La tierra de las cuevas pintadas (17 page)

BOOK: La tierra de las cuevas pintadas
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Ayla, fascinada con el Zelandoni de la Vigésimo sexta Caverna, lo observó más atentamente. Alto y musculoso, tenía el pelo rubio oscuro, casi castaño, con algún que otro mechón más claro, y unas cejas oscuras que se confundían con su tatuaje de Zelandoni, en el lado izquierdo de la frente. El tatuaje no era tan recargado como el de otros, pero sí muy preciso. Su barba era castaña, con un tono rojizo, pero pequeña y bien definida. Ayla pensó que debía de recortársela con una hoja afilada de sílex para mantenerla así. Probablemente se acercaba a la mediana edad y su rostro reflejaba personalidad, pero ofrecía un aspecto juvenil, vital y serenamente ecuánime.

Imaginó que muchos lo consideraban apuesto. A ella desde luego se lo parecía, si bien no confiaba plenamente en su sentido del gusto respecto a la belleza de su propio pueblo, que entre el clan se conocía como los Otros. Su noción de quién era atractivo y quién no se veía muy influida por el rasero del pueblo que la había criado. Opinaba que las personas del clan eran agraciadas, y sin embargo los Otros por lo general no pensaban lo mismo, aunque muchos nunca habían visto a ninguno, y casi nadie los había visto de cerca. Observó a algunas de las jóvenes acólitas y decidió que el hombre que estaba hablando les resultaba atractivo. Lo mismo ocurría con algunas de las mujeres mayores. En cualquier caso, comunicaba muy bien el saber ancestral. La Primera pareció coincidir. Le pidió que siguiera.

—El cuarto color primario es el transparente —continuó—. El transparente es el color del viento, el color del agua. El transparente puede mostrar todos los colores, como cuando miráis las aguas quietas de un estanque y veis un reflejo, o cuando las gotas de lluvia forman todos los colores al salir el sol. El azul y el blanco son aspectos del transparente. Cuando miramos el viento, es transparente, pero cuando fijamos la mirada en el cielo, vemos el azul. El agua de un lago, o la de las Grandes Aguas del Oeste, suele ser azul, y el agua que se ve en los glaciares es de un azul intenso.

«Como los ojos de Jondalar», pensó Ayla. Se acordó de cuando cruzaron el glaciar: esa fue la única vez que vio un color azul comparable al de sus ojos. Se preguntó si el Zelandoni de la Vigésimo sexta Caverna había estado alguna vez en un glaciar.

—Hay fruta azul —decía—, en especial bayas, y ciertas flores, aunque las flores azules son menos comunes. Muchas personas tienen los ojos azules, o de un azul mezclado con gris, que es también un aspecto del transparente. La nieve es blanca, como lo son las nubes del cielo, aunque estas pueden ser grises cuando se mezclan con la oscuridad para producir la lluvia; sin embargo su verdadero color es el transparente. El hielo, aunque parezca blanco, es transparente, pero ya conocéis el verdadero color de la nieve y el hielo en cuanto se funden, y de las nubes cuando llueve. Hay muchas flores blancas, y encontramos tierra blanca en ciertos lugares. Existe un sitio no muy lejos de la Novena Caverna donde hay tierra blanca, caolín —dijo, mirando directamente a Ayla—, pero sigue siendo un aspecto del transparente.

La Zelandoni Que Era la Primera tomó la palabra.

—El quinto color sagrado es el oscuro, llamado a veces negro. Es el color de la noche, el color del carbón cuando el fuego ha consumido la vida de la madera; es el color que invade el color de la vida, el rojo, sobre todo cuando envejece. Algunos dicen que el negro es la tonalidad más oscura del rojo viejo, pero no es así. Lo oscuro es la ausencia de luz y la ausencia de vida. Es el color de la muerte. Ni siquiera tiene una vida efímera; no hay flores negras. Las cuevas profundas muestran el color primario oscuro en su forma más auténtica.

Cuando concluyó, permaneció en silencio por un momento y miró a los acólitos allí reunidos.

—¿Alguna pregunta? —dijo. Por timidez, todos se quedaron callados. Luego se oyó cierto murmullo producido por el movimiento de manos y pies, pero nadie habló. La Zelandoni sabía que probablemente tenían preguntas, pero nadie quería ser el primero en formular la suya, ni dar la impresión de que no entendía algo si los demás sí lo habían comprendido. No importaba: podían hacer las preguntas más tarde, y las harían. Puesto que había allí muchos acólitos, y la Primera contaba con su atención, se preguntó si debía proseguir con la instrucción. Costaba retener demasiada información de una sola vez, y la gente podía distraerse—. ¿Queréis que os explique más cosas?

Ayla miró a su bebé y comprobó que aún dormía.

—Yo sí —respondió en voz baja. Se oyeron otros susurros y sonidos entre el grupo, en su mayor parte afirmativos.

—¿Alguien desearía hablar de otra razón por la que sabemos que el cinco es un símbolo poderoso? —preguntó La Que Era la Primera.

—En el cielo se ven cinco estrellas errantes —dijo el Zelandoni de la Séptima Caverna.

