La última noche en Los Ángeles (13 page)

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Authors: Lauren Weisberger

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BOOK: La última noche en Los Ángeles
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Samara sonrió y le tendió la mano a Brooke por encima de la mesa.

—Un placer —dijo en tono cortante, aunque su sonrisa parecía sincera.

—He oído hablar mucho de ti —dijo Brooke, mientras le estrechaba la mano e intentaba concentrarse en Samara, para no prestar excesiva atención al cuarto ocupante de la mesa—. Es cierto. Cuando Julian supo que ibas a trabajar con él, volvió a casa muy entusiasmado y me comentó: «Todos dicen que es la mejor».

—¡Oh, qué amable! —respondió Samara, agitando la mano como para no dar importancia a los elogios—. Pero él me facilita mucho las cosas. Hoy se ha portado como un auténtico profesional.

—¡Basta ya, vosotras dos! —dijo Julian, pero Brooke adivinó en seguida que estaba muy contento—. Mira, Brooke. También quiero presentarte a Jon. Jon, ésta es mi mujer, Brooke.

«¡Cielo santo!»

Era él. Brooke no sabía cómo ni por qué, pero allí, sentado a la mesa de su marido, con una cerveza en la mano y aspecto relajado, estaba Jon Bon Jovi. ¿Qué debía decir ella? ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Dónde demonios estaba Nola cuando más la necesitaba? Brooke se estrujó los sesos. Mientras no dijera algo espantoso, como «Soy tu fan número uno», o «Te admiro y respeto por estar casado con la misma mujer desde hace un montón años», probablemente saldría bien parada, pero sentarse a tomar una copa con una superestrella del rock no era algo que hiciera todos los días.

—Hola —dijo Jon, saludando a Brooke con una inclinación de la cabeza—. Ese color de pelo es fantástico y tiene algo de maléfico. ¿Es auténtico?

La mano de Brooke voló hacia sus bucles y de inmediato ella supo, sin necesidad de mirarse al espejo, que en aquel momento tenía las mejillas del mismo color que el pelo. El tono de su cabellera era un rojo tan puro y tan intensamente pigmentado, que algunos lo adoraban y otros lo detestaban. Ella lo adoraba. Julian lo adoraba. Y, por lo visto, también Jon Bon Jovi. «¡Nola! —gritó para sus adentros—. ¡Tengo que contártelo ahora mismo!»

—Sí, es auténtico —dijo ella, levantando la vista al cielo en gesto de fingida contrariedad—. En el colegio me hacían muchas bromas crueles, pero ya estoy acostumbrada.

Con el rabillo del ojo, vio que Julian le sonreía; esperaba que sólo él supiera lo falsa que era su modestia en aquel momento.

—Pues a mí me parece una pasada de pelo —declaró Jon, mientras levantaba el vaso alto de cerveza—. ¡Un brindis por el cho…

Se interrumpió de golpe y una expresión de adorable timidez le recorrió la cara. Brooke habría querido decirle que podía llamarla «chocho pelirrojo» todas las veces que quisiera.

—Un brindis por las pelirrojas guapas y por las primeras actuaciones en el programa de Leno. Enhorabuena, tío. Has estado grande.

Jon levantó su cerveza y todos brindaron con él. La copa de champán de Brooke fue la última en tocar su vaso, y ella se preguntó si no podría encontrar la manera de llevarse ese vaso a casa de contrabando.

—¡Enhorabuena! —exclamaron todos—. ¡Felicidades!

—¿Cómo ha ido la actuación? —preguntó Brooke finalmente, feliz de dar pie a Julian para brillar delante de toda aquella gente—. Cuéntamelo todo.

—Estuvo perfecto —anunció Samara, en su seco estilo profesional—. Actuó después de unos invitados realmente buenos. —Hizo una pausa y se volvió hacia Julian—. Hugh Jackman estuvo estupendo, ¿no crees?

