—Lo recordaré —dijo Velvet.
—¿Estás planeando dedicarte a la cría de serpientes, margravina?
—Son unas criaturas encantadoras —respondió ella—. Son limpias, silenciosas y no comen demasiado. Además, pueden resultar muy útiles en situaciones de emergencia.
—Acabaremos convirtiéndote en una verdadera nyissana —observó él con una sonrisa afectuosa.
—No si yo puedo evitarlo —le dijo Seda a Garion en un murmullo cargado de malicia.
Aquella noche comieron trucha a la parrilla. Después de montar las tiendas, Durnik y Toth se habían dirigido a la orilla del arroyuelo con cañas y carnada. Aunque Durnik había experimentado algunos cambios desde su ascenso a la condición de discípulo de Aldur, nunca había renunciado a su pasatiempo favorito. Su amigo mudo y él ya no necesitaban programar estas excursiones. Siempre que acampaban en las cercanías de un lago o arroyuelo, la reacción de ambos era automática.
Después de cenar, Polgara sobrevoló el bosque sombrío, pero cuando regresó, dijo que no había visto ninguna señal de la enorme bestia que había mencionado la loba.
El día siguiente amaneció frío y el aire anunciaba heladas. El aliento de los caballos se convertía en vapor, y Garion y sus amigos cabalgaban envueltos en sus capas.
Tal como Beldin les había advertido, a última hora de la tarde llegaron a territorio nevado. Los primeros copos blancos caídos sobre el sendero de la caravana eran finos y grumosos, pero era evidente que más adelante se toparían con nevadas más abundantes. Acamparon bajo la nieve y se pusieron en marcha otra vez a primera hora de la mañana siguiente. Seda había diseñado una especie de balancín para los caballos de carga, al que había amarrado con sogas varias rocas redondeadas. Mientras se internaban en el territorio de las nieves eternas, el hombrecillo examinó con aire crítico las señales dejadas por las rocas.
—Bastante bien —dijo con orgullo.
—No alcanzo a comprender la utilidad de tu invento, príncipe Kheldar —confesó Sadi.
—Las rocas dejan huellas idénticas a las de los carros —explicó Seda—. Las huellas de caballos solos despertarían sospechas en los soldados que nos persiguen, pero los rastros de carros no llamarán tanto la atención.
—Muy ingenioso —admitió el eunuco—, pero ¿no es más sencillo arrancar arbustos y borrar las huellas?
Seda sacudió la cabeza.
—Si limpias las huellas con arbustos, parecerá incluso más sospechoso. Ésta es una ruta bastante transitada.
—Piensas en todo, ¿verdad?
—El arte de escabullirse fue una de las especialidades en que más destacó en la academia —observó Velvet desde el pequeño carruaje que compartía con Ce'Nedra y el cachorrillo de lobo—. A veces lo emplea sólo para no perder la práctica.
—No creo que sea para tanto, Liselle —dijo el hombrecillo, ofendido.
—¿No?
—Bueno, supongo que sí, pero la palabra «escabullirse» no suena muy bien.
—¿Se te ocurre alguna mejor?
—Bien, creo que «evadirse» es mucho más distinguida, ¿no te parece?
—Puesto que significa lo mismo, ¿por qué discutir sobre terminología? —dijo con una sonrisa que marcó dos hoyuelos en sus mejillas.
—Es una cuestión de estilo, Liselle.
El sendero se volvió más abrupto y los montículos de nieve que lo flanqueaban eran cada vez más altos. Enormes torbellinos de nieve descendían desde las cumbres de las montañas y el seco viento helado soplaba con creciente furia.
Al mediodía, los picos se oscurecieron de forma súbita, envueltos en un banco de nubes de aspecto funesto. Entonces, la loba corrió cojeando al encuentro del grupo.
—Os aconsejo que busquéis refugio para la jauría y sus bestias —dijo con inusual nerviosismo.
—¿Has encontrado a la criatura que vive aquí? —preguntó Garion.
—No. Esto es más peligroso —dijo y dirigió una mirada significativa a las nubes que se acercaban a su espalda.
—Avisaré al jefe de la jauría.
—Es lo adecuado —respondió la loba y señaló a Zakath con su hocico—. Dile a éste que me siga. Por aquí cerca hay algunos árboles y entre los dos encontraremos un lugar apropiado.
—Quiere que vayas con ella —le dijo Garion al malloreano—. Se aproxima mal tiempo y cree que debemos buscar refugio un poco más adelante, entre unos árboles. Mientras tanto, yo iré a avisar a los demás.
—¿Va a desatarse una tormenta de nieve? —preguntó Zakath.
—Supongo que sí. Tiene que tratarse de algo muy grave, para asustar a un lobo.
