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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (31 page)

BOOK: La vidente
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—Esto pertenece al presunto homicida —dice.

Flora observa el objeto.

—¿Dennis? —pregunta.

—No sabemos quién es, pero me estaba preguntando… A lo mejor usted podría conseguir algún dato —dice Joona.

—A lo mejor, pero yo… esto es mi trabajo.

Sonríe y se sonroja, se tapa la boca con la mano y trata de decir algo para disculparse, pero Joona no la entiende.

—Por supuesto —dice Joona—. ¿Cuánto cuesta?

Flora le explica con la mirada caída el precio por treinta minutos de sesiones individuales. Joona saca el monedero y le paga una hora. Flora le da las gracias, va a buscar el bolso y apaga la luz del techo. Fuera aún es de día, pero la cocina queda casi a oscuras.

Flora saca una vela y un mantelito de terciopelo negro con un bordado dorado. Enciende la vela, la coloca delante de Joona y después tapa el llavero con el mantelito. Cierra los ojos y pasa la mano con cuidado por encima de la tela.

Joona la observa imparcial.

Flora mete la mano izquierda debajo de la tela, se queda quieta unos segundos, empieza a temblarle todo el cuerpo y luego toma una repentina bocanada de aire.

—Dennis, Dennis —murmura.

Toquetea la chapita de metal debajo de la tela negra. A través de las paredes se oye la tele del vecino y de pronto empieza a sonar una alarma de coche en la calle.

—Me llegan imágenes extrañas… todavía no veo nada claro.

—Continúe —dice Joona sin quitarle ojo.

Flora tiene mechones ondulados que le caen por las mejillas. Su tez jaspeada se ruboriza y los párpados se agitan con el movimiento que hacen los ojos por debajo.

—Hay una carga tremenda en este objeto. Ira y soledad. Estoy a punto de quemarme —susurra y saca el llavero, lo sostiene en la palma de la mano y se lo queda mirando—. Miranda dice que… está pendiente de un hilo de la muerte… Porque las dos estaban enamoradas de Dennis…, sí, siento la envidia quemando en el metal…

Flora se queda callada, aguanta un rato el llavero en la mano, murmura que ha perdido el contacto, niega con la cabeza y se lo devuelve a Joona.

Joona se levanta. Le han podido las prisas y siente que ha perdido el tiempo yendo hasta allí. Por algún motivo que no se atrevía a explicar había creído que la mujer realmente sabría algo. Pero es evidente que Flora Hansen no hace más que inventarse lo que supone que el otro quiere oír. Dennis es mucho anterior al Centro Birgitta, porque la madre de Vicky le dio el llavero varios años antes de que ingresara allí.

—Lamento mucho que sólo diga mentiras —dice Joona y coge el llavero de la mesa.

—¿Puedo quedarme con el dinero? —pregunta ella en voz baja—. No consigo arreglármelas, recojo latas en el metro y busco en las papeleras…

Joona se mete el llavero en el bolsillo y empieza a cruzar el pasillo. Flora saca un papel y le sigue.

—Creo que vi un fantasma de verdad —dice—. Hice un dibujo…

Le enseña un dibujo infantil de una niña y un corazón y se lo pone delante de la cara, quiere que Joona lo mire, pero el comisario le aparta la mano. El dibujo se le escurre de los dedos a Flora y cae planeando hasta el suelo. Joona pasa por encima, abre la puerta y abandona el piso.

100

Joona todavía siente la irritación en el cuerpo cuando se baja del coche y se mete en el portal de Disa, en la calle Lützengatan, junto al parque de Karlaplan.

Vicky Bennet y Dante Abrahamsson siguen vivos, están escondidos en algún sitio y él ha perdido casi una hora en ir a hablar con una mujer trastornada que cobra por mentir.

Disa está sentada en la cama con el ordenador sobre las piernas. Lleva una bata blanca y, para que el pelo no le vaya a la cara, se ha puesto una diadema ancha también de color blanco.

Joona se da una ducha de agua muy caliente y después se tumba a su lado. Cuando pega la cara a la piel de Disa aspira el olor de su perfume.

—¿Has vuelto a ir a Sundsvall? —pregunta ella ausente mientras él desliza la mano por su brazo hasta la delgada muñeca.

—Hoy no —responde Joona en voz baja y piensa en la cara pálida y flaca de Flora Hansen.

—Yo estuve por allí el año pasado —le explica Disa—. En la excavación de la casa de las mujeres en Högom.

—¿La casa de las mujeres? —pregunta él.

—En Selånger.

Disa aparta los ojos de la pantalla y sonríe mirando a Joona.

—Si entre un asesinato y otro tienes algo de tiempo, pásate a verlo —le dice.

Joona sonríe y le acaricia la cadera, sigue bajando por el cuádriceps hasta la rodilla. No quiere que Disa deje de hablar, así que le pregunta:

—¿Por qué lo llaman la casa de las mujeres a ese sitio?

