El gobernador Wilek Nereus mordió el extremo de un rollo de namana y lo masticó con aire pensativo. En aquel paseo bordeado de helechos altos y pasionarias, podía olvidar por unos instantes la amenaza que se cernía sobre Bakura y meditar sobre su carrera. Muertos Palpatine y Vader, la Alianza Rebelde (comentada con tanto desdén en los comunicados oficiales) se convertía en una amenaza más concreta.
De todos modos, las probabilidades se inclinaban por el Imperio, y tenía a dos dirigentes rebeldes de capital importancia a escasa distancia. Podía debilitar a la Alianza de manera sustancial.
Se dejó de distracciones y retomó el hilo de sus pensamientos. Alguien nuevo ocuparía el trono imperial. Nereus había calculado con suma cautela los peligros de dar el salto, sólo que tan lejos del Núcleo, no tenía ni una posibilidad…, y el precio de fracasar significaba la muerte o la ruina. Por lo tanto, debía esperar a que surgiera un nuevo emperador, para agasajarle y alabarle, y entretanto, presentar Bakura como un ejemplo de empresa provechosa.
Si los ssi-ruuk no se la arrebataban. Les despreciaba por principio, aun sin la complicación de la tecnificación. Desde joven, se había entregado a dos aficiones: la parasitología alienígena y la dentición alienígena. El Imperio había utilizado con sigilo ambos talentos. Los alienígenas eran seres que servían para diseccionar o repeler, nunca para aliarse.
Su ayudante adoptó la posición de firmes a pocos pasos de la fuente central del paseo. Nereus había dado órdenes estrictas de que no le molestaran, y dejó que el mensajero esperara. Había acudido al paseo para disfrutar de unos minutos de tranquilidad, y por todas las fuerzas y equilibrios que aquellos idiotas reverenciaban, lo conseguiría.
Dio otro mordisco a la fruta y contempló el centro de la fuente, mientras calibraba el agradable calor que el dulce le proporcionaba. Controlaba su adicción a la namana: por las noches, sólo néctar, y de día, sólo dos bombones, por lo general junto a la fuente. El agua saltaba, impulsada por un centenar de motores sónicos que desafiaban la gravedad, hasta ser capturada por Bakura y devuelta al turbulento estanque azul.
El Imperio también podía vadear las turbulencias. Los colegas imperiales de Nereus habían convertido la burocracia galáctica en un elemento que se autoperpetuaba. Al servicio del Imperio, Wilek Nereus se encumbraría, acumularía más autoridad y poder que en cualquier otro sistema de gobierno. Por lo tanto, sacrificaría cualquier cosa y cualquier persona para que Bakura continuara formando parte del Imperio. La pérdida de otra Estrella de la Muerte le malhumoraba. El miedo era la herramienta fundamental para mantener sometida a Bakura.
Bien, los nativos también estaban asustados ahora. Suspiró y se volvió hacia el ayudante.
—Imagino que es importante.
—Señor. —El ayudante saludó—. Un mensaje holográfico importante, procedente de la flota ssi-ruuvi, le espera.
Los Flautas habían capturado varias naves imperiales desde que Sibwarra les había enviado el mensaje, de modo que ahora tenían acceso a la red holográfica imperial.
—Idiota —exclamó Nereus—, ¿por qué no me avisó? Lo recibiré en mi escritorio.
El ayudante extrajo un comunicador de su cinturón para transmitir la orden. Nereus avanzó por el sendero cubierto de musgo. Dos guardias uniformados mantenían abiertas las puertas de cristal situadas en una esquina del largo túnel, iluminado mediante luz artificial, que conectaba el sendero con el otro. Nereus torció a la izquierda, luego otra vez a la izquierda, atravesó el puesto de su equipo personal y entró en su despacho de amplios ventanales.
Una luz parpadeaba en el sistema de holotransmisión. Enderezó el cuello de su chaqueta y pasó una mano sobre las condecoraciones que adornaban su pecho, para eliminar cualquier rastro de polen. Después giró su silla repulsora hacia el aparato de transmisión.
—Adelante —dijo a su escritorio.
Engarfió las manos alrededor de los apoyabrazos. ¿Qué querrían ahora los Flautas?
Una figura translúcida de un metro de alto apareció sobre la parrilla de recepción: humana, con prendas blancas a rayas.
—Gobernador Nereus. —La figura hizo una reverencia—. Quizá se acuerde de mí. Soy…
—Deb Sibwarra —gruñó Nereus. Aquello sí que era un parásito alienígena—. Le conozco demasiado. ¿Qué maravillosas noticias nos trae esta vez?
Sibwarra meneó la cabeza.
—Menos maravillosas que las anteriores, me temo, pero tal vez dentro de poco sean más agradables. Los poderosos ssi-ruuk, al observar sus vacilaciones acerca de unirse a la búsqueda imperial de la unidad galáctica, con el fin de experimentar la liberación de las limitaciones físicas…
Nereus cogió un colmillo de Ilwelkyn que descansaba sobre un puñado de papeles.