—Sí, estuvo muy bien. Y también esa chica de «Modern Family» —respondió Julian, asintiendo.

—Tuvimos suerte con las entrevistas: dos invitados famosos y realmente interesantes, y nada de niños, ni de magos, ni de domadores de animales —dijo Samara—. No hay nada peor que actuar después de una compañía de chimpancés, creedme.

Todos se echaron a reír. Se les acercó un camarero y Leo pidió para todo el grupo, sin consultar con nadie. Normalmente a Brooke le molestaba mucho que la gente hiciera eso, pero ni siquiera ella encontró objeciones a su elección: otra botella de champán, una ronda de gimlets de tequila y entremeses variados, desde tostadas con aceite de oliva, trufas y setas, hasta mozzarella y rúcula. Cuando llegó el primer plato de croquetas de cangrejo con puré de aguacate, Brooke volvía a estar felizmente achispada y se sentía casi eufórica por la emoción. Julian (su Julian, el mismo que dormía todas las noches a su lado con los calcetines puestos) había actuado en el programa de Jay Leno; estaban alojados en una suite fabulosa del conocidísimo Chateau Marmont, comiendo y bebiendo como miembros de la realeza del rock internacional, y uno de los músicos más famosos del siglo XX había dicho que le encantaba su pelo. El día de su boda había sido el más feliz de su vida, por supuesto (¿acaso no era obligado decirlo, pasara lo que pasase?), pero aquel día estaba reuniendo méritos rápidamente para situarse en segunda posición, a muy escasa distancia.

Su teléfono móvil se puso a aullar desde su bolso, apoyado en el suelo, con una especie de sirena de bomberos que había elegido ella después de la siesta, para no volver a dormirse.

—¿Por qué no lo coges? —le preguntó Julian con la boca llena, mientras ella miraba fijamente el teléfono. No quería coger la llamada, pero le preocupaba que hubiera pasado algo. Ya eran más de las doce en la costa Este.

—Hola, mamá —dijo, en voz tan baja como pudo—. Estamos en medio de una cena. ¿Todo en orden?

—¡Brooke! ¡Julian está ahora mismo en la tele y está increíble! Está adorable, los músicos tocan muy bien y, ¡Dios mío!, está para comérselo. Creo que nunca había estado tan bien.

Las palabras de su madre brotaban en torrente desordenado, y Brooke tenía que hacer un gran esfuerzo para entenderla.

Echó un vistazo al reloj: las nueve y veinte en California, lo que significaba que el programa de Leno estaría en antena en ese mismo momento en la costa Este.

—¿De verdad? ¿Está guapo? —preguntó Brooke.

Aquello le atrajo la atención del grupo.

—¡Claro! Ahora mismo lo están emitiendo en la costa Este —dijo Samara, mientras sacaba su BlackBerry. Como era de esperar, estaba vibrando con la intensidad de una lavadora.

—Fabuloso —estaba diciendo la madre de Brooke—, absolutamente fabuloso. ¡Y tienes que ver qué presentación tan bonita le ha hecho Jay! Espera… Ahora está terminando la canción.

—Mamá, te llamo luego, ¿de acuerdo? Estoy siendo un poco grosera al hablar por teléfono en medio de la cena.

—Muy bien, cariño. Aquí es muy tarde, así que será mejor que me llames por la mañana. Felicita a Julian de mi parte.

Brooke pulsó una tecla para desconectar la llamada, pero el teléfono en seguida volvió a sonar. Era Nola. Miró a su alrededor y vio que todos los de la mesa también estaban hablando por teléfono, con la excepción de Jon, que se había alejado para saludar a unos conocidos.

—Oye, ¿te importa que te llame más tarde? Estamos cenando.

—¡Es increíblemente bueno! —chilló Nola.

Brooke sonrió. Su amiga nunca había sido tan entusiasta respecto a las actuaciones de Julian.

—Ya lo sé.