Garion hizo girar a Chretienne y volvió atrás para alertar al resto del grupo. El terreno abrupto y resbaladizo les impedía cabalgar aprisa, y cuando todos llegaron al bosquecillo adonde la loba había conducido a Zakath, el viento frío los azotaba con urticantes copos de nieve. Los árboles eran delgados pinos jóvenes, que se alzaban muy cerca unos de otros, formando un grupo compacto. Era evidente que en un pasado no muy lejano una avalancha había abierto una brecha en el bosquecillo, dejando una montaña de ramas y troncos partidos sobre la ladera de un abrupto peñasco de roca. Durnik y Toth pusieron manos a la obra de inmediato, mientras el viento se enfurecía y la nieve se volvía más espesa. Garion y los demás se unieron a ellos y en un momento erigieron una especie de cobertizo enrejado sobre la pared del peñasco. Luego cubrieron la estructura de troncos con las lonas de las tiendas, las ataron con esmero y las aseguraron con pesados maderos. Cuando por fin la tormenta se desató con toda su fuerza, introdujeron a los caballos al improvisado refugio y los condujeron a un rincón.
El viento rugía con frenesí y el bosquecillo desapareció, envuelto en la nieve que se arremolinaba a su alrededor.
—¿Creéis que Beldin estará bien? —preguntó Durnik preocupado.
—No temas por él —le respondió Belgarath—. Ya ha sobrevivido a otras tormentas. Volará por encima de ella o cambiará de forma y se enterrará en la nieve hasta que todo haya pasado.
—¡Entonces morirá congelado! —exclamó Ce'Nedra.
—Debajo de la nieve, no —le aseguró Belgarath—. Beldin no suele dar importancia al tiempo. —Miró a la loba, que contemplaba los remolinos de nieve sentada junto a la puerta del refugio—. Te agradezco la información, pequeña hermana —le dijo con solemnidad.
—Ahora soy un miembro de tu jauría, venerable jefe —respondió ella con idéntica formalidad—. El bienestar de todos es una responsabilidad común.
—Sabias palabras, hermana.
Ella sacudió la cola, pero no volvió a hablar.
La tormenta de nieve continuó durante el resto del día y parte de la noche, mientras Garion y sus amigos aguardaban sentados alrededor del fuego que había encendido Durnik. Luego, cerca de medianoche, el viento se retiró tan repentinamente como había llegado. La nieve siguió cayendo entre los árboles hasta la mañana, pero por fin también amainó. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Fuera del refugio, la nieve llegaba hasta las rodillas de Garion.
—Me temo que tendremos que abrir un camino —dijo Durnik con seriedad—. Hay cuatrocientos metros hasta la ruta de las caravanas, y podemos encontrar todo tipo de objetos enterrados en la nieve. No podemos permitir que los caballos se rompan las patas en este momento y en este lugar.
—¿Qué hay de mi carruaje? —le preguntó Ce'Nedra.
—Me temo que tendremos que abandonarlo, Ce'Nedra. La nieve es demasiado profunda. Incluso si pudiéramos llevarlo hasta el camino, el caballo no sería capaz de tirar de él a través de la nieve.
—Era un carruaje tan bonito —suspiró ella y luego miró a Seda con absoluta seriedad—. Quiero agradecerte que me lo entregaras, príncipe Kheldar —le dijo—, pero ahora que ya no me hace falta, te lo devuelvo.
Toth abrió camino por la empinada cuesta hacia la ruta de las caravanas. Los demás lo siguieron, ampliando el sendero e intentando localizar con los pies cualquier leño o rama ocultos bajo la nieve. Tardaron casi dos horas en llegar al camino, y cuando lo hicieron, todos jadeaban de agotamiento.
Luego se dispusieron a regresar al refugio, donde las damas aguardaban con los animales, pero a mitad de camino, la loba se detuvo de repente, alzó las orejas y aulló.
—¿Qué ocurre? —preguntó Garion.
—La bestia —respondió la loba—. Está de caza.
—¡Preparaos! —gritó Garion a los demás—. ¡Ese animal está cerca! —añadió mientras desenfundaba la espada de Puño de Hierro.
La criatura salió del bosquecillo, desde el fondo de la brecha abierta por la avalancha. Encorvada y con el pelaje hirsuto cubierto de nieve, se movía con pasos torpes y pesados. Su cara era aterradora y al mismo tiempo escalofriantemente familiar. Tenía ojos de cerdo hundidos bajo los prominentes arcos ciliares. La mandíbula inferior sobresalía de su rostro y dos enormes colmillos amarillentos se curvaban sobre sus mejillas. Por fin, la bestia abrió la boca y rugió, mientras se golpeaba el enorme pecho con los puños y se erguía hasta alcanzar su altura máxima, que ascendería a unos dos metros y medio.
—¡Es imposible! —exclamó Belgarath.
—¿Qué es eso? —preguntó Sadi.
—Es un eldrak —dijo Belgarath— y esta especie sólo vive en Ulgo.
—Creo que te equivocas, Belgarath —discrepó Zakath—. Se trata de un oso-simio. Existen unos cuantos en estas montañas.
—Caballeros, ¿no podríais dejar esta discusión para otro momento? —sugirió Seda—. Ahora debemos decidir entre luchar o huir.
—No podemos huir con toda esta nieve —dijo Garion—. Tendremos que luchar.
—Temía que dijeras eso.
—Lo principal es mantenerlo apartado de las mujeres —dijo Durnik—. Sadi, ¿crees que el veneno de tus dagas podría matarlo?