—Vaya al grano.
Sibwarra extendió una mano.
—El almirante Ivpikkis está dispuesto a que nuestra flota salga de su sistema, con una condición.
—Siga hablando.
Nereus acarició el borde aserrado del colmillo. Si el holo hubiera sido de carne, se lo habría clavado así… y así…
—Entre los nuevos visitantes llegados a su sistema, hay un hombre llamado Skywalker. Si lo entrega a una delegación especial ssi-ruuvi, partiremos de inmediato.
Nereus emitió un ruido despectivo.
—¿Para qué le quieren?
Sibwarra ladeó la cabeza y le miró de soslayo, como un reptil.
—Sólo deseamos librarle de una presencia desagradable.
—No me lo creo ni por un momento.
De todos modos, si los alienígenas iban a otra parte en pos de cargas humanas (podría sugerir Endor), Bakura volvería a la situación anterior, él continuaría al mando y podría alertar del peligro al imperio.
—Puedo admitir que resultaría muy útil para ciertos experimentos.
—Oh, desde luego.
Ja
. Sin duda querían a Skywalker para algo relacionado con la tecnificación. No confiaba en Sibwarra, ni en sus anfitriones reptilianos. Si querían a Skywalker, no debían apoderarse de él.
Tal vez pudiera sacar ventaja de aquella proposición.
—Necesitaré tiempo para arreglar los detalles.
Matar a Skywalker de inmediato era una opción. O… Sí, podía ayudar a los ssi-ruuk a capturar al joven Jedi, pero asegurándose de que muriera antes de que lo utilizaran, y así mataría dos pájaros peligrosos de un solo tiro.
¿Los oficiales rebeldes se pondrían a las órdenes de Thanas, si su comandante desaparecía con la flota alienígena? Dio unos golpecitos sobre el largo colmillo. Lo harían, si era su única esperanza de sobrevivir.
Sibwarra, que seguía mirándole de soslayo, juntó las palmas de las manos y alzó los dedos hacia la barbilla.
—¿Le bastará con un día?
Nereus le despreciaba.
—Creo que sí. Póngase en contacto de nuevo conmigo mañana a mediodía, hora local.
Tres veloces golpes en la puerta del despacho de Gaeriel interrumpieron sus esfuerzos por recuperar una mañana de trabajo perdida. La insinuación de Skywalker de que los imperiales habían robado la cordura a Eppie Belden la había torturado durante todo el camino de regreso al complejo. Nada más llegar, examinó los antecedentes criminales de Eppie. Todos los agitadores detenidos durante la toma del poder o las purgas estaban fichados, incluido el tío Yeorg (un delito de escasa importancia).
Pero Eppie no. O habían desaparecido, o estaban considerados de máxima seguridad. ¿Por qué se tomaría el Imperio la molestia de ocultarlos?
—Entre —dijo.
Una mujer delgada, vestida con un traje de salto verde oscuro, miró hacia atrás y entró.
Gaeriel se enderezó en su silla.
—¿Qué pasa, Aari?
—Una escucha —murmuró—. Del despacho de Nereus.
Gaeriel indicó a Aari que se acercara más. Sus ayudantes habían intervenido varios sistemas de seguridad del gobernador Nereus, pero seguro que los ayudantes de éste también tenían oídos en su despacho.
—¿Qué has oído?
Los labios de Aari rozaron el oído de Gaeri.
—Los ssi-ruuk acaban de hacer una oferta a Nereus, si les entrega al comandante Skywalker.
Un nudo de hielo se formó en el estómago de Gaeri. Luke Skywalker había visto morir al emperador. No era tan sólo un nuevo Jedi. Tenía que ser uno de los individuos fundamentales de la Alianza… en la cambiante galaxia.
¿Para qué le querían? Gaeri curvó los dedos de sus pies en el interior de los zapatos. Luke se había jugado el aprecio de Gaeri cuando había utilizado sus poderes para ayudar a Eppie, y ella admiraba su decisión. Si los Jedi eran de corazón egoísta, ¿por qué había obedecido a su conciencia, pese a la desaprobación de Gaeriel, cuando era tan evidente (y aterrador) que deseaba conseguir su amistad?
Era evidente que los ssi-ruuk pensaban que podían manejarle. En ese caso, cualquier humano, incluido Wilek Nereus, debía hacer lo imposible por mantenerle alejado de ellos. O bien Nereus no comprendía lo que significaba para la humanidad entregar a Skywalker, o estaba obsesionado por alejar de su planeta a los hombres de la Alianza, o…
O intentaría matar a Skywalker antes de que se apoderaran de él. La tercera posibilidad significaba que Luke Skywalker, fuera lo que fuera, tenía las horas contadas.
¿Debía advertirle? Cruzarse de brazos equivaldría a inclinar la balanza del lado del gobernador Nereus. Ayudar a Skywalker significaría desequilibrar el resto del universo.
Pero era difícil pensar en términos universales cuando un peligro amenazaba al pueblo bakurano. Luke la había convencido por fin de que haría todo cuanto estuviera en su poder por ayudar a Bakura en su lucha contra los ssi-ruuk.