—¡Joder, Brooke! Casi me caigo del asiento. Cuando se emocionó y cantó ese último párrafo, o como se llame, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, ¡Dios santo!, sentí escalofríos.

—Te lo dije. Es muy grande.

Brooke oyó que Julian daba las gracias a alguien, con una sonrisa turbada pero orgullosa. Leo estaba gritando que Julian era «jodidamente fantástico», y Samara prometía consultar los compromisos de su representado y llamar a la mañana siguiente. El móvil de Brooke estaba a punto de estallar con un aluvión de mensajes de texto y de correo electrónico. Las notificaciones aparecían una tras otra en la pantalla, mientras hablaba con Nola.

—Mira, ahora tengo que dejarte porque esto es una locura. ¿Estarás levantada dentro de una hora? —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro apenas discernible—. Estoy cenando en el Chateau con Jon Bon Jovi y parece ser que le encantan las pelirrojas.

—¡Calla! ¡Calla, por favor, no digas ni una palabra más! —gritó Nola—. ¿Desde cuándo mi mejor amiga se ha vuelto tan divina y fabulosa? ¡«Cenando en el Chateau»! ¿Me estás tomando el pelo? Además… Tengo que colgar ahora mismo para reservar un vuelo a Los Ángeles y teñirme el pelo de rojo.

Brooke se echó a reír.

—En serio, Brooke —continuó Nola—, no te asombres si me presento a primera hora de la mañana, transformada en pelirroja, y te invado la habitación. ¡Date por avisada!

—Te quiero, Nol. Te llamo dentro de un ratito.

Cortó la comunicación, pero dio lo mismo. Todos los teléfonos continuaron sonando, vibrando y cantando, y todos los presentes siguieron recibiendo las llamadas, ansiosos por oír la siguiente ronda de elogios y felicitaciones. El mensaje ganador de la noche fue sin duda el de la madre de Julian, dirigido a los dos, que decía simplemente:

«Tu padre y yo te hemos visto en el programa de Jay Leno esta noche. Aunque los invitados que entrevistó nos parecieron poco interesantes, tu actuación fue bastante buena. Ya sabíamos, claro está, que con las oportunidades y el apoyo que has tenido desde niño, todo era posible. ¡Enhorabuena por este triunfo!»

Brooke y Julian lo leyeron al mismo tiempo, cada uno en su móvil, y les dio tal ataque de risa que no pudieron hablar durante varios minutos.

Sólo al cabo de una hora empezaron a calmarse las cosas y, para entonces, Jon había vuelto a su mesa, Samara había negociado la actuación de Julian en otros dos programas y Leo había pedido la tercera botella de champán. Julian simplemente estaba arrellanado en su silla, con cara de asombro y felicidad a partes iguales.

—Gracias a todos —dijo finalmente, levantando la copa e inclinando la cabeza en dirección a cada uno de ellos—. Me cuesta encontrar las palabras, pero esta noche… esta noche… es la noche más increíble de toda mi vida.

Leo se aclaró la garganta y levantó el vaso.

—Lo siento, amigo, pero en eso te equivocas —dijo, haciendo un guiño a los demás—. Esta noche no es más que el principio.

Capítulo 5

Se desmayarán por ti

Todavía no eran las diez y media de una mañana de finales de mayo, y el calor de Tejas ya era agobiante. Julian tenía la camiseta empapada de sudor y Brooke sudando a mares, empezaba a creer que ambos estaban al borde de la deshidratación. Había intentado salir a correr aquella mañana, pero se dio por vencida al cabo de diez minutos, cuando sintió mareos y una curiosa sensación de hambre y náuseas al mismo tiempo. Cuando Julian le propuso, quizá por primera vez en cinco años de matrimonio, que salieran de compras durante un par de horas, se metió a toda prisa en el feo coche verde de alquiler, porque ir de compras significaba aire acondicionado, y en ese momento era lo que más necesitaba.

