité tiene derecho a mirar todos los archivos confidenciales de la Iglesia?

—¡Ah! —dijo Bosquinha —. Un amigo chauvinista.

—La Iglesia tiene algunos derechos asegurados por el Código Estelar.

—No se enfade conmigo.

—No me lo había dicho nunca.

—Si se lo hubiera dicho, habría protestado, y ellos habrían pretendido rectificar y entonces no podría haber hecho lo que hice.

—¿Qué?

—Este programa. Registra todos los accesos iniciados por ansible a los ficheros de la Colonia Lusitania.

Dom Cristão frunció el ceño.

—Se supone que no puede hacer eso.

—Lo sé. Como decía, tengo muchos vicios secretos. Pero mi programa no detectó nunca ninguna intrusión de importancia… oh, unos cuantos ficheros cada vez que los cerdis mataban a uno de nuestros xenobiólogos, pero eso era de esperar. Nada de importancia. Hasta hace cuatro días.

—Cuando llegó el Portavoz de los Muertos —dijo el obispo Peregrino.

A Bosquinha le hizo gracia que el obispo considerara la llegada del Portavoz como una fecha tan señalada para hacer inmediatamente la conexión.

—Hace tres días —dijo —, se envió por ansible una sonda no —destructiva. Seguía un modelo interesante —se volvió al terminal y cambió la pantalla. Ahora mostró accesos primariamente a áreas de alto nivel, limitada a sólo una región de la pantalla —. Tiene acceso a todo lo que está relacionado con los xenólogos y xenobiólogos de Milagro. Ignoró todas las rutinas de seguridad como si no existieran. Y leyó todo lo que descubrieron, todo lo que tiene que ver con sus vidas privadas. Sí, obispo Peregrino, creí entonces y creo hoy que esto tiene que ver con el Portavoz.

—Seguramente no tiene autoridad con el Congreso Estelar.

Dom Cristão asintió sabiamente.

—San Angelo escribió una vez, en sus diarios privados, que nadie sino los Hijos de la Mente leen…

El obispo se volvió hacia él lleno de júbilo.

—¡Así que los Hijos de la Mente tienen realmente escritos secretos de San Ángelo!

—Secretos, no —dijo Dona Cristá —. Simplemente aburridos. Cualquiera puede leer los diarios, pero sólo nosotros nos molestamos en hacerlo.

—Lo que escribió —continuó Dom Cristão —, fue que el Portavoz Andrew es más viejo de lo que sabemos. Más viejo que el Congreso Estelar y, a su manera, quizá más poderoso.

—Es un muchacho —replicó el obispo —. No puede tener aún cuarenta años.

—Sus estúpidas rivalidades nos están haciendo perder el tiempo —dijo bruscamente Bosquinha —. Requerí esta reunión porque esto es una emergencia. Como cortesía hacia ustedes, porque ya he actuado para bien del gobierno de Lusitania.

Los otros guardaron silencio.

Bosquinha volvió a mostrar la pantalla original.

—Esta mañana mi programa me alertó por segunda vez. Otro acceso vía ansible, sólo que esta vez no fue el acceso selectivo no —destructivo de hace tres días. Esta vez está leyéndolo todo a gran velocidad, transfiriendo datos, lo que significa que todos nuestros archivos están siendo copiados en ordenadores de otros mundos. Luego todos los directorios se reescriben para que una orden iniciada por ansible destruya completamente todos los ficheros de nuestras memorias.

Bosquinha pudo ver que el obispo Peregrino estaba sorprendido… y que los Hijos de la Mente, no.

—¿Por qué? —dijo el obispo —. Destruir todos nuestros archivos… eso es lo que se hace a una nación en… rebeldía, a la que se quiere destruir, a la que…

—Veo que ustedes también son chauvinistas y recelosos —les dijo Bosquinha a los Hijos de la Mente.

—Me temo que mucho más que usted —dijo Dom Cristão —. Pero también detectamos las intrusiones. Naturalmente, enviamos copias de todos nuestros registros —un gran gasto —a los monasterios de los Hijos de la Mente en otros mundos, y ellos tratarán de restaurar nuestros archivos después de que los destruyan. Sin embargo, si se nos va a tratar como a una colonia rebelde, dudo que se permita una restauración así. Así que estamos haciendo copias en papel de la información más vital. No hay esperanza de poder editarlo todo, pero pensamos que al menos podremos editar lo bastante para salir del paso y que nuestro trabajo no sea destruido completamente.

—¿Sabía esto? —dijo el obispo —. ¿Y no me lo dijo?

—Perdóneme, obispo Peregrino, pero no se nos ocurrió que no lo hubieran detectado ustedes.

—¡Y tampoco creen que hagamos ningún trabajo importante que merezca la pena ser salvado!

