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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (26 page)

BOOK: La vidente
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—Este tráiler lleva aquí tres horas —explica Ari señalando uno de los recuadros—. Pero está a punto de irse…

Una sombra oscura se mueve en la cabina.

—¿Puede ampliar la imagen?

—Un segundo…

De repente, cuando el camión arranca y enciende la batería de faros, un bosquecillo queda iluminado con la luz blanca.

Ari apunta a otro recuadro, que muestra una grabación diferente del exterior, y cambia a pantalla completa.

—Aquí es donde se les ve —susurra.

Ahora el tráiler está en un ángulo completamente distinto. Entra en movimiento y poco a poco comienza a rodar. Ari señala en la parte inferior de la imagen, la parte trasera de la gasolinera donde se encuentran los contenedores de basura y de reciclaje. Está todo oscuro, pero de pronto se puede intuir un movimiento en el cristal negro de la entrada al tren de lavado y acto seguido aparece alguien allí. Una persona delgada pegada a la pared.

La imagen está pixelada y se muestra en escala de grises. Resulta imposible distinguir la cara ni otros detalles. Pero no cabe duda de que se trata de una persona y algo más.

—¿Se puede mejorar la imagen? —pregunta Joona.

—Espere —dice Ari en voz baja.

El camión traza una curva y baja por el carril de salida que lleva a la carretera. De pronto la luz de los faros ilumina por completo la puerta del garaje al lado de la figura. El cristal se vuelve blanco por unos segundos. La parte de atrás de la gasolinera queda bañada de luz por completo.

Joona tiene tiempo de ver que se trata de una chica delgada y un niño. Están mirando el tráiler mientras se aleja y luego todo queda a oscuras otra vez.

Ari señala la pantalla cuando las dos figuras aparecen junto a la pared y luego se funden con la oscuridad moteada hasta desaparecer de la imagen.

—¿Los ha visto? —pregunta Ari.

—Rebobine —dice Joona.

No tiene que decirle qué secuencia quiere ver. Unos segundos más tarde Ari vuelve a reproducir el fragmento iluminado a cámara lenta.

Apenas se ve que el tráiler está en movimiento, pero la luz de los faros avanza a trompicones por los árboles y la fachada de la gasolinera, llenando la pantalla de luz blanca. La cara del niño está ensombrecida y mirando al suelo. La chica delgada va descalza y parece que lleve una bolsa de plástico en cada mano. El haz de luz se vuelve más intenso y poco a poco la chica levanta la mano.

Joona ve que no se trata de bolsas de plástico sino vendas que se han desenrollado. Ve las tiras de tela empapada colgando bajo la fuerte luz y confirma que Vicky Bennet y Dante Abrahamsson no se ahogaron en el río.

El reloj digital marca las dos y catorce minutos de la madrugada del domingo.

De alguna forma lograron salir del coche y vencer la corriente hasta cruzar a la otra orilla y luego bajar ciento cincuenta kilómetros hacia el sur.

La chica tiene varios mechones de pelo enmarañado que le caen sobre la cara. Los ojos oscuros brillan con intensidad por un instante y luego la imagen se vuelve oscura otra vez.

«Siguen vivos —piensa Joona—. Siguen vivos los dos.»

79

El jefe de la policía judicial, Carlos Eliasson, se ha puesto a propósito de espaldas a la puerta a la espera de que Joona entre en su despacho.

—Siéntate —dice con evidente expectación en la voz.

—He conducido desde Sundsvall y…

—Espera —lo interrumpe Carlos.

Joona le mira la espalda sin comprender y se sienta en el sillón de cuero marrón. Pasea la mirada por la superficie inmaculada de la mesa, el barniz brillante de la madera y los reflejos que proyecta el acuario.

Carlos toma aire y luego se vuelve para mirarlo. Tiene un aspecto diferente, va sin afeitar. Un vello ralo y cano ha empezado a acumularse en su labio superior y en la barbilla.

—¿Qué me dices? —pregunta sonriendo de oreja a oreja.

—Te has dejado barba —dice Joona despacio.

—Barba completa —dice Carlos orgulloso—. O bueno…, creo que pronto me quedará más tupida. No pienso volver a afeitarme nunca más, he tirado la máquina a la basura.

—Te pega —dice Joona de forma escueta.

—Pero no estamos aquí para hablar de mi barba —dice Carlos para cambiar de tema—. Por lo que tengo entendido, el buzo no encontró ningún cuerpo.

—No —dice Joona y saca la impresión de la imagen de la cámara de seguridad de la gasolinera—. No encontramos los cuerpos…

—Aquí viene —murmura Carlos entre dientes.

—Porque no están en el río —termina Joona.

—Y estás convencido de ello.

—Vicky Bennet y Dante Abrahamsson siguen vivos.

—Gunnarsson llamó para contarme lo de la cámara de seguridad de la gasolinera y…

—Vuelve a dar la alarma nacional —lo corta Joona.