—Es un túmulo funerario, pero está levantado sobre una casa calcinada. No se sabe qué pasó.

—¿Había personas dentro?

—Dos mujeres —responde Disa y aparta el ordenador—. Yo estuve cepillando tierra de sus peines y joyas.

Joona apoya la cabeza en su regazo y pregunta:

—¿Dónde empezó el incendio?

—No lo sé, pero se ha encontrado por lo menos una punta de flecha clavada en la pared.

—O sea que el atacante vino de fuera —murmura él.

—A lo mejor estaba todo el pueblo fuera dejando que la casa ardiera en llamas —dice ella y pasa los dedos por el pelo húmedo y grueso de Joona.

—Cuéntame más cosas sobre el túmulo —le pide él con los ojos cerrados.

—No se sabe gran cosa —dice Disa mientras se enreda un dedo en el pelo—. Pero las que vivían en la casa estaban dentro tejiendo, los contrapesos estaban por todas partes. ¿No te parece curioso que siempre sean las cosas más pequeñas, como los peines y las agujas, las que sobreviven durante milenios?

La cabeza de Joona se pasea por la corona de novia de Summa hecha de raíz de abedul trenzada y luego por el viejo cementerio judío del parque de Kronobergspark, donde su amigo Samuel Mendel descansa completamente solo en su tumba familiar.

101

Joona se despierta con el contacto de un beso húmedo en los labios. Disa ya está vestida. Le ha dejado una taza de café sobre la mesita de noche.

—Me quedé dormido —dice.

—Cien años, por lo menos —sonríe ella y se va al recibidor.

Joona oye la puerta cerrarse. Se pone los pantalones y se queda junto a la cama pensando en Flora Hansen, la médium espiritista. Se había visto seducido por la pista de la piedra. En psicología se le llama sesgo de confirmación. Inconscientemente, todas las personas tienden a tener mucho más en cuenta los resultados que confirman su teoría preconcebida que los que la refutan. Flora llamó varias veces a la policía hablando de distintas armas homicidas, pero cuando mencionó la piedra empezaron a hacerle caso.

La única pista que tenía para seguir era la que lo llevó hasta Flora.

Joona se acerca a los grandes ventanales y aparta la cortinilla. La luz gris de la mañana todavía arrastra consigo parte de la carga lúgubre de la noche. La fuente de Karlaplan bombea y genera espuma con grave melancolía. Las palomas se mueven lentas a las puertas del centro comercial.

Hay personas solitarias de camino a sus respectivos trabajos.

La mirada y la voz de Flora Hansen estaban cargadas de una extraña desesperación cuando dijo que recogía latas en el metro.

Joona cierra los ojos un rato, vuelve al dormitorio y coge la camisa de la silla.

Casi sin pensar en lo que hace, se la pone y se la abrocha con la mirada perdida.

Acababa de rozar una conexión lógica, pero al instante siguiente se le ha escapado. Intenta concentrarse para recuperarla, pero siente que se le escurre.

Tenía que ver con Vicky, con el llavero y con su madre.

Se pone la americana y vuelve a mirar por la ventana.

¿Era algo que había visto?

Pasea la mirada por Karlaplan otra vez, un autobús gira en la glorieta, se detiene y deja subir a los pasajeros. Un poco más lejos hay un hombre mayor con andador que mira sonriente a un perro que olfatea una papelera.

Una mujer con mofletes rojos y un abrigo de piel desabrochado corre hacia la boca del metro. Espanta una bandada de palomas que salen volando por la plaza. Vuelan juntas trazando un semicírculo y aterrizan otra vez.

El metro.

«Es el metro», piensa Joona y coge el teléfono.

Está casi convencido de que tiene razón, sólo tiene que comprobar unos detalles.

Busca un número a toda prisa en la agenda y, mientras suenan los tonos, sale al recibidor y se pone los zapatos.

—Sí, Holger…

—Aquí Joona Linna —dice Joona saliendo del piso.

—Buenos días, buenos días, he…

—Tengo que preguntarte una cosa ahora mismo —lo interrumpe Joona mientras echa el cerrojo—. Revisaste el bolso que encontramos en la represa.

Baja corriendo por la escalera.

—Le saqué fotos e hice una lista del contenido antes de que el fiscal llamara y me dijera que el caso ya no tenía ninguna prioridad.

—No me dejan leer tus informes —dice Joona.

—De todos modos no había nada relevante —dice Holger moviendo papeles—. Ya te mencioné el cuchillo que…

—Dijiste algo de una herramienta de bici, ¿lo has comprobado?

Joona corre por la calle Valhallavägen camino al coche.

—Sí —contesta Holger—. Pero ya sabes que los del norte somos un poco lentos… No era una herramienta sino una llave para las cabinas de los vagones de metro.

—¿Iba colgada de algún llavero?

—¿Y cómo coño quieres que lo…?

Holger se queda callado y mira una fotografía en el informe.

—Tienes razón, está desgastado por la cara interior del ojo —dice Holger.