—¡Ya basta! —dijo la alcaldesa Bosquinha —. Las ediciones en papel no pueden salvar más que un mínimo porcentaje… no hay suficientes impresoras en Lusitania para resolver el problema. No podemos ni siquiera mantener los servicios básicos. No creo que nos quede más de una hora antes de que la copia se complete y puedan borrar todas nuestras memorias. Pero incluso si hubiéramos empezado esta mañana, cuando comenzó la intrusión, no habríamos podido editar más de una diezmilésima parte de los archivos a los que tenemos acceso cada día. Nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad, es completa.

—Así que estamos indefensos —dijo el obispo.

—No. Pero quería dejarles claro lo extremo de nuestra situación para que así acepten la única alternativa. Será muy desagradable.

—No me cabe duda.

—Hace una hora, mientras estaba intentando ver si hay alguna clase de archivo que pueda ser inmune a ese tratamiento, descubrí que de hecho hay una persona cuyos ficheros han sido completamente pasados por alto. Al principio pensé que era porque es un framling, pero la razón es mucho más sutil. El Portavoz de los Muertos no tiene archivos en la memoria lusitana.

—¿Ninguno? Imposible —dijo Dona Cristá.

—Todos sus archivos se mantienen por ansible. Fuera de este mundo. Sus registros, sus finanzas, todo. Cada mensaje que se le envía. ¿Comprenden?

—Y sin embargo tiene acceso a ellos… —comentó Dom Cristão.

—Es invisible al Congreso Estelar. Si embargaran todos nuestros datos, sus archivos seguirán siendo accesibles porque los ordenadores no ven sus accesos como transferencias de datos. Son material original… y no están en la memoria lusitana.

—¿Está sugiriendo que transfiramos todos nuestros ficheros más confidenciales e importantes como mensajes a ese… ese infiel?

—Le estoy diciendo que he hecho exactamente eso. La transferencia de los archivos más vitales de gobierno es ya casi completa. Fue una transferencia de alta prioridad, a velocidades locales, así que va mucho más rápido que la copia del Congreso. Le estoy ofreciendo una oportunidad de hacer una transferencia similar, usando mi prioridad para que tome precedencia sobre todos los otros usuarios locales de la red de ordenadores. Si no quiere hacerlo, bien… usaré mi prioridad para transferir el segundo grupo de archivos gubernamentales.

—Pero él podría mirar en nuestros archivos…

—Sí, podría.

—No lo hará si le pedimos que no lo haga —intervino Dom Cristão, sacudiendo la cabeza.

—¡Es usted ingenuo como un chiquillo! —dijo el obispo Peregrino —. No habría nada que le obligara a devolvernos los datos.

—Eso es cierto —asintió Bosquinha —. Tendrá todo lo que es vital para nosotros, y puede quedárselo o devolverlo, como se le antoje. Pero creo, como Dom Cristão, que es un buen hombre que nos ayudará en nuestro momento de necesidad.

Dona Cristã se levantó.

—Discúlpenme. Me gustaría empezar a hacer transferencias cruciales inmediatamente.

Bosquinha se volvió hacia el terminal del obispo e introdujo su propio módulo de alta prioridad.

—Sólo introduzca las clases de mensajes que quiere enviar al receptor de mensajes del Portavoz Andrew. Me imagino que ya los habrá colocado por prioridades, ya que los estaba editando.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Dom Cristão.

Dona Cristã estaba ya tecleando furiosamente.

—El tiempo disponible está aquí, en lo alto —Bosquinha colocó la mano sobre la pantalla holográfica y tocó con el dedo los números de la cuenta atrás.

—No te molestes en transferir todo lo que ya hemos editado —dijo Dom Cristão —. Siempre podemos volver a introducirlo. Queda poco, de todas formas.

Bosquinha se volvió al obispo.

—Sabía que esto sería difícil.

El obispo rió sin ganas.

—Difícil.

—Espero que lo considere antes de rechazarlo…

—¡Rechazarlo! ¿Cree que soy tonto? Puede que deteste la pseudoreligión de esos blasfemos Portavoces de los Muertos, pero si éste es el único medio que Dios nos ha concedido para preservar los archivos vitales de la Iglesia, entonces yo sería un pobre siervo del Señor si dejara que el orgullo me impidiera utilizarlo. Nuestros ficheros no están aún ordenados por prioridades, y eso nos llevará unos minutos, pero confío en que los Hijos de la Mente nos dejen tiempo para transferir nuestros datos.

—¿Cuánto tiempo cree que necesita? —preguntó Dom Cristão.

—No mucho. Diez minutos como máximo.

Other books

Sweet Surrender by Catherine George
Grave Destinations by Lori Sjoberg
The Gates by Rachael Wade
Sweetest Surrender by Katie Reus
Blood of Vipers by Wallace, Michael
Downtime by Tamara Allen