Read La tierra de las cuevas pintadas Online
Authors: Jean M. Auel
Ayla se detuvo de inmediato.
—¿Estás incómoda? —preguntó.
—No, pero ¿no has dicho que querías prepararme un asiento de verdad?
—Sí.
—Pues entonces la primera vez que me pasees así por delante de todo el mundo, más vale que el asiento esté colocado tal como lo quieres, porque ya sabes que la gente mirará y juzgará —dijo la mujer corpulenta.
Ayla y Jondalar quedaron desconcertados por un momento. Por fin Jondalar contestó:
—Sí, seguramente tienes razón.
—¡Eso significa que estás dispuesta a viajar en la angarilla! —exclamó Ayla al instante.
—Sí, creo que podría acostumbrarme. Al fin y al cabo, puedo bajarme siempre que quiera —respondió la gran donier.
Ayla no era la única que preparaba el equipamiento para el viaje. Todo el mundo en la caverna tenía esparcidos dentro de sus moradas o frente a sus lugares de trabajo los objetos más diversos. Necesitaban confeccionar o remendar pieles de dormir, tiendas de viaje y ciertos elementos estructurales de los refugios veraniegos, pese a que la mayor parte de los materiales necesarios para construirlos se recolectarían en los alrededores del campamento. Aquellos que habían realizado objetos para regalo destinados al trueque, sobre todo quienes dominaban ciertos oficios, tenían que tomar decisiones sobre qué llevar y en qué cantidad. Una persona a pie podía acarrear sólo un peso limitado, dado que transportaba también comida —tanto para uso inmediato como para repartir a modo de obsequio y en los banquetes especiales—, así como ropa, pieles de dormir y otros enseres de primera necesidad.
Ayla y Jondalar ya habían decidido construir una angarilla nueva para Whinney y Corredor: los extremos de arrastre de las varas eran la parte que antes se desgastaba, en particular cuando se acarreaban cargas pesadas. A petición de varias personas, habían ofrecido su capacidad de transporte adicional a familiares y amigos cercanos, pero incluso los robustos caballos tenían un límite.
Desde principios de la primavera, la caverna había cazado para acumular carne y recolectado plantas: bayas, fruta, frutos secos, setas, tallos comestibles, hojas y raíces de verduras, grano silvestre e incluso liquen y la corteza interior de determinados árboles. Aunque llevarían una cantidad pequeña de alimentos frescos recién obtenidos mediante la caza o el forrajeo, cargarían sobre todo comida desecada. Esta duraba más y pesaba menos, lo que les permitía transportar mayor cantidad, tanto para el viaje como para el período posterior a su llegada, hasta el momento en que se determinaban las pautas de caza y recolección en el emplazamiento de la Reunión de Verano de ese año.
El sitio elegido para el encuentro anual cambiaba de año en año conforme a un ciclo regular de lugares idóneos. Sólo ciertas zonas permitían acoger una Reunión de Verano, pero ninguna de ellas podía usarse durante más de una estación; luego el emplazamiento escogido tenía que dejarse descansar durante varios años antes de emplearse de nuevo. Con tanta gente congregada en un solo sitio —entre mil y dos mil personas— al final del verano se habían agotado todos los recursos en un radio determinado, y la tierra necesitaba recuperarse. El año anterior habían seguido el Río hacia el norte a lo largo de unos cuarenta kilómetros. Este año viajarían al oeste hasta llegar a otro curso de agua, el Río Oeste, que discurría en su mayor parte paralelo al Río.
Joharran y Proleva estaban en su morada terminando la comida del mediodía junto con Solaban y Rushemar. Ramara, la compañera de Solaban, y su hijo Robenan, acababan de marcharse con Jaradal, el hijo de Proleva, los dos de seis años. Sethona, su hija recién nacida, se había dormido en brazos de Proleva, y esta se había puesto en pie para acostarla. Cuando oyeron que alguien llamaba al panel de cuero rígido sin curtir colocado junto a la entrada, Proleva pensó que debía de ser Ramara, que se había olvidado algo, y se sorprendió cuando una mujer mucho más joven entró en respuesta a su invitación a pasar.