—¿Alarma nacional? No es tan fácil como darle a un botón y luego apagarlo y luego volver a apretar y…

—Sé que los de esta foto son Vicky Bennet y Dante Abrahamsson —dice Joona en tono severo mientras señala la impresión—. Está tomada muchas horas después del accidente. Están vivos y tenemos que volver a dar la alarma nacional.

Carlos estira una pierna.

—Ya puedes ponerme la gota malaya —dice—, que no pienso declararlos en busca y captura otra vez.

—Mira la imagen —dice Joona.

—La policía de Västernorrland ha ido hoy a la gasolinera —dice Carlos mientras dobla la foto hasta hacer un cuadrado pequeño y rígido—. Han enviado una copia del disco duro al Laboratorio Estatal de Criminología. Dos expertos han examinado la grabación y ambos consideran que es imposible identificar con seguridad a las dos personas de la gasolinera.

—Pero tú sabes que tengo razón —dice Joona.

—Vale —asiente Carlos—. Digamos que sí, puede que tengas razón, eso ya se verá…, pero no pienso quedar en ridículo empezando a buscar a una persona que la policía considera muerta.

—No me rendiré hasta que…

—Espera, espera —lo interrumpe Carlos y toma aire—. Joona, el fiscal tiene tu expediente encima de la mesa.

—Pero es…

—Soy tu jefe y me tomo muy en serio tu expediente, y me gustaría oír de tu boca que entiendes que no estás al mando del caso de Sundsvall.

—No estoy al mando del caso.

—¿Y qué hace un observador si el fiscal de Sundsvall decide cerrar el caso?

—Nada.

—Entonces estamos de acuerdo —sonríe Carlos.

—No —dice Joona y abandona el despacho.

80

Flora yace inmóvil en la cama con la mirada fija en el techo. El corazón aún le late nervioso. Ha soñado que estaba en una pequeña habitación junto a una niña que no quería mostrarle la cara. Se estaba escondiendo detrás de una escalera de madera. Había algo en ella que no iba bien, algo peligroso. Sólo llevaba unas braguitas blancas de algodón y Flora podía ver que aún no se le habían desarrollado los pechos. La niña esperó a que Flora se le acercara y luego se volvió para esconderse con una risita burlona y tapándose los ojos con las manos.

La noche anterior Flora había leído las noticias sobre los homicidios de Miranda Ericsdotter y Elisabet Grim en Sundsvall. No puede dejar de pensar en el fantasma que la visitó. Casi le parece un sueño, pero ella sabe que vio a la niña muerta en el pasillo. No tendría más de cinco años, pero en el sueño que acababa de tener tenía la edad de Miranda.

Flora sigue en la cama sin moverse y agudiza el oído. Cada vez que la madera de los muebles y el suelo dan un chasquido se le acelera el pulso.

Quien teme a la oscuridad no es amo de su propia casa, camina por ella de puntillas, vigilando sus propios movimientos.

Flora no sabe qué hacer. Son las ocho menos cuarto. Se levanta, se acerca a la puerta y asoma la oreja para escuchar el resto del piso.

Todavía no hay nadie despierto en la casa.

Se mete en la cocina sin hacer ruido para empezar a preparar el café de Hans-Gunnar. El sol de la mañana llena de luz la encimera.

Flora coge un filtro para la cafetera, dobla los bordes, lo coloca en el recipiente y, cuando oye unos pasos pegajosos a sus espaldas, le entra tanto miedo que no puede reprimir un jadeo.

Se vuelve y ve que Ewa está en el umbral de su dormitorio, en bragas y camiseta azul.

—¿Qué te pasa? —pregunta cuando le ve la cara—. ¿Estabas llorando?

—Ne… necesito saber… porque creo que he visto un fantasma —dice Flora—. ¿Tú no la has visto? Aquí en casa. Una niña pequeña…

—¿Qué problema tienes, Flora?

Se marcha hacia el salón, pero Flora la detiene poniéndole la mano sobre su fuerte brazo.

—Pero es de verdad, lo juro… alguien la había golpeado con una piedra aquí detrás, en…

—Lo juras —la interrumpe Ewa en tono severo.

—Yo sólo… ¿Acaso no pueden existir los fantasmas?

Ewa la coge de la oreja sujetándola con fuerza y se la acerca de un tirón.

—Aún no he conseguido entender por qué te gusta tanto decir mentiras —dice Ewa—. Siempre lo has hecho y siempre lo…

—Pero vi…

—¡Cállate! —replica Ewa y le retuerce la oreja.

—Ay…

—No aceptamos este comportamiento —le dice retorciendo un poco más.

—Por favor, basta… ¡Ay!

Ewa sigue un poco más y luego la suelta. Después se mete en el baño. Flora se queda de pie con lágrimas en los ojos y aliviándose la quemazón de la oreja con la mano. Al cabo de un rato pone en marcha la cafetera, se va a su cuarto, cierra la puerta, enciende la lámpara y se sienta en la cama a llorar.

Siempre ha dado por supuesto que los médiums fingen haber visto espíritus.

—No entiendo nada —masculla.