—Seguramente —dijo Sadi con expresión dubitativa—, pero es una criatura enorme y el veneno tardaría mucho en hacer efecto.
—Entonces está decidido —dijo Belgarath—. Intentaremos llamar su atención mientras Sadi va por detrás. Cuando lo haya apuñalado, retrocederemos y esperaremos a que el veneno haga efecto. Dispersaos y no corráis ningún riesgo —añadió mientras comenzaba a transformarse en lobo.
Los demás formaron un semicírculo con las armas preparadas mientras el monstruo se golpeaba el pecho con creciente furia. Por fin avanzó levantando oleadas de nieve con sus enormes pies. Sadi se dirigió a lo alto de la colina, con la daga en la mano, mientras Belgarath y la loba intentaban herir a la bestia con sus garras.
A medida que avanzaba con la espada en alto, Garion comenzaba a ver las cosas con mayor claridad. Pronto comprendió que aquella criatura no era tan rápida como Grul, el eldrak, pues era incapaz de responder a los inesperados rasguños de los lobos, y la nieve que lo rodeaba empezaba a teñirse de sangre.
La bestia rugió con ira y frustración, e intentó un ataque desesperado contra Durnik. Toth, sin embargo, se interpuso y dirigió la punta de su pesada porra directamente a la cara de la bestia, que gimió de dolor y abrió los brazos para atrapar al gigantesco mudo, pero Garion lo hirió en un hombro con la espada, mientras Zakath se agazapaba debajo del otro brazo peludo y lo laceraba con varios cortes de espada en el pecho y el vientre.
La enorme criatura gemía y la sangre manaba a borbotones de sus heridas.
—Cuando quieras, Sadi —gritó Seda con voz apremiante, mientras se agachaba y hacía amagos de arrojar una daga con el fin de afinar la puntería.
Los lobos continuaron sus terribles ataques contra los flancos y las piernas del animal, mientras Sadi avanzaba con cautela hacia la peluda espalda de la furiosa bestia. La criatura sacudía los brazos con desesperación, intentando apartar a sus atacantes.
Entonces, con absoluta precisión, la loba saltó y desgarró uno de los músculos posteriores de la pata izquierda de la bestia.
El agónico grito de la criatura fue estremecedor, sobre todo porque sonaba extrañamente humano. La peluda bestia se tambaleó hacia atrás, cogiéndose la pata herida con las manos.
Entonces Garion giró su poderosa espada, aferrando la cruceta de la empuñadura, se lanzó sobre el enorme cuerpo y alzó el arma, con la intención de clavarla en el peludo pecho del animal.
—¡Por favor! —gimió éste con la monstruosa cara contorsionada en una mueca de angustia y terror—. ¡Por favor, no me mates!
Era un grolim. Mientras los amigos de Garion se acercaban con las armas preparadas para asestarle el último golpe mortal, la silueta de la bestia ensangrentada se desdibujó y cobró la forma de un grolim.
—¡Esperad! —dijo Durnik con brusquedad—. ¡Es un hombre!
Todos se detuvieron y contemplaron al sacerdote herido, tendido sobre la nieve.
Garion apoyó la punta de su espada bajo la barbilla del grolim. Era evidente que estaba furioso.
—¿Y bien? —le dijo con voz fría—. Ya puedes comenzar a hablar, aunque será mejor que te muestres muy convincente. ¿Quién te ha enviado aquí?
—Naradas —gimió el grolim—, el arcipreste del templo de Hemil.
—¿El lugarteniente de Zandramas? —preguntó Garion—. ¿El de los ojos blancos?
—Sí. Yo sólo cumplía sus órdenes. Por favor, te ruego que no me mates.
—¿Por qué te ordenó que nos atacaras?
—Se suponía que debía matar a uno de vosotros.
—¿A quién?
—Eso no tenía importancia, pero dijo que me asegurara de que uno de vosotros moría.
—Siguen con el mismo viejo y aburrido truco —observó Seda mientras enfundaba las dagas—. ¡Los grolims tienen tan poca imaginación!
Sadi miró a Garion con expresión inquisitiva y la delgada y pequeña daga alzada en un sugestivo gesto.
—¡No! —exclamó Eriond con brusquedad.
Garion vaciló un instante, pero por fin dijo:
—Tiene razón, Sadi. No podemos matarlo a sangre fría.
—Alorns —suspiró Sadi y alzó los ojos hacia el cielo, ahora más despejado—. Por supuesto, sois conscientes de que si lo dejamos aquí en estas condiciones morirá de todos modos y de que si intentamos llevarlo con nosotros, nos retrasará..., eso sin mencionar el hecho de que no es una persona digna de confianza.
—Eriond —dijo Garion—. ¿Por qué no llamas a tía Pol? Será mejor que le cure las heridas antes de que se desangre. —Miró a Belgarath, que ya había recuperado su forma natural—. ¿Alguna objeción? —preguntó.
—Yo no he dicho nada.
—Me alegro.
—Debiste matarlo antes de que se transformara —dijo una voz familiar desde el bosquecillo.
Beldin estaba sentado sobre un tronco, masticando un animal crudo que todavía conservaba algunas plumas.