—¡Galeya! —exclamó Proleva, extrañada. Si bien Galeya era amiga de Folara, la hermana de Joharran, casi desde su nacimiento, y a menudo aparecía en la morada con ella, rara vez se presentaba sola.
Joharran alzó la vista.
—¿Ya has vuelto? —preguntó, y se volvió hacia los demás—. Como Galeya corre tanto, la he enviado esta mañana a la Tercera Caverna para averiguar cuándo tiene previsto salir Manvelar.
—Cuando he llegado, él se disponía a mandar un mensajero hacia aquí —informó Galeya. Tenía la respiración un poco entrecortada y el pelo húmedo de sudor por el esfuerzo—. Manvelar ha dicho que la Tercera Caverna está lista para partir. Quiere ponerse en marcha mañana a primera hora. Si la Novena Caverna está ya a punto, con mucho gusto viajaría con nosotros.
—Eso es un poco antes de lo que yo tenía previsto. Pensaba salir pasado mañana poco más o menos —dijo Joharran, asomando de nuevo las arrugas a su frente. Miró a los demás—. ¿Creéis que estaremos listos para salir mañana a primera hora?
—Yo sí —contestó Proleva sin vacilar.
—Nosotros probablemente —dijo Rushemar—. Salova ha acabado el último cesto que quería llevar. No hemos preparado los bultos, pero lo tengo todo listo.
—Yo todavía estoy poniendo en orden mis mangos —dijo Solaban—. Marsheval se pasó ayer por casa para consultarme qué debía llevar. También él parece poseer talento para labrar el marfil, y está adquiriendo destreza —añadió con una sonrisa. Solaban se dedicaba a la confección de mangos, en su mayor parte para cuchillos, cinceles y otros utensilios. Aunque hacía también mangos de asta y madera, prefería trabajar el marfil del colmillo de mamut, y había empezado a realizar otros objetos de este material, como cuentas y estatuillas, especialmente desde que Marsheval era su aprendiz.
—¿Podrías estar listo para salir mañana a primera hora? —preguntó Joharran. Sabía que a menudo Solaban se atormentaba hasta el último momento para decidir qué mangos llevar consigo a la Reunión de Verano con la intención de regalar y trocar.
—Supongo que sí —respondió Solaban, y acto seguido tomó una decisión—. Sí, estaré listo, y seguro que Ramara también.
—Estupendo, pero debemos saber qué opina el resto de la caverna antes de mandar otro mensajero a Manvelar. Rushemar, Solaban, tenemos que anunciar a todos que me gustaría celebrar una breve reunión lo antes posible. Podéis decir de qué se trata si alguien os pregunta y dejar claro que quienquiera que venga en representación de cada hogar debe estar en situación de decidir por todos —aclaró. Lanzó al fuego los restos de comida y luego limpió el cuchillo y su cuenco de comer con un trozo de gamuza húmedo antes de guardarlos en una bolsa que llevaba prendida del cinturón. Los enjuagaría en cuanto tuviese ocasión. Mientras se levantaba, dijo a Galeya:
—No creo que sea necesario que vuelvas otra vez allí. Mandaré a otro mensajero.
Ella pareció sentir alivio y sonrió.
—Palidar corre mucho. Ayer estuvimos haciendo carreras y casi me ganó.
Joharran tuvo que pararse a pensar un momento: el nombre no acababa de sonarle. De pronto recordó la cacería de leones. Galeya había cazado con un joven de la Tercera Caverna, pero Palidar también los había acompañado en la cacería.
—¿No es amigo de Tivonan, el muchacho que Willamar se lleva en sus misiones comerciales?