¿Y si con sus sesiones al final lo que ha conseguido es atraer fantasmas de verdad? Quizá no tenía ninguna relevancia que ella no creyera en esas cosas. Cuando los llamaba y creaba un círculo con los participantes, quizá se abría la puerta al otro lado y los que estaban esperando fuera de pronto podían entrar sin ninguna dificultad.

«Porque he visto un fantasma real —piensa—. He visto a la chica muerta cuando era una niña. Miranda quería mostrarme algo.»

No es imposible, tiene que poder ser. Flora ha leído cosas acerca de que la energía de los muertos no desaparece del todo. Muchas personas han sostenido la existencia de fantasmas sin que se las haya tachado de enfermas mentales.

Flora intenta concentrarse y repasar lo ocurrido en los últimos días.

«La chica se me ha aparecido en el sueño —piensa—. He soñado con ella, lo sé, pero cuando la vi en el pasillo estaba despierta, aquello fue real. La vi de pie delante de mí, la oí hablar, sentí su presencia.»

Flora se estira en la cama, cierra los ojos y piensa en la posibilidad de haberse desmayado cuando se cayó y se golpeó la cabeza contra el suelo.

Había unos vaqueros entre la taza del váter y la bañera.

«Me entró miedo, di un paso atrás y me caí.»

Un alivio repentino la inunda cuando piensa que a lo mejor sí que lo ha soñado todo, incluso la primera aparición.

Debió de estar desmayada en el suelo y soñar con el fantasma.

Eso fue lo que pasó.

Cierra los ojos y sonríe para sí cuando de pronto percibe un olor extraño en la habitación, como de pelo quemado.

Se incorpora y al descubrir algo que asoma por debajo de la almohada se le eriza todo el vello de los brazos. Enfoca con la lamparita de noche y aparta el cojín. Sobre la sábana blanca se encuentra la piedra, grande y afilada, que le había enseñado el fantasma.

—¿Por qué no cierras los ojos? —pregunta una voz aguda.

La niña está en la sombra que rodea a la lamparita de noche, mirándola sin respirar. Lleva el pelo pegajoso y negro por la sangre reseca. La luz de la lamparita ciega a Flora, pero puede ver que los delgados brazos de la niña son de color gris y que las venas marrones parecen una red oxidada debajo de la piel muerta.

—No puedes mirarme —dice la niña con voz dura y luego apaga la luz.

Todo queda completamente a oscuras y Flora se cae de la cama. Unos puntitos azul claro se mueven ante sus ojos. La lámpara golpea el suelo, algo roza las sábanas y se oyen unos pasos acelerados de pies desnudos corriendo por el suelo, por las paredes y el techo. Flora se arrastra para alejarse, consigue ponerse de pie, abre la puerta a tientas y sale tropezando al pasillo. Hace un esfuerzo por ahogar un grito. Sólo gimotea conteniéndose y procura mantener la calma. Da unos pasos y se apoya en la pared para no desplomarse. Con la respiración acelerada coge el teléfono de la mesita del pasillo, pero se le cae al suelo. Se pone de rodillas y marca el número de la policía.

81

Robert entró y se encontró a Elin de rodillas en el suelo al lado de la vitrina destrozada.

—Elin, ¿qué está pasando aquí?

Ella se levantó sin dirigirle la mirada. La sangre le corría por el brazo izquierdo, bajaba por la palma de su mano y goteaba desde la punta de tres dedos.

—Estás sangrando…

Elin pasó por encima de los trozos de cristal para dirigirse a su dormitorio, pero él la detuvo y le dijo que iba a llamar al médico de la familia.

—No quiero, me da igual…

—¡Elin! —gritó Robert alarmado—. Estás sangrando.

Elin se miró el brazo y dijo que quizá estaría bien que le vendara la herida, tras lo cual se metió en el despacho dejando un rastro de sangre a su paso.

Se sentó frente al ordenador, buscó el número de la policía judicial, llamó a la centralita y pidió que le pasaran con quien estuviera al mando del caso de los asesinatos en el Centro Birgitta. Una mujer pasó la llamada y luego Elin repitió sus palabras, oyó una lenta respiración, alguien picó unas teclas, suspiró y luego tecleó algo más.

—El caso lo lleva la fiscalía de Sundsvall —le explicó un hombre con voz aguda.

—¿No hay ningún policía con el que pueda hablar?

—La fiscalía colabora con la policía de Västernorrland.

—Tuve una visita de un comisario de la policía judicial, un hombre alto con ojos grises y…

—Joona Linna.

—Sí.

Elin cogió un bolígrafo y anotó el número en la portada de una revista de moda, dio las gracias por la ayuda y colgó el teléfono.

Acto seguido marcó el número del comisario, pero le dijeron que el hombre estaba de viaje de servicio y que no volvería hasta el día siguiente.

Elin estaba a punto de llamar a la fiscalía de Sundsvall cuando su médico apareció por la puerta. El hombre no le hizo ninguna pregunta y Elin permaneció callada mientras le limpiaba las heridas. Miraba el número de teléfono que había apuntado sobre la
Vogue
inglesa del mes de agosto. Entre los pechos de Gwyneth Paltrow estaba el número de Joona Linna.

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