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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (25 page)

BOOK: La vidente
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—No, yo…

Se queda callado y sus ojos grises se encogen. Disa siente que un escalofrío le recorre la espalda.

—Me invitaste a cenar porque teníamos que hablar —dice ella—. Yo había decidido no volver a hablar contigo, pero entonces vas y me llamas… después de no sé cuántos meses…

—Sí, porque…

—Te importo una mierda, Joona.

—Disa…, piensa lo que quieras de mí —dice serio—. Pero quiero que sepas que me importas…, me preocupo y pienso siempre en ti.

—Sí —dice ella despacio y se levanta sin mirarlo a los ojos.

—Es por cosas que no tienen nada que ver contigo, cosas terribles que…

Joona se queda donde está mientras Disa empieza a ponerse el impermeable a topos.

—Adiós —susurra.

—Disa, te necesito —se oye decir Joona a sí mismo—. Te quiero.

Ella lo mira fijamente. El flequillo castaño le llega hasta las cejas.

—¿Qué has dicho? —pregunta al cabo de un rato.

—Te quiero, Disa.

—No me digas eso —murmura ella y se sube la cremallera de las botas.

—Te necesito, siempre te he necesitado —continúa él—. Pero no he podido arriesgarme, no podía soportar la idea de que te pasara algo si nosotros…

—¿Qué me iba a pasar? —lo interrumpe.

—Podrías desaparecer —le explica y le rodea la cara con las dos manos.

—Eres tú el que desaparece —dice ella en voz baja.

—No me asusto fácilmente, te estoy hablando de cosas reales que…

Disa se pone de puntillas, le da un beso y se queda pegada a su cara, acariciada por el calor de su aliento. Joona le busca los labios, los besa varias veces con cuidado hasta que ella los separa.

Lentamente se funden en un beso y Joona le desabrocha el impermeable y lo deja caer al suelo.

—Disa —le dice al oído acariciándole los hombros y la espalda.

Se abraza a ella, aspira su olor sedoso, le besa el pómulo y el cuello, la cadena de oro se le mete en la boca, la besa en la barbilla y luego otra vez en sus tiernos y húmedos labios.

Sus manos tantean en busca de la piel de Disa por debajo de la blusa. Los botones a presión se abren con leves chasquidos. Sus pezones se han erguido y su vientre se contrae con las respiraciones aceleradas.

Disa lo mira fijamente a los ojos, se lo lleva al dormitorio con la blusa abierta. Sus pechos brillan como la porcelana pulida.

Se paran y se buscan la boca el uno al otro. Las manos de Joona bajan por la espalda de Disa, se deslizan por sus nalgas y se esconden por debajo del algodón de sus bragas.

Disa se aparta con sutileza, siente el calor palpitándole entre las piernas. Sus mejillas se encienden acaloradas y le tiemblan las manos cuando empieza a desabrocharle los pantalones a Joona.

76

Después del desayuno Disa se queda sentada en la cama con una taza de café leyendo el
Sunday Times
en su iPad mientras Joona se mete en la ducha y se viste.

La noche anterior decidió saltarse su visita regular al Museo Nórdico para contemplar la corona de novia saami hecha de raíz trenzada.

En lugar de eso ha decidido quedarse con Disa. Lo que había ocurrido no estaba planeado. Pero a lo mejor se debía a que la demencia de Rosa Bergman finalmente había cortado todo vínculo con Summa y Lumi.

Han pasado más de doce años.

Joona debe comprender que no hay nada que temer.

Pero tendría que haber hablado antes con Disa, advertirla y explicarle lo que tanto le asusta, para que pudiera escoger por sí sola.

Joona la mira desde la puerta durante un largo rato sin que ella se dé cuenta y luego se va a la cocina y marca el número del profesor Holger Jalmert.

—Aquí Joona Linna.

—Me han dicho que Gunnarsson se ha puesto pesado —bromea Holger—. Le he tenido que prometer que no te iba a enviar ninguna copia del informe.

—Pero ¿puedes hablar conmigo? —pregunta Joona, coge la tostada y la taza de café y le hace un gesto a Disa, que sigue leyendo su iPad con la frente arrugada.

—Probablemente no —se ríe Holger, pero en seguida se pone serio otra vez.

—¿Has podido echarle un vistazo al bolso que encontramos en la represa? —pregunta Joona.

—Sí, ya he terminado. Estoy en el coche de camino a Umeå.

—¿Había alguna cosa escrita dentro del bolso?

—Nada, excepto el recibo de un quiosco.

—¿Teléfono móvil?

—No, lamentablemente —dice Holger.

—¿Qué tenemos entonces? —pregunta Joona y descansa la mirada en el cielo gris que se abre por detrás de los tejados.