—Gracias, Aari. —Se levantó y consultó su crono. La gente sensata ya estaría cenando—. Yo me ocuparé de esto.
L
uke recorrió el pasillo de piedra blanca en dirección a su suite. Después de hablar con Gaeriel y la señora Belden, había pasado el resto de la mañana y la mitad de la tarde hablando con los supervisores de los talleres. Su fama de Jedi se había extendido. Le habían demostrado un reticente respeto por ensuciarse las manos con ello (eso había sido el punto decisivo), y luego le habían permitido incluir los restantes cazas A en la lista de servicios de aquel día. Luke sospechaba que los mejores equipos de reparación de Bakura habían sido trasladados al crucero imperial
Dominante
.
A continuación, sin poder lavarse, había ayudado al oficial de intendencia a aprovisionar al grupo de combate, gastando los recursos inexistentes de un posible gobierno futuro. Habría dado cualquier cosa por la ayuda de Leia en aquel apartado. Y todo esto sin dejar de vigilar la irrupción de los ssi-ruuk, mientras se preguntaba qué significaba la advertencia del sueño. No era de extrañar que le doliera todo el cuerpo, apenas curado.
Un par de milicianos imperiales montaban guardia en el amplio vestíbulo que se abría ante la suite, con los rifles desintegradores cruzados sobre el pecho. Pese a su cansancio, sintió una descarga de adrenalina. Su mano voló hacia la espada de luz de forma instintiva.
Después recordó. Dejó caer las manos a los costados, con los dedos separados.
—Lo siento —murmuró al guardia más próximo—. No estoy acostumbrado a esto.
—Comprendo, señor.
El imperial retrocedió. Luke entró, atravesó la sala de comunicaciones hasta llegar a su dormitorio y se dejó caer sobre la cama repulsora. Lanzó una carcajada nerviosa. Nunca había vivido una situación tan absurda. Su apartamento, vigilado por «amigables» milicianos.
Miró por el amplio ventanal y se preguntó qué habría dado su tío Owen por una lluvia torrencial como la que acababa de empezar. La primera parte del verano en Bakura sería el paraíso en Tatooine.
Una luz parpadeó en su consola personal. Suspiró y recibió el mensaje. El senador Belden solicitaba su presencia a la hora de cenar.
Luke gruñó. Gaeriel habría transmitido su deseo, pero era muy tarde. Ni siquiera tendría tiempo de lavarse. Necesitaba hablar con el senador, al menos para hablar del historial médico de su mujer.
Luke tecleó una educada solicitud de verle al día siguiente, la envió y se agachó para quitarse las botas. El timbre de la puerta sonó.
—¡No! —susurró, irritado.
Su guía le había enseñado a utilizar la consola del dormitorio para averiguar la identidad de quienes llamaban. Pulsó varios botones, pero no logró que funcionara. Cruzó la sala común y fue a responder él mismo, sintiéndose muy sucio.
Gaeriel estaba ante la puerta, casi vuelta de espaldas, como si prefiriera seguir andando a hablar con él. Una bolsa de cuerda colgaba de su falda azul y, como siempre, su sola presencia provocó hormigueos en su sensación de la Fuerza.
—¿Puedo hablar con usted unos momentos, comandante? —preguntó la joven.
Luke se alejó de los ojos inquisitivos de los guardias imperiales.
—Por favor.
En cuanto la puerta se cerró, Gaeri rodeó su boca con las manos.
—Te vigilan —susurró—. Estamos a punto de desaparecer.
Levantó la bolsa y la abrió. En el interior había una caja gris, como la del apartamento de Belden. Manipuló un interruptor grande.
—Un generador de burbujas disruptivas —dijo en voz alta, pero sin alzarla demasiado—. No puedo mantenerlo activo más de unos segundos cada vez. Estás en peligro.
—¿Qué sucede?
—Los ssi-ruuk han enviado un mensaje al gobernador Nereus. —Introdujo la mano de nuevo en la bolsa—. ¿Se encuentra cómodo su grupo, comandante? —preguntó a voz en grito.
Luke tuvo que pensar con rapidez.
—La situación es un poco peculiar —contestó—. Tengo una reacción alérgica a las armaduras de los milicianos.
Bien
, esbozó con los labios Gaeri. Enarcó la ceja derecha, sobre su ojo verde, y movió la muñeca de nuevo.
—Han pedido al gobernador Nereus que te entregue a ellos, en cuyo caso abandonarán Bakura.
La advertencia de su sueño volvió a su mente. Por lo visto, pensaban utilizar como mediador a Nereus.
—Se ha sentido tentado, naturalmente.
—No lo creo. No es estúpido. Si te quieren vivo, procurará que te cojan muerto. —Bajó la vista y movió la mano—. Tendremos que superar nuestras reacciones automáticas —anunció.
Menos mal que Leia estaba segura de que Nereus no pretendía perjudicarles.
Ahora empieza la diversión
.