—Así es —corroboró la Primera, sonriendo al anciano de considerable estatura. Después anunció a los demás—: Y el Zelandoni de la Séptima es quien las descubrió y nos las mostró. Se tarda un rato en verlas, y la mayoría de vosotros no las veréis hasta vuestro Año de las Noches.

—¿Qué es el Año de las Noches? —preguntó Ayla. Varios se alegraron de que lo hiciera.

—Es el año en el que tendréis que quedaros despiertos por la noche y dormir durante el día —contestó la Primera—. Es una de las pruebas que debéis afrontar en vuestro adiestramiento. Pero es más que eso. Hay ciertas cosas que es necesario que veáis y que sólo se ven por la noche, como cuando el sol sale y se pone, sobre todo a mediados del verano y mediados del invierno, cuando el sol se detiene y cambia de dirección, o las fases de la luna. El Zelandoni de la Quinta Caverna es el que más sabe de eso. Hizo anotaciones durante medio año para dejar constancia.

Ayla deseó preguntar qué otras pruebas debería afrontar en su adiestramiento, pero calló. Supuso que no tardaría en averiguarlo.

—¿Qué más nos revela el poder del cinco? —preguntó la Primera.

—Los cinco elementos sagrados —contestó el Zelandoni de la Vigésimo sexta.

—¡Bien! —exclamó la mujer corpulenta Que Era la Primera. Buscó una posición más cómoda en su asiento—. ¿Por qué no empiezas tú mismo?

—Siempre es mejor hablar primero de los colores sagrados y después de los elementos sagrados, ya que el color es una de las propiedades de estos. El Primer Elemento, llamado a veces Principio o Esencial, es la Tierra. La tierra es sólida, tiene sustancia, se forma de roca y mantillo. Podemos coger un poco de tierra con la mano. El color que más se relaciona con la tierra es el rojo viejo. Además de ser un elemento por derecho propio, la tierra es el aspecto material de los demás esenciales, puede contenerlos o verse afectada por ellos de algún modo —explicó, y lanzó una ojeada a la Primera para ver si deseaba que continuase. Ella miraba ya a otra persona.

—Zelandoni de la Segunda Caverna, ¿por qué no sigues tú?

—El Segundo Elemento es el Agua —dijo ella, poniéndose en pie—. A veces el Agua cae del cielo, a veces reposa en la superficie de la tierra o fluye sobre ella, o la traspasa dentro de las cuevas. A veces es absorbida y pasa a ser parte de la tierra. El agua es móvil; el color del agua suele ser transparente o azul, aun cuando parezca lodosa. Cuando el agua es marrón, se debe a que estamos viendo el color de la tierra mezclada con agua. El agua puede verse y palparse, y tragarse, pero no puede retenerse con los dedos, aunque sí cuando ahuecamos la palma de la mano —explicó la mujer, juntando las dos manos para formar un cuenco.

A Ayla le gustaba observarla porque empleaba mucho las manos cuando describía objetos, pese a que, a diferencia de la gente del clan, no lo hacía de una manera intencionada.

—El agua debe estar contenida en algo, un vaso, un odre, vuestro propio cuerpo. Vuestro cuerpo necesita retener agua, como descubriréis al superar la prueba de renunciar a ella por un tiempo. Todos los seres vivos necesitan agua, tanto las plantas como los animales —concluyó la Segunda, y tomó asiento.

—¿Alguien desearía decir algo más sobre el agua? —preguntó la jefa de los zelandonia.

—El agua puede ser peligrosa. La gente puede ahogarse en ella —dijo la joven acólita situada al otro lado de Jonayla. Habló en voz baja y parecía triste. Ayla se preguntó si hablaba por propia experiencia.

—Es verdad —corroboró Ayla—. En nuestro viaje, Jondalar y yo tuvimos que cruzar muchos ríos. El agua puede ser muy peligrosa.

—Sí, yo conocí a alguien que se cayó en un agujero en el hielo de un río y se ahogó —dijo el Zelandoni de Cara Sur, una de las secciones de la Vigésimo novena Caverna. Empezó a explayarse con la historia del ahogamiento, pero la Zelandoni principal de la Vigésimo novena lo interrumpió.

—Sabemos que el agua puede ser muy peligrosa, pero también lo es el Viento, y ese es el Tercer Elemento. —Era una mujer simpática, de sonrisa afable, pero estaba dotada de una gran fuerza interior, y sabía que ese no era momento para digresiones ni anécdotas. La Primera hablaba de un asunto serio, salpicado de información importante que debía entenderse bien.

La Primera le sonrió, comprendiendo lo que acababa de hacer.

—¿Por qué no sigues hablándonos tú del Tercer Elemento? —propuso.

—Al igual que el agua, el viento tampoco puede cogerse, ni puede retenerse ni verse, aunque sí se ven sus efectos —explicó—. Cuando el viento está quieto, ni siquiera se siente, pero puede ser muy poderoso, capaz incluso de arrancar árboles. Puede soplar con tal fuerza que es imposible avanzar contra él. El viento está en todas partes. No hay lugar en el que no lo haya, ni siquiera en la cueva más profunda, aunque allí normalmente está quieto. Uno nota su presencia porque es posible moverlo agitando algo. El viento se mueve también dentro de un cuerpo vivo. Se siente cuando tomamos aire y cuando soplamos. El viento es esencial para la vida. Las personas y los animales necesitan viento para vivir. Cuando su viento se detiene, sabemos que han muerto —concluyó la Zelandoni de la Vigésimo novena.