—Sí. En el último viaje de Willamar y Tivonan, Palidar vino con ellos, y decidió que bien podía viajar con nosotros a la Reunión de Verano y reunirse allí con su caverna —explicó Galeya.
Joharran asintió. Era referencia más que suficiente. No sabía si enviaría al visitante o a algún miembro de la Novena Caverna, pero advirtió que Galeya, la amiga de Folara, parecía interesada en Palidar, y obviamente el muchacho había encontrado un motivo para quedarse. Por si existía alguna posibilidad de que un día el muchacho llegase a ser miembro de la Novena Caverna, Joharran deseaba conocerlo mejor, y se reservó la idea en un rincón de la cabeza para reflexionar al respecto más adelante. En ese momento tenía cosas más apremiantes en las que pensar.
Joharran sabía que al menos una persona de cada vivienda asistiría a su reunión, pero, conforme la gente empezó a salir de sus moradas, vio que casi todo el mundo quería saber por qué el jefe había convocado una reunión tan repentinamente. Una vez congregados en la zona de trabajo, Joharran subió a la gran piedra plana allí colocada para que los demás viesen mejor al orador, ya fuese él, o quienquiera que tuviese algo que decir.
—Hace poco hablé con Manvelar —empezó Joharran, sin más preámbulos—. Como sabéis, el emplazamiento de la Reunión de Verano de este año es el gran campo cerca del Río Oeste y de un afluente próximo a la Vigésimo sexta Caverna. La compañera de Manvelar nació en esa misma caverna, y cuando sus hijos eran pequeños, con frecuencia iban a visitar a la madre de ella y su familia. Sé una manera de llegar hasta allí: hay que bajar hacia el sur, hasta el Gran Río, y luego continuar hacia el oeste hasta otro río que confluye con el Río Oeste; desde ahí se sigue hacia el norte hasta el lugar previsto para la Reunión de Verano. Pero Manvelar conoce un camino más directo, que parte del Río del Bosque y va hacia el oeste. Así llegaríamos antes, y yo confiaba en poder viajar con la Tercera Caverna. El problema es que ellos salen mañana a primera hora.
Entre los congregados se elevó un murmullo, pero Joharran prosiguió antes de que nadie pudiera hablar.
—Sé que os gusta conocer el momento de la partida con antelación, y normalmente intento avisaros con tiempo, pero me consta que la mayoría estáis casi listos para la marcha. Si podéis tenerlo todo a punto para mañana, podremos viajar con la Tercera Caverna y tardaremos menos en llegar. Cuanto antes estemos allí, más probabilidades tendremos de encontrar un buen sitio donde acampar.
Diversas conversaciones se iniciaron entre la multitud, y Joharran oyó varios comentarios y preguntas. «No sé si podremos estar listos para entonces.» «Tengo que hablar con mi compañero.» «Aún no lo tenemos todo recogido.» «¿No estaría dispuesto a esperar un día más o algo así?» El jefe los dejó hablar un poco y finalmente tomó otra vez la palabra.
—No me parece correcto pedirle a la Tercera Caverna que nos espere. También ellos quieren encontrar un buen sitio. Necesito una respuesta ya para poder enviar a un mensajero —explicó—. Una persona de cada hogar debe tomar la decisión. Si la mayoría de vosotros considera que es posible estar a punto mañana, saldremos entonces. Los partidarios de eso, que vengan y se coloquen a mi derecha.
Tras una vacilación inicial, Solaban y Rushemar avanzaron y se situaron a la derecha de Joharran. Jondalar miró a Ayla, que sonrió y movió la cabeza en un gesto de asentimiento; luego fue a ponerse junto a ellos a la derecha de su hermano. Marthona hizo lo mismo. Enseguida se unieron a ellos unos cuantos más. Nadie se situó a su izquierda, lo que habría indicado la negativa a marcharse tan pronto, pero varios titubearon.