Atravesaron primero el distrito residencial del hotel, después recorrieron un largo trecho por la autopista y finalmente, después de casi veinte minutos, acabaron en una sinuosa carretera secundaria, que en algunos tramos estaba pavimentada y en otros era poco más que un camino de tierra y grava. Durante todo el trayecto, Brooke rogó y suplicó a Julian que le dijera adónde iban, pero él se limitó a sonreír y se negó a responder.

—¿Habrías imaginado que esto era así, apenas a diez minutos de las afueras de Austin? —preguntó Brooke, mientras pasaban entre campos de flores silvestres y por delante de un establo abandonado.

—Nunca. Parece salido de una película sobre rancheros en el corazón rural de Tejas. Nadie diría que son los alrededores de una gran ciudad cosmopolita, pero supongo que por eso vienen a rodar aquí.

—Sí, ninguno de mis compañeros de trabajo podía creer que aquí se rodara «Friday Night Lights».

Julian se volvió para mirarla.

—¿Todo bien en el trabajo? Hace mucho que no me cuentas nada.

—En general, todo bien. Tengo una paciente en Huntley, una estudiante de primer año, que está convencida de padecer obesidad mórbida, aunque en realidad está más o menos en el peso normal. Es becaria y viene de un ambiente totalmente distinto del resto de las chicas. Quizá siente que no encaja por un millón de motivos, pero el que le resulta más difícil de sobrellevar es el peso.

—¿Qué puedes hacer por ella?

Brooke suspiró.

—No mucho, ya sabes. Además de escucharla e intentar transmitirle confianza, tengo que vigilarla, para que las cosas no se descontrolen. Estoy completamente segura de que lo suyo no es un trastorno alimentario grave, pero es preocupante que una persona se obsesione tanto con el peso, sobre todo cuando se trata de una adolescente. Pronto vendrán las vacaciones de verano y estoy inquieta por ella.

—¿Y el hospital?

—Bien. A Margaret no le hizo mucha gracia que me tomara estos días libres, pero ¡qué se le va a hacer!

Julian se volvió hacia ella.

—¿Tan grave es que te tomes dos días?

—Dos días por sí solos, no. Pero ya pedí tres días para ir a Los Ángeles, al programa de Jay Leno; medio día para tu ronda de entrevistas en Nueva York, y un día más para ir a la sesión fotográfica de la portada de tu álbum. Y todo eso ha sido en las últimas seis semanas. Por otro lado, apenas nos hemos visto en los últimos tiempos y esto no me lo habría perdido por nada del mundo.

—Rook, no me parece justo que digas que casi no nos hemos visto. Todo ha sido muy rápido, muy frenético… pero de una manera positiva.

Ella no estaba de acuerdo (¿quién podía decir que coincidir un par de horas los pocos días que Julian pasaba por su casa fuera verse?), pero no había pretendido ser crítica.

—No he querido decir eso, en serio —dijo ella, en un tono más apaciguador—. Mira, ahora estamos aquí juntos, así que disfrutémoslo, ¿de acuerdo?

Continuaron en silencio unos minutos, hasta que Brooke se llevó los dedos a la frente y exclamó:

—¡No me puedo creer que vaya a conocer a Tim Riggins!

—¿Cuál de ellos es?

—¡Por favor! ¿Lo dices en serio?

—¿El entrenador o el
quarterback
? Siempre los confundo —dijo Julian, sonriendo. ¡Como si fuera posible confundirlos!

—¡Ah, sí, claro! Esta noche, cuando entre en la fiesta y todas las mujeres presentes se desmayen de lujuria, sabrás que es él, te lo aseguro.

Julian dio un manotazo al volante, con fingida indignación.

—¿No deberían desmayarse por mí? ¡Después de todo, yo seré la estrella de rock!

Brooke se inclinó sobre la división de los dos asientos y le dio un beso en la mejilla.

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