Joona le da las gracias por la información y llama a Anja. Corre el último trecho y recuerda que Elin Frank había dicho que Tuula les robaba cosas bonitas a todas las personas de su alrededor. Pendientes, bolígrafos brillantes, monedas, chapas y pintalabios. Tuula quitó el llavero de la flor azul y dejó la llave en el bolso porque le pareció fea.

—Cazafantasmas —responde Anja con voz aguda y alegre.

—Anja, ¿puedes ayudarme y hablar con algún responsable de la red de metro de Estocolmo? —dice Joona y empieza a conducir.

—Se lo puedo preguntar a los espíritus…

—Me corre prisa —la corta Joona.

—¿Te has levantado con el pie izquierdo? —murmura ella ofendida.

Joona conduce en dirección al estadio.

—¿Sabías que todos los vagones tienen nombre de persona? —dice Joona.

—Hoy he ido en Rebecka, es muy bonita y…

—Porque no creo que Dennis sea el nombre de una persona sino de un vagón de metro, y tengo que saber dónde está ese vagón.

102

Todos los vagones de la red de metro tienen un número, por supuesto, como en cualquier otra parte del mundo, pero desde hace muchos años los vagones de Estocolmo tienen también un nombre de persona. Se dice que la tradición empezó en 1887 con los nombres de los caballos que tiraban de los tranvías alrededor de la ciudad.

Joona está bastante seguro de que la llave que Vicky obtuvo de su madre, Susie, encaja en la cerradura universal de todos los trenes de metro, pero que el llavero indica un vagón en concreto. A lo mejor la madre guardaba objetos personales en alguna de las cabinas del tren, quizá a veces incluso dormía allí.

La madre, que había vivido sin techo durante toda su vida adulta, pasaba alguna temporada en el metro, en los bancos de ciertas estaciones, en trenes y en espacios abandonados en distintos puntos de las vías, dentro de los túneles.

«De alguna forma la madre consiguió esa llave —piensa Joona mientras conduce—. Tiene que haber sido un objeto muy valorado en su mundo.»

Aun así se la entregó a su hija.

Y se hizo con un llavero en el que ponía Dennis para que la niña no se olvidara de cuál era el vagón más importante.

A lo mejor sabía que Vicky se iba a escapar.

Se ha fugado muchas veces y en dos ocasiones consiguió permanecer oculta durante bastante tiempo. La primera vez sólo tenía ocho años y entonces estuvo siete meses desaparecida. La encontraron al borde de la lipotimia junto a su madre en un garaje a mediados de diciembre. La segunda vez tenía trece. En aquella ocasión Vicky estuvo desaparecida durante once meses y la policía la detuvo por un delito grave de robo en una tienda cerca del estadio Globen.

Es posible acceder a las cabinas con otras herramientas. Una llave tubular normal y corriente del tamaño adecuado podría servir perfectamente.

Pero aunque sea probable que sin su llave Vicky no se encuentre en el vagón, puede que allí haya pistas sobre sus períodos de fugitiva, alguna cosa que apunte a su escondite actual.

Joona casi ha llegado a comisaría cuando Anja lo llama y le dice que ha hablado con la oficina de transporte público de Estocolmo:

—Hay un vagón llamado Dennis, pero no está en circulación… por graves problemas técnicos, me han dicho.

—Pero ¿dónde está?

—No estaban seguros —responde Anja—. Tal vez en un depósito en Rissne… pero seguramente esté en Johanneshov, en la planta de TBT, la empresa que se encarga del mantenimiento de los trenes.

—Ponme en contacto con ellos —dice Joona y da media vuelta con el coche.

Los neumáticos chocan contra un badén, Joona se salta un semáforo en rojo y gira por la calle Fleminggatan.

103

Joona se acerca al barrio de Johanneshov, en el sur de Estocolmo, cuando por fin un hombre le coge el teléfono. Suena como si tuviera la boca llena:

—TBT, aquí Kjelle.

—Joona Linna, policía judicial. ¿Podrías verificar que tenéis un vagón llamado Dennis en Johanneshov?

—Dennis —farfulla el hombre—. ¿Tienes el número de vagón?

—No, lo siento.

—Espera, voy a mirar en el ordenador.

Joona oye al hombre hablando solo y luego carraspea antes de coger el teléfono otra vez:

—Hay un Denniz terminado en z en honor a…

—Con eso me vale.

—De acuerdo —dice Kjelle y traga con fuerza el bocado que tenía en la boca—. No lo veo en el registro… Es un vagón bastante viejo, no sé…, pero según los datos que me aparecen lleva varios años sin circular.

—¿Dónde está?

—Debe de estar aquí, pero… Haremos una cosa, te paso con Dick. Él sabe todo lo que no saben los ordenadores…

La voz de Kjelle desaparece y es sustituida por un zumbido electrónico. Después responde un hombre mayor con eco de fondo, como si estuviera en una catedral o una sala metálica:

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