Ayla empleaba las palabras de contar a medida que las personas se sumaban al grupo, pronunciando la palabra en voz baja y tocándose el muslo con un dedo al mismo tiempo. «Diecinueve, veinte, veintiuno… ¿cuántos hogares hay?», se preguntó. Cuando llegó a treinta, era evidente que casi todos habían decidido que podían estar listos a la mañana siguiente. La idea de llegar antes a su destino y encontrar un lugar más deseable era un incentivo poderoso. Cuando se incorporaron otras cinco personas al grupo, intentó contar los hogares restantes. Había aún unos cuantos indecisos paseándose ante ellos, pero no debían de representar más de siete u ocho hogares, pensó Ayla.
—¿Y qué pasará con quienes no estén listos para entonces? —planteó una voz desde el grupo de indecisos.
—Pueden venir más tarde, por su cuenta —contestó Joharran.
—Pero siempre vamos como una caverna. Yo no quiero ir solo —protestó uno.
Joharran sonrió.
—En ese caso procura estar listo mañana. Como ves, la mayoría ha decidido que puede partir entonces. Enviaré a un mensajero a Manvelar avisando de que estaremos listos mañana a primera hora para reunirnos con la Tercera Caverna.
En una caverna del tamaño de la Novena, había siempre unos cuantos miembros incapacitados para hacer el viaje, al menos en el momento de la partida: por ejemplo, los enfermos o heridos. Joharran eligió a unas cuantas personas que permanecerían allí para cazar y ayudar en los cuidados de quienes se quedaban. Serían sustituidos al cabo de media luna, y así no se perderían toda la Reunión de Verano.
La gente de la Novena Caverna se acostó mucho más tarde de lo habitual, y por la mañana, cuando todos empezaron a congregarse, algunos estaban visiblemente cansados y de mal humor. Manvelar y la Tercera Caverna habían llegado muy temprano y aguardaban en el espacio abierto situado poco más allá de las moradas, en la zona más próxima a Río Abajo, no lejos de donde vivían Ayla y Jondalar. Marthona, Willamar y Folara ya estaban listos a primerísima hora y habían ido a la vivienda de ellos para cargar algunos de sus bultos en los caballos y las parihuelas.
También llevaron alimentos para compartir con Manvelar y unos cuantos más en la comida de la mañana. La noche anterior Marthona había comentado a sus hijos que quizá Jondalar y ella deberían recibir a Manvelar y su familia en la morada de Ayla —así llamada desde que Jondalar la construyó para ella—, lo que permitiría a Joharran y Proleva organizar al resto de la caverna para el viaje hasta Vista del Sol, donde se encontraba la Vigésimo sexta Caverna de los zelandonii, el lugar destinado a la Reunión de Verano.
Era un grupo numeroso —unas doscientas cincuenta personas que se puso en marcha un rato después esa mañana: las cavernas Novena y Tercera casi al completo. Manvelar y la Tercera Caverna encabezaron la marcha pendiente abajo desde el extremo este del refugio de piedra. El camino desde el límite nororiental de la entrada de piedra de la Novena Caverna conducía hasta un pequeño afluente del Río llamado Río del Bosque, porque en su resguardado valle se daba una abundancia excepcional de árboles, una vegetación muy distinta de la que poblaba el valle del Río de la Hierba próximo a la Tercera Caverna, donde habían encontrado a los leones.
Las zonas boscosas eran poco comunes durante la Era Glacial. El límite de los glaciares que cubrían una cuarta parte de la superficie terrestre no se hallaba muy al norte, y creaba condiciones de permafrost en las regiones periglaciales. En verano la capa superior del suelo se fundía a distintas profundidades según las condiciones exteriores. En las zonas umbrías y frescas con musgo denso u otra vegetación aislante, la tierra se fundía sólo unos centímetros, pero allí donde el terreno quedaba expuesto a la luz solar directa, se reblandecía a mayor profundidad, lo suficiente para permitir la aparición de un manto abundante de hierba.