Ayla notó que Jonayla había empezado a removerse. Pronto despertaría. La Primera advirtió también la agitación del bebé, y cierta inquietud entre los allí reunidos. Debían acabar la sesión cuanto antes.

—El cuarto elemento es el Frío —prosiguió la Primera—. Al igual que el viento, el frío tampoco puede cogerse ni retenerse, pero sí sentirse. El frío origina cambios, endurece las cosas y las vuelve más lentas. El frío puede endurecer la tierra, y el agua, convertirla en hielo e impedir su flujo, y convertir la lluvia en nieve o hielo. El color del frío es transparente o blanco. Algunos dicen que lo oscuro causa el frío. Es verdad que el frío arrecia cuando llega la oscuridad de la noche. El frío puede ser peligroso. El frío ayuda a lo oscuro a privar de la vida, pero lo oscuro no se ve afectado por el frío. El frío también puede ser beneficioso. Si los alimentos se colocan dentro de un hoyo frío en la tierra, o en agua cubierta de hielo, el frío evita que se estropeen. Cuando el frío se interrumpe, las cosas que eran transparentes suelen volver a su estado anterior, como el hielo vuelve a convertirse en agua. Las cosas o los elementos de color rojo viejo en general pueden recuperarse del frío: la tierra y la corteza de los árboles, por ejemplo, pero las amarillas o verdaderamente rojas, rara vez.

La Primera se planteó hacer algunas preguntas, pero decidió abreviar.

—El quinto elemento es el Calor. El calor no puede cogerse ni retenerse, pero también se siente. Cuando tocamos algo caliente, nos damos cuenta. El calor también puede modificar las cosas, pero mientras que el frío produce cambios lentos, el calor es rápido. Así como el frío consume la vida, el calor y la calidez pueden devolverla. El fuego y el sol producen calor. El calor del sol ablanda la tierra endurecida por el frío y convierte la nieve en lluvia, lo que contribuye a que brote la vida vegetal, convierte el hielo en agua, y le permite que vuelva a ponerse en movimiento. El calor del fuego puede cocer los alimentos, tanto la carne como las verduras, y calentar el interior de una morada, pero el calor puede ser peligroso. También puede ayudar a lo oscuro. El color primario del calor es el amarillo, a menudo combinado con el rojo, pero a veces se combina con lo oscuro. El calor puede favorecer al rojo verdadero de la vida, pero un exceso de calor puede propiciar lo oscuro, que destruye la vida.

La Primera había calculado el tiempo perfectamente. Justo cuando acabó, Jonayla despertó con un sonoro llanto. Ayla se apresuró a cogerla en brazos y la meció para calmarla, pero sabía que necesitaba ser atendida.

—Quiero que todos penséis en lo que habéis aprendido hoy y que recordéis cualquier pregunta que se os ocurra, para hablar de ello en nuestra próxima reunión. Todos los que deseéis marcharos, podéis iros ahora —concluyó La Que Era la Primera.

—Espero que pronto podamos reunirnos otra vez —dijo Ayla mientras se ponía en pie—. Ha sido muy interesante. Estoy impaciente por aprender más cosas.

—Me alegro, acólita de la Zelandoni de la Novena Caverna —contestó la Primera. Aunque Zelandoni la llamaba Ayla en circunstancias más informales, siempre se dirigía a todos con sus títulos formales cuando se hallaban en el alojamiento de los zelandonia durante la Reunión de Verano.

—Proleva, necesito pedirte un favor —dijo Ayla, incómoda.

—Adelante, Ayla.

Todos los que compartían la morada disfrutaban en ese momento de su comida de la mañana, y se volvieron hacia ella con cara de curiosidad.

—No lejos de la Vigésimo sexta Caverna hay una cueva sagrada, y su Zelandoni me ha pedido que lo acompañara a verla porque soy la acólita de la Primera. Es una gruta muy pequeña, y la Primera quiere que vaya yo en representación de ella.

Jondalar no fue el único cuya atención se avivó. Al echar una ojeada alrededor, advirtió que todos observaban a Ayla, y vio estremecerse a Willamar. Al maestro de comercio le encantaba recorrer grandes distancias, pero no le entusiasmaban los espacios reducidos. Podía obligarse a entrar en una cueva si era necesario, en particular si no era demasiado pequeña, pero prefería estar al aire libre.

—Necesito que alguien se ocupe de Jonayla, y la amamante si hace falta —explicó Ayla—. Le daré el pecho antes de irme, pero no sé cuánto tiempo estaré ausente. Me la llevaría, pero me han dicho que hay que entrar arrastrándose como una serpiente, y me temo que no podré hacerlo con Jonayla. Creo que la Zelandoni se alegra de que me hayan invitado a mí.

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