Holger toma aire por la nariz y luego dice como si hablara de memoria:

—Puedo decir con casi total seguridad que hemos encontrado restos de sangre en el bolso. He recortado un trozo y lo he enviado directo al laboratorio estatal… Un poco de maquillaje, dos pintalabios diferentes, una punta de lápiz de ojos, un broche de plástico rosa para el pelo, horquillas, un monedero con una calavera, algo de dinero, una foto suya, una especie de herramienta para bicis, un tarro de pastillas sin etiqueta…, también lo he enviado al laboratorio…, una tabla de cápsulas de Stesolid, dos bolígrafos… y en el forro del bolso había escondido un cuchillo de comer que estaba más afilado que un cuchillo japonés.

—Pero nada escrito, ni nombres ni direcciones.

—No, eso era todo…

Joona oye los pies de Disa cruzando el parquet a sus espaldas, pero no se vuelve. Percibe el calor de su cuerpo, siente un escalofrío y al segundo siguiente nota el contacto de sus suaves labios sobre la piel de la nuca y sus brazos rodeándole el cuerpo.

Cuando Disa está en la ducha Joona se sienta a la mesa de la cocina y marca el número de Solveig Sundström, que está al cargo de las chicas del Centro Birgitta.

Quizá ella sepa qué medicina estaba tomando Vicky.

Suenan ocho tonos y luego se oye un chasquido y una voz que parece estar muy cerca:

—Caroline…, respondiendo en un teléfono feo que me he encontrado en un sillón.

—¿Tienes a Solveig por ahí?

—No, no sé dónde está. ¿Le dejo algún recado?

Caroline es la mayor de todas, le saca una cabeza a Tuula. Tenía cicatrices en la piel de los codos pero parecía sensata, inteligente y decidida a cambiar.

—¿Estáis todas bien? —pregunta Joona.

—Eres el comisario, ¿verdad?

—Sí.

Se hace el silencio. Después Caroline pregunta con cuidado:

—¿Es verdad que Vicky está muerta?

—Lamentablemente, eso creemos —responde Joona.

—Se me hace tan raro… —dice Caroline.

—¿Sabes qué medicina estaba tomando?

—¿Vicky?

—Sí.

—Estaba increíblemente delgada y guapa para tomar Zyprexa.

—Eso es un antidepresivo, ¿verdad?

—Yo también lo estuve tomando, pero ahora sólo tomo Imovane para poder dormir —dice la chica—. Es un alivio no tener que tomar Zyprexa.

—¿Tiene muchos efectos secundarios?

—Seguro que hay un montón y muy diferentes, pero para mí… creo que engordé por lo menos diez kilos.

—¿Provoca cansancio? —pregunta Joona viendo de nuevo las sábanas manchadas de sangre en las que Vicky durmió.

—Al principio es al revés…, a mí me bastaba con chupar una pastilla para que se pusiera en marcha toda la mierda…, sientes un cosquilleo en todo el cuerpo, cualquier cosa te irrita y te hace gritar… Una vez tiré el móvil contra la pared y arranqué las cortinas…, pero al cabo de un rato cambia y es como si te taparan con una manta caliente…, te quedas tranquila y lo único que quieres es echarte a dormir.

—¿Sabes si Vicky estaba tomando alguna otra medicación?

—Supongo que hace como la mayoría y acapara todo lo que puede… Stesolid, Lyrica, Ketogan…

Se oye una voz de fondo y Joona entiende que la enfermera acaba de entrar en la sala y ha descubierto a Caroline con el teléfono pegado a la oreja.

—Informaré de esto como un hurto —dice la mujer.

—Han llamado y lo he cogido —dice Caroline—. Es un comisario que quiere hablar contigo. Eres sospechosa del asesinato de Miranda Ericsdotter.

—No seas boba —suelta la mujer, coge el teléfono y carraspea antes de responder—: Solveig Sundström.

—Me llamo Joona Linna, soy comisario de la policía judicial y estoy investigando…

La mujer corta la llamada sin decir una palabra y Joona no se molesta en volver a llamar, porque ya tiene la respuesta que buscaba.

77

Un Opel blanco se detiene bajo el techo plano de la gasolinera Statoil y una mujer con jersey de lana azul celeste se baja del vehículo, se vuelve hacia el surtidor con tarjeta de crédito y empieza a hurgar en el bolso.

Ari Määtilainen deja de mirar a la mujer y pone dos salchichas gruesas sobre el puré de patata, echa un poco de salsa mexicana y por último lo adorna con cebolla frita. Mira al obeso motorista que está esperando la comida y le explica de forma mecánica que el café y la Coca-Cola se cogen en la máquina.

—Danke —dice el hombre y se dirige hacia allá.

Ari sube un poco el volumen de la radio y ve que la mujer del jersey azul se ha apartado unos metros mientras la gasolina va llenando el tanque del Opel.

Ari agudiza el oído cuando el presentador de noticias empieza a informar sobre el desarrollo del singular secuestro que tanta atención ha atraído en los últimos días:

—«La búsqueda de Vicky Bennet y Dante Abrahamsson ha sido interrumpida. La policía de la provincia de Västernorrland se muestra reservada sobre el asunto, pero varias fuentes afirman que se teme que los desaparecidos lleven muertos desde el sábado por la mañana. La policía ha sido fuertemente criticada por haber dado la alarma nacional. El programa radiofónico “El Eko” ha intentado llegar hasta el jefe de la policía judicial, Carlos Eliasson, para una entrevista…»

—Pero qué coño… —susurra Ari.

Mira el post-it que sigue al lado de la caja registradora, descuelga el teléfono y vuelve a marcar el número de la policía.

—Policía, Sonja Rask —responde una mujer.

—Hola —dice Ari—. Yo los vi…, vi a la chica y al niño.

—¿Con quién hablo?

—Ari Määtilainen… trabajo en la gasolinera Statoil de Dingersjö…, acabo de oír por la radio que se supone que llevan muertos desde el sábado por la mañana, pero no es así, yo los vi por la noche.

—¿Se refiere a Vicky Bennet y a Dante Abrahamsson? —pregunta Sonja un poco escéptica.

—Sí, los vi aquí por la noche, ya era domingo, así que no pueden haber muerto el sábado, tal como han dicho en la radio…, ¿no?

—Vio a Vicky Bennet y a Dante Abrahamsson en…

—Sí.

—Y entonces ¿por qué no llamó directamente?

—Ya lo hice, hablé con un policía.

Ari recuerda que estaba escuchando Radio Gold el sábado por la noche. Aún no habían dado la alarma a nivel nacional, pero la prensa local instaba a la población a tener los ojos abiertos por si aparecían la chica y el niño.

A las once de la noche un tráiler se detuvo en el aparcamiento que hay detrás de los surtidores de gasóleo.

El conductor durmió tres horas.

Cuando los vio ya era de madrugada, alrededor de las dos y cuarto.

Ari estaba echando un vistazo a la pantalla de las cámaras de vigilancia. En una imagen en blanco y negro se veía el tráiler desde otro ángulo. La gasolinera parecía desierta cuando el gran vehículo arrancó el motor para marcharse. Pero de repente Ari vio una sombra detrás del edificio, bastante cerca del carril de salida. Pegó la nariz a la pantalla. El tráiler dio un giro para meterse por el carril de incorporación a la carretera. Los faros iluminaron la gran vidriera, Ari abandonó su puesto detrás del mostrador y fue corriendo a la parte de atrás del edificio. Pero ya habían desaparecido. La chica y el niño se habían esfumado.

78

Joona aparca en la gasolinera Statoil de Dingersjö, a trescientos sesenta kilómetros al norte de Estocolmo. Hace un día soleado y sopla una brisa fresca que hace traquetear los banderines publicitarios que están rotos. Joona y Disa estaban almorzando en Villa Källhagen cuando recibió una llamada nerviosa de la agente Sonja Rask de Sundsvall.

Joona entra en la tienda. Un hombre ojeroso con gorra de Statoil está colocando libros de bolsillo en un estante de metal. Joona echa un vistazo al menú luminoso y luego mira las salchichas que van girando en la parrilla eléctrica.

—¿Qué le pongo? —pregunta el hombre.


Makkarakeitto
—responde Joona.


Suomalainen makkarakeitto
—dice Ari Määtilainen sonriendo—. Mi abuela solía hacerme sopa de salchicha cuando era pequeño.

—¿Con pan de centeno?

—Sí, pero aquí sólo vendo comida sueca, lamentablemente —dice señalando las hamburguesas.

—En verdad no he venido a comer, soy policía.

—Me lo imaginaba… Hablé con un compañero suyo la misma noche que los vi —dice Ari haciendo un gesto hacia la pantalla.

—¿Qué había visto cuando llamó? —pregunta Joona.

—Una chica y un niño pequeño en la parte de atrás.

—¿Los vio en pantalla?

—Sí.

—¿Con claridad?

—No, pero… estoy acostumbrado a tener controlado todo lo que pasa.

—¿La policía vino por la noche?

—Vino por la mañana, se llamaba Gunnarsson, le pareció que no se veía una mierda y me dijo que ya podía borrar la cinta.

—Pero no lo hizo —dice Joona.

—¿Usted qué cree?

—Yo creo que ustedes almacenan las grabaciones en un disco duro externo.

Con una sonrisa en la boca, Ari Määtilainen le muestra a Joona el camino hasta la minúscula oficina al lado del almacén. Hay un sofá cama desplegado, algunas latas de Red Bull tiradas por el suelo y, junto a la ventana, un paquete de leche ácida. Encima de un pupitre escolar hay un ordenador portátil conectado a un disco duro externo. Ari Määtilainen se sienta en una silla de oficina oxidada y empieza a buscar rápidamente entre los archivos, ordenados por fecha y hora.

—Había oído por la radio que estaban buscando a una chica y a un niño pequeño y luego vi esto en plena noche —dice abriendo un archivo de vídeo.

Joona se inclina para ver más de cerca la pantalla sucia. En cuatro recuadros pequeños aparecen los interiores y exteriores de la gasolinera. Unos relojes digitales van contando el tiempo. Las imágenes grises permanecen sin cambios. Se ve a Ari detrás del mostrador. De vez en cuando hojea una revista y se mete unos aros de cebolla en